La arriesgada apuesta de Kamala Harris con su elección de fórmula vicepresidencial
Al haber establecido una fórmula enteramente progresista, Harris ubica al electorado estadounidense ante un escenario de fuerte contraste político. ¿Por qué no eligió a Josh Shapiro? Análisis.
Enrique Gomáriz Moraga | Latinoamérica21
De nuevo Kamala Harris corrige la propuesta de la plana mayor del partido demócrata. En este caso, a la hora de elegir a la persona que completará su fórmula electoral, como candidato a vicepresidente. El perfil de los equipos demócratas presentaba tres requerimientos electorales: hombre, de raza blanca y de pensamiento político centrista. Kamala ha aceptado dos de esas tres características. Tenía que ser hombre, porque una fórmula de dos mujeres hubiera sido excesivamente progresista para el público estadounidense. Debía ser blanco, porque no se podía excluir a la mayoría racial de la fórmula presidencial. Y era preferible de pensamiento moderado y centrista para compensar la inclinación progresista californiana de Harris.
Al elegir a Tim Walz como compañero de fórmula, Kamala ha aceptado dos de los requerimientos electorales: es un hombre, bastante grande y masculino, rabiosamente blanco y con antecedentes marciales, ligado durante 25 años a la Guardia Nacional. Cierto, esas dos características, hombre y blanco, también las tenían los últimos cinco candidatos que se redujeron finalmente a tres. Pero el que cumplía cabalmente con la tercera condición (pensamiento centrista) no era Waltz, sino el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, que estuvo encabezando las quinielas hasta el final. Amigo y colega de Harris (fue fiscal general de Pensilvania al igual que Harris lo fue de California), es una figura popular a nivel nacional y tiene un tirón electoral importante: tres de cada 10 simpatizantes de Donald Trump lo respaldarían.
Pero Shapiro presenta un punto controversial. Es judío confesional. De hecho, sería el primer judío que ocupara un puesto de vicepresidente en el país. Y eso, en la actual coyuntura, le ha convertido en una “víctima” colateral del conflicto militar en el Medio Oriente. Su defensa irrestricta de Israel no encajaba bien con la posición más favorable de Kamala y otros sectores demócratas a favor de una negociación entre todas las partes. Además, Shapiro presenta también otra característica disonante: tiene peso político propio a nivel federal, también dentro del partido, algo que Harris ha visto como inconveniente, aunque lo ha dicho en clave: “No quiero alguien que solo me haga ganar las elecciones, sino también que comparta mis valores y en el que tenga confianza personal”. Algunos demócratas han añadido: “Y que no me haga demasiada sombra”.
El elegido finalmente, Tim Walz, cumple claramente con el tercer parámetro que deseaba Kamala. Comparte plenamente los planteamientos progresistas de su jefa y, de hecho, es el preferido de los distintos grupos progresistas y de izquierda dentro del partido, especialmente en lo que se refiere a los puntos álgidos del programa (derechos sexuales y reproductivos, migración, servicios sociales, etc.). Por otra parte, Walz, que no tiene tanto capital político como Shapiro, tiene fama de confiable en su vida política y cumple con el nivel de lealtad que Harris ha requerido.
Sin embargo, al haber establecido una fórmula enteramente progresista, Harris coloca al electorado estadounidense ante un escenario de fuerte contraste político. Es difícil encontrar una imagen más opuesta de lo que presentan cada uno de los candidatos a presidir el país. La cuestión consiste en saber si esa elección polarizada favorece a Harris o a Trump. Como ha dicho un observador demócrata, “no importa tanto lo simpática y progresista que nos parezca Kamala, sino si eso es lo que realmente necesitamos para impedir que Trump regrese al gobierno de Estados Unidos”. En esa perspectiva, podría invertirse la frase de Kamala al elegir a Walz como compañero de fórmula: podría suceder que alguien que comparte sus valores y le otorga confianza personal no le ayude lo suficiente para ganar las elecciones.
En todo caso, Harris ha elegido un camino distinto del preferido por la dirigencia demócrata, que buscaba evitar el escenario polarizado, en el que hay que jugarse el todo por el todo y se ofrece un flanco fácil, que el equipo de Trump ha atacado de inmediato: “Es la fórmula del izquierdismo radical”, ha dicho uno de sus portavoces, mientras Trump aseguraba: “Estoy encantado por la decisión de Kamala de escoger a Walz, porque demuestra su verdadero grado de izquierdismo”. Definitivamente, Harris ha logrado arrastrar a sus seguidores por la senda del entusiasmo, pero no cabe duda de que ha optado por una arriesgada apuesta electoral. Ojalá le resulte.
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De nuevo Kamala Harris corrige la propuesta de la plana mayor del partido demócrata. En este caso, a la hora de elegir a la persona que completará su fórmula electoral, como candidato a vicepresidente. El perfil de los equipos demócratas presentaba tres requerimientos electorales: hombre, de raza blanca y de pensamiento político centrista. Kamala ha aceptado dos de esas tres características. Tenía que ser hombre, porque una fórmula de dos mujeres hubiera sido excesivamente progresista para el público estadounidense. Debía ser blanco, porque no se podía excluir a la mayoría racial de la fórmula presidencial. Y era preferible de pensamiento moderado y centrista para compensar la inclinación progresista californiana de Harris.
Al elegir a Tim Walz como compañero de fórmula, Kamala ha aceptado dos de los requerimientos electorales: es un hombre, bastante grande y masculino, rabiosamente blanco y con antecedentes marciales, ligado durante 25 años a la Guardia Nacional. Cierto, esas dos características, hombre y blanco, también las tenían los últimos cinco candidatos que se redujeron finalmente a tres. Pero el que cumplía cabalmente con la tercera condición (pensamiento centrista) no era Waltz, sino el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, que estuvo encabezando las quinielas hasta el final. Amigo y colega de Harris (fue fiscal general de Pensilvania al igual que Harris lo fue de California), es una figura popular a nivel nacional y tiene un tirón electoral importante: tres de cada 10 simpatizantes de Donald Trump lo respaldarían.
Pero Shapiro presenta un punto controversial. Es judío confesional. De hecho, sería el primer judío que ocupara un puesto de vicepresidente en el país. Y eso, en la actual coyuntura, le ha convertido en una “víctima” colateral del conflicto militar en el Medio Oriente. Su defensa irrestricta de Israel no encajaba bien con la posición más favorable de Kamala y otros sectores demócratas a favor de una negociación entre todas las partes. Además, Shapiro presenta también otra característica disonante: tiene peso político propio a nivel federal, también dentro del partido, algo que Harris ha visto como inconveniente, aunque lo ha dicho en clave: “No quiero alguien que solo me haga ganar las elecciones, sino también que comparta mis valores y en el que tenga confianza personal”. Algunos demócratas han añadido: “Y que no me haga demasiada sombra”.
El elegido finalmente, Tim Walz, cumple claramente con el tercer parámetro que deseaba Kamala. Comparte plenamente los planteamientos progresistas de su jefa y, de hecho, es el preferido de los distintos grupos progresistas y de izquierda dentro del partido, especialmente en lo que se refiere a los puntos álgidos del programa (derechos sexuales y reproductivos, migración, servicios sociales, etc.). Por otra parte, Walz, que no tiene tanto capital político como Shapiro, tiene fama de confiable en su vida política y cumple con el nivel de lealtad que Harris ha requerido.
Sin embargo, al haber establecido una fórmula enteramente progresista, Harris coloca al electorado estadounidense ante un escenario de fuerte contraste político. Es difícil encontrar una imagen más opuesta de lo que presentan cada uno de los candidatos a presidir el país. La cuestión consiste en saber si esa elección polarizada favorece a Harris o a Trump. Como ha dicho un observador demócrata, “no importa tanto lo simpática y progresista que nos parezca Kamala, sino si eso es lo que realmente necesitamos para impedir que Trump regrese al gobierno de Estados Unidos”. En esa perspectiva, podría invertirse la frase de Kamala al elegir a Walz como compañero de fórmula: podría suceder que alguien que comparte sus valores y le otorga confianza personal no le ayude lo suficiente para ganar las elecciones.
En todo caso, Harris ha elegido un camino distinto del preferido por la dirigencia demócrata, que buscaba evitar el escenario polarizado, en el que hay que jugarse el todo por el todo y se ofrece un flanco fácil, que el equipo de Trump ha atacado de inmediato: “Es la fórmula del izquierdismo radical”, ha dicho uno de sus portavoces, mientras Trump aseguraba: “Estoy encantado por la decisión de Kamala de escoger a Walz, porque demuestra su verdadero grado de izquierdismo”. Definitivamente, Harris ha logrado arrastrar a sus seguidores por la senda del entusiasmo, pero no cabe duda de que ha optado por una arriesgada apuesta electoral. Ojalá le resulte.
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