Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Ningún otro país que haya experimentado un brote tan importante sigue lidiando con un número de muertos sin precedentes y con un sistema sanitario al borde del colapso. En cambio, muchos otros países duramente afectados están dando tímidos pasos hacia una apariencia de normalidad. Sin embargo, Brasil lucha contra una variante más contagiosa que ha arrasado una gran ciudad y se extiende a otras, mientras los brasileños desestiman las medidas de precaución que podrían mantenerlos a salvo.
Le puede interesar: “Dejen de lloriquear”: Bolsonaro tras registro récord de muertes por coronavirus en Brasil
El martes 2 de marzo, Brasil registró más de 1.700 muertes por COVID-19, la cifra más alta en un solo día de la pandemia. “El recrudecimiento de la epidemia en varios estados lleva al colapso de sus redes asistenciales públicas y privadas y al riesgo inminente de que se propague a todas las regiones de Brasil”, dijo el Consejo Nacional de Secretarios de Salud en un comunicado. “Lamentablemente, la baja cobertura de vacunación y la lentitud en la disponibilidad de las vacunas todavía no permiten que ese escenario pueda ser revertido a corto plazo”.
Y las noticias acaban de empeorar para Brasil, y posiblemente para el mundo. Los estudios preliminares sugieren que la variante que arrasó la ciudad de Manaos no solo es más contagiosa, sino que también parece capaz de infectar a algunas personas que ya se han recuperado de otras versiones del virus. Y la variante ha traspasado las fronteras de Brasil, al aparecer en otras dos docenas de países y en pequeñas cantidades en Estados Unidos.
Aunque los ensayos de una serie de vacunas indican que pueden proteger contra la enfermedad grave incluso cuando no evitan la infección con la variante, la mayor parte del mundo no ha sido inoculada. Eso significa que incluso las personas que se han recuperado y se creían seguras podrían seguir en riesgo por ahora, y que los líderes mundiales podrían, una vez más, estar eliminando las restricciones demasiado pronto.
Le puede interesar: La renovación del gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil
“Es necesario que las vacunas se interpongan en el camino de estas cosas”, dijo William Hanage, epidemiólogo de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, al hablar de las variantes que podrían causar reinfecciones. “La inmunidad que se obtiene con los cementerios abarrotados, ni siquiera eso será suficiente para protegerse”.
Ese peligro de las nuevas variantes no ha pasado desapercibido para los científicos de todo el mundo. Rochelle Walensky, directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU., rogó esta semana a los estadounidenses que no bajaran la guardia. “Por favor, escúchenme claramente”, dijo. “A este nivel de casos con variantes que se extienden, nos arriesgamos a perder por completo el terreno que tanto nos ha costado ganar”.
Los brasileños esperaban haber pasado lo peor del brote el año pasado. Manaos, capital del estado de Amazonas, al norte, se vio tan afectada en abril y mayo que los científicos se preguntaron si la ciudad podría haber alcanzado la inmunidad de rebaño.
Pero en septiembre, los casos en el estado comenzaron a aumentar de nuevo, algo que dejó perplejos a los funcionarios de salud. Un intento del gobernador de Amazonas, Wilson Lima, de imponer una nueva cuarentena antes de las vacaciones de Navidad se encontró con una feroz resistencia por parte de empresarios y de destacados políticos cercanos al presidente Jair Bolsonaro.
Le puede interesar: Brasil al borde del colapso, enfrenta la fase más mortífera del COVID-19
En enero, los científicos descubrieron que una nueva variante, conocida como P.1, se había vuelto dominante en el estado. En pocas semanas, su peligro se hizo evidente cuando los hospitales de la ciudad se quedaron sin oxígeno en medio de una avalancha de pacientes, lo que llevó a decenas a morir asfixiados.
El doctor Antonio Souza sigue atormentado por las caras de horror de sus colegas y de los familiares de los pacientes cuando se hizo evidente que el suministro de oxígeno de su hospital de Manaos se había agotado. Piensa en la paciente que sedó, para evitarle una muerte agónica, cuando se agotó el oxígeno en otra clínica. “Nadie debería tener que tomar nunca esa decisión”, dice. “Es demasiado terrible”.
Maria Glaudimar, enfermera en Manaos, dijo que a principios de este año se sentía atrapada en una pesadilla sin final a la vista. En el trabajo, los pacientes y sus familiares suplicaban oxígeno y todas las camas de cuidados intensivos estaban llenas. En casa, su hijo se contagió de tuberculosis tras contraer COVID-19 y su marido perdió diez kilos cuando luchaba contra el virus. “Nadie estaba preparado para esto”, dijo Glaudimar. “Era una película de terror”.
Desde entonces, la crisis del coronavirus ha bajado un poco en el Amazonas, pero ha empeorado en la mayor parte de Brasil. Los científicos se han esforzado por conocer mejor la variante y rastrear su propagación por el país. Pero los limitados recursos para realizar pruebas los han dejado rezagados al tratar de determinar qué papel está jugando.
Anderson Brito, virólogo brasileño de la Universidad de Yale, dijo que solo su laboratorio ha secuenciado casi la mitad de los genomas de coronavirus que tiene todo Brasil. Mientras que en Estados Unidos se ha realizado la secuenciación genética de aproximadamente uno de cada 200 casos confirmados, en Brasil se ha secuenciado uno de cada 3000.
Le puede interesar: Bolsonaro volvió el coronavirus una batalla política
La variante se extendió rápidamente. A finales de enero, un estudio realizado por investigadores del gobierno descubrió que estaba presente en el 91 por ciento de las muestras secuenciadas en el estado de Amazonas. A finales de febrero, las autoridades de salud habían notificado casos de la variante P.1 en 21 de los 26 estados brasileños, pero sin más pruebas es difícil calcular su prevalencia.
A lo largo de la pandemia, los investigadores han dicho que las reinfecciones de COVID-19 parecen ser extremadamente raras, lo que ha permitido a las personas que se recuperan suponer que tienen inmunidad, al menos por un tiempo. Pero eso fue antes de que apareciera la P.1 y los médicos y enfermeros empezaran a notar algo extraño.
João Alho, médico de Santarém, una ciudad de Pará, dijo que varios colegas que se habían recuperado de la COVID-19 hace meses volvieron a enfermar y dieron positivo. Juliana Cunha, una enfermera de Río de Janeiro que ha estado trabajando en los centros de pruebas de COVID-19, dijo que asumió que estaba a salvo después de contraer el virus el pasado mes de junio. Pero en noviembre, tras experimentar síntomas leves, volvió a dar positivo. “No podía creerlo”, dijo Cunha, de 23 años. “Deben ser las variantes”.
Pero no hay forma de saber con certeza lo que ocurre con las personas que se reinfectan, a menos que se conserven sus muestras anteriores y las nuevas, se secuencien genéticamente y se comparen.
Una forma de frenar la oleada sería mediante la vacunación, pero la puesta en marcha en Brasil, como en tantos otros países, ha sido lenta. Brasil comenzó a vacunar a los grupos prioritarios, incluidos los profesionales de la salud y los ancianos, a finales de enero. Pero el gobierno no ha conseguido un número suficiente de dosis. Los países más ricos han acaparado la mayor parte del suministro disponible, mientras que Bolsonaro se ha mostrado escéptico tanto sobre el impacto de la enfermedad como sobre las vacunas.
Poco más de 5,8 millones de brasileños —aproximadamente el 2,6 por ciento de la población— habían recibido al menos una dosis de la vacuna COVID-19 hasta el martes, según el Ministerio de Salud. Solo alrededor de 1,5 millones habían recibido las dos dosis. El país utiliza actualmente la vacuna china CoronaVac —que, según las pruebas de laboratorio, es menos eficaz contra la P.1 que contra otras variantes— y la fabricada por la empresa farmacéutica británico-sueca AstraZeneca.
Le puede interesar: “Brasil está quebrado y yo no consigo hacer nada”: Jair Bolsonaro
Margareth Dalcolmo, neumóloga de Fiocruz, un destacado centro de investigación científica, dijo que el hecho de que Brasil no haya montado una sólida campaña de vacunación preparó el terreno para la crisis actual. “Deberíamos vacunar a más de un millón de personas al día”, dijo. “Esa es la verdad. No lo estamos haciendo, no porque no sepamos cómo hacerlo, sino porque no tenemos suficientes vacunas”.
Otros países deberían prestar atención, dijo Ester Sabino, investigadora de enfermedades infecciosas de la Universidad de São Paulo que se encuentra entre los principales expertos en la variante P.1. “Puedes vacunar a toda tu población y controlar el problema solo durante un corto periodo de tiempo si, en otro lugar del mundo, aparece una nueva variante”, dijo. “Algún día llegará”.
El ministro de Salud, Eduardo Pazuello, que calificó la variante como una “nueva etapa” de la pandemia, dijo la semana pasada que el gobierno estaba intensificando sus esfuerzos y espera vacunar a aproximadamente la mitad de su población para junio y al resto para finales de año. Pero muchos brasileños tienen poca fe en un gobierno dirigido por un presidente que ha saboteado los confinamientos, ha minimizado repetidamente la amenaza del virus y ha promovido remedios no probados mucho después de que los científicos dijeran que claramente no funcionaban.
Precisamente la semana pasada, el presidente habló con desprecio de las mascarillas, que se encuentran entre las mejores defensas para frenar el contagio, alegando que son perjudiciales para los niños y provocan dolores de cabeza y dificultades de concentración.
Las proyecciones de vacunas de Pazuello también han sido recibidas con escepticismo. El gobierno hizo la semana pasada un pedido de 20 millones de dosis de una vacuna india que no ha completado los ensayos clínicos. Eso llevó a un fiscal federal a argumentar en una presentación legal que la compra de 286 millones de dólares “pone en riesgo millones de vidas”. Incluso si resulta eficaz, será demasiado tarde para muchos.
Tony Maquiné, un especialista en márketing de 39 años de edad en Manaus, perdió a una abuela, un tío, dos tías y un primo, en el lapso de unas pocas semanas durante la última oleada de casos. Dice que el tiempo se ha convertido en una mezcla de esfuerzos frenéticos para encontrar hospitales con camas libres para los vivos, mientras se organizan los funerales para los muertos.
“Fue una pesadilla”, dijo Maquiné. “Tengo miedo de lo que nos espera”.
- Manuela Andreoni y Ernesto Londoño reportaron desde Río de Janeiro y Letícia Casado desde Brasília. Carl Zimmer colaboró desde New Haven, Connecticut.
- Ernesto Londoño es el jefe de la corresponsalía de Brasil, con sede en Río de Janeiro. Antes fue escritor del Consejo Editorial y, antes de unirse al Times en 2014, trabajó en The Washington Post. @londonoe • Facebook
- Manuela Andreoni y Ernesto Londoño reportaron desde Río de Janeiro y Letícia Casado desde Brasília. Carl Zimmer colaboró desde New Haven, Connecticut.