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La falta de libertades, el gran problema

La isla no es el paraíso soñado que muchos pintan: el gobierno no acepta ideas distintas.

Amir Valle* / Especial para El Espectador
25 de enero de 2009 - 10:00 p. m.
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Pero si Cuba fuera ese paraíso que por esos mundos algunos soñadores pintan, quedaría entonces la gran pregunta: ¿por qué un gobierno que supuestamente debe defender los derechos de su pueblo, los viola convirtiendo a miles y miles de cubanos en “enemigos” por el simple hecho de querer participar con ideas distintas en la construcción de ese mundo mejor?

Voy a hablar de cosas simples que nos afectan a los cubanos. Y voy a hacerlo, como escribí hace unos meses, soñando la Cuba que yo quisiera, que es, casualmente, la Cuba por la cual lucharon contra Batista todos los miembros de mi familia hace 50 años. Una Cuba donde negarse a votar en las elecciones sea un derecho y no una marca política en contra del individuo, y donde no se escuche la voz de un solo partido, sino de todos aquellos partidos que deseen constituir los ciudadanos cubanos, en igualdad de condiciones y mediante la conciencia de que todos los cubanos tenemos igual responsabilidad con la Patria, sea cual sea nuestro credo o tendencia política.

Una Cuba en la cual se pueda crear o pertenecer a cualquier organización independiente de carácter nacional o internacional, sin que ello convierta a la persona en un enemigo o un apestado social; y donde no ocurra como hasta hoy, cuando sólo se puede pertenecer al sindicato único, al partido único, a la organización juvenil única y a las organizaciones de masas únicas, todas regidas por el Partido Comunista.

Una Cuba donde los cubanos puedan elegir y decidir si desean participar en manifestaciones o demostraciones políticas, sin que ello signifique que se les catalogue de disidentes, gusanos, desafectos al régimen, etc., y que tampoco ello conlleve, como hoy, la pérdida de oportunidades laborales y de promoción social.

Una Cuba donde se pueda criticar, o simplemente cuestionar las leyes del régimen, la gestión de los políticos y funcionarios del Estado, sin que ello convierta a nadie en “enemigo del proceso”; donde los funcionarios políticos puedan ser removidos a petición directa del pueblo si se demuestra públicamente su ineficacia o corrupción, y donde la impunidad por trayectoria política no sea una regularidad, como lo es hoy.

Una Cuba donde cada ciudadano tenga el derecho a no participar en las actividades y movilizaciones de organizaciones que limitan (y en algunos casos atentan contra) los derechos sociales y libertades individuales de los cubanos, como sucede hoy con las Milicias de Tropas Territoriales, los Comités de Defensa de la Revolución, las Brigadas de Respuesta Rápida y otras organizaciones que operan realmente como instrumentos represivos y de control ciudadano dentro de los márgenes políticos establecidos. Una Cuba donde el ocultismo de los errores, el triunfalismo, la falta de información no sean estructuras de control político del pueblo.

Una Cuba donde las imprentas y medios de comunicación no sean monopolio del Estado y donde cualquier ciudadano que lo quiera y necesite pueda publicar por su cuenta en los medios establecidos, o en medios propios, cualquier artículo, trabajo, ensayo, sin sufrir las actuales censuras por parte de los miembros del Partido Comunista y otros organismos censores.

Una Cuba donde poseer un fax, una computadora personal, una antena parabólica o de satélite no sea considerado posesión ilícita, ni sea un privilegio de funcionarios y profesionales del gobierno o de entidades turísticas y de atención a extranjeros de visita en la isla. Una Cuba donde se tenga el derecho de acceder libremente a la internet, y que ésta no sea controlada y vigilada por la Seguridad del Estado, como lo es hasta hoy.

Una Cuba donde existan diversos tipos de enseñanza y no exclusivamente la patrocinada por el Estado, de modo que los padres puedan escoger libremente el tipo de estudios que sus hijos deben recibir, y que no se vean, como hasta hoy, obligados a mandar a sus hijos a instituciones transformadas realmente en centros de adoctrinamiento comunista, donde se les enseña, sí, pero sólo desde una sola perspectiva ideológica politizada.


Una Cuba donde exista una real libertad de cultos y donde no se sigan estableciendo, como hasta hoy, mediante la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista, limitaciones para la difusión del evangelio cristiano y de otros credos, privilegiando con una mayor tolerancia y menos presiones burocráticas a aquellas prácticas y grupos religiosos que apoyan la política oficial. Y donde, además, se permita el acceso libre a la prensa escrita, radial o televisiva a los mensajes de carácter religioso, así como el establecimiento y empleo libre de medios de comunicación masiva financiados por cualquiera de estas entidades religiosas.

Una Cuba donde no sea delito escuchar y ver emisoras de radio y televisión privada e independiente; donde no existan regulaciones que prohíban a los cubanos recibir publicaciones del extranjero o visitantes extranjeros considerados “conflictivos” por quienes detentan el poder político, y donde no se procesen judicialmente a los cubanos por establecer comunicación y colaboración con periodistas extranjeros, sin previa autorización del gobierno.

Una Cuba donde se aproveche en toda la extensión de la palabra “aprovechar” el alto nivel cultural creado en estos años, sin que existan autores y libros prohibidos y sin que se mantenga una división entre la cultura cubana que se hace en la isla con la cultura cubana que hacen los emigrados cubanos en otras partes del mundo, estableciendo un puente que fortalezca la cultura nacional. 

Una Cuba donde se pueda elegir libremente, de acuerdo con el talento y el resultado de sus estudios, la carrera que se desea estudiar, sin que primen factores ideológicos en la selección, eliminando consignas discriminatorias como “La Universidad es para los revolucionarios”.

Una Cuba donde el poder político controlado por un partido único no sea el único empleador y donde no se condicione la ocupación de plazas de trabajo existentes a la fidelidad a los principios establecidos por quienes detentan ese poder.

Una Cuba donde se pueda buscar contactos comerciales, gestionar empleo y brindar servicios en las compañías extranjeras establecidas en la isla, negociando directamente con los directivos de esas compañías y no, como es hoy, a través de la única empresa contratista del Estado, que impone a la selección reglas como la que dice que “los trabajadores del Turismo deben ser revolucionarios íntegros”.

Una Cuba donde se acepte la propiedad privada y se den facilidades para la creatividad económica personal del pueblo, convirtiendo a la pequeña empresa en un mecanismo esencial de la economía, sin que se les vea como a “competidores del Estado”, ni que por su prosperidad sean catalogados de “nuevos ricos”, “macetas”, “embriones de capitalistas”, ni ninguna otra etiqueta denigradora.

Una Cuba donde los trabajadores puedan, libremente, fundar o pertenecer a un sindicato independiente, y donde las huelgas y protestas por aumento de salarios o condiciones de trabajo no sean calificadas como “delitos contra los poderes del Estado”, como sucede hoy.

Una Cuba donde, aún cuando se establezcan regulaciones necesarias para la ecología y el control económico, fiscal y de sanidad, se pueda pescar en las costas sin que ello constituya delito, y se creen las condiciones que permitan el fomento de la pesca comercial independiente, como un modo viable de facilitar el acceso de la población a un alimento como el pescado que les ha faltado a los cubanos en todos estos años de Revolución con la abundancia que naturalmente debe permitir la posición geográfica y la insularidad de la isla.

Una Cuba donde se tenga el derecho a viajar al exterior, eliminando los humillantes permisos de salidas y entradas que convierten hoy al cubano en un preso de su propio gobierno, y donde se establezca el pago de las tarifas para asuntos


migratorios de acuerdo con la moneda y el salario medio básico del país, sin imponer limitaciones de movimiento, como hoy existen, a los trabajadores de la salud, de los ministerios y organismos estatales, de las fuerzas armadas, etc.

Una Cuba donde el Estado no utilice como rehenes a los hijos, cónyuges y familiares cercanos de los pocos cubanos que pueden viajar, y donde ese derecho universal no se reserve (convertido en privilegio), como ha sido hasta hoy, exclusivamente para algunos altos funcionarios de la cúpula del poder político y para personal de fidelidad probada al gobierno. Una Cuba donde cualquier cubano tenga derecho a regresar a vivir al país después de haber emigrado, sin que medien permisos absurdos a precios abusivos, como sucede hoy.

Una Cuba donde visitar a un familiar o cubano residente en el exterior, tenga el credo político que tenga, no sea considerado peligroso por ningún político en el ejercicio del poder, como sucede ahora con los cubanos que “desertan” en trabajos que el gobierno considera “misiones oficiales” (deporte, ciencia, arte, colaboración internacionalista, etc.).

Una Cuba donde asuntos tan simples como la elección del cambio de domicilio sea voluntad del ciudadano y no sufra las absurdas regulaciones que en la actualidad impiden el libre intercambio de las viviendas entre los interesados; regulaciones burocráticas que lo único que han propiciado es el crecimiento de la corrupción administrativa y el descontento popular.

Una Cuba donde se otorgue valor real a la palabra “propietario”, de modo que los cubanos puedan vender y comprar inmuebles, terrenos, autos y otras propiedades, sin que sean consideradas ilegales.

Una Cuba donde invitar a un amigo extranjero a dormir en nuestra propia casa no sea un acto delictivo, como lo es hoy, y donde organizaciones de masas como los CDR, si es que deciden mantenerse, se conviertan en mecanismos transmisores de las preocupaciones de los ciudadanos hacia los altos niveles y no en un medio de control de la vida íntima de las personas.

Una Cuba donde los cubanos puedan visitar y disfrutar de hoteles, restaurantes, playas y complejos turísticos, sin sufrir, como sucede hoy, un apartheid oficial que los convierte en ciudadanos de segunda categoría en comparación con el turista extranjero.

Una Cuba donde no sea delito vender cualquier pertenencia personal, servicio, producto alimenticio, artesanía casera, etc., siempre y cuando ello cumpla con las regulaciones fiscales, de sanidad y ética social necesarias.

Una Cuba donde se permita la iniciativa privada para la organización independiente de equipos deportivos, actividades culturales y actuaciones artísticas, así como la adquisición de locales para clubes deportivos, culturales o sociales, estableciendo vínculos con los organismos estatales de estas disciplinas siempre y cuando lo necesite y considere necesario el gestor de esta iniciativa.


Una Cuba donde se pueda reclamar, personal y legalmente, con o sin el apoyo de las entidades legales y estatales creadas para esos fines, cualquier premio, galardón, ayuda internacional, beca otorgada en el extranjero, y donde exista, como derecho ciudadano, la posibilidad de imponer y financiar internacionalmente pleitos legales apoyados por las autoridades judiciales y legales del país, sin que este apoyo esté condicionado a razones ideológicas vinculadas con la fidelidad al poder político.

Una Cuba donde exista la posibilidad de escoger un médico, un hospital o un servicio paramédico alternativos a los que brinda el Estado, sin que por ello el Estado se desentienda de su responsabilidad de ofrecer gratuitamente y con la calidad óptima los servicios de sanidad y salud pública.

Una Cuba donde matar ganado vacuno y comprar esta carne no sea un delito de alta peligrosidad penado con largas condenas en prisión y donde, en vez de perseguir a quienes cometen este delito, se busquen las vías y mecanismos necesarios para garantizar que los cubanos tengan acceso a este (y a cualquier otro) alimento y no se vean obligados a “delinquir” comprando artículos de primera necesidad en el mercado negro, debido a que el Estado no ha sabido crear hasta la fecha la capacidad de producción que surta a la población con una canasta básica satisfactoria.

En esa Cuba nueva que sueño será vital, también, recuperar lo perdido en materia de salud y educación; elevar y fortalecer los niveles actuales de seguridad y protección social del ciudadano (que, como ha llegado a reconocerse por el propio gobierno, ni siquiera satisface las mínimas expectativas y necesidades reales de la población); establecer una lucha sostenida, objetiva y real contra lacras sociales como la prostitución, la droga y la delincuencia generalizada, mediante un trabajo sólido con las inversiones necesarias buscando frenar la actual marginalización de la sociedad, debido a las pésimas condiciones de sanidad, de la vivienda, los servicios comunales, el abastecimiento de agua, gas y la electricidad. Devolver su papel a la sociedad civil dentro de la construcción de un futuro mejor para los cubanos, garantizando los necesarios (y respetuosos) lazos de interacción entre esta importante institución, el Estado y el gobierno.

¿El futuro?

Cuba necesita renovaciones profundas y no retoques en el maquillaje de un sistema social que ha dado muestras de su decadencia, al menos en el método en que ha sido aplicado. Los cambios realizados por el nuevo gobierno de Raúl Castro desde el inicio de su gestión son, cuando menos, bochornosos y ofensivos a la inteligencia en atención a lo que la sociedad cubana y los cubanos necesitan.

Creo necesario, sobre todo, seguir trabajando, con aperturas mayores dentro de la sociedad y una participación ciudadana libre de condicionamientos ideológicos, en logros del proyecto originario de la Revolución, como lo son, haber colocado a Cuba en un papel protagónico en el mapa político internacional mediante la búsqueda, en conjunto con otras naciones (sin que importe el camino político de éstas), de la edificación de un mundo más equitativo y más humano.

También haber dado al pobre, al negro y a la mujer, una dignidad personal que (aunque algunos extremistas pretendan negarlo) nunca antes tuvieron en nuestra historia; haber eliminado el analfabetismo y muchas enfermedades prevenibles, que ningún gobierno anterior había podido erradicar; haber consolidado un proyecto cultural fuerte, extensivo a todos los rincones del país y abierto a la participación de todos los cubanos (aún cuando, como dije antes, sea necesario eliminar los condicionamientos ideológicos y las divisiones y exclusiones culturales por razones políticas, que hoy existen); haber creado una fuerte conciencia solidaria internacional en el pueblo cubano (aún cuando el costo humano y económico haya sido altísimo, y los errores cometidos en ese campo hayan sido, y aún sean, descomunales y altamente politizados); y, especialmente, haber sacado a la nación de su condición de traspatio de lujo de Estados Unidos y elevar la dignidad nacional demostrando a sucesivos gobiernos norteamericanos que su poder económico y político no basta para imponer su voluntad imperial a un pueblo determinado a luchar por su independencia, lo que ha convertido a Cuba en un ejemplo mundial en la lucha de los pueblos del Tercer Mundo contra el hegemonismo imperialista internacional.

El gran reto de los gobernantes cubanos, si es que realmente quieren salvar los aspectos hermosos de aquella Revolución en la que muchos creímos y por la que todavía muchos abogan, es entender de una vez que se puede lograr la independencia nacional respetando al mismo tiempo las libertades y derechos personales de todos los cubanos, sea cual sea su ideología; deben confiar, de una vez por todas, en la inteligencia y la capacidad de los cubanos de todas partes para luchar y establecer un futuro mejor para el país.

Deben comprender que no tienen derecho de erigirse, mediante la fuerza y la creación de mecanismos de control políticos y de otra índole, en portavoces de un pueblo donde cada vez más se evidencia una multiplicidad de opiniones divergentes con los rumbos oficiales; que se hace cada vez más necesaria la real división de poderes de la sociedad y no la actual estructura de poder monopólico del Partido Comunista, y que es un grave error, como han hecho hasta hoy, priorizar la construcción de un sueño político (en este caso, la supremacía supuesta del socialismo, como único orden internacional que salvará al mundo del capitalismo salvaje) dejando para último lugar la prosperidad y la felicidad del pueblo cubano.

* Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor, Ensayista, Crítico Literario y Periodista.

Por Amir Valle* / Especial para El Espectador

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