La historia no lo absolverá: el legado de Hugo Chávez
Un militar camaleónico y extravertido se convertiría en un referente político regional y en una figura determinante para Venezuela. ¿Cuál es su legado?
Ronal Rodríguez* y Andrés Agudelo**
La vida política de Hugo Chávez comenzó con el famoso: “Por ahora”, la declaración televisiva tras el fallido golpe del 4 de febrero de 1992, cuando asumió la responsabilidad del fracaso de la intentona militar ante las cámaras de televisión, en un país acostumbrado a la evasión de los políticos. Veintiún años después, en sus exequias, las principales figuras políticas de América Latina y los presidentes de Bielorrusia e Irán, entre otras figuras y representantes de los regímenes no democráticos, le rindieron un último homenaje al hombre que cambió Venezuela.
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La vida política de Hugo Chávez comenzó con el famoso: “Por ahora”, la declaración televisiva tras el fallido golpe del 4 de febrero de 1992, cuando asumió la responsabilidad del fracaso de la intentona militar ante las cámaras de televisión, en un país acostumbrado a la evasión de los políticos. Veintiún años después, en sus exequias, las principales figuras políticas de América Latina y los presidentes de Bielorrusia e Irán, entre otras figuras y representantes de los regímenes no democráticos, le rindieron un último homenaje al hombre que cambió Venezuela.
Chávez, un militar camaleónico y extravertido, se convirtió en un referente político regional y en una figura determinante en la historia de Venezuela. Hoy, una década después de su fallecimiento, no es exagerado afirmar que la historia del país vecino se dividió tras el paso huracanado y meteórico del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías.
La voz de los excluidos
En los inicios del chavismo, como cualquier otro proyecto de corte populista, tuvo la inclusión y la renovación como promesas políticas. Sectores populares, intelectuales marginados, políticos de izquierda, exguerrilleros, líderes religiosos de distintos credos y militares, entre otros, se reconectaron con la política gracias al verbo y la oratoria del exgolpista. El carismático líder logró la movilización de los más pobres, marginados y excluidos durante los gobiernos de la “guanábana”, forma coloquial con la que se conoció el bipartidismo de Acción Democrática (el partido blanco) y COPEI (el partido verde). Millones de venezolanos vislumbraron en Chávez al líder que prometió reivindicarlos e incluirlos en el sistema político.
Chávez llevó la política “a las calles” con movilizaciones y marchas, pero también a la sala de la casa, se metió en las telenovelas, en los televisores, a todas horas, en cualquier momento, los domingos en la mañana el Aló, presidente, su programa televisivo, las alocuciones presidenciales, los maratónicos discursos que duraban horas. Entre 1999 y 2013, la imagen de Chávez se instaló en el día a día de los ciudadanos que coparon las calles para manifestar el apoyo o el rechazo al chavismo. Lo hicieron en medio de un proceso convulso lleno de certámenes electorales: presidenciales, regionales, parlamentarios y referendos constitucionales. Más elecciones, menos democracia.
Apropiación de la Constitución
Chávez conquistó el poder prometiendo el cambio constitucional, se juramentó sobre la “moribunda” Constitución del 61 y en su primer año impulsó la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999. Quizá como en ningún otro país el oficialismo, la oposición y el pueblo en general se apropiaron de la carta constitucional, la cargaron en el bolsillo, la esgrimieron en los grandes debates políticos, pero también en las acaloradas conversaciones de la calle y las discusiones de café. Se citó de memoria los artículos, se reclamaron derechos, se leyó en los empaques del arroz o de las caraotas. La Constitución de los venezolanos es quizás el documento legal más conocido de América Latina.
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Resurgir de la izquierda
Tras la caída del muro de Berlín, la izquierda en América Latina solía asociarse con el régimen cubano y los reductos de las luchas guerrilleras, representadas en grupos insurgentes como las FARC y el ELN, en Colombia, o Sendero Luminoso, en Perú. En medio de un panorama desértico para la izquierda latinoamericana surgió la figura de Hugo Chávez que, a pesar de la incomodidad que generaba por su pasado castrense, logró forjarse un espacio en el espectro político suramericano hasta convertirse en uno de los principales referentes del denominado “giro a la izquierda”, la figura más popular de la “ola rosada”, durante la primera década del siglo XXI.
De hecho, el presidente venezolano respaldó y alentó a distintos partidos y agrupaciones políticas de izquierda en el continente, gracias a la renta petrolera financió y promovió movimientos sociales, y también apadrinó académicos, congresos y foros de la sociedad civil. Implementó una diplomacia petrolera que subvencionó países en el sur del continente, África y el Caribe a cambio de apoyo en organismos multilaterales.
Chávez amplió, en términos ideológicos, el panorama político venezolano con una combinación de elementos bolivarianos, militaristas, socialistas, nacionalistas y religiosos enarbolados con habilidad en una narrativa sintetizada en la palabra “revolución”. Ascendió al poder apoyado por el Movimiento Quinta República (MVR) y una década después el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) se consolidó como una fuerza electoral hegemónica que arrollaba en las competencias electorales.
Su figura se convirtió en un ícono multifacético para sus devotos seguidores, con un liderazgo férreo logró la antes impensada convergencia entre militares y políticos de izquierda. Chávez, nacido en el estado llanero de Barinas en 1954, fue quizás el político más reconocido de la región a escala mundial por sus críticas, burlas y confrontación con los presidentes de los Estados Unidos, pero también por su cercanía y devoción por Fidel Castro, quien fue su consejero y aliado.
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Fin de la alternancia política
El chavismo como fenómeno político irrumpió en medio de la decadencia de una democracia, que durante décadas se consideró ejemplar. La extensa crisis del sistema político venezolano, que tuvo como principales antecedentes el “Viernes Negro” de 1983 y el “Caracazo” de 1989, generó un descontento ciudadano que fue capitalizado por las reinterpretaciones históricas de Chávez bajo las promesas de renovación política y mejor distribución de la renta petrolera, de la riqueza de todos y para todos los venezolanos.
El chavismo fue más lejos: satanizó el bipartidismo, se apropió de la figura del Libertador y adoptó lemas de la Revolución cubana para construir una narrativa intolerante con la competencia política. Entre tanto, los partidos tradicionales entraron en una fase de decadencia y les abrieron paso a nuevas agrupaciones, que no han logrado consolidarse como una alternativa de poder real.
Chávez inició un proceso de colonización de instancias de poder que se aceleró con decisiones desacertadas por parte de la oposición, como no presentarse a las elecciones legislativas en 2005. De forma paradójica, la Constitución de 1999 sufrió modificaciones drásticas que hicieron posible la reelección indefinida del presidente y demás cargos de elección popular, contribuyendo a demoler las instituciones democráticas liberales con el objetivo de asfixiar cualquier tipo de oposición o disidencia.
El cierre de los espacios de competencia política allanó el camino para la construcción de un régimen de corte autoritario que se consolidó con Nicolás Maduro. Las consecuencias negativas en términos institucionales, humanitarios y económicos del chavismo desbordan la imaginación, más teniendo presente la prosperidad económica y la estabilidad política que caracterizó la segunda mitad del siglo XX en Venezuela.
Confusión entre Estado y proyecto político
La lección no aprendida en muchos países latinoamericanos es el riesgo que implica saltarse las líneas divisorias entre Estado, gobierno, proyecto político y líder carismático. El autoritarismo en Venezuela se abrió paso gracias a los poderes desmedidos de un presidente que, con una hábil combinación de mecanismos retóricos y discursivos, fue imponiendo un régimen autocrático, minando las instancias de control político y balance de poderes, para instalar una nueva élite cercana a sus intereses.
La polarización como instrumento
Durante los años que Hugo Chávez ocupó el palacio de Miraflores, el país vecino vivió procesos políticos convulsos que incluyeron la creación de una nueva Constitución política, un golpe de Estado (2002), un extenso paro petrolero, el referendo revocatorio (2004), dos referendos constitucionales (la reforma de 2007 y la enmienda de 2009) y las elecciones presidenciales y parlamentarias. Todo mientras se dividía la sociedad venezolana entre buenos y malos, ricos y pobres, nosotros y ellos; polarización ideológica que exigía la lealtad al primer mandatario.
El carácter beligerante de Chávez, que no rehuía ninguna confrontación, ya fuera contra un empresario, un líder sindical o un obispo, contribuyó a la división nacional por motivaciones políticas. Las últimas intervenciones públicas de Chávez, marcadas por sus problemas de salud, lo muestran más atemperado y piadoso. Sin embargo, la fragmentación social del país vecino, derivada de la simpatía o militancia política, es una de las nefastas herencias del chavismo en la convivencia entre los venezolanos.
Chávez inauguró una nueva oleada populista en América Latina que sigue vigente en los regímenes de Nicaragua y El Salvador. Fue pionero de los gobiernos de izquierda en el continente que dirigen los destinos de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile y México. También engrosó la lista de líderes venezolanos que se valieron de Simón Bolívar como referente histórico para justificar el autoritarismo. Tras diez años de la muerte de Hugo Chávez, el régimen autoritario que impulsó está cerca de cumplir un cuarto de siglo en el poder y su quiebre, al parecer, lejano.
*Ronal Rodríguez es vocero e investigador del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario y del Radar Colombia Venezuela en alianza con la Fundación Konrad Adenauer.
**Andrés Agudelo es rofesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de la Sabana.
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