Magnicidio en Haití: ¿qué queda tras dos años del asesinato del presidente Moïse?
El país, a merced del crimen organizado, está sumido en una crisis institucional y humanitaria sin ver una salida a corto plazo. ¿Qué tan factible es una intervención internacional? Es la petición de la ONU.
Hugo Santiago Caro
Este viernes se cumple el segundo aniversario del magnicidio de Jovenel Moïse, el último presidente haitiano electo por voluntad popular, cuyo asesinato fue el último empujón en una espiral que parece no tener retorno y dejó al descubierto un país con una institucionalidad completamente hueca e inexistente.
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Este viernes se cumple el segundo aniversario del magnicidio de Jovenel Moïse, el último presidente haitiano electo por voluntad popular, cuyo asesinato fue el último empujón en una espiral que parece no tener retorno y dejó al descubierto un país con una institucionalidad completamente hueca e inexistente.
Según explica Miguel Gomis, profesor de la Universidad Javeriana, el momento actual del país es un reflejo de un Estado fallido cuyo intento de construir una democracia en los últimos 30 años, después de varios períodos dictatoriales, recibió una estocada con el terremoto que los devastó en 2010. “Lo que apareció fue una institucionalidad derivada o delegada en instituciones privadas o en ejes también privados. Entonces, a pesar de los esfuerzos de los bancos multilaterales, entre ellos, por ejemplo, el BID, la fortaleza administrativa del Estado no ha logrado recuperarse”, cuenta el experto.
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Cabe resaltar en este punto que antes de incursionar en la política, en 2015, el presidente asesinado se hizo un nombre en el sector privado, siendo bastante activo en sectores energéticos y agrícolas, llegando a ser presidente de la Cámara de Comercio de Haití. Ariel Henry, quien fuera primer ministro de Moïse, ha ocupado interinamente la presidencia desde los hechos. Sin embargo, difícilmente goza de gobernabilidad en una nación que no tiene cortes ni parlamento. Sus edificios yacen destruidos por una escalada de violencia en la que el control del país ha caído en manos de las bandas criminales. El abandono de estos edificios es el fiel reflejo de la situación en la que viven los más de 11 millones de habitantes del Estado.
“Los ciudadanos se sienten muy solos debido a las enormes necesidades que existen aquí en Haití. Aún hay personas desplazadas desde el terremoto de 2010 en Puerto Príncipe. Nos dicen todos los días que se sienten un poco abandonados por la ayuda internacional, así que es más importante seguir apoyándolos. Hay algunas organizaciones que trabajan aquí, especialmente las locales, que intentan hacer lo mejor que pueden. Sin duda, hay algunos impactos y pequeñas fundaciones que gestionan algunos hospitales y obtienen buenos resultados. Sin embargo, somos solo unas gotas en el océano de las necesidades de los haitianos”, relata Michel Trainiti, jefe de misión en Puerto Príncipe de Médicos sin Fronteras (MSF).
Esta última es una de las organizaciones que pueden gozar de cierta neutralidad, aunque esta se diluye en parte debido al tradicional conflicto entre pandillas, o “gangas” como se les llama, que disputan el control de las barriadas en Puerto Príncipe, la capital.
La intensificación de este conflicto, la desaparición de Moïse como figura de autoridad con aceptación en el pueblo, sumada a la profunda crisis económica mencionada por Gomis han provocado la diáspora de una clase media y obrera que era la que impulsaba los restos de la industria que aún funcionaba en Haití. “Es un grupo social que sí tenía capacidad administrativa en el ámbito económico, pero las bandas que dominan el territorio impiden que la economía funcione realmente. Lo poco que está funcionando en Haití hoy es el Banco Central, pero incluso los ministerios y las oficinas más básicas tienen problemas para funcionar, y la Policía Nacional haitiana está desbordada y casi no tiene capacidad para controlar el territorio, especialmente en la capital. En otras palabras, estamos ante una relación directa entre incapacidad democrática e incapacidad administrativa”, explica Gomis.
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Las empresas que aún quedaban en Haití han ido abandonando poco a poco el país, incluidas aquellas encargadas de proporcionar servicios básicos. En 2022, se retiró del país la empresa de acueducto, dejando a gran parte de la población sin acceso al agua potable.
Trainiti explica que, como resultado de este corte abrupto de servicios, han tenido que atender oleadas de brotes de cólera y otras enfermedades similares, lo que dificulta aún más la prestación de servicios y se suma a las víctimas de violencia por parte de los actores armados. En 2022, se reportaron 2.200 fallecimientos debido a la violencia. El número de mujeres asesinadas aumentó un 75 %, pasando de 93 a 163 en comparación con 2021. En 2023, la situación podría empeorar. En abril, el incremento de la violencia de las pandillas resultó en la muerte de más de 600 personas y se documentaron cerca de 400 casos de secuestro en los primeros tres meses del año, un 72 % más que en 2022. Estos datos fueron recogidos por International Crisis Group de informes de Naciones Unidas y el Centro de Análisis e Investigación en Derechos Humanos (CARDH).
“Desafortunadamente, el problema de las violaciones y la violencia de género es un problema histórico en Haití, no es algo nuevo, pero hemos notado un gran aumento de casos en los últimos meses, y también hemos notado que mientras que el año pasado los violadores eran principalmente personas dentro de la familia, hoy la mayoría de los violadores vienen de fuera de la familia. Esto es algo que claramente nos preocupa mucho”, cuenta Trainiti sobre la creciente problemática.
En relación con esto, El País informa que Mikanó, líder de una de las agrupaciones criminales que disputa el territorio, es infame por supuestamente haber violado a todas las adolescentes del barrio que controla, exigiéndoles a todas perder la virginidad con él. A merced de mercenarios, sin un gobierno legítimo, instituciones que los protejan ni posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas, Haití y los habitantes que no tienen los recursos para abandonar el país siguen cayendo en una situación que no parece tener límite.
En la víspera del aniversario del magnicidio de Moïse, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, clamó por una intervención internacional que ayude a enfrentar un Estado fallido.
“Reitero mi llamamiento a todos los socios para que aumenten su apoyo a la Policía Nacional, ya sea mediante financiación, formación o equipamiento”, exhortó, al tiempo que se necesita una solución política a la crisis: “Solo a través de un diálogo nacional inclusivo, con la plena participación de mujeres y jóvenes, se podrá poner fin a la inseguridad y encontrar soluciones políticas duraderas”. Sin embargo, Gomis cuestiona si el sector internacional tiene un interés real en intervenir en Haití, considerando que existe la posibilidad de dar legitimidad a un gobierno encabezado por Henry, que no fue elegido por el pueblo y carece de legitimidad real. “Lo que se propone no funciona y no se sabe realmente qué se podría hacer. Además, también es costoso en términos de tiempo, ya que uno sabe cuándo podría llegar al país, pero no sabe cuándo podría salir. Es un poco lo que sucedió en Afganistán. Estados Unidos estuvo mucho tiempo en Afganistán, pero al final dejó al país en la misma situación en la que se encontraba cuando llegó; es decir, con los talibanes en el poder”, argumenta.
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Cabe destacar que la comunidad internacional sigue centrada en la invasión de Rusia a Ucrania, y la mayoría de los recursos se han destinado a ayudar en la contraofensiva en los últimos meses. Trainiti considera que la posibilidad de una intervención internacional, como lo pide la ONU, podría poner en peligro la neutralidad de organizaciones como la suya, ya que muchas tienen amplias relaciones con las Naciones Unidas. Después de todo, es gracias a esa neutralidad que pueden brindar los servicios de atención actualmente. Gomis afirma que la falta de intervención hasta ahora puede deberse a la reflexión de las grandes potencias de que los intentos de imponer seguridad y forzar la gestación de órdenes democráticas no son una solución efectiva al 100 %.
“La única solución real en Haití es buscar una situación intermedia o una que involucre la ayuda de actores no tradicionales. En otras palabras, Somalia es un ejemplo de un Estado fallido que ha mantenido cierta estabilidad a pesar de su debilidad institucional, pero que aún lucha por avanzar. Sin embargo, este equilibrio no necesariamente representa un costo elevado para los países occidentales a nivel internacional. Haití podría considerar buscar ayuda de otros países, como China, que buscan demostrar una postura contrahegemónica a nivel mundial. Es posible que otros países también tengan interés en mostrar que sus sistemas pueden ser efectivos. En resumen, la comunidad internacional no tiene una clara estrategia sobre cómo intervenir en Haití y ha perdido su interés en hacerlo”, concluye.
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