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De la novena Cumbre de las Américas, que comenzará este lunes en Los Ángeles (Estados Unidos), se espera que temas como la crisis climática, las consecuencias de la pandemia y de la guerra en Ucrania, así como la migración, sean centrales en la agenda. Sin embargo, el evento, cuya organización por segunda vez desde 1994 (año en que se llevó a cabo la primera cumbre) está a cargo de la Casa Blanca, “ha estado virando hacia un horizonte donde lo importante no será hablar sobre esas políticas, sino sobre los procesos de exclusión que ha venido desarrollando Estados Unidos. Sin que haya comenzado, ya se sabe que se va a hablar sobre ese tema”, opina Danny Ramírez, politólogo y catedrático de la Universidad del Rosario.
En efecto, la no invitación de Cuba, Nicaragua y Venezuela ha acaparado la atención en la antesala de la cumbre, que tendrá lugar entre el 6 y 11 de junio. Según han explicado funcionarios de Washington, Estados Unidos considera que las elecciones de los mandatarios de esos países fueron ilegítimas y, como dijo Brian Nichols, jefe de la diplomacia estadounidense para el continente, en una entrevista con el medio NTN24, son naciones que “no respetan la Carta Democrática de las Américas”. La actitud de la Casa Blanca ha sido rechazada por varios países, entre esos México. Su presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), advirtió desde hace varias semanas que si Estados Unidos “persistía” en sus intentos de exclusión, no iría personalmente al encuentro.
Entre los que han rechazado la marginación de los tres países en cuestión están también Bolivia, Honduras, Chile y Argentina. Uno de los últimos en confirmar su asistencia fue el presidente de este último, Alberto Fernández. Sin embargo, además de AMLO, otros como Alejandro Giammattei, presidente de Guatemala, ya habían anunciado que no acudirían a la cita regional, pero, en este caso, por otra razón: el mandatario guatemalteco se anticipó diciendo que “de todas formas no iría” luego de que Washington criticara la designación por cuatro años más de la fiscal general del país centroamericano, Consuelo Porras, incluida en una lista de “agentes corruptos” del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Lista inconclusa
A mediados de la semana que termina, funcionarios de la Casa Blanca confirmaron en una llamada con periodistas que la lista de invitados a la cumbre, faltando cuatro días para su inicio, aún no había sido cerrada. “Todavía tenemos algunas consideraciones finales”, dijo Juan González, principal asesor de la Casa Blanca para las Américas. “Lo que ha hecho esta administración, ya sea sobre este tema o sobre cualquiera, es tratar a los países de la región como nuestros socios, cuyas opiniones debemos tener muy en cuenta. Ciertamente con México y con otros que han expresado una opinión, hemos tratado de entablar una conversación y hemos sido muy respetuosos con las diferentes perspectivas. En última instancia, como prerrogativa del anfitrión, tomaremos la decisión final y la anunciaremos”, afirmó. El funcionario agregó que AMLO había solicitado que Cuba fuera invitada.
En este punto no sobra recordar que la isla, hace apenas poco más de una semana, fue anfitriona de una sorpresiva reunión de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, conformada por Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas), bloque que surgió en 2004 por iniciativa de Hugo Chávez y Fidel Castro. El escenario de La Habana, el pasado 27 de mayo, sirvió para rechazar la exclusión de la Cumbre de las Américas y tildar a Estados Unidos de ser el antidemocrático en esta historia. “Ni política ni moralmente les corresponde tal derecho” de decidir a quién se invita o no a la cumbre, dijo el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel.
Si algo ha quedado claro para gran parte de la opinión pública, es que Washington ha vacilado y no ha ejercido el liderazgo firme que pretendía proyectar con la organización del encuentro. “Era una forma de demostrar su influencia en la región, pero lo que resulta es un desaguisado, convirtiéndose en un problema de relaciones públicas más y mostrando su debilitada posición frente a la región (…) Que los países se manifestaran en contra de estos vetos hace unos años era impensable, también que hubiera cumbres paralelas como la del ALBA”, agregó Ramírez, para quien esos quiebres tienen relación con el cambio de enfoque de la política exterior de Estados Unidos en los últimos años: pasó de tener “un control férreo” en las políticas internas latinoamericanas en la segunda mitad del siglo XX a concentrarse en la lucha contra el terrorismo en el siglo XXI, señaló el académico.
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¿Invitar o no invitar?
Viene al caso, de nuevo, lo que señaló Beatriz Miranda, profesora de la Universidad Externado, en una columna reciente en este diario, acerca de lo que el escenario demuestra: “Que América ya no es la misma, que la influencia regional de Estados Unidos se ha disminuido y que la crisis de la democracia en el continente, así como en otras partes del mundo, es una realidad desde Estados Unidos hasta la Patagonia”. Miranda, en ese momento, se refería a la flexibilización de sanciones petroleras contra Venezuela por parte de Estados Unidos, una decisión que fue leída como estrategia para “ablandar” los ánimos en vísperas de la cumbre. Al respecto, Ramírez señaló la contradicción que Estados Unidos parece estar proyectando: Venezuela es “bueno” para aflojar sanciones, con el interés económico occidental que hay detrás en medio de la coyuntura geopolítica actual, pero no para invitarlo a la cita de las Américas…
Para el experto en derecho internacional Enrique Prieto, también de la Universidad del Rosario, “Estados Unidos, en el escenario geopolítico actual (léase guerra en Ucrania), debe recuperar a sus aliados en el ‘patio trasero’”, por lo que entra con una “gran presión”. Agregó que Washington “está entre la espada y la pared”, pues a la luz de sus enfrentamientos con China y Rusia (cuya influencia en América Latina ha sido creciente), lo más coherente sería no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela, que, además, son aliados regionales de estas otras potencias; sin embargo, si no se convoca a los tres países en cuestión, se alienta el “boicot” regional a la organización del evento y se crea un malestar con vecinos tan importantes como México. “Es un escenario difícil, con impacto geopolítico y estratégico para Estados Unidos, que requiere habilidad diplomática”, según Prieto.
Añadió que la mejor solución, para él, sería invitar a los hoy excluidos, bajo la premisa de que dialogando se puede avanzar. Pone como ejemplo la estrategia del “cerco diplomático” contra el gobierno de Venezuela: “Aislar no genera nada, así no van a sacar a (Daniel) Ortega ni a (Nicolás) Maduro, no ha servido (…) pero el diálogo sí permite generar cambios”. En contraste, hay quienes, como Detlef Nolte, politólogo e investigador asociado del German Institute of Global and Area Studies, creen que “muchos gobiernos latinoamericanos parecen dispuestos a sacrificar los principios democráticos en el altar de una malentendida hermandad y solidaridad latinoamericana. Lo que se defiende no es la soberanía de los pueblos, sino la soberanía de los gobiernos, o más precisamente la de los presidentes, para poder restringir la democracia en sus países y oprimir a los opositores políticos”, como escribió para el medio Latinoamérica 21.
¿Por qué importan las cumbres?
Nolte recuerda: “Originalmente, se suponía que (las Cumbres de las Américas) debían apoyar el proceso de creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), y más tarde se sumaron el fortalecimiento y la consolidación de la democracia en la región. Sin embargo, el ALCA murió hace mucho tiempo y cada vez menos gobiernos en la región parecen interesados en defender la democracia”. El autor se cuestiona si “vale la pena que tres regímenes desgastados y dictatoriales sean el centro de una cuestión de principios. Poco se habla del contenido de la cumbre”, cuya primera edición fue inaugurada en Miami, Florida, hace 28 años.
Para Ramírez, las cumbres son “procesos a donde los países asisten para generar consensos frente a políticas y temas comunes, como las agendas ambientales, seguridad regional, entre otros”. Prieto, por su lado, destaca la importancia de un espacio como este en medio de la crisis desatada por la pandemia. “Cobra una importancia mayor porque se debatirán temas económicos pospandemia, como la inflación”. En otras palabras, es un punto de encuentro en donde es posible “medirles el aceite” a potencias como Estados Unidos y Canadá respecto a “cuál será la aproximación económica (en medio de la crisis), si nos toca buscar formas alternativas con otros países con miras a recuperar la economía pospandemia y hacer frente a la inflación”.
Sin mencionar la posibilidad de llegar a consensos sobre el principal problema geopolítico para Occidente en este momento: la guerra en Ucrania. En cuestiones más locales, Prieto resalta que habría sido una buena oportunidad para llegar a establecer canales de comunicación entre Colombia y Venezuela. En todo caso, el encuentro regional se alista para su inauguración, en tanto que muchos, como Ramírez, están seguros de que lo que los no invitados tengan por decir probablemente atraerá más atención que las discusiones propias del evento. Esto, sin duda, terminaría por debilitar la ocasión.
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