La historia de amor de dos rebeldes que llegaron a liderar Uruguay
Pepe Mujica y Lucía Topolansky se convirtieron en dos de las figuras políticas más importantes de su país, contribuyendo a transformar Uruguay en una de las democracias más sanas del mundo. Años atrás, en medio de la guerra, conocieron el amor. Esta es su historia.
Jack Nicas | The New York Times
Él dirigía un grupo armado de rebeldes. Ella era experta en falsificación de documentos. Robaban bancos, se fugaban de las cárceles y estaban enamorados. Eran los primeros años de la década de 1970, y José Mujica y Lucía Topolansky eran integrantes de una violenta guerrilla de izquierda, los Tupamaros. Para ellos, sus crímenes estaban justificados: luchaban contra un gobierno represivo que se había apoderado de su pequeña nación sudamericana, Uruguay.
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Él dirigía un grupo armado de rebeldes. Ella era experta en falsificación de documentos. Robaban bancos, se fugaban de las cárceles y estaban enamorados. Eran los primeros años de la década de 1970, y José Mujica y Lucía Topolansky eran integrantes de una violenta guerrilla de izquierda, los Tupamaros. Para ellos, sus crímenes estaban justificados: luchaban contra un gobierno represivo que se había apoderado de su pequeña nación sudamericana, Uruguay.
Él tenía 37 años y ella 27 cuando, durante una operación clandestina, se encontraron por primera vez. Muchos años después, Mujica, que ahora tiene 89 años, compararía su primera noche juntos, escondidos en la ladera de una montaña, como un destello de luz en la noche. En medio de la guerra, hallaron el amor. Pero apenas unas semanas después, fueron encarcelados y sometidos a torturas y maltratos. Durante 13 años, solo lograron intercambiarse una carta. Los guardias confiscaron el resto. En 1985 terminó la dictadura uruguaya. Fueron liberados de inmediato y no tardaron en encontrarse.
Fue un momento crítico en su extraordinaria historia de amor. Tras más de una década separados, su amor seguía vivo, al igual que la causa común que los había unido en un principio. “Al otro día empezamos a buscar un local para juntar a los compañeros y reunirnos. Había que empezar a militar”, dijo Topolansky, de 79 años, en una entrevista en su casa la semana pasada. “No perdimos un minuto, y no paramos, porque en realidad esa es nuestra vocación. Ese es el sentido de nuestra vida”.
En las décadas siguientes, ellos se convirtieron en dos de las figuras políticas más importantes de su país, contribuyendo a transformar Uruguay en una de las democracias más sanas del mundo, elogiada regularmente por la solidez de sus instituciones y el civismo de su política. Ambos fueron elegidos para el Parlamento de Uruguay, y se desplazaban juntos al trabajo en la misma motocicleta.
Mujica, conocido popularmente como Pepe, fue elegido presidente en 2009, en la culminación de una trayectoria política extraordinaria. En su toma de mando, como es tradición, recibió la banda presidencial de manos de la senadora más votada: Topolansky. También recibió un beso. En 2017, ella fue nombrada vicepresidenta de Uruguay en otro gobierno de izquierda. En varios momentos, fungió como presidenta en funciones del país.
Al mismo tiempo, lejos de los reflectores, construyeron una vida tranquila en una pequeña granja de crisantemos a las afueras de Montevideo, la capital de Uruguay. Juntos cuidaban sus flores y las vendían en los mercados. A menudo se les ha visto juntos en su Volkswagen Escarabajo azul celeste de 1987 o escuchando tango en uno de sus bares favoritos de la ciudad.
Dicen que la cárcel les privó de la oportunidad de tener hijos. En su lugar, han cuidado de innumerables perros, incluido una mestiza de tres patas llamada Manuela, que se hizo famosa por acompañar a menudo a Mujica cuando era presidente. No siempre son románticos. En 2005 llevaban 20 años viviendo juntos, pero aún no se habían casado. Una noche, él hizo una entrevista en un programa de televisión nacional. “Ahí le dijo al periodista que nos íbamos a casar. Yo estaba mirando el programa y me enteré”, recordó Topolansky la semana pasada, riendo. “En realidad, de vieja vine a claudicar”.
Se casaron en una sencilla ceremonia en su casa. Esa noche fueron a un mitin político. “Unimos dos utopías”, le dijo Topolansky a un documentalista hace varios años. “La utopía del amor y la utopía de la militancia”. Los detalles de su primer encuentro siguen siendo poco claros. Ella dijo que había proporcionado a Mujica documentos falsificados. Él ha dicho que Topolansky formaba parte de un equipo que le ayudó a él y a otros tupamaros a escapar de la cárcel, y que la vio por primera vez cuando asomó la cabeza por un túnel.
Ella comentó que los detalles son difíciles de recordar por una razón: “Esto se parece bastante a esos relatos de las guerras y eso donde las relaciones humanas tienen un marco de distorsión, porque tú estás corriendo, podés caer preso, te pueden matar. Entonces no tiene los parámetros de una vida normal”. Pero también fueron esas difíciles condiciones las que encendieron su fuego. “Cuando vives una vida clandestina, el afecto es realmente importante. Renuncias a muchas cosas. Por eso, cuando aparecen una relación y el amor, ganas mucho”, dijo hace unos años al documentalista.
Ahora dicen haber entrado en uno de sus momentos más difíciles. En abril le diagnosticaron un tumor en el esófago a Mujica. La radioterapia lo ha dejado débil. La semana pasada estaba sentado frente a una estufa de leña en la casa que comparten desde hace casi cuatro décadas, mientras Topolansky le ayudaba a abrigarse un poco más al ponerse el sol. “El amor tiene edades. Cuando eres joven, es una hoguera. Cuando eres viejo, es una dulce costumbre”, dijo. “Si estoy vivo es porque está ella”.
Mauricio Rabuffetti colaboró con reportería desde Montevideo.
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