La “Gran Renuncia”: ¿por qué hay tanta gente dejando sus empleos en EE. UU.?
La gente está renunciando y no está aceptando los empleos que quedan con vacantes. Los trabajadores estadounidenses han convocado a una especie de huelga generalizada en todo el país con la que exigen no solo mejores sueldos, sino un cambio en la concepción del trabajo.
En Estados Unidos todos están hablando de la “Gran Renuncia” como si se tratara de un período tan importante como el de la Gran Recesión. Y, ciertamente, podría serlo. El término lo acuñó Anthony Klotz, un psicólogo y profesor asociado de la Universidad de Texas, mientras hablaba con su esposa en su casa el pasado mayo. Este académico preveía que millones de personas iban a renunciar próximamente a sus trabajos por la infelicidad que estos le producían. En agosto, la Oficina de Estadísticas Laborales de EE. UU. publicó un dato que le dio la razón: 4,3 millones de trabajadores en todo el país dejaron sus empleos tan solo en ese mes. La tasa de renuncias se elevó a un récord de 2,9 %, la más alta desde que comenzaron a registrarse los datos, en diciembre de 2000. En abril ya se evidenciaba el aumento: la tasa fue de 2,7 %.
Entonces los medios de comunicación comenzaron a hacerse eco de las cifras y del término de Klotz. Las alarmas de estos coincidieron con los reportes de escasez de mano de obra en varios estados e industrias del país y con las preocupaciones por el desabastecimiento. En este momento hace falta, entre otras cosas, personal para el área de transporte, servicios básicos, hostelería, alimentación y saneamiento. Esta semana escribía, con cierto asombro, sobre algunas ciudades donde la basura lleva acumulada semanas porque las empresas públicas y privadas no tienen quién recoja los desechos y los transporte a los vertederos, pues los empleados renunciaron, mientras iba encontrando respuestas —bastante obvias— a esta situación. ¿Por qué está renunciando tanta gente?
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Antes de comenzar hay que exculpar a la pandemia. Si bien hay mucha gente renunciando en este momento, todavía hacen falta unas 3,7 millones de renuncias para ponerse al día con la tendencia de 2019, según el economista Daniel Zhao. En el mundo prepandémico la situación ya era alarmante. El coronavirus, después de todo, solo expuso el problema, como lo hizo con muchos otros. La primera razón por la que tanta gente está dejando sus trabajos en este momento es porque en 2020 las renuncias estaban reprimidas por la incertidumbre sobre las perspectivas financieras que derivó de la emergencia sanitaria. En palabras más simples, todo el mundo se estaba aferrando a sus empleos, así fueran infelices y miserables en estos, porque tenían miedo de no encontrar nada más.
Por esa razón, algunos analistas piensan que la reactivación de las renuncias es “buena noticia” —aunque realmente no es un buen indicador que millones quieran renunciar—. Que los números de abandono de empleos estén en un porcentaje similar al de antes de marzo de 2020 es una señal de que los trabajadores sienten que el mercado laboral está activo de nuevo, y que es menos aterrador renunciar ahora porque consideran que es más factible encontrar otro trabajo. Pero aquí va la gran revelación de esta era, y la razón por la que la tasa de renuncias en esta ocasión es tan especial: si bien los empleadores dicen que hay una “escasez de mano de obra”, hay un “superávit” de vacantes que no se llenan. Así tengamos más vacantes disponibles, millones de puestos de trabajo están sin llenar. Y acá entramos finalmente al segundo punto: los factores de renuncia.
“No hay algo como la ‘escasez de mano de obra’. Hay escasez de cuidado infantil, escasez de salario digno, escasez de pago por condiciones de vida peligrosas, escasez de licencias por enfermedades pagadas y escasez de atención médica. Hasta que se solucione esa escasez, los estadounidenses no volverán a trabajar pronto”, escribió en su Twitter Robert Reich, quien fue secretario de Trabajo de los Estados Unidos durante la administración de Bill Clinton.
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Sus palabras no pueden ser más ciertas. Según los análisis prematuros, no hay un factor único que impulse este comportamiento en la fuerza laboral. Es todo lo que Reich citó, y mucho más. La pandemia, sin duda, les dejó a todos mucho tiempo para pensar sobre qué estaban haciendo con su vida. Estos momentos de existencialismo se ven reflejados en historias como las de Emily Jump, quien dejó su trabajo en un negocio de odontología y se dedicó al maquillaje porque le producía más placer, según le contó a The Washington Post.
La concientización sobre la salud mental influyó bastante: los empleados quieren buscar el equilibrio entre sus carreras y su espacio personal. La cultura estadounidense, que evangelizó sobre el trabajo como el centro del universo a través del workismo, ha cambiado desde hace años, y las nuevas generaciones no quieren sacrificar más su entretenimiento y crecimiento personal como lo hacían las pasadas que, tan acostumbradas a las precarias condiciones de trabajo, aceptan los empleos de US$8 a la hora que otros rechazan.
El agotamiento es otro factor común. Los empleados no solo tuvieron que lidiar con más cargas emocionales y tareas en el hogar, sino que en muchos casos su trabajo se vio duplicado en las modalidades virtuales. A esto se suma que al estar encerrados no gozaban de espacios para “recargar baterías” y se perdieron los espacios de interacción como las oficinas, que permitían un ambiente más sano, aunque no el mejor. También influye el maltrato, pues miles de empleados dicen no soportar más las faltas de respeto de sus empleadores, la falta de reconocimiento y el exceso de carga que les imponían.
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Para John Smith, empleado de seguridad en Cleveland entrevistado por The Washington Post, no poder ausentarse por estar enfermo sin ser regañado o cuestionado, a pesar de las circunstancias de la pandemia y luego de haber trabajado turnos dobles por cinco semanas, fue suficiente para renunciar.
Pero, como se observa en las estadísticas, hay un factor que está sobre todos: la pésima remuneración. No es un hecho fortuito que estados como Georgia, Idaho y Kentucky estén liderando los mayores aumentos en las tasas de renuncias. Más del 4 % de la fuerza laboral dejó voluntariamente su trabajo en agosto en estos lugares. ¡Oh sorpresa!: estos tres también lideran la tabla de estados con el salario mínimo más bajo del país, con US$7,25 la hora.
En contraste con estos tres estados, Washington D. C., que tiene uno de los salarios mínimos más altos, con US$15,20 la hora, tiene una tasa de abandono más baja en la nación, con 1,7 %. Si le sumamos a esto el hecho de que la inflación no les permite a los empleados acceder a vivienda, educación y salud como derecho sino como un “privilegio”, es lógico y apenas entendible que la fuerza laboral esté buscando aunque sea tranquilidad y un empleo donde no se sienta miserable. Lo que vemos, entonces, es una especie de revolución.
“La gente está renunciando y no están aceptando trabajos. Eso equivale a una huelga. Los trabajadores estadounidenses, en efecto, han convocado a una huelga general”, le dijo Robert Reich a la revista Time.
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¿A qué nos lleva todo esto? El nuevo mantra es “no aceptar lo inaceptable”. Como señalamos al principio, este período, que visibilizó pero no provocó la pandemia, puede ser realmente importante. Los ciudadanos no quieren aceptar más salarios bajos, más condiciones precarias, explotación y malos tratos. Los empleadores están ajustándose de a poco —a paso de tortuga— a las condiciones que exige el mercado, como dar aumentos y bonificaciones para atraer y retener a los trabajadores, según se ve reflejado en las ferias de empleo que hay en estacionamientos de almacenes de cadena en las ciudades principales. Sin embargo, circunstancias como el agobio y otras políticas internas negativas para los empleados permanecen en las empresas. Sin un cambio a gran escala, será difícil que los trabajadores regresen.
Las renuncias son una contestación ante las malas condiciones laborales, cuyo efecto puede ser duradero. Mientras quienes renuncian lanzan su revolución, los empleados que se quedan se sienten “empoderados” para exigir una mejor calidad de vida. Esto se ve evidencia en el índice de aprobación de los sindicatos. Según una encuesta de Gallup, el 68 % de los estadounidenses aprueban los sindicatos, eso es 3 % más que la aprobación del año pasado y la cifra más alta desde 1965. El apoyo incluso es bueno entre los republicanos: el 47 % dijo estar de acuerdo con estos, el porcentaje más alto desde 2003.
Las huelgas han aumentado en toda la nación: las enfermeras protestan en Massachusetts, los trabajadores de las plantas de cereal en Tennessee y Nebraska, los conductores de autobuses en Maryland, los conserjes en Denver y las productoras de cine y televisión en California. Parece no haber industria que se salve. Aunque es una tendencia que se ha visto desde 2017.
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¿Funcionarán las huelgas y las renuncias masivas para tener un cambio? El activismo ha sido importante y ha estado acompañado del respaldo de algunas figuras importantes, como el mismo presidente Joe Biden, quien dijo ser el “presidente más prosindicalista en la historia de Estados Unidos”. O los gobernadores de California y Nueva York, Gavin Newsom, y Bill de Blasio, respectivamente, quienes firmaron proyectos de ley para proteger a los trabajadores en materia de salud, seguridad y ante despidos sin justa causa. Pero las condiciones de la “Gran Renuncia” ni siquiera se han terminado de estudiar, por lo que sería osado pensar en qué efectos pueda tener. Sin duda, empleadores y legisladores deberán repensar en un futuro próximo cómo funciona el trabajo. El futuro está en darles más poder a los trabajadores.
Quien iba a decir que la revolución de los trabajadores comenzaría en la meca del capitalismo. Y es que hay que destacar que, aunque es el caso más notorio, otros países como China y Australia también están viviendo su período de “Gran Renuncia”.
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En Estados Unidos todos están hablando de la “Gran Renuncia” como si se tratara de un período tan importante como el de la Gran Recesión. Y, ciertamente, podría serlo. El término lo acuñó Anthony Klotz, un psicólogo y profesor asociado de la Universidad de Texas, mientras hablaba con su esposa en su casa el pasado mayo. Este académico preveía que millones de personas iban a renunciar próximamente a sus trabajos por la infelicidad que estos le producían. En agosto, la Oficina de Estadísticas Laborales de EE. UU. publicó un dato que le dio la razón: 4,3 millones de trabajadores en todo el país dejaron sus empleos tan solo en ese mes. La tasa de renuncias se elevó a un récord de 2,9 %, la más alta desde que comenzaron a registrarse los datos, en diciembre de 2000. En abril ya se evidenciaba el aumento: la tasa fue de 2,7 %.
Entonces los medios de comunicación comenzaron a hacerse eco de las cifras y del término de Klotz. Las alarmas de estos coincidieron con los reportes de escasez de mano de obra en varios estados e industrias del país y con las preocupaciones por el desabastecimiento. En este momento hace falta, entre otras cosas, personal para el área de transporte, servicios básicos, hostelería, alimentación y saneamiento. Esta semana escribía, con cierto asombro, sobre algunas ciudades donde la basura lleva acumulada semanas porque las empresas públicas y privadas no tienen quién recoja los desechos y los transporte a los vertederos, pues los empleados renunciaron, mientras iba encontrando respuestas —bastante obvias— a esta situación. ¿Por qué está renunciando tanta gente?
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Antes de comenzar hay que exculpar a la pandemia. Si bien hay mucha gente renunciando en este momento, todavía hacen falta unas 3,7 millones de renuncias para ponerse al día con la tendencia de 2019, según el economista Daniel Zhao. En el mundo prepandémico la situación ya era alarmante. El coronavirus, después de todo, solo expuso el problema, como lo hizo con muchos otros. La primera razón por la que tanta gente está dejando sus trabajos en este momento es porque en 2020 las renuncias estaban reprimidas por la incertidumbre sobre las perspectivas financieras que derivó de la emergencia sanitaria. En palabras más simples, todo el mundo se estaba aferrando a sus empleos, así fueran infelices y miserables en estos, porque tenían miedo de no encontrar nada más.
Por esa razón, algunos analistas piensan que la reactivación de las renuncias es “buena noticia” —aunque realmente no es un buen indicador que millones quieran renunciar—. Que los números de abandono de empleos estén en un porcentaje similar al de antes de marzo de 2020 es una señal de que los trabajadores sienten que el mercado laboral está activo de nuevo, y que es menos aterrador renunciar ahora porque consideran que es más factible encontrar otro trabajo. Pero aquí va la gran revelación de esta era, y la razón por la que la tasa de renuncias en esta ocasión es tan especial: si bien los empleadores dicen que hay una “escasez de mano de obra”, hay un “superávit” de vacantes que no se llenan. Así tengamos más vacantes disponibles, millones de puestos de trabajo están sin llenar. Y acá entramos finalmente al segundo punto: los factores de renuncia.
“No hay algo como la ‘escasez de mano de obra’. Hay escasez de cuidado infantil, escasez de salario digno, escasez de pago por condiciones de vida peligrosas, escasez de licencias por enfermedades pagadas y escasez de atención médica. Hasta que se solucione esa escasez, los estadounidenses no volverán a trabajar pronto”, escribió en su Twitter Robert Reich, quien fue secretario de Trabajo de los Estados Unidos durante la administración de Bill Clinton.
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Sus palabras no pueden ser más ciertas. Según los análisis prematuros, no hay un factor único que impulse este comportamiento en la fuerza laboral. Es todo lo que Reich citó, y mucho más. La pandemia, sin duda, les dejó a todos mucho tiempo para pensar sobre qué estaban haciendo con su vida. Estos momentos de existencialismo se ven reflejados en historias como las de Emily Jump, quien dejó su trabajo en un negocio de odontología y se dedicó al maquillaje porque le producía más placer, según le contó a The Washington Post.
La concientización sobre la salud mental influyó bastante: los empleados quieren buscar el equilibrio entre sus carreras y su espacio personal. La cultura estadounidense, que evangelizó sobre el trabajo como el centro del universo a través del workismo, ha cambiado desde hace años, y las nuevas generaciones no quieren sacrificar más su entretenimiento y crecimiento personal como lo hacían las pasadas que, tan acostumbradas a las precarias condiciones de trabajo, aceptan los empleos de US$8 a la hora que otros rechazan.
El agotamiento es otro factor común. Los empleados no solo tuvieron que lidiar con más cargas emocionales y tareas en el hogar, sino que en muchos casos su trabajo se vio duplicado en las modalidades virtuales. A esto se suma que al estar encerrados no gozaban de espacios para “recargar baterías” y se perdieron los espacios de interacción como las oficinas, que permitían un ambiente más sano, aunque no el mejor. También influye el maltrato, pues miles de empleados dicen no soportar más las faltas de respeto de sus empleadores, la falta de reconocimiento y el exceso de carga que les imponían.
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Para John Smith, empleado de seguridad en Cleveland entrevistado por The Washington Post, no poder ausentarse por estar enfermo sin ser regañado o cuestionado, a pesar de las circunstancias de la pandemia y luego de haber trabajado turnos dobles por cinco semanas, fue suficiente para renunciar.
Pero, como se observa en las estadísticas, hay un factor que está sobre todos: la pésima remuneración. No es un hecho fortuito que estados como Georgia, Idaho y Kentucky estén liderando los mayores aumentos en las tasas de renuncias. Más del 4 % de la fuerza laboral dejó voluntariamente su trabajo en agosto en estos lugares. ¡Oh sorpresa!: estos tres también lideran la tabla de estados con el salario mínimo más bajo del país, con US$7,25 la hora.
En contraste con estos tres estados, Washington D. C., que tiene uno de los salarios mínimos más altos, con US$15,20 la hora, tiene una tasa de abandono más baja en la nación, con 1,7 %. Si le sumamos a esto el hecho de que la inflación no les permite a los empleados acceder a vivienda, educación y salud como derecho sino como un “privilegio”, es lógico y apenas entendible que la fuerza laboral esté buscando aunque sea tranquilidad y un empleo donde no se sienta miserable. Lo que vemos, entonces, es una especie de revolución.
“La gente está renunciando y no están aceptando trabajos. Eso equivale a una huelga. Los trabajadores estadounidenses, en efecto, han convocado a una huelga general”, le dijo Robert Reich a la revista Time.
Le sugerimos: ¿Por qué la reunión con el papa Francisco es tan importante para Biden?
¿A qué nos lleva todo esto? El nuevo mantra es “no aceptar lo inaceptable”. Como señalamos al principio, este período, que visibilizó pero no provocó la pandemia, puede ser realmente importante. Los ciudadanos no quieren aceptar más salarios bajos, más condiciones precarias, explotación y malos tratos. Los empleadores están ajustándose de a poco —a paso de tortuga— a las condiciones que exige el mercado, como dar aumentos y bonificaciones para atraer y retener a los trabajadores, según se ve reflejado en las ferias de empleo que hay en estacionamientos de almacenes de cadena en las ciudades principales. Sin embargo, circunstancias como el agobio y otras políticas internas negativas para los empleados permanecen en las empresas. Sin un cambio a gran escala, será difícil que los trabajadores regresen.
Las renuncias son una contestación ante las malas condiciones laborales, cuyo efecto puede ser duradero. Mientras quienes renuncian lanzan su revolución, los empleados que se quedan se sienten “empoderados” para exigir una mejor calidad de vida. Esto se ve evidencia en el índice de aprobación de los sindicatos. Según una encuesta de Gallup, el 68 % de los estadounidenses aprueban los sindicatos, eso es 3 % más que la aprobación del año pasado y la cifra más alta desde 1965. El apoyo incluso es bueno entre los republicanos: el 47 % dijo estar de acuerdo con estos, el porcentaje más alto desde 2003.
Las huelgas han aumentado en toda la nación: las enfermeras protestan en Massachusetts, los trabajadores de las plantas de cereal en Tennessee y Nebraska, los conductores de autobuses en Maryland, los conserjes en Denver y las productoras de cine y televisión en California. Parece no haber industria que se salve. Aunque es una tendencia que se ha visto desde 2017.
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¿Funcionarán las huelgas y las renuncias masivas para tener un cambio? El activismo ha sido importante y ha estado acompañado del respaldo de algunas figuras importantes, como el mismo presidente Joe Biden, quien dijo ser el “presidente más prosindicalista en la historia de Estados Unidos”. O los gobernadores de California y Nueva York, Gavin Newsom, y Bill de Blasio, respectivamente, quienes firmaron proyectos de ley para proteger a los trabajadores en materia de salud, seguridad y ante despidos sin justa causa. Pero las condiciones de la “Gran Renuncia” ni siquiera se han terminado de estudiar, por lo que sería osado pensar en qué efectos pueda tener. Sin duda, empleadores y legisladores deberán repensar en un futuro próximo cómo funciona el trabajo. El futuro está en darles más poder a los trabajadores.
Quien iba a decir que la revolución de los trabajadores comenzaría en la meca del capitalismo. Y es que hay que destacar que, aunque es el caso más notorio, otros países como China y Australia también están viviendo su período de “Gran Renuncia”.
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