La huella de la dictadura de Pinochet en las letras de Chile
La conversación para contar y comprender lo sucedido se ha dado a través del cine, en la música, en el teatro y, por supuesto, en la literatura.
Ana Lucía Barros* | Especial para El Espectador
El 11 de septiembre de 1973, las fuerzas militares chilenas irrumpieron en la Casa de la Moneda para poner fin al gobierno de Salvador Allende, presidente socialista elegido por voto popular, e instaurar en el poder al general Augusto Pinochet. Comenzaron entonces los años de represión, disolución del congreso, censura, persecución de todo aquel que pensara diferente, la detención, tortura y desaparición.
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El 11 de septiembre de 1973, las fuerzas militares chilenas irrumpieron en la Casa de la Moneda para poner fin al gobierno de Salvador Allende, presidente socialista elegido por voto popular, e instaurar en el poder al general Augusto Pinochet. Comenzaron entonces los años de represión, disolución del congreso, censura, persecución de todo aquel que pensara diferente, la detención, tortura y desaparición.
La dictadura militar chilena siguió hasta el 11 de marzo de 1990, cuando resultó elegido Patricio Aylwin como presidente para el periodo conocido como Transición a la democracia. A medida que la dictadura militar avanzaba, se hacía cada vez más evidente la violación sistemática de derechos humanos y la censura en la que vivía el pueblo chileno. Comenzó entonces a ser necesario retratar lo que estaba ocurriendo, dar cuenta de la realidad chilena del momento, intentar comprender mejor: una conversación que continúa en el cine, en la música, en el teatro y, por supuesto, en la literatura.
Uno de los libros que comienza a hablar de la dictadura militar es “Lumpérica”, de Diamela Eltit, publicado por primera vez en 1983. Este libro fue la primera novela de Eltit, diez años después del golpe militar, cuando, luego de los primeros años de dictadura y de extrema censura, comenzaron a fortalecerse en Chile los grupos artísticos y literarios. Eltit hacía parte del grupo Colectivo Acciones de Arte (CADA), junto con Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld y Juan Castillo, y de la “escena de avanzada”. El grupo CADA se concentraba en realizar performances que ponían en tensión la relación del cuerpo y la ciudad, y la violencia que los atravesaba, algo que se evidencia también en las obras de esta autora.
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“Lumpérica” sigue la noche de L’Iluminada, la protagonista, una mujer que habita una plaza de Santiago, iluminada por un aviso publicitario y acompañada por un coro de mendigos silenciosos. L’Iluminada se hace daño, se masturba, se rapa la cabeza, y no hay nadie más que la vea. Esta novela muestra la desolación del espacio público en este momento político, y su lenguaje, encriptado y fragmentado, atomizado incluso, refleja, por un lado, el estado de la sociedad chilena, y por el otro, una conciencia de, en palabras de su autora, “estar escribiendo con el censor al lado”: escribía con la conciencia de tener que llevar el libro a la oficina del Censor, pero con la intención de que esa lectura no condicionara la creación. Como su nombre lo indica, en este libro Eltit se pregunta por el lumpen de la Santiago del momento, y por el espectáculo de la violencia en el cuerpo cuando nadie más está viendo.
Por su parte, Raúl Zurita, integrante también del grupo CADA, se ocupa en su poesía de recorrer el vasto territorio chileno y de poner, en su belleza geográfica, los rastros del dolor. Por ejemplo, en este poema, el poema IX, que hace parte de “Anteparaíso”, de 1982, se celebra el reencuentro con un ser amado, desaparecido:
“Yo sé que tú vives yo sé ahora que tú vives y que tocada de luz ya no entrará más en ti ni el asesino ni el tirano ni volverán a quemarse los pastos sobre Chile […] Griten entonces porque yo sé que tú vives y por este Idilio se encuentran los perdidos y los desollados vuelven a tener piel Porque aunque no se borren todas las cicatrices Y todavía se distingan Las quemaduras en los brazos También las quemaduras y las cicatrices Se levantan como una sola desde los cuerpos y bailan Con cerros, cordilleras y valles.”
Así mismo, en el libro “Canto a su amor desaparecido”, de 1985, el poeta aborda de manera franca la ausencia, la pérdida y la desaparición, problemas que llevaban años desangrando a Chile, para ese momento. Es un relato polifónico, como “Lumpérica”, visual y experimental, que al mismo tiempo reúne diferentes duelos latinoamericanos, los llora, y llora un amor.
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El amor también atraviesa el libro “De amor y de sombra”, de Isabel Allende, publicado por primera vez en 1984. Este libro fue escrito desde el exilio de su autora, en Venezuela, y es justo eso lo que relata: un poco más clásico en su estructura y lenguaje, cuenta las historias de tres familias que resultan entretejidas. Irene, una periodista de clase alta, descubre que a Evangelina, una niña “milagrosa” sobre la que estaba haciendo un reportaje, es asesinada por los militares. En este descubrimiento la acompaña Francisco, un fotógrafo de clase media de quien se enamora Irene, lo que la lleva a abandonar a su novio militar. Esta novela es un retrato del despertar de una parte de la sociedad chilena a los horrores cometidos por la dictadura, un abrir de ojos ante la realidad del país, y un recuento de lo que ocurría en los cuartos de tortura. También nos habla del dolor de dejar Chile, del exilio que le espera a los protagonistas: la última escena es la vista de la cordillera mientras cruzan a Argentina.
Unos años más adelante, Roberto Bolaño publicó “Estrella distante”, en 1996. Esta novela atraviesa diferentes momentos de la situación política de Chile –el gobierno de Allende, la dictadura, el regreso a la democracia– siguiendo a un personaje que primero aparece como un poeta que frecuenta talleres literarios, luego se revela como un piloto de la Fuerza Aérea Chilena, y luego le perdemos el rastro. En la novela aparecen también otros personajes, como el director del taller de poesía, Juan Stein, y Diego Soto, otro poeta, que muestran diferentes experiencias del exilio. Dentro de la prolífica obra de Bolaño está también la novela “Nocturno de Chile” (1990), que muestra al sacerdote jesuita y poeta Sebastián Urrutia Lacroix agonizando en su cama, con los recuerdos que durante una noche de fiebre vuelven a él. Se van apareciendo ante él, entonces, diferentes imágenes: unas clases de marxismo dadas a la junta militar, encargo de los señores Odeim y Oido, escenas de veladas literarias en una casa que también hacía las veces de centro de detención y tortura, el viaje por Europa para aprender sobre conservación de catedrales, todo alrededor de un Chile lúgubre, de la “oscura dignidad de la patria”.
La última novela de la que quiero hablar es “Tengo miedo Torero”, de Pedro Lemebel, publicada en 2001. Esta novela relata, por un lado, una historia de amor, y por el otro, el atentado a Pinochet y su esposa, Lucía Hiriart, en Cajón del Maipo. En “Tengo miedo Torero”, la “Loca del Frente”, un homosexual de más de cuarenta años, se enamora de Carlos, un joven que, nos enteramos después, hace parte de un grupo revolucionario. La Loca lo deja hacer en su casa reuniones clandestinas, pasan noches juntos, hablando, y lo acompaña a un viaje que resulta ser un reconocimiento del territorio en Cajón del Maipo.
Este libro imagina también el interior del matrimonio de Pinochet y Lucía Hiriart: una relación llena de recriminaciones, intolerancia, decepción y miedo. Lemebel logra retratar diferentes maneras de resistencia en el Santiago de la dictadura, como las redes de afecto entre las prostitutas ya viejas, que se cuidan y se sostienen, y también la manera en el afecto aflora en un ambiente como el que se vivía en ese momento, cómo el cariño llega a ser refugio.
Más recientemente, libros como “Formas de volver a casa” de Alejandro Zambra y “Space invaders” de Nona Fernández se han ocupado de volver a pensar en la infancia durante la dictadura. El narrador de la novela de Zambra, por ejemplo, recuerda la niñez en Maipú y piensa en su generación, la que creció con unos padres que no hablaban de lo que estaba ocurriendo, y luego, siendo un adulto joven y con el tiempo de por medio, intenta ubicar a sus padres en uno de los dos lados que ve posible: cómplices o víctimas. Y en “Space invaders”, Fernández presenta una narración coral: son las voces de un grupo jóvenes que se esfuerzan por recordar a Estrella González, una compañera del liceo, hija de un militar, que de un momento a otro deja de ir a estudiar y viaja a Alemania con su familia. Todos la recuerdan diferente, se va desdibujando y ya no es claro qué sí ocurrió y qué no, qué decían las cartas y cómo era la vida en ese momento. Los recuerdos de la infancia se les escapan, y van quedando únicamente las intuiciones.
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Finalmente, “Jamás el fuego nunca” (2007), de Diamela Eltit, relata un lado poco explorado: la vida de una pareja de revolucionarios, años después. Este es un libro sobre la pérdida de la esperanza, sobre el desencanto de los ideales: la narradora entremezcla en su monólogo interno los días como miembro de “la célula”, en la clandestinidad, con los días ahora en su vejez, en una pieza diminuta, con un trabajo rutinario, y se pregunta si tuvo sentido, si valió la pena.
Este artículo reúne solo una muestra de los libros que han abordado la dictadura chilena como tema. Cada uno de ellos se pregunta diferentes cosas y aborda escenarios distintos alrededor de este momento: la infancia, la tortura, el exilio, las disidencias sexuales, la vida en la clandestinidad. Libros como los aquí mencionados contribuyen a repensar la historia, a disputar los relatos hegemónicos y, sobre todo, a no olvidar, a no dejar que la memoria de las víctimas muera en un recuerdo
* Periodista y literata. Editora en Laguna Libros.
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