La caída de otro alfil cercano a la presidencia de Trump
Como editor en Breitbart, un medio de extrema derecha, Milo Yiannopoulos atacaba a las feministas, acosaba a personas por su color de piel y renegaba de los derechos de los gays. Su defensa de la pedofilia le valió el desprestigio, que hoy lo llevó a renunciar a ese medio.
redacción internacional
Tras desertar de sus cursos de literatura inglesa y gramática, Milo Yiannopoulos estuvo interesado en escribir crítica de teatro, pero fue tanta su afición y tan profunda su reflexión, que decidió ser él mismo un actor: desde entonces, abrazado a la estética de la hipérbole, Yiannopoulos ha carecido de límites para declararse homosexual —con una cierta fobia hacia la homosexualidad—, antifeminista, racista y enemigo de los transgéneros. Su arte ha consistido en ascender, con el beneplácito de numerosos medios, hasta una cúspide que hoy lo tiene muy cerca de uno de los asesores más próximos a Donald Trump, Steve Bannon.
Esta semana su nombre se ha multiplicado en los diarios por tres razones: defendió —según él, en broma— la pedofilia; la editorial Simon & Schuster —que a pesar de su historial insistía en publicarlo y le dio un adelanto de US$250.000 por su biografía, titulada Peligroso— rescindió del contrato que tenía con él, y, tal vez acosado por la opinión pública, Yiannopoulos renunció este martes a su puesto como editor en jefe de Breitbart News, un medio de extrema derecha que hasta hace poco dirigía Bannon.
Hasta hace unas semanas, Yiannopoulos era conocido por un grupo mínimo de políticos y periodistas en Estados Unidos. Pero entonces su nombre se volvió célebre a nivel mundial: un grupo de manifestantes, con violencia, exigió que se cancelara una conferencia que daría Yiannopoulos en la Universidad de Berkeley. El asunto no habría pasado a mayores si el presidente Donald Trump en persona no hubiera defendido a Yiannopoulos: aseguró que estaban coartando la libertad de expresión y amenazó con cortar los fondos federales a la universidad. Yiannopoulos se considera un amante de Donald Trump —ha sugerido que quisiera serlo en un sentido literal— y defiende lo que sus consejeros defienden.
Fue entonces cuando su historia saltó a la picota pública: Yiannopoulos se crio junto a su familia en Kent, al sur de Inglaterra, donde nació en 1984 y vivió su infancia y juventud. Sus padres se separaron; él pasó a vivir con su madre y su segundo esposo. Pronto se fue de casa, comenzó estudios que nunca terminó y se hizo luego una vida como periodista empírico en varios medios. Fue allí donde comenzó a perfilar las ideas que luego le darían alguna fama. Es recordado por acosar a personas por su color de piel en Twitter —por lo cual su cuenta fue cancelada de manera permanente— y decir que los homosexuales deben “mantenerse en el closet”.
Así lo describe el periodista Dorian Lynskey en The Guardian (citamos en extenso): “¿Cuál es su importante perspectiva? ¿Qué defiende Yiannopoulos? Su perspectiva es decir que fue vetado de Twitter por liderar una campaña de acoso contra Leslie Jones por el crimen de atreverse a aparecer en el renacimiento de los Cazafantasmas (lo que es difícilmente una causa vital). Es un hombre gay que odia el movimiento de derechos de los gays. Un libertario que llama ‘Daddy’ (Papi) a un presidente autoritario. Un oponente vigoroso del movimiento Black Lives Matter que dice que no puede ser racista porque ‘sólo me gusta tirarme negros’. Un estilizado feminista de segunda ola que vende sombreritos donde se lee: ‘El feminismo es cáncer’. Un conservador de bolsillo que clama: ‘No me importa la política’. Un escritor y conferencista que dice que sus declaraciones provocativas son ‘hechos’ mientras celebra la era de la posverdad”.
En una grabación de hace algunos años, y que fue relevada hace más de un año, pero sólo hasta esta semana hizo carrera en redes sociales, Yiannopoulos dijo: “No, no, no, usted está entendiendo mal lo que es pedofilia. La atracción sexual por alguien de 13 años, que es sexualmente maduro, no es pedofilia. Pedofilia es la atracción por niños que no han alcanzado la pubertad”. Luego aseguró que el concepto de consentimiento —la voluntad que impone una persona sobre sus decisiones y, en este caso, sobre la cuestión de si quiere o no tener sexo— es “arbitraria y opresiva”.
Yiannopoulos se ha declarado un entero luchador en contra de aquellos que abrigan la corrección política. Es decir, de aquellos que creen que las minorías merecen los derechos básicos tanto como las clases sociales dominantes; aquellos que creen que las mujeres han sido aplastadas por un sistema injusto, que las ha visto como un útil y no como un ser humano; de aquellos que creen que los transgéneros merecen decidir su género porque es una decisión personal y no una imposición divina o biológica. Yiannopoulos ha pensado por años que el mundo es demasiado sensible —sensible es, para él, un vicio, nunca una virtud— ante ciertos temas y se ha considerado un defensor de las buenas maneras a través del periodismo. Incluso para eso ha tenido cierta astucia: ha definido el periodismo como “apegarse a la mayoría en contra de una minoría poderosa”. Ha invertido, sin embargo, a los actores de su premisa: las minorías, por exigir sus derechos, se han convertido en sus mayorías opresivas. Él defiende al pueblo blanco, desarmado en una esquina.
Tras desertar de sus cursos de literatura inglesa y gramática, Milo Yiannopoulos estuvo interesado en escribir crítica de teatro, pero fue tanta su afición y tan profunda su reflexión, que decidió ser él mismo un actor: desde entonces, abrazado a la estética de la hipérbole, Yiannopoulos ha carecido de límites para declararse homosexual —con una cierta fobia hacia la homosexualidad—, antifeminista, racista y enemigo de los transgéneros. Su arte ha consistido en ascender, con el beneplácito de numerosos medios, hasta una cúspide que hoy lo tiene muy cerca de uno de los asesores más próximos a Donald Trump, Steve Bannon.
Esta semana su nombre se ha multiplicado en los diarios por tres razones: defendió —según él, en broma— la pedofilia; la editorial Simon & Schuster —que a pesar de su historial insistía en publicarlo y le dio un adelanto de US$250.000 por su biografía, titulada Peligroso— rescindió del contrato que tenía con él, y, tal vez acosado por la opinión pública, Yiannopoulos renunció este martes a su puesto como editor en jefe de Breitbart News, un medio de extrema derecha que hasta hace poco dirigía Bannon.
Hasta hace unas semanas, Yiannopoulos era conocido por un grupo mínimo de políticos y periodistas en Estados Unidos. Pero entonces su nombre se volvió célebre a nivel mundial: un grupo de manifestantes, con violencia, exigió que se cancelara una conferencia que daría Yiannopoulos en la Universidad de Berkeley. El asunto no habría pasado a mayores si el presidente Donald Trump en persona no hubiera defendido a Yiannopoulos: aseguró que estaban coartando la libertad de expresión y amenazó con cortar los fondos federales a la universidad. Yiannopoulos se considera un amante de Donald Trump —ha sugerido que quisiera serlo en un sentido literal— y defiende lo que sus consejeros defienden.
Fue entonces cuando su historia saltó a la picota pública: Yiannopoulos se crio junto a su familia en Kent, al sur de Inglaterra, donde nació en 1984 y vivió su infancia y juventud. Sus padres se separaron; él pasó a vivir con su madre y su segundo esposo. Pronto se fue de casa, comenzó estudios que nunca terminó y se hizo luego una vida como periodista empírico en varios medios. Fue allí donde comenzó a perfilar las ideas que luego le darían alguna fama. Es recordado por acosar a personas por su color de piel en Twitter —por lo cual su cuenta fue cancelada de manera permanente— y decir que los homosexuales deben “mantenerse en el closet”.
Así lo describe el periodista Dorian Lynskey en The Guardian (citamos en extenso): “¿Cuál es su importante perspectiva? ¿Qué defiende Yiannopoulos? Su perspectiva es decir que fue vetado de Twitter por liderar una campaña de acoso contra Leslie Jones por el crimen de atreverse a aparecer en el renacimiento de los Cazafantasmas (lo que es difícilmente una causa vital). Es un hombre gay que odia el movimiento de derechos de los gays. Un libertario que llama ‘Daddy’ (Papi) a un presidente autoritario. Un oponente vigoroso del movimiento Black Lives Matter que dice que no puede ser racista porque ‘sólo me gusta tirarme negros’. Un estilizado feminista de segunda ola que vende sombreritos donde se lee: ‘El feminismo es cáncer’. Un conservador de bolsillo que clama: ‘No me importa la política’. Un escritor y conferencista que dice que sus declaraciones provocativas son ‘hechos’ mientras celebra la era de la posverdad”.
En una grabación de hace algunos años, y que fue relevada hace más de un año, pero sólo hasta esta semana hizo carrera en redes sociales, Yiannopoulos dijo: “No, no, no, usted está entendiendo mal lo que es pedofilia. La atracción sexual por alguien de 13 años, que es sexualmente maduro, no es pedofilia. Pedofilia es la atracción por niños que no han alcanzado la pubertad”. Luego aseguró que el concepto de consentimiento —la voluntad que impone una persona sobre sus decisiones y, en este caso, sobre la cuestión de si quiere o no tener sexo— es “arbitraria y opresiva”.
Yiannopoulos se ha declarado un entero luchador en contra de aquellos que abrigan la corrección política. Es decir, de aquellos que creen que las minorías merecen los derechos básicos tanto como las clases sociales dominantes; aquellos que creen que las mujeres han sido aplastadas por un sistema injusto, que las ha visto como un útil y no como un ser humano; de aquellos que creen que los transgéneros merecen decidir su género porque es una decisión personal y no una imposición divina o biológica. Yiannopoulos ha pensado por años que el mundo es demasiado sensible —sensible es, para él, un vicio, nunca una virtud— ante ciertos temas y se ha considerado un defensor de las buenas maneras a través del periodismo. Incluso para eso ha tenido cierta astucia: ha definido el periodismo como “apegarse a la mayoría en contra de una minoría poderosa”. Ha invertido, sin embargo, a los actores de su premisa: las minorías, por exigir sus derechos, se han convertido en sus mayorías opresivas. Él defiende al pueblo blanco, desarmado en una esquina.