La parada de los batidos: cómo Biden intenta verse como “un ciudadano de a pie”
Ha llegado un año de elecciones y es hora de que el presidente Joe Biden salga de la Casa Blanca y se ponga en marcha en busca de votos.
Peter Baker | The New York Times
Era un día tranquilo en Emmaus, Pensilvania. El único sonido en la calle Main era el motor andando de la elegante camioneta negra que algunos llaman “centro de control de comunicaciones rodante del Juicio Final”, la cual estaba estacionada enfrente de la tienda de bicicletas. Había hombres armados vestidos todos de negro que se posaban en el techo y usaban binoculares para analizar la zona en busca de terroristas u otras personas con malas intenciones.
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Era un día tranquilo en Emmaus, Pensilvania. El único sonido en la calle Main era el motor andando de la elegante camioneta negra que algunos llaman “centro de control de comunicaciones rodante del Juicio Final”, la cual estaba estacionada enfrente de la tienda de bicicletas. Había hombres armados vestidos todos de negro que se posaban en el techo y usaban binoculares para analizar la zona en busca de terroristas u otras personas con malas intenciones.
El presidente había llegado a este pueblo pintoresco de 11.000 habitantes para charlar con algunos empresarios locales, pedir un batido, visitar la estación local de bomberos y, si daba la casualidad de que su visita producía unas cuantas fotografías útiles para su campaña de reelección, pues qué mejor. ¿Mencionó las nuevas estadísticas sobre los negocios de las empresas emergentes? No hay de qué preocuparse, estará encantado de repetirlas.
Ha llegado un año de elecciones y es hora de que el presidente Joe Biden salga de la Casa Blanca y se ponga en marcha en busca de votos. No es el único que en estos días busca imágenes estilo Norman Rockwell en las tiendas y cafeterías de los pueblos pequeños: basta echarle un vistazo al circo ambulante en Iowa durante el fin de semana que después se dirigirá a Nuevo Hampshire. Sin embargo, es el único que viene con un convoy de kilómetro y medio de patrullas de la policía, vehículos del Servicio Secreto, ambulancias y suficiente material militar sofisticado como para lanzar una guerra nuclear desde el banco de la cafetería.
Hacer una campaña para conocer a la gente de a pie no es fácil cuando eres el comandante en jefe. El equipo de respuesta contra ataques en realidad no le da un aire de espontaneidad auténtica a toda la operación. Los sitios que visita están elegidos de antemano; la ruta que sigue es escogida con antelación; la gente con la que se reúne es seleccionada con anticipación. Si es posible, una parte importante de la localidad está acordonada. Nada dice mejor “hola, amigo” que un detector de metales manual y un perro detector de bombas.
No obstante, por más artificial y surrealista que pueda ser, los aliados han presionado para que Biden salga a hacer campaña, lejos de Washington y la sala de crisis. Después de todo, se ha pasado la vida haciendo contactos, estrechando manos, dando palmadas, apretando hombros y besando bebés. Según sus aliados, la conexión del tío Joe con la gente de a pie tal vez sea su principal superpoder político.
“Este es exactamente el tipo de zona que el presidente debería visitar”, comentó la representante Susan Wild, demócrata de Pensilvania, quien lo acompañó a Emmaus el viernes y cuyo distrito pendular recibió el calificativo de “indeciso” de The Cook Political Report. “Es el Medio Oeste en su máxima expresión, aunque no estemos en el centro de Estados Unidos”.
La preocupación es que Biden haya perdido el Medio Oeste, o al menos a una parte importante, debido a la inflación, su edad, los problemas en la frontera o lo que sea. Según los demócratas, si quiere recuperar a esos votantes en noviembre, debe demostrar que sigue entendiendo de dónde vienen y que conoce mejor sus intereses que sus rivales.
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De esta manera, la semana pasada, el presidente empezó por visitar Hannibal’s Kitchen, en Charleston, Carolina del Sur, un sencillo restaurante de comida del sur de Estados Unidos conocido por su arroz con cangrejo y camarones y un entorno a todas luces sencillo. (“Lo que le falta de ambiente al restaurante, lo compensa con creces con sabor”, según su propio sitio web). Terminó la semana visitando algunas tiendas de Emmaus, una localidad que presume de ser la quinta “pequeña ciudad con la belleza más conmovedora de Pensilvania”.
Biden intentó adjudicarse el crédito de la mejora en la economía, destacando que en sus tres años al mando se han abierto más pequeñas empresas nuevas que durante el mandato de su predecesor y posible oponente, el expresidente Donald Trump. Les atribuyó los bajos índices de popularidad de su historial económico a las dificultades para comunicarse con los votantes.
“Si se dan cuenta, se sienten mucho mejor sobre cómo va la economía”, les comentó Biden el viernes a los periodistas en la Academia de Entrenamiento de Bomberos de Allentown, al norte de Emmaus. “No hemos logrado que sepan con exactitud quién logró el cambio”.
A la hora de cazar votos, Biden monta un numerito trillado que ha perfeccionado durante campañas que se remontan a su primera candidatura en 1970, incluso antes de que nacieran muchas de las personas con las que se topa.
“Hola, amigo, ¿cómo estás?”, pregunta.
“¿Cómo estás, amigo? Me llamo Joe”.
“Qué gusto de verte, amigo”.
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Tiene una colección de chistes cursis para toda ocasión. Cuando saludó a L. J. Huger, el dueño de Hannibal’s, se refirió a las dos mujeres más jóvenes que estaban a su lado y bromeó: “¿Conoces a estas mujeres?”. Por supuesto que Huger las conocía. Eran sus hijas y ahora manejan el lugar. “Soy el viejo patriarca”, le explicó al presidente, “como usted”.
Al elegir Emmaus, fundado en 1759, la Casa Blanca de Biden encontró un pueblo en un estado pendular con, así es, una calle principal con pequeños negocios que parecen universales.
Sean Linehan, uno de los dueños de Emmaus Run Inn, una tienda de zapatos y ropa deportiva, comentó que recibió una llamada el martes por la noche para decirle que el presidente podría venir. Le permitieron invitar a tres miembros del personal, tres buenos clientes y a su esposa, Nicole. “Fue increíble”, recordó Linehan más tarde por teléfono. “Hablamos de todo. Fue muy agradable, muy generoso con su tiempo”.
No obstante, en la era polarizada actual, una visita del presidente genera fuertes sentimientos. “Recibí un par de correos electrónicos”, comentó Linehan. “Un tipo me dijo que nunca compraría en nuestra tienda: ‘Nunca debes mezclar los negocios con la política’. Le respondí el correo. Le dije que no hablamos de política. Hablamos de los beneficios de las pequeñas empresas”.
Tal vez gente que envió los correos electrónicos estaba observando, porque, cuando Biden salió de la zapatería y caminó a la tienda de bicicletas South Mountain Cycle de al lado y a la contigua Nowhere Coffee Co., unas pocas personas que estaban en un balcón cercano del que colgaba una pancarta que decía “Vamos, Brandon” empezaron a gritar: “¡Vete a casa, Joe!” y “¡Eres un perdedor!”.
Recibió el mismo trato del otro lado del espectro ideológico una hora más tarde, cuando visitó la estación de bomberos de la ciudad cercana de Allentown mientras varias decenas de manifestantes que protestaban por la guerra de Israel contra Hamás coreaban: “Hey, hey, jo, jo, fuera el genocida Joe” y sostenían pancartas con leyendas como “No voten por el genocida Joe” y “Nos acordaremos en noviembre”.
Cuando empezó a caer la tarde, llegó la hora de regresar a Washington y la Casa Blanca. Justo la noche anterior, las fuerzas estadounidenses bajo el mando del presidente llevaron a cabo ataques aéreos contra las milicias hutíes en Yemen y algo que los anfitriones de Biden no sabían era que esa noche se iban a producir más. Así es la presidencia en un año electoral, un minuto te codeas con el dueño de una tienda de bicicletas y, al siguiente, tomas decisiones de vida o muerte.
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