La sombra del pasado militarista en Brasil
Lo que pasó el fin de semana en Brasilia evoca el golpe de Estado de 1964 y la dictadura que posteriormente se instauró en el país. Por eso el llamado de los bolsonaristas para una intervención militar, con la idea de derrocar el gobierno de Lula da Silva, “no es extraño”, según los analistas, pero ocurre en un contexto en el que la democracia brasileña parece estar fortalecida.
María José Noriega Ramírez
Era 31 de marzo de 1964. Las Fuerzas Armadas de Brasil perpetraron un golpe de Estado en contra de João Goulart. Lo derrocaron y, a lo largo de 21 años, el país vivió bajo un gobierno militar. La historia se dividió en dos: en un antes y en un después de la dictadura. Las Fuerzas Armadas se tomaron el Congreso y el Poder Judicial, destituyeron a algunos parlamentarios, también a unos jueces. Se vivieron años de torturas, desapariciones y persecuciones, de represión en contra de movimientos populares y sociales, en contra de sindicatos e intelectuales de izquierda. Los generales Humberto Castelo Branco y Golbery do Couto e Silva, quienes en 1949 fundaron la Escuela Superior de Guerra para “luchar contra la subversión” en medio de la Guerra Fría, lideraron el asunto.
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Era 31 de marzo de 1964. Las Fuerzas Armadas de Brasil perpetraron un golpe de Estado en contra de João Goulart. Lo derrocaron y, a lo largo de 21 años, el país vivió bajo un gobierno militar. La historia se dividió en dos: en un antes y en un después de la dictadura. Las Fuerzas Armadas se tomaron el Congreso y el Poder Judicial, destituyeron a algunos parlamentarios, también a unos jueces. Se vivieron años de torturas, desapariciones y persecuciones, de represión en contra de movimientos populares y sociales, en contra de sindicatos e intelectuales de izquierda. Los generales Humberto Castelo Branco y Golbery do Couto e Silva, quienes en 1949 fundaron la Escuela Superior de Guerra para “luchar contra la subversión” en medio de la Guerra Fría, lideraron el asunto.
Hace 59 años el gobierno de los militares se tomó Brasil. El país, a lo largo y ancho, vio cómo las Fuerzas Armadas nombraron presidentes y los sentaron en el banquillo del Ejecutivo, en una sucesión de personalidades que trataron de afianzar un mismo régimen. “Tenemos un historial militarista en la política brasileña”, dice Caio Manhanelli. “En muchos países que vivieron algo similar se deconstruyó la imagen de la dictadura, se enseñó qué tan mala fue para la economía y para los derechos humanos, pero aquí en Brasil no pasó eso”. Recuerda que Lula da Silva trató de recuperar algo de esa memoria, pero, además de que generó una molestia con los militares, el proceso no culminó. “Eso permanece en la cabeza y sirve como enganche para que los fascistas apelen a una intervención militar, en su intento de obtener soluciones frente a las demandas que hoy en día tienen del Estado”.
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Lo que sucedió el domingo en Brasil, cuando unos bolsonaristas irrumpieron en el Capitolio, el Tribunal Supremo y el Palacio de Planalto, que llevaron a que policías y periodistas fueran agredidos, a que se dañaran obras de arte, como Mulatas, de Di Cavalcanti, y al robo de armas y municiones, remiten al profesor Mauricio Jaramillo Jassir a esas imágenes de mediados del siglo pasado. “Esto tiene el componente de extrema derecha de no reconocer las elecciones, lo que llevó a tomarse por la fuerza a un Congreso que consideran corrupto, pero además tiene un componente anacrónico de intervención militar, y no creo que haya un antecedente de algo así”.
Comenta que sí ha habido manifestaciones amplias de no reconocimiento de algunas elecciones, como cuando Andrés Manuel López Obrador convocó a una protesta masiva tras la victoria de Felipe Calderón, en 2006, o cuando Henrique Capriles hizo lo mismo con los primeros comicios en los que ganó Nicolás Maduro. “Sin embargo, que en Brasil no se reconozcan las elecciones, y que además se pida la intervención militar, evoca un poco el recuerdo de la Guerra Fría en América Latina”. Para él, el paralelo de lo que vivió Brasilia hace unos días es el golpe de Estado del 64. “Se parece más al tema de Salvador Allende, de Jacobo Árbenz y de Juan Bosch, a esos golpes que les dieron a los gobiernos latinoamericanos con la lógica de ‘aquí no vamos a aceptar el comunismo. ¿Quiénes nos pueden salvar? Los militares’”.
Manhanelli no cree que una dictadura vuelva a Brasil. “Eso pasaría si los militares lo quisieran, pero la mayor parte del comando no tiene el deseo de alcanzar algún estatus político. El país ha tenido un par de golpes de Estado, ha tenido una cultura militarista, los militares han estado involucrados en asuntos civiles y del sector agroexportador, pero hoy en día solo una pequeña parte de las Fuerzas Armadas tiene aspiraciones políticas”. Es decir, no le parece raro que desde el triunfo de Lula da Silva en las urnas se haya hecho un llamado a la intervención militar; “eso no es novedoso”, pero son otros tiempos.
De hecho, Jaramillo Jassir, profesor de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario, comenta que, aunque joven, la democracia en Brasil ha demostrado ser fuerte, pues ha pasado por varias pruebas: “Recién instaurada, el país vivió la crisis del destituido Fernando Collor de Mello, que se resolvió por las instituciones, y después vivió la de Dilma Rousseff. En cada crisis la democracia brasileña sale fortalecida, y eso también lo estamos viendo ahora: varios gobiernos condenaron lo sucedido, incluyendo el del conservador Luis Lacalle Pou, en Uruguay. Creo que la democracia muestra fortaleza y que en el corto plazo se desincentivó cualquier tipo de manifestación similar”.
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Piensa que Lula da Silva está bien parado. Incluso, algunos aliados de Jair Bolsonaro, como el gobernador del distrito de Brasilia, Ibaneis Rocha, se solidarizaron con él. “En ningún momento pensamos que estas manifestaciones tomarían tales proporciones”, afirmó el funcionario, quien le pidió disculpas al mandatario y calificó a los responsables de “verdaderos terroristas”. Así, “por las acciones de los bolsonaristas, hay una razón de unidad nacional”, agrega el docente.
Lo que está pendiente, según él, es qué va a pasar con Bolsonaro, quien aseguró que “las manifestaciones pacíficas, en forma de ley, son parte de la democracia. Sin embargo, las invasiones de edificios públicos, como las ocurridas recientemente, así como las practicadas por la izquierda en 2013 y 2017, escapan a la regla”. Con respecto al discurso de Lula, agregó que repudiaba las acusaciones, sin pruebas, que le había atribuido. “Hay una responsabilidad en dos sentidos: “por omisión, porque hay alguien que hasta hace poco era presidente de Brasil, y tuvo mucho tiempo para llamar a la unidad y para reconocer la derrota. Además, habría una responsabilidad de las autoridades brasileñas de investigar si hay un vínculo con él. Es decir, esto no es algo que pudo ocurrir de forma espontánea y lo que uno se pregunta es qué tan al tanto estaba él de lo que iba a pasar”.
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