La solidaridad venezolana que supera barreras
El Espectador habló con dos venezolanas y un colombiano retornado que buscan ayudar a migrantes venezolanos a asentarse en el país y a colombianos que lo necesitan.
Nicolás Marín
En diciembre de 2017 las alarmas se le encendieron a Lala Lovera, venezolana en Colombia desde 2008, cuando supo que como consecuencia del aumento de la migración de sus connacionales había cientos de niños que caminaban entre 14 y 18 kilómetros diarios para cruzar a Colombia y poder llegar al colegio La Frontera, que queda en Villa del Rosario, muy cerca del puente Simón Bolívar.
Si bien ya se dedicaba desde hacía unos años a servicios humanitarios, ese momento marcó un punto de inflexión, tanto así que decidió crear Comparte por una Vida Colombia, una organización que busca mitigar los problemas y restituir los derechos de los niños migrantes con el trabajo en este colegio y la comunidad local. “La migración venezolana no es una problemática de ayer, ni de la nueva alcaldía; esto es una realidad”.
La salida de miles de venezolanos a Colombia, provocada por la crisis política, económica y social en ese país, ha dejado de todo y, por lo tanto, hay que contarlo todo. Porque a pesar de los numerosos problemas y la terrible situación que atraviesan muchos, también hay un grupo de ellos que se han integrado positivamente y, además, buscan por todos los medios retribuir las oportunidades y el cariño que el país les ha ofrecido de alguna u otra forma.
El caso del músico Álvaro Carrillo es especial, porque nació en Valledupar (Colombia), pero se fue a Caracas a los tres años, en 1988, por la violencia que arreciaba en el país. Fue el afecto que recibió allá lo que hizo que en 2014, cuando regresó a Colombia, buscara la forma de crear un proyecto para ayudar.
Según explica a este diario, su formación musical en Venezuela fue excepcional, debido a que en ese momento el boom petrolero permitió traer al país a los mejores maestros del ámbito internacional. La vasta experiencia que tiene en el sistema de orquestas, incluyendo viajes y conciertos por escenarios del mundo, sirvió para que el año pasado naciera la Fundación para la Integración Musical de Colombia (Fundimusicol), la cual busca no solo ayudar profesional y artísticamente a cientos de músicos venezolanos y colombianos retornados que están trabajando en otros sectores, sino contribuir al patrimonio cultural del país.
Lo que queda claro es que cada uno busca agradecer de una forma diferente, como quiere o como dicta su forma de ver las cosas. Andreína Solórzano, periodista venezolana de Noticias Caracol, quien llegó a Colombia en el 2008, afirmó a El Espectador que la mayor muestra de retribución que quiere ofrecerle al país es nacionalizarse colombiana.
“Siento que pertenezco y me siento igual de propia que cualquier colombiano, siento que me preocupa igual el país que a cualquier colombiano. Desde hace tiempo me lamento en cada elección por no poder votar. Ese es un gesto de amor hacia Colombia. Quiero hacer parte de las decisiones que se toman, quiero trabajar por el futuro de este país”, afirmó Solórzano.
Los tres testimonios, aunque no se conocen, coinciden en que la integración y la ayuda real es un tema más complejo de lo que parece. Solórzano, por ejemplo, asegura que ella no se sintió como parte del país hasta que consiguió un trabajo estable. “Lo digo porque yo podía llegar con algunas amistades, pero hasta el momento en el que tú no eres productivo en algún lugar y no sientes que tienes una estabilidad no sientes que es tu casa. Yo sentí que esta era mi casa en el 2009, cuando entré a CM&. Yo estoy echando raíces acá, me casé aquí, sé que voy a tener hijos colombianos y eso no va a hacer sino fortalecer mis lazos con Colombia”.
Lovera, por su parte, señala que los primeros cinco meses de Comparte por Una Vida fueron de ayuda humanitaria exclusivamente. “Empezamos a tratar de ayudar, pero también nos dábamos cuenta de que esto solo estaba acrecentando un problema y revictimizando una población”. Esto les obligó a dar un giro y buscar cambios estructurales que cambiaran la vida del migrante y ayudaran al receptor. Todo esto a través de su colegio en Cúcuta, que tiene 1.800 alumnos y es el que tiene mayor flujo migratorio en Colombia, donde el 46 % del colegio solo recibe PAE por temas de presupuesto.
Vea también: Migrar a Colombia: más allá de abrir las puertas
“Hemos logrado una estabilidad de la población, una permanencia dentro del sistema educativo. Bajamos los índices de desescolarización, el 93 % de nuestros beneficiarios ha respondido positivamente, que son unos resultados maravillosos. Logramos bajar un 13 % la deserción escolar. No solo damos el refrigerio, sino que trabajamos la desnutrición; cada niño tiene su tratamiento según su diagnóstico, y ese tratamiento es el que tiene el Ministerio de Salud de Colombia con Unicef”.
La fundación de Carrillo, que ha beneficiado a unas 600 familias, también busca ofrecer algo más que ayudas temporales a los músicos. “Nosotros hacemos el seguimiento con la parte consular, con la Cancillería, ayudamos en la parte educativa con la profesionalización con los que no tengan título o la convalidación para los que lo tengan. Además, ideamos una plataforma para que ellos toquen al final del trabajo. El impacto positivo ha sido enorme”.
Aunque Solórzano es consciente de los desafíos que ha traído la migración también destaca los efectos positivos, “como se ha vivido en muchos otros países en los que se integran las culturas y sale algo mucho más rico”. Coincide con la visión de Carrillo, quien, después de todo su camino ha concluido que “a nivel social y cultural sería interesante que Colombia captara la experiencia que trae el venezolano, que es una inversión de millones que hizo el gobierno venezolano para importar a todos estos maestros. Creo que el país, sin gastar un peso, a nivel intelectual puede aprovechar esta migración en todos estos programas sociales”.
Lovera, remata: “El movimiento migratorio no podemos detenerlo, pero sí podemos capacitarnos. Tenemos que ser pacientes, pero después de cinco años no podemos hablar de seguir haciendo las rutas de asistencialismo que solo revictimiza a la población, sino que como actores locales de la sociedad civil debemos generar unas rutas donde exigir a los gobiernos locales y regionales, que son los mayores enemigos de la migración, no todos, pero en la gran mayoría, a que articulen todas las herramientas que el Gobierno nacional ha venido planteando junto con la empresa privada”.
Le recomendamos: La cara positiva de la migración venezolana
En diciembre de 2017 las alarmas se le encendieron a Lala Lovera, venezolana en Colombia desde 2008, cuando supo que como consecuencia del aumento de la migración de sus connacionales había cientos de niños que caminaban entre 14 y 18 kilómetros diarios para cruzar a Colombia y poder llegar al colegio La Frontera, que queda en Villa del Rosario, muy cerca del puente Simón Bolívar.
Si bien ya se dedicaba desde hacía unos años a servicios humanitarios, ese momento marcó un punto de inflexión, tanto así que decidió crear Comparte por una Vida Colombia, una organización que busca mitigar los problemas y restituir los derechos de los niños migrantes con el trabajo en este colegio y la comunidad local. “La migración venezolana no es una problemática de ayer, ni de la nueva alcaldía; esto es una realidad”.
La salida de miles de venezolanos a Colombia, provocada por la crisis política, económica y social en ese país, ha dejado de todo y, por lo tanto, hay que contarlo todo. Porque a pesar de los numerosos problemas y la terrible situación que atraviesan muchos, también hay un grupo de ellos que se han integrado positivamente y, además, buscan por todos los medios retribuir las oportunidades y el cariño que el país les ha ofrecido de alguna u otra forma.
El caso del músico Álvaro Carrillo es especial, porque nació en Valledupar (Colombia), pero se fue a Caracas a los tres años, en 1988, por la violencia que arreciaba en el país. Fue el afecto que recibió allá lo que hizo que en 2014, cuando regresó a Colombia, buscara la forma de crear un proyecto para ayudar.
Según explica a este diario, su formación musical en Venezuela fue excepcional, debido a que en ese momento el boom petrolero permitió traer al país a los mejores maestros del ámbito internacional. La vasta experiencia que tiene en el sistema de orquestas, incluyendo viajes y conciertos por escenarios del mundo, sirvió para que el año pasado naciera la Fundación para la Integración Musical de Colombia (Fundimusicol), la cual busca no solo ayudar profesional y artísticamente a cientos de músicos venezolanos y colombianos retornados que están trabajando en otros sectores, sino contribuir al patrimonio cultural del país.
Lo que queda claro es que cada uno busca agradecer de una forma diferente, como quiere o como dicta su forma de ver las cosas. Andreína Solórzano, periodista venezolana de Noticias Caracol, quien llegó a Colombia en el 2008, afirmó a El Espectador que la mayor muestra de retribución que quiere ofrecerle al país es nacionalizarse colombiana.
“Siento que pertenezco y me siento igual de propia que cualquier colombiano, siento que me preocupa igual el país que a cualquier colombiano. Desde hace tiempo me lamento en cada elección por no poder votar. Ese es un gesto de amor hacia Colombia. Quiero hacer parte de las decisiones que se toman, quiero trabajar por el futuro de este país”, afirmó Solórzano.
Los tres testimonios, aunque no se conocen, coinciden en que la integración y la ayuda real es un tema más complejo de lo que parece. Solórzano, por ejemplo, asegura que ella no se sintió como parte del país hasta que consiguió un trabajo estable. “Lo digo porque yo podía llegar con algunas amistades, pero hasta el momento en el que tú no eres productivo en algún lugar y no sientes que tienes una estabilidad no sientes que es tu casa. Yo sentí que esta era mi casa en el 2009, cuando entré a CM&. Yo estoy echando raíces acá, me casé aquí, sé que voy a tener hijos colombianos y eso no va a hacer sino fortalecer mis lazos con Colombia”.
Lovera, por su parte, señala que los primeros cinco meses de Comparte por Una Vida fueron de ayuda humanitaria exclusivamente. “Empezamos a tratar de ayudar, pero también nos dábamos cuenta de que esto solo estaba acrecentando un problema y revictimizando una población”. Esto les obligó a dar un giro y buscar cambios estructurales que cambiaran la vida del migrante y ayudaran al receptor. Todo esto a través de su colegio en Cúcuta, que tiene 1.800 alumnos y es el que tiene mayor flujo migratorio en Colombia, donde el 46 % del colegio solo recibe PAE por temas de presupuesto.
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“Hemos logrado una estabilidad de la población, una permanencia dentro del sistema educativo. Bajamos los índices de desescolarización, el 93 % de nuestros beneficiarios ha respondido positivamente, que son unos resultados maravillosos. Logramos bajar un 13 % la deserción escolar. No solo damos el refrigerio, sino que trabajamos la desnutrición; cada niño tiene su tratamiento según su diagnóstico, y ese tratamiento es el que tiene el Ministerio de Salud de Colombia con Unicef”.
La fundación de Carrillo, que ha beneficiado a unas 600 familias, también busca ofrecer algo más que ayudas temporales a los músicos. “Nosotros hacemos el seguimiento con la parte consular, con la Cancillería, ayudamos en la parte educativa con la profesionalización con los que no tengan título o la convalidación para los que lo tengan. Además, ideamos una plataforma para que ellos toquen al final del trabajo. El impacto positivo ha sido enorme”.
Aunque Solórzano es consciente de los desafíos que ha traído la migración también destaca los efectos positivos, “como se ha vivido en muchos otros países en los que se integran las culturas y sale algo mucho más rico”. Coincide con la visión de Carrillo, quien, después de todo su camino ha concluido que “a nivel social y cultural sería interesante que Colombia captara la experiencia que trae el venezolano, que es una inversión de millones que hizo el gobierno venezolano para importar a todos estos maestros. Creo que el país, sin gastar un peso, a nivel intelectual puede aprovechar esta migración en todos estos programas sociales”.
Lovera, remata: “El movimiento migratorio no podemos detenerlo, pero sí podemos capacitarnos. Tenemos que ser pacientes, pero después de cinco años no podemos hablar de seguir haciendo las rutas de asistencialismo que solo revictimiza a la población, sino que como actores locales de la sociedad civil debemos generar unas rutas donde exigir a los gobiernos locales y regionales, que son los mayores enemigos de la migración, no todos, pero en la gran mayoría, a que articulen todas las herramientas que el Gobierno nacional ha venido planteando junto con la empresa privada”.
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