La gerontocracia en EE. UU., un problema de vieja data
Un gobierno en poder de adultos tan mayores, como es el caso de Estados Unidos, trae muchos desafíos y consecuencias. Sin embargo, hay poco interés de los mismos congresistas por aprobar una ley de jubilación obligatoria para ellos. “Las gallinas no van a votar por el coronel Sanders”, dice el dicho.
Hagamos un ejercicio para ver qué tan saludable es el sistema representativo en Estados Unidos hoy: sumemos la edad del presidente (78), de la presidenta de la Cámara de Representantes (81) y de los líderes de la mayoría y minoría del Senado (70) y (79). Ahora promediemos: tenemos como resultado una edad media de 77 años en cuatro de los cargos de más alto perfil en el país.
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Hagamos un ejercicio para ver qué tan saludable es el sistema representativo en Estados Unidos hoy: sumemos la edad del presidente (78), de la presidenta de la Cámara de Representantes (81) y de los líderes de la mayoría y minoría del Senado (70) y (79). Ahora promediemos: tenemos como resultado una edad media de 77 años en cuatro de los cargos de más alto perfil en el país.
Ahora hagamos el mismo ejercicio con los 100 congresistas que componen el Senado. El promedio allí es de 64,3 años, el más antiguo registrado en la historia estadounidense. Veinticuatro senadores tienen más de 70 años, y solo uno (Jon Ossof de Georgia) tiene menos de 40. Sí, la esfera política estadounidense es cada vez más vieja desde la década de 1970, y este es un problema.
“¿Es discriminación por edad decir que alguien es demasiado mayor para realizar un trabajo? ¿Quién decide eso? Algunas personas son mayores de los 40 años, mental o filosóficamente, y otras son jóvenes a los 90”, le dijo el exsenador republicano Bill Cohen a The Washington Post.
Cohen tiene razón. A sus 81 años, Nancy Pelosi ha demostrado estar a plenitud de sus capacidades y en un excelente estado de salud. Tanto como para liderar a su edad dos juicios políticos contra el expresidente Donald Trump -quien también goza de buena salud a sus 75 años- y dos negociaciones de paquetes de estímulo para los estadounidenses en medio de la pandemia. No se puede desconocer eso.
Sin embargo, hay otros casos que nos muestran por qué hay que preocuparse por la edad de los dirigentes. La senadora de California Dianne Feinstein cumplió 88 años el pasado 22 de junio y ha estado en su cargo los últimos 28, una tercera parte de su vida. Seis meses antes de su cumpleaños, la revista New Yorker publicó un artículo, casi perfil, en el que cuestionaba la salud mental de Feinstein. En este se hizo mención de una audiencia en la que participó la senadora californiana mientras se desempeñaba como la demócrata de mayor rango del Comité Judicial del Senado y en la que, sin darse cuenta, repitió la misma pregunta dos veces con las mismas palabras. Y no fue por hacer énfasis en la pregunta, precisamente: la aptitud física y mental de la legisladora simplemente ya no es la misma que cuando tomó el cargo.
“Es hora de retirarse”, le dijeron en redes sociales.
El primer problema de una gerontocracia, término que se usa para referirse a una forma de gobierno en la que “el poder está en manos de los ancianos”, es entonces el de los desafíos de la salud de quienes se encuentran en el poder. Así como Feinstein hay otros casos sonoros en la historia estadounidense, como el del senador Strom Thurmond, de Carolina del Sur, cuyo equipo cumplió con todas sus funciones menos la de apretar el botón durante las votaciones en el Congreso hasta que murió. Cabe destacar que una quinta parte de los estadounidenses mayores de 70 sufre de un deterioro cognitivo leve. La senelidad es una enfermedad legislativa. Hay casos de senadores que se mantienen pegados en sus sillas hasta los 100 años, a pesar de que son notorios sus achaques de salud.
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“La generación mayor no quiere pasar la antorcha. No tienes que morir en tu asiento. Pasa la antorcha. Quiero asegurarme de no entrar en la discriminación por edad, pero tenemos un problema. Tenemos tantos buenos funcionarios electores jóvenes, pero están en el banquillo”, dijo Shevrin Jones, senadora estatal en Florida, de 37 años.
Es verdad. Salvo casos excepcionales, como el del mismo senador Cohen, quien se retiró con solo 56 años luego de tres períodos como senador por Maine, la mayoría de los congresistas mayores de carrera se resisten a pasarle la antorcha a un candidato más joven en su estado.
“En el Senado, o eras derrotado o morías. Esa era la regla”, señala Cohen.
Esta resistencia a cerrar un ciclo se da bien sea porque un político considera que todavía tiene un trabajo importante por hacer, como el congresista John Lewis, quien murió el año pasado esperando la aprobación de una legislación para fortalecer la Ley de Derechos Electorales -que cabe destacar, aún no se ha considerado-, o a sabiendas de que no encontrarán, posiblemente, un cargo con el mismo poder y prestigio.
Esto es un problema monumental para la política estadounidense, pues con políticos aferrados a sus sillas, sea por activismo o por ambición, no se puede esperar una renovación de las ideas y del gobierno como tal. Esto dificulta el ascenso de nuevas figuras en los dos partidos tradicionales. Sin nuevas figuras, el electorado tampoco se ve representado como quisiera en el gobierno, no se toman en consideración sus problemas más directos, como los endeudamientos por programas de estudio, por ejemplo.
Ahora, ¿acaso un político septuagenario no se puede apoderar de los temas que le incumben a los jóvenes? Por supuesto. Cabe hacer una aclaración primero muy importante: es una falacia creer que todos los jóvenes son liberales. Pero para responder a la pregunta directa en el caso de los jóvenes liberales, un ‘Baby Boomer’ sí puede tener una agenda progresita. Hay que ver nada más los ejemplos del senador Bernie Sanders, quien abandera el llamado ‘Green New Deal’ (79), o Elizabeth Warren (72) quien demanda reducir la deuda estudiantil y elimianar los costos de la matrículas en instituciones públicas, o del mismo presidente Joe Biden, quien cuando fue la mano derecha de Barack Obama promovió el matrimonio entre parejas del mismo sexo.
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Aún así, hay una gran brecha ideológica y generacional que impide que avancen los temas que le preocupan a una basta mayoría de jóvenes dentro del Partido Demócrata, a pesar de Sanders, Warren y Biden. Se requiere una renovación más amplia.
¿Está mal, entonces, un gobierno de personas tan mayores? Tampoco hay que ir al extremo. Su criterio, que se construye a través de la experiencia vivida, es más que necesario a la hora de tomar decisiones claves.
Sin embargo, una gerontocracia puede causar un estancamiento de la agenda que tienen las nuevas generaciones en el Legislativo, tal y como está ocurriendo ahora: ni los derechos electorales ni la reforma a la justicia, o medidas para enfrentar el cambio climático se están debatiendo en el Congreso. ¿Qué produciría esto? Según Juliam Brave Noise Cat, vicepresidente de política y estrategia de Data for Progress, podría desincentivar el voto de los jóvenes al ver que no se abordaron sus problemas. Y eso es un problema serio para el Partido Demócrata de cara a las elecciones de medio término de 2022, en las que deberá sostener el control de ambas cámaras.
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La senelidad en el Legislativo y en la Corte Suprema también tiene sus costos políticos. Edward ‘Ted’ Kennedy llevaba más de 40 años como senador por Massachusetts y en 2006, en lugar de retirarse y darle paso a una figura más joven, decidió competir por un nuevo período. Ganó. Sin embargo, tres años después murió de cáncer cerebral. Su muerte condujo a unas nuevas elecciones y a que el presidente Obama perdiera la mayoría en el Senado, poniendo todos sus planes en duda. Otro caso es el de la jueza Ruth Bader Ginsburg, quien murió el año pasado. A Ginsburg le sugirieron que se retirara mientras el presidente Obama podía nombrar un reemplazo liberal. Ella, confiada en que Hillary Clinton sería presidenta, decidió quedarse. El resto es historia: Donald Trump fue presidente, Ginsburg enfermó y fue reemplazada por una jueza conservadora.
Es por esto que representantes como Alexandria Ocasio-Cortez, una de las pocas figuras políticas con menos de 35 años que es popular a nivel nacional, exigen un control para evitar que esto ocurra de nuevo. “Hay prisa”, dice AOC. Una revolución, sugiere, necesita revoluciones.
En Canadá hay una edad de jubilación obligatoria a los 75 años para evitar una gerontocracia. En Estados Unidos hay poco interés porque los legisladores aprueben una norma similar. “Como dice el viejo refrán, las gallinas no van a votar por el coronel Sanders”, le dijo Nick Tomboulides, director de la fundación US Term Limits al Post. Sin embargo, es claro que la antorcha debe pasarse, o de lo contrario alguien se quemará.