La disputa territorial entre Belice y Guatemala: una preocupación en la región
Aunque las posibilidades de que se produzcan enfrentamientos militares entre los dos países parecen remotas, las autoridades beliceñas están preocupadas por las actividades ilícitas en la zona en disputa.
Simon Romero y Alejandro Cegarra | The New York Times
El barco se abrió paso entre los manglares, un enmarañado laberinto de ramas cubiertas de espinas que cobijaban jaguares y ruidosos monos aulladores. Las señales de nuestros GPS señalaban que estábamos en Belice, el país centroamericano de habla inglesa donde piratas británicos se instalaron hace siglos.
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El barco se abrió paso entre los manglares, un enmarañado laberinto de ramas cubiertas de espinas que cobijaban jaguares y ruidosos monos aulladores. Las señales de nuestros GPS señalaban que estábamos en Belice, el país centroamericano de habla inglesa donde piratas británicos se instalaron hace siglos.
Pero algunos miembros del ejército guatemalteco, vestidos con camuflaje y boinas, nos vieron. Se acercaron en su propia embarcación, empuñaron fusiles y acercaron los dedos índices a los gatillos.
“¡Acaban de entrar en aguas guatemaltecas!”, gritó uno de ellos cuando estaban a pocos metros. “Les pedimos que se dirijan hacia la comandancia guatemalteca más cercana”.
Wil Maheia, el líder del grupo beliceño con el que estábamos, respondió a gritos: “¡No, ustedes están invadiendo aguas beliceñas! Si nos detienen, será un secuestro”.
El episodio puso al descubierto un conflicto político latente en uno de los rincones más volátiles de Centroamérica, en el que Belice, el país menos poblado de Centroamérica, con solo medio millón de habitantes, se enfrenta a Guatemala, el gigante de la región, con 18 millones de habitantes.
La disputa territorial no resuelta —una de las más antiguas de América— ha recrudecido las tensiones en el refugio de contrabandistas que ha surgido en torno a la disputada frontera entre los dos países, elevando temores de una mayor inestabilidad en una región ya marcada por las guerras del narcotráfico y el éxodo de emigrantes a Estados Unidos.
El enfrentamiento de aquel caluroso día de febrero en un remoto tramo del río Sarstoon duró solo unos minutos. Miembros de las fuerzas navales del ejército guatemalteco, armados hasta los dientes, y los desarmados Voluntarios Territoriales de Belice (Belizean Territorial Volunteers), un grupo que reivindica la soberanía en zonas en disputa, se lanzaron acusaciones mutuamente antes de que el piloto de nuestra embarcación registrada en Belice diera media vuelta y se alejara a toda velocidad.
Ambos países llevan años intentando resolver el conflicto en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Pero como no se espera una sentencia definitiva hasta el año que viene, o posiblemente más tarde, la sensación de malestar es mayor en Belice, que se enfrenta a la posibilidad de perder una parte de su propio territorio a manos de un vecino mucho más grande. Guatemala, por el contrario, se limita a perder una reclamación sobre un territorio que no ocupa de forma oficial.
Aunque las posibilidades de que se produzcan enfrentamientos militares entre los dos países parecen remotas, las autoridades beliceñas están preocupadas por las actividades ilícitas en la zona en disputa, como la pesca ilegal, la migración no autorizada, el cultivo de coca, la planta utilizada para fabricar cocaína, y las incursiones desde Guatemala que alimentan un incremento de la deforestación.
Por si estos problemas no fueran suficientes, hay otro: la presión de los propios ciudadanos de Belice para que se adopte una postura más firme en el conflicto.
Harto de lo que consideraba la inacción de su propio gobierno en relación con las repetidas incursiones guatemaltecas en territorio beliceño, Maheia, un conservacionista, formó su propio grupo improvisado de voluntarios hace más de una década, con el objetivo de hacer valer la soberanía de Belice en zonas reclamadas por ambos países.
“Nuestros dirigentes han dejado de defendernos”, dijo Maheia, de 62 años. “Pensé: ‘Este es mi país y voy a hacer algo para protegerlo’”.
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Cada pocos meses toman una embarcación hacia el extremo sur de Belice, a lo largo del río Sarstoon, y plantan la bandera beliceña entre los manglares. Tras grabarse repetidamente mientras lo hacían enfrentándose al acoso verbal de los soldados guatemaltecos, la estrategia dio resultados: el gobierno de Belice volvió a desplegar soldados el año pasado en un puesto militar abandonado en la desembocadura del río.
Sin embargo, los soldados guatemaltecos simplemente retiran las banderas beliceñas, lo que alimenta la indignación en todo Belice. Audrey Matura, destacada abogada y activista beliceña, se grabó a sí misma escupiendo la bandera guatemalteca en un lujoso hotel de Ciudad de Belice.
El incidente apareció en los noticiarios nacionales de Belice, y Matura se negó a disculparse.
La disputa también está provocando tensiones en la política beliceña. Shyne Barrow, líder de la oposición beliceña, cuestionó recientemente por qué Belice debía desplegar soldados para una fuerza de seguridad propuesta y dirigida por Kenia, en Haití, país asolado por la crisis, cuando la disputa con Guatemala sigue lejos de resolverse.
“¿Quieres ir a Haití mientras en el Sarstoon las fuerzas armadas guatemaltecas están socavando nuestra soberanía?”, declaró Barrow a los periodistas. También argumentó que las tensiones con Guatemala demostraban por qué Belice necesita aumentar el tamaño de sus fuerzas armadas.
El ejército de Belice solo cuenta con unos 2000 efectivos en comparación con Guatemala, que cuenta con más de 20.000.
A pesar de esa falta de paridad, un importante cambio político en Guatemala —la elección de Bernardo Arévalo, el dirigente más progresista de Guatemala en décadas— suscitó esperanzas en Belice de que la postura de Guatemala ante el conflicto pueda finalmente suavizarse. El primer ministro de Belice, John Briceño, asistió incluso a la toma de posesión de enero en una muestra de buena voluntad.
Pero Carlos Ramiro Martínez Alvarado, ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, dejó claro que el gobierno de Arévalo seguiría adelante con su reclamación del territorio beliceño.
“Es una posición de Estado, no de gobierno”, declaró Martínez Alvarado a The New York Times en una entrevista. Yendo más allá, mientras trazaba un contraste con las fronteras establecidas de Guatemala con México, El Salvador y Honduras, dijo que “no hay frontera” con Belice.
La disputa también está centrando la atención en otras diferencias cruciales entre los dos países. Belice. Con bosques que cubren aproximadamente el 55 por ciento de su superficie terrestre, Belice sigue siendo uno de los países menos densamente poblados de América Latina, con solo 18 habitantes por kilómetro cuadrado, según la ONU.
Guatemala, aunque tiene una superficie más de cuatro veces mayor que Belice, también está mucho más densamente poblada, con unas 160 personas por kilómetro cuadrado. Las capitales de ambos países muestran este desequilibrio: las calles anárquicas y atascadas de tráfico de Ciudad de Guatemala rebosan de actividad, mientras que Belmopán, una ciudad planificada construida por los británicos en la década de 1960 con menos de 30.000 habitantes, tiene el aspecto de un pequeño pueblo aburrido.
Tales desequilibrios, y los indicios de que la deforestación y la sobreexplotación están degradando la base de recursos naturales de Guatemala, hacen temer que más guatemaltecos, que ya representan el grueso de los migrantes en Belice, puedan cruzar al país independientemente de la decisión de la corte de La Haya en la disputa.
“La gente buscará algún lugar al cual irse”, dijo Christopher De Shield, profesor de literatura de la Universidad de Belice. “Estamos justo al lado”.
El recelo de los beliceños hacia su vecino mayor se remonta a hace más de dos siglos, cuando los países centroamericanos se independizaron de España. Los bucaneros y leñadores de habla inglesa habían establecido su presencia en el asentamiento británico de la bahía de Honduras, como se conocía entonces a Belice.
Guatemala sostenía que había heredado las posesiones españolas de la zona, lo que ponía en duda la soberanía del asentamiento. En 1939, Guatemala se retiró de un tratado fronterizo para la zona que había firmado con el Reino Unido, y avanzó de manera agresiva en su reclamación, incluyendo la elaboración de planes para invadir Belice en la década de 1970, concentrando tanques y soldados a lo largo de la frontera.
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Incluso después de que Belice obtuviera la plena independencia en 1981, la disputa continuó. Guatemala se negó a reconocer al nuevo país y, cuando lo hizo una década después, nunca retiró su reclamación. Hace poco, en 2021, el gobierno de Guatemala dejó claro que los mapas del país debían incluir a Belice, o lo que denomina “territorio administrado por el gobierno de Belice”.
“Los guatemaltecos han sido educados con la creencia de que parte de su país fue robado por los británicos”, dijo Victor Bulmer-Thomas, académico de la historia latinoamericana que sigue de cerca el conflicto. “Como nunca se ha dado ninguna compensación, muchos guatemaltecos tienen una sensación de injusticia”.
Actualmente se cree que Guatemala reclama más de la mitad del territorio de Belice, aunque el ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, Martínez Alvarado, dijo que los detalles precisos de la reclamación son secretos. A medida que la disputa se alarga, va sembrando la confusión.
Raquel Rodríguez, propietaria de una escuela de arte en Belmopán, dijo que cuando vivió en Guatemala durante varios años, quedó atónita al conocer a personas que se referían a Belice como el “Departamento 23″.
“Pensaba: ‘¿De qué demonios estás hablando?’”, contó Rodríguez, de 45 años.
Sin embargo, añadió que el mismo tipo de hostilidad hacia Guatemala existe en Belice. Estos días, por ejemplo, dijo que la llaman “traidora” cuando publica algo positivo sobre Guatemala en Facebook.
“Ambas partes pueden ser irracionales en este tema”, dijo Rodríguez.
Aun así, es posible que el conflicto no tenga en Guatemala la tracción política que tuvo en el pasado.
“Hoy la gente habla más de la lucha contra la corrupción, seguridad ciudadana, infraestructura”, dijo Roberto Wagner, consultor y analista político en Ciudad de Guatemala. Pero aunque el conflicto “ha dejado de ser una prioridad nacional”, eso no significa que esté a punto de desvanecerse en el ocaso, añadió.
“Dejar el tema es una señal de debilidad”, dijo Wagner. “Quien quiera lo hubiera hecho se lleva la cruz de que la opinión pública diga: ‘Ese fue el que regaló o entregó Belice’”.
Jody García colaboró con este reportaje desde Ciudad de Guatemala.
Simon Romero es corresponsal en la Ciudad de México, y cubre México, Centroamérica y el Caribe. Se ha desempeñado como jefe del buró de The Times en Brasil, jefe del buró andino y corresponsal internacional de energía. Más de Simon Romero
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