“La izquierda no es sinónimo de guerrilla”: sobre el ascenso de Petro en Colombia

Según los especialistas, el triunfo de la izquierda en Colombia es signo de madurez política, pero destacan que el progresismo no es monolítico y que su ascenso en varios países no implicará su alineación.

José David Escobar Franco
26 de junio de 2022 - 02:00 a. m.
Carolina Cepeda Másmela y Miguel Gomis Balestreri, especialistas en América Latina.
Carolina Cepeda Másmela y Miguel Gomis Balestreri, especialistas en América Latina.
Foto: Mauricio Alvarado - Mauricio Alvarado Lozada
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Carolina Cepeda y Miguel Gomis son coautores del libro América Latina: ciclos socioeconómicos y políticos, 1990-2020. Ambos son docentes del departamento de Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana y se han enfocado en América Latina. El Espectador entrevistó a los docentes sobre el histórico ascenso al poder de la izquierda en Colombia y su significado regional.

¿Cómo se explica que por fin la izquierda llegue a la presidencia de Colombia, siendo que este país parecía ser la única excepción en la región?

Carolina Cepeda: El crecimiento de la izquierda ha sido progresivo, por eso no debería ser tan sorprendente. Si bien Colombia no hizo parte de la marea rosa —el ascenso democrático de gobiernos de izquierda a comienzos de este siglo— al igual que México, empezó a moverse un poco más a la izquierda. En Colombia no ganó ningún presidente de izquierda hasta estas elecciones, pero sí había un incremento en la votación por partidos de izquierda desde la candidatura de Carlos Gaviria en 2006. En segundo lugar, hay un aumento de la participación política por otras vías. En la última década tuvimos muchas movilizaciones sociales: el paro de 2021, el de 2019, el paro agrario de 2013, las protestas estudiantiles… entonces es una sociedad mucho más politizada participando en discusiones que tradicionalmente no se estaban dando. Esto es imposible de entender si no se tiene en cuenta el proceso de paz con la exguerrilla de las Farc, que permitió incluir otras fuerzas políticas y también desestigmatizar a la izquierda. Ya la izquierda no es sinónimo de guerrilla.

Miguel Gomis: La excepcionalidad de Colombia podemos analizarla de dos maneras: entendiendo qué es lo que la hace excepcional o también deshaciendo esa excepcionalidad que siempre los colombianos quieren detectar en su propio caso. Entonces la pandemia le resta un cierto grado de excepcionalidad al ascenso de la izquierda, porque en toda América Latina aumentó la pobreza y obligó a la región a sincronizarse. Entonces ciertos procesos políticos han acelerado y otros han desacelerado. Colombia, luego del conflicto, pasa a insertarse en dinámicas que podrían ser más cercanas a las latinoamericanas, pero manteniendo sus propias particularidades.

A finales del siglo XX, tenemos en la región guerrillas de izquierda que se transformaron en partidos políticos tras procesos distintos. En Colombia está el M-19; en El Salvador, el Frente Farabundo Martí; en Nicaragua, el Frente Sandinista. El M-19 se diferencia de las otras en que no tuvo un desempeño electoral exitoso. Petro comenzó en el M-19, pero ya no enarbola esas banderas. ¿Qué pasó en Colombia para que esto fuera distinto?

MG: Hay que tomar cada caso con pinzas. ¿Cómo se transforma ideológicamente una organización que pasa de guerrilla a partido? ¿En qué momento está el sistema de partidos de cada país? ¿Qué tipo de guerrillas eran? ¿Cuánto tiempo estuvieron en lucha armada? ¿Qué percepción tiene la ciudadanía sobre esa guerrilla? ¿Se ha renovado su liderazgo? Estas son algunas variables a tener en cuenta para analizar los casos y, por último, ¿a quién se enfrenta ese partido? No es lo mismo enfrentarse en las urnas en México o en Uruguay que en Colombia, donde aún hay prácticas de asesinatos por razones políticas en mayor medida que en otros países.

CC: Autores como Jorge Castañeda y Aníbal Pérez-Liñán piensan que en América Latina finalmente triunfó la democracia y la prueba es que tanto la izquierda como la derecha después de la Guerra Fría van a llegar al poder vía elecciones y no saltándose tan abiertamente las instituciones como la extrema derecha lo hacía en los años 70 o por asalto como lo hacían las guerrillas. Me acojo un poco a estos autores y diría que lo que observamos es un consenso democrático. Se puede discutir la solidez de la democracia, pero las reglas de juego electorales están. Que el domingo pasado se reconociera rápidamente el triunfo del Petro también significa que incluso los más reticentes también asumen que esas instituciones que existen y que se deben respetar.

Según el estudio de opinión pública Latinobarómetro de 2021, Colombia es el segundo país luego de Honduras donde más ha crecido la percepción de que la democracia no es la mejor forma de gobierno. ¿No contradice esto la idea de que ha triunfado la democracia?

CC: Creo que no es una contradicción en sí, sino una señal de desgaste institucional. La gente perdió confianza en muchas instituciones, pero al mismo salió a votar el domingo con un porcentaje de participación muy alto. Salir a votar significa legitimar unas reglas de juego gústenos o no. Creo que la gente estaba cuestionado ese carácter de la democracia colombiana y precisamente el hecho de que en segunda vuelta tuviéramos a dos candidatos con los rasgos de Rodolfo Hernández y Gustavo Petro significa que había descontento y que la gente quiere que la democracia asuma una forma distinta.

MG: Es una contradicción inherente a la pregunta sobre la calidad democrática, presente en cualquier país democrático. Es normal y en el fondo se podría decir que es una contradicción bastante buena. Esa situación contradictoria no es propiamente colombiana; más bien diría que Colombia está llegando a esa contradicción. El hecho de que haya una alternancia muestra que efectivamente la democracia colombiana está madurando. También creo que hay cierta satisfacción con la democracia. Pienso, por ejemplo, en las diversidades sexuales que tienen una mayor representación. Pero hay una insatisfacción con el sistema económico y ese tal vez es el problema.

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Petro llega al poder tras una ola de movilización social latinoamericana. Las demandas siguen latentes. ¿Qué pasará con esa movilización ahora que llegó un líder afín a ella?

CC: Al igual que en otros países adonde llegó un gobierno de izquierda tras la movilización, Petro lo tiene más complicado que fácil. Pese a figuras como Roy Barreras o Armando Benedetti, creo que hubo un ejercicio genuino de construcción desde la base con organizaciones defensoras de derechos, ambientalistas, feministas… Eso es bueno, pero será difícil satisfacer las demandas de todos los frentes y creo que las organizaciones sociales son muy conscientes de eso. Aunque habrá espacios de diálogo más horizontales, muchos conflictos se podrán agudizar cuando se agote el canal institucional. Obviamente habrá sectores de la misma izquierda que terminarán siendo oposición. Creo que tendremos una sociedad igualmente movilizada. No necesariamente en oposición, pero exigiendo derechos. Así le pasó en Chile a Gabriel Boric.

MG: Que haya movilización a pesar de que el gobierno sea progresista es normal y sano. No olvidemos que cada vez hay más movilización de derecha. Petro habla de que hay que tener unos acuerdos mínimos, unos pactos mínimos que vayan más allá de la identificación de un gobierno con ciertos movimientos sociales o perspectivas ideológicas. Ahí cabe preguntarse qué capacidad tendrá el gobierno de llegar a esos acuerdos vinculados, por ejemplo con esas políticas sociales que aparecieron en los años 90-2000 y fueron implementados por la derecha colombiana.

Petro quiere proyectarse como un líder latinoamericano. ¿Qué futuro le ven a esa ambición? ¿Tendrá liderazgo Colombia en procesos donde se había apartado?

CC: En esto Petro es muy coherente con líderes de izquierda de la región que privilegian la integración regional. Ahora lo que Petro propone es reconocer nuevamente la región, reconocerse como latinoamericano y profundizar unos procesos de integración que ya existen. Creo que la Alianza del Pacífico va a ser muy interesante. Es una iniciativa que surgió originalmente como una respuesta frente a Unasur y frente a estos bloques de izquierda, pero ahora sus miembros (Chile, Colombia, México y Perú) están en manos de gobiernos de izquierda. Petro, como candidato, insistió en temas de cambio climático y transición energética. Habrá que ver si como presidente aterriza ese discurso en el que Colombia tiene qué aportarle a la región y con qué conectarse: ya sean iniciativas meramente de cooperación y en el fortalecimiento o la creación de otro tipo de foros regionales.

MG: Colombia puede asumir un rol de liderazgo más claro en algunas temáticas y eso sería deseable. Siempre me ha chocado el hecho de que Colombia no mire más al Caribe y a Centroamérica. Podrían ampliarse relaciones comerciales y lazos que permitan consolidar esa visión de liderazgo. Hay que repensar cómo se ve el país en la región. Que existan gobiernos de izquierda o progresistas en América Latina no implica coincidencia o armonía entre ellos. Es un error pensar que los gobiernos de izquierda comparten más visiones sobre la integración que, por ejemplo, los gobiernos más conservadores. No creo que la integración latinoamericana vaya a variar muchísimo, pero no tengo una bola de cristal. Hay unas lecciones históricas aprendidas por parte de los países latinoamericanos y la ambición en cuanto a la integración ahora es menos idealista y más realista. Petro planteó una relación más horizontal con EE. UU. Eso es algo muy positivo, pero también desafiante, porque la pregunta es cómo se concilia ese rol tradicional que ha tenido Colombia frente a Estados Unidos con esos cambios que puede tener con otros países como Chile, Argentina o, incluso, México.

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La lucha contra el modelo neoliberal ha sido una de las causas de la izquierda. Sin embargo Petro ha moderado mucho sus posturas y ha pactado con partidos tradicionales… ¿Qué futuro tiene esa lucha?

CC: En Colombia y en cualquier país es difícil. En América Latina se implementó ese modelo en los años 80. Hoy es moneda de cambio y salirse de él es costoso. Petro dejó claro que no es anticapitalista, pero el capitalismo no es uno solo. Hay versiones más humanas, de corte keynesiano, cercanas al Estado de bienestar. Yo creo que el modelo neoliberal también ha dejado claro sus límites en términos del impacto negativo que tiene en la vida de las personas y cómo las personas reaccionan frente a él. El neoliberalismo no se ha agotado, pero quienes ganan en él saben que sus ganancias se ven amenazadas cuando son muchos los perdedores. Con más ganadores el sistema puede ser más estable. El filósofo Karl Polanyi diría que la sociedad está pidiendo a gritos que alguien la proteja de la voracidad del mercado. Muchas de las políticas económicas y sociales de los gobiernos progresistas latinoamericanos apuntan a proteger esa sociedad que está completamente echada su suerte frente al mercado. Sí hay una contención del neoliberalismo, pero respondiendo precisamente a esa deshumanización.

MG: Cuando apareció el socialismo del siglo XXI la izquierda europea se entusiasmó porque veía una propuesta distinta, un intento por repensar el equilibrio entre modelo económico y político, pero eso fue falso. El extractivismo siguió y hacían falta impuestos y presupuesto para finalizar la política social. Esa visión romántica que tenía Europa de la izquierda nunca se dio. Los intentos del buen vivir matizaron, pero no forzosamente modificaban las raíces de los problemas. Venezuela ya está volviendo a abrir su economía al mercado y revirtiendo gran parte de las medidas que salen implementado. No digo que hay una inevitabilidad, pero es que también estamos faltos de utopías unificadoras. Hay muchas alternativas desde perspectivas más colectivistas, vinculadas con la lucha contra el cambio climático, la relocalización y el empoderamiento de los sistemas políticos más locales versus el Estado nación; pero hemos tendido a lo contrario: la crisis financiera de 2008 y la pandemia demostraron que ninguna de esas utopías funcionó; por el contrario, hemos vuelto a un Estado más fuerte. Se desmorona en neoliberalismo, no proponiendo cosas nuevas, sino regresando a la centralidad del Estado. El Estado, en últimas, es a quien le pido que me proteja contra la pandemia o de los desmanes de la crisis financiera que ella misma había generado, controlando poco los sistemas financieros. En todo el mundo nos hemos visto forzados a recuperar el Estado, pero no sabemos bien cómo lidiar con él para darle paso, por ejemplo, a la transición energética.

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José David Escobar Franco

Por José David Escobar Franco

Periodista de investigación y asuntos internacionales. Internacionalista con énfasis en América Latina y el Caribe.@JoseD_Escobarjdescobar@elespectador.com

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