La Cumbre de las Américas de Joe Biden
Con miras a las próximas elecciones de medio término, Biden también se preocupará por convencer a los Estados participantes en la Cumbre de un acuerdo regional significativo para combatir la migración irregular y los desafíos de política de seguridad asociados.
Jan Woischnik y Johannes Hügel*
Con el lema “Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo”, del 6 al 10 de junio de 2022 tendrá lugar la IX Cumbre de las Américas, en Los Ángeles (EE. UU.). El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, invitó a los jefes de Estado y de gobierno de América del Norte, del Sur y Central y el Caribe. Para este país se trata de una posible redefinición de su relación con los países latinoamericanos. Con confianza, estos exigen una igualdad real, en pie de igualdad, y así meten a Washington en aprietos.
La línea Biden
Joe Biden, quien ya actuó como enviado especial para las relaciones con la región cuando fue vicepresidente con Barack Obama, a través de sus numerosas visitas a América Latina, se ha esforzado desde que asumió el cargo por normalizar las relaciones con los países latinoamericanos, descuidadas por el presidente Trump.
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La Cumbre en Los Ángeles representa otra oportunidad para que Estados Unidos fortalezca su propia presencia en la región y forje una alianza para la lucha conjunta contra la migración irregular. En ese sentido, la vicepresidenta Kamala Harris fue instruida a enfocarse principalmente en combatir las causas de la migración no regulada, como tema central de la política de Estados Unidos en América Latina.
La política de America first, de la administración de Trump, en América Latina ya se había centrado en reducir los flujos de migrantes irregulares desde México y Centroamérica, así como en frenar la importación de drogas. Como medio para lograr sus objetivos, los países solían ser amenazados con consecuencias económicamente tangibles si no cooperaban según la línea dura estadounidense. Se redujeron masivamente las ayudas financieras a los países y se forzaron los acuerdos con terceros países y los consiguientes traslados de migrantes desde Estados Unidos a sus países de origen.
Una política de sanciones máximas se dirigió al cambio de régimen en Venezuela, Cuba y Nicaragua, y una aplicación de la doctrina Monroe adaptada a las circunstancias se utilizó como base para una política inequívoca hacia el nuevo rival: China. Esto también iba a repercutir en los Estados latinoamericanos en su relación con el Reino del Medio.
Aparte de estos momentos de influencia política estratégicos e impulsados por intereses, a Trump le importaban muy poco los asuntos de América Latina. La política latinoamericana de Estados Unidos siguió el principio de negligencia benigna, lo que quedó claro para los homólogos latinoamericanos de Trump, por ejemplo, por su ausencia en la última Cumbre de las Américas.
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No se vislumbró una estrategia que abarcara a toda América Latina. En cambio, hubo intervenciones esporádicas en países y regiones de particular importancia desde la perspectiva de los asuntos internos de Estados Unidos.
Nuevos enfoques
El presidente Joe Biden, por el contrario, está dispuesto a adoptar un enfoque diferente para abordar los desafíos persistentes que enfrenta la política de Estados Unidos hacia América Latina, para restaurar su credibilidad y su antigua pretensión de liderazgo en la región.
Los puntos centrales de su agenda política son la migración irregular y el narcotráfico transnacional, la relación con los regímenes autoritarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y la creciente inestabilidad institucional de países centroamericanos, como El Salvador, Honduras y Guatemala. A esto se suma el cambio climático, que se está volviendo cada vez más notorio en la región, y lo que se percibe cada vez más como una amenaza: la influencia de China sobre socios democráticos que otrora fueron confiables en el hemisferio occidental.
Con la Cumbre por la Democracia y la Cumbre por el Clima, organizadas el año pasado, Biden envió dos señales justo al comienzo de su mandato: quería trabajar junto con personas de ideas afines en la región contra las fuerzas autoritarias y quería combatir las causas del cambio climático y sus diversos efectos.
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En ese sentido, la Cumbre de las Américas, que ahora organiza EE. UU. en Los Ángeles, no es solamente una oportunidad para enmendar la relación con los países de América Latina que había sido dañada por la era Trump. Con miras a las próximas Midterms, las importantes elecciones de medio término del período de gobierno, Biden también se preocupará por convencer a los Estados participantes de un acuerdo regional significativo para combatir la migración irregular y los desafíos de política de seguridad asociados.
Amenazas
Sin embargo, el tiro amenaza ahora con salir por la culata y convertir a la Cumbre en un desastre para los estadounidenses, después de que tanto los presidentes de México y Bolivia, como algunos países del Caribe, pusieran en duda su participación en caso de que no fueran invitados Venezuela, Nicaragua y Cuba. Estas dictaduras tampoco habían sido invitadas a la última Cumbre por la Democracia organizada por el gobierno de Estados Unidos.
Una cumbre tan boicoteada alimentaría conflictos ideológicos en el continente y dificultaría alcanzar un tan necesario acuerdo migratorio sostenible y, en lo que respecta a Brasil, el avance de una política amazónica coordinada a escala regional. Además, socavaría la iniciativa de EE. UU. de fortalecer la cooperación con los Estados latinoamericanos y, por lo tanto, también para hacer retroceder la creciente influencia china y parcialmente rusa.
Panorama
Un buen año y medio después de asumir el cargo, la promesa de Biden de trabajar por la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho con el apoyo de la cooperación internacional y regional, así com la formación de alianzas puede evaluarse de dos maneras. Por un lado, los gobiernos de Biden y Harris han logrado marcar un nuevo tono de asociación con muchos países latinoamericanos, derribando gradualmente los muros construidos por Trump e impulsando una nueva estrategia de cooperación entre socios. No obstante, el gobierno no está cumpliendo en gran medida sus promesas electorales.
La implementación de la estrategia de América Latina hasta el momento no puede describirse de ninguna manera como un claro cambio de tendencia de la era Trump y sus duras prácticas. No es especialmente innovadora ni ha hecho ningún progreso esencial en la lucha contra el crimen organizado, la migración irregular o el cambio climático.
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Los actores internacionales, sobre todo China, observarán de cerca si Estados Unidos logrará enviar la señal que Biden aspira para la cooperación regional en relación con importantes desafíos comunes, como la migración, el cambio climático y la seguridad (energética), o si la Cumbre alejará aún más a los países latinoamericanos de Estados Unidos y, por lo tanto, ofrecerá una oportunidad para desafiar a Estados Unidos en su propio patio trasero.
Versión abreviada del artículo original, publicado en el sitio web de la KAS, en idioma alemán. Traducción de Manfred Steffen, oficina KAS Montevideo
*Jan Woischnik es Jefe del departamento de América Latina de la Fundación Konrad Adenauer. Abogado y doctor en Derecho.
*Johannes Hügel es Coordinador de la Fundación Konrad Adenauer para Perú, el Programa Regional Seguridad Energética y Cambio Climático en América Latina, cuestiones especiales y transversales.
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Con el lema “Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo”, del 6 al 10 de junio de 2022 tendrá lugar la IX Cumbre de las Américas, en Los Ángeles (EE. UU.). El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, invitó a los jefes de Estado y de gobierno de América del Norte, del Sur y Central y el Caribe. Para este país se trata de una posible redefinición de su relación con los países latinoamericanos. Con confianza, estos exigen una igualdad real, en pie de igualdad, y así meten a Washington en aprietos.
La línea Biden
Joe Biden, quien ya actuó como enviado especial para las relaciones con la región cuando fue vicepresidente con Barack Obama, a través de sus numerosas visitas a América Latina, se ha esforzado desde que asumió el cargo por normalizar las relaciones con los países latinoamericanos, descuidadas por el presidente Trump.
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La Cumbre en Los Ángeles representa otra oportunidad para que Estados Unidos fortalezca su propia presencia en la región y forje una alianza para la lucha conjunta contra la migración irregular. En ese sentido, la vicepresidenta Kamala Harris fue instruida a enfocarse principalmente en combatir las causas de la migración no regulada, como tema central de la política de Estados Unidos en América Latina.
La política de America first, de la administración de Trump, en América Latina ya se había centrado en reducir los flujos de migrantes irregulares desde México y Centroamérica, así como en frenar la importación de drogas. Como medio para lograr sus objetivos, los países solían ser amenazados con consecuencias económicamente tangibles si no cooperaban según la línea dura estadounidense. Se redujeron masivamente las ayudas financieras a los países y se forzaron los acuerdos con terceros países y los consiguientes traslados de migrantes desde Estados Unidos a sus países de origen.
Una política de sanciones máximas se dirigió al cambio de régimen en Venezuela, Cuba y Nicaragua, y una aplicación de la doctrina Monroe adaptada a las circunstancias se utilizó como base para una política inequívoca hacia el nuevo rival: China. Esto también iba a repercutir en los Estados latinoamericanos en su relación con el Reino del Medio.
Aparte de estos momentos de influencia política estratégicos e impulsados por intereses, a Trump le importaban muy poco los asuntos de América Latina. La política latinoamericana de Estados Unidos siguió el principio de negligencia benigna, lo que quedó claro para los homólogos latinoamericanos de Trump, por ejemplo, por su ausencia en la última Cumbre de las Américas.
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No se vislumbró una estrategia que abarcara a toda América Latina. En cambio, hubo intervenciones esporádicas en países y regiones de particular importancia desde la perspectiva de los asuntos internos de Estados Unidos.
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El presidente Joe Biden, por el contrario, está dispuesto a adoptar un enfoque diferente para abordar los desafíos persistentes que enfrenta la política de Estados Unidos hacia América Latina, para restaurar su credibilidad y su antigua pretensión de liderazgo en la región.
Los puntos centrales de su agenda política son la migración irregular y el narcotráfico transnacional, la relación con los regímenes autoritarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y la creciente inestabilidad institucional de países centroamericanos, como El Salvador, Honduras y Guatemala. A esto se suma el cambio climático, que se está volviendo cada vez más notorio en la región, y lo que se percibe cada vez más como una amenaza: la influencia de China sobre socios democráticos que otrora fueron confiables en el hemisferio occidental.
Con la Cumbre por la Democracia y la Cumbre por el Clima, organizadas el año pasado, Biden envió dos señales justo al comienzo de su mandato: quería trabajar junto con personas de ideas afines en la región contra las fuerzas autoritarias y quería combatir las causas del cambio climático y sus diversos efectos.
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En ese sentido, la Cumbre de las Américas, que ahora organiza EE. UU. en Los Ángeles, no es solamente una oportunidad para enmendar la relación con los países de América Latina que había sido dañada por la era Trump. Con miras a las próximas Midterms, las importantes elecciones de medio término del período de gobierno, Biden también se preocupará por convencer a los Estados participantes de un acuerdo regional significativo para combatir la migración irregular y los desafíos de política de seguridad asociados.
Amenazas
Sin embargo, el tiro amenaza ahora con salir por la culata y convertir a la Cumbre en un desastre para los estadounidenses, después de que tanto los presidentes de México y Bolivia, como algunos países del Caribe, pusieran en duda su participación en caso de que no fueran invitados Venezuela, Nicaragua y Cuba. Estas dictaduras tampoco habían sido invitadas a la última Cumbre por la Democracia organizada por el gobierno de Estados Unidos.
Una cumbre tan boicoteada alimentaría conflictos ideológicos en el continente y dificultaría alcanzar un tan necesario acuerdo migratorio sostenible y, en lo que respecta a Brasil, el avance de una política amazónica coordinada a escala regional. Además, socavaría la iniciativa de EE. UU. de fortalecer la cooperación con los Estados latinoamericanos y, por lo tanto, también para hacer retroceder la creciente influencia china y parcialmente rusa.
Panorama
Un buen año y medio después de asumir el cargo, la promesa de Biden de trabajar por la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho con el apoyo de la cooperación internacional y regional, así com la formación de alianzas puede evaluarse de dos maneras. Por un lado, los gobiernos de Biden y Harris han logrado marcar un nuevo tono de asociación con muchos países latinoamericanos, derribando gradualmente los muros construidos por Trump e impulsando una nueva estrategia de cooperación entre socios. No obstante, el gobierno no está cumpliendo en gran medida sus promesas electorales.
La implementación de la estrategia de América Latina hasta el momento no puede describirse de ninguna manera como un claro cambio de tendencia de la era Trump y sus duras prácticas. No es especialmente innovadora ni ha hecho ningún progreso esencial en la lucha contra el crimen organizado, la migración irregular o el cambio climático.
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Los actores internacionales, sobre todo China, observarán de cerca si Estados Unidos logrará enviar la señal que Biden aspira para la cooperación regional en relación con importantes desafíos comunes, como la migración, el cambio climático y la seguridad (energética), o si la Cumbre alejará aún más a los países latinoamericanos de Estados Unidos y, por lo tanto, ofrecerá una oportunidad para desafiar a Estados Unidos en su propio patio trasero.
Versión abreviada del artículo original, publicado en el sitio web de la KAS, en idioma alemán. Traducción de Manfred Steffen, oficina KAS Montevideo
*Jan Woischnik es Jefe del departamento de América Latina de la Fundación Konrad Adenauer. Abogado y doctor en Derecho.
*Johannes Hügel es Coordinador de la Fundación Konrad Adenauer para Perú, el Programa Regional Seguridad Energética y Cambio Climático en América Latina, cuestiones especiales y transversales.
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