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La paz de Colombia siempre fue una obsesión del presidente Hugo Chávez. Desde antes de asumir la Presidencia de Venezuela, en febrero de 1999, nunca ocultó su interés para que los diálogos entre el Gobierno y la guerrilla cobraran forma definitiva. Un empeño que incluso, en múltiples ocasiones, derivó en confrontaciones políticas y crisis diplomáticas. Su papel animador en las conversaciones que hoy se adelantan con las Farc en La Habana (Cuba), constituyen la última evidencia de esa preocupación manifiesta por la negociación del conflicto armado.
Por eso, al margen del futuro inmediato de los asuntos bilaterales, el principal interrogante que hoy existe en el país es qué tanto puede influir el deceso de Chávez en el proceso de paz. De hecho, en su declaración de condolencia para lamentar la muerte de su homólogo de Venezuela, el presidente Juan Manuel Santos resumió en una frase la expectativa más optimista: “El mejor tributo que podemos rendir a la memoria de Hugo Chávez es cumplir con ese sueño que él compartió con nosotros de llegar a un acuerdo para el fin del conflicto y ver a una Colombia en paz”.
Sin embargo, es claro que con Hugo Chávez como principal animador del proceso el camino pintaba más expedito. Sin él, la prioridad en el Palacio de Miraflores será sin duda el dilema interno de la continuidad de la llamada Revolución Bolivariana o el giro a unas nuevas relaciones de poder. Aunque desde siempre el tema colombiano ha sido asunto de discusión en la política electoral venezolana, por lo pronto ya no habrá un aliado tan comprometido como Chávez y con tanto ascendente y respeto como el que siempre le tributaron los grupos guerrilleros de Colombia.
En pocas palabras, como lo reconocieron dirigentes políticos tan dispares en sus opiniones como los exministros Óscar Iván Zuluaga y Álvaro Leyva, el proceso de paz entre el gobierno Santos y las Farc contaba con una llave fundamental para abrir puertas: el presidente Hugo Chávez. Su ausencia definitiva, en un contexto como el cubano, donde además la negociación había ganado en los hermanos Fidel y Raúl Castro dos apoyos claves más, va a pesar a corto plazo. Ahora dependerá más de la voluntad del Gobierno y la guerrilla para buscar su propio camino de entendimiento.
Una rápida mirada a las posturas de Hugo Chávez respecto al conflicto colombiano durante sus 14 años de gobierno en Venezuela constituyen una evidencia absoluta de lo que significa su muerte. Su teoría de neutralidad del Estado venezolano frente a la guerra en Colombia; sus relaciones de encuentros y desencuentros con el expresidente Andrés Pastrana por la presencia de jefes de la guerrilla en el vecino país, o el pulso aparte que libró con el expresidente Álvaro Uribe —con rupturas diplomáticas de por medio—, son parte de una historia que seguirá vigente.
Entre las crisis está la de 2001, provocada por la negativa inicial de Venezuela a deportar a Colombia al guerrillero del Eln José María Ballestas, responsable del secuestro de un avión. Además, el embrollo que se armó entre 2004 y 2005 por la detención ilegal en Caracas del hoy negociador de las Farc en Cuba, Rodrigo Granda. O la presencia del jefe guerrillero Iván Márquez en el Palacio de Miraflores en 2007, en desarrollo del truncado papel mediador de Hugo Chávez para la liberación de secuestrados. Tres momentos de una visión controvertida, pero clara, frente al conflicto colombiano.
Ningún otro mandatario de América Latina y menos de Venezuela llegó tan lejos en sus apreciaciones. Y así, como en 2008, ante la Asamblea Nacional, públicamente pidió la concesión del estatuto de beligerancia para las Farc causando indignación en varios sectores de Colombia; también en los últimos tiempos tuvo la entereza de decirle en la cara a la guerrilla que el tiempo de la confrontación armada había cesado y que antes que persistir en un anacronismo, la democracia representaba la opción para acceder al poder.
Ya es un lugar común la frase que resume que cuando Venezuela se resfría, Colombia estornuda. El presidente Hugo Chávez, en uno de sus múltiples encuentros bilaterales, lo definió en términos aún más coloquiales: “Somos hermanos siameses”. Y no es para menos. Además de los lazos históricos y culturales de las dos naciones, una frontera común de más de 2.200 kilómetros y un comercio bilateral de más de US$2.133 millones, constituyen una prueba más de que la muerte del mandatario venezolano se va a sentir en todos los planos de la relación.
Sólo el tiempo dirá qué tanto va a pesar en el aspecto más importante: la paz de Colombia. Lo que sí quedará en la memoria será el recuerdo de su, equivocada o no, persistencia por una salida distinta a las armas. Sus bravuconadas al punto de ordenar desplazamiento de tanques a la frontera; sus brazos abiertos para recibir a liberados del cautiverio de la guerrilla; sus peleas contra quienes siempre le endilgaron que permitía que jefes guerrilleros vivieran en Venezuela. De cualquier manera, como lo anotó el expresidente Samper: “Colombia le debe a Chávez la posibilidad de haber vuelto a soñar con la paz”.