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Que Argentina sea un país laico es un mito. La Iglesia y el Estado tienen una unión tan fuerte en el país como Diego Maradona la tenía con la pelota. “Los grupos religiosos van en busca del apoyo del Estado, y el Estado, cuando se siente débil, busca apoyo en los grupos religiosos. El peso de la Iglesia católica hoy es más político que religioso”, le dijo el sociólogo Fortunato Mallimaci a la AFP. Y ahora, desde que un argentino se sienta en el sillón de San Pedro en el Vaticano, esa relación se ha revitalizado.
Por eso no es de extrañar los contactos de la Iglesia a los senadores argentinos para que rechacen este martes el proyecto que busca la legalización del aborto en el país. Incluso semanas antes de que este fuera aprobado en la Cámara de Diputados, los líderes religiosos han buscado acercarse a los legisladores del Senado con la esperanza de permear su voto.
En 2018, el lobby de la Iglesia también se activó en esta misma instancia para bloquear la votación, mientras en las iglesias se movilizaron a los creyentes para manifestarse contra la fallida iniciativa que también buscó legalizar la interrupción voluntaria del embarazo. En ese entonces la estrategia funcionó. Según algunos legisladores, la presión de los religiosos fue uno de los factores que inclinaron la balanza en la votación.
Ahora, como en aquella ocasión, el papa Francisco estuvo trabajando para que esta ley no salga. Personalmente, aunque sin mencionar el debate que se daba en su país, lanzó comentarios fuertes sobre su posición frente al aborto. Envió cartas y se acercó a diputados “celestes” que rechazan este proyecto de ley, como Victoria Morales Gorleri o Cristian Ritondo, que han manifestado estar en contra del proyecto.
“El papa estuvo muy involucrado. Tuvo personas que hablaban por él. Pero es muy interesante porque tiene un doble estándar, porque tolera el aborto en todos los países de Europa, en Estados Unidos o en Nueva Zelanda, donde se sancionó más recientemente. No me imagino al papa llamando a los neozelandeses para quejarse. Pero el papa no tolera el aborto en América Latina. No debería ni opinar. Pero opina. Si tiene gente que habla por él debería llamarlos y decirles ‘no hables en mi nombre’. Eso pesa mucho políticamente”, señala Mariela Belski, directora de Amnistía Internacional en Argentina.
Pero hay una gran diferencia con la votación de hace dos años: por más presión que quieran ejercer los religiosos, a ellos y a quienes están en contra de la legalización del aborto, solo les queda esperar por un milagro. Tras las últimas elecciones legislativas, la diferencia de votos en el debate sobre el aborto se recortó. El senador Federico Pinedo, quien votó en contra del aborto legal en 2018, perdió su curul en 2019. Entraron nuevas caras al Senado, como la de Guadalupe Tagliaferri, que están a favor. Y este recambio complicó las cosas para los autodenominados “provida”.
Hasta el lunes se contaban 34 votos a favor del proyecto y 34 en contra. Hay cuatro senadores que no han definido su posición: Alberto Weretilneck, quien se ha mostrado a favor de la legalización, pero con modificaciones al proyecto; Lucila Crexell, quien en 2018 se abstuvo; Stella Maris Olalla y Edgardo Kueider, de quien se espera esté a favor.
A esto se suma que Sergio Leavy, que en 2018 votó en contra, reconoció que estaba pensando su voto, y la incógnita sobre la participación de Carlos Menem, expresidente del país y opositor a la legalización que se encuentra de licencia por enfermedad. Si este último no puede votar y si Leavy se abstiene o se inclina por votar a favor de la legalización, el proyecto tendría una ventaja de 33 votos a 32. La aprobación depende, como explica Belski, de la gestión de la vicepresidenta Kirchner para conseguir los votos faltantes.
Pero además de conseguir los votos necesarios para la aprobación del proyecto, hay otro asunto que causa preocupación en el gobierno para esta jornada histórica: mantener una buena relación con los religiosos. El próximo año hay elecciones, y el gobierno necesita que el papa y el Episcopado no estén en su contra. La legalización del aborto podría marcar un punto de ruptura entre el presidente Alberto Fernández y los religiosos. Como muestra del malestar de los obispos ante el avance del proyecto a favor de la interrupción del embarazo, la Comisión Episcopal no fue a saludar al presidente a la Casa Rosada este año por Navidad. Sí hubo saludo, pero este se quedó en un mensaje de Twitter.
La Iglesia cumple un papel tan importante en la cultura argentina todavía, que por eso no fue un hecho aislado que Cristina Fernández de Kirchner, quien en 2018 votó a favor de la legalización del aborto, buscó asbolverlos de su responsabilidad en el fracaso del proyecto hace dos años. “No se enojen ni con la Iglesia ni con los sacerdotes. Sigan construyendo esa fuerza que pude percibir”, declaró la exmandataria dejando entrever que no podía echarse a los religiosos de enemigos. Ad portas de unas elecciones mucho menos.
“No creo que haya un corte de colaboración en otros temas. No ocurrió antes, cuando se aprobó el matrimonio igualitario”, dice el abogado constitucionalista Alfonso Santiago a la AFP. Sin embargo, el malestar en los religiosos es evidente, y la legalización del aborto podría ser a su vez una causal de divorcio entre Fernández y la Iglesia en un momento en el que la necesita. No solo por el ámbito electoral: el papa Francisco estaba facilitando las conversaciones para la negociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional, por ejemplo.
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