La tormenta perfecta para Donald Trump
Tras casi cuatro años de gobierno, Donald Trump logró su objetivo: convirtió a todos en conspiracionistas. Estados Unidos, lleno de miedo, debate si el presidente tiene en efecto el virus o no. ¿Víctima de su propio invento?
Camilo Gómez Forero
Eran las 11:20 de la noche del jueves y Donald Trump no había anunciado todavía que tenía coronavirus. Aún faltaba media hora para que el mandatario le dijera al mundo que él y la primera dama, Melania Trump, habían dado positivo en una prueba de COVID-19. Sin embargo, un internauta quiso adelantarse a la noticia que hoy tiene en vilo a todo el país de una manera para algunos astuta y sorprendente: se fijó en los aviones que estaban en el cielo.
Tim Hogan, un liberal que monitorea los movimientos de Rusia en Europa y la guerra contra el Estado Islámico, cuya cuenta es seguida por la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, comenzó a seguir el rastro del tránsito aéreo en Estados Unidos apenas supo que Trump se haría una prueba de emergencia para saber si se había contagiado de COVID-19. A las 11:19 de la noche él reportó que el E-6B Mercury, conocido popularmente como el “avión del fin del mundo”, estaba sobrevolando la costa este, entre Washington y Delaware.
El objetivo del E-6B Mercury es tan simple como tétrico. La aeronave actúa como un puesto de comando aerotransportado para detectar misiles que se dirijan a Estados Unidos. Si alguien ataca a los estadounidenses, este avión tiene la capacidad de ordenarle a sus submarinos que comiencen una guerra nuclear así Washington D.C. haya desaparecido del mapa. En palabras más simples: tiene la facultad de ordenar la muerte de todos en la tierra.
Cuando Hogan lo vio solo pudo pensar en que la única razón por la que estaba en el aire esa noche era porque el presidente, en efecto, estaba enfermo. Que Estados Unidos, cuyo gobierno podría parecer frágil en ese momento frente a las otras potencias, le estaba enviando un mensaje a sus rivales para advertirles que, si llegaban a atacar, la respuesta no esperaría. Y así lo comunicó en sus redes. Todo esto es tenebroso y real, sí, pero no es nada más que un proceso rutinario. La teoría de Hogan y lo que pasó con el presidente fue una coincidencia. Donald Trump sí resultó enfermo esa noche, pero el avión vuela regularmente, no fue algo exclusivo del jueves.
Sin embargo, esta teoría fue replicada por periodistas de los principales medios estadounidenses, como NBC y CNN. “Extraordinario”, opinó Ben Collins, de NBC, sobre el análisis de Hogan. El temor por un ataque resurgió entre los llamados “niños de la Guerra Fría”, que en Twitter recordaron viejas épocas cuando la amenaza nuclear era más temida. Hubo paranoia. “Nadie está durmiendo esta noche”, escribió Yashar Ali, del New York Magazine. Con el anuncio de Trump, el país se sumergió en la incertidumbre. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué pasaría si el presidente muere? El miedo ha reinado desde entonces.
Hace meses que Estados Unidos está en caos, pero que la salud del mandatario esté en riesgo terminó de profundizar la confusión entre la población. Y es en ese escenario tan desconcertante precisamente en donde muchos políticos salen beneficiados. Incluido Trump.
La desinformación y la confusión son las herramientas de trabajo del republicano, acostumbrado a usar las noticias falsas, los rumores y los reportes tendenciosos para su beneficio. Y en este momento los estadounidenses están muy confundidos: muchos no saben cómo votar y ahora temen no saber cómo estarán sus candidatos en las siguientes semanas.
Para Naomi Schalit, editora política de The Conversation, el resultado de la prueba de Trump podría traerle ciertas ventajas políticas: recuperarse del virus demostrará que tenía razón todo el tiempo, por ejemplo. Además, “la historia nos dice que los candidatos presidenciales enfermos a menudo ganan las elecciones”, dice Schalit, quien pone de ejemplo a Ronald Reagan y Franklin D. Roosevelt. Por otro lado, “la enfermedad de Trump podría tener un efecto positivo en el tono del discurso político. Biden no querrá que se lo vea demonizando a un oponente enfermo”, concluye la periodista.
Aunque, claro, esta enfermedad también tiene efectos negativos: Trump estará aislado y no podrá hacer campaña cuando la carrera se torna tan crítica y apretada. Ha perdido su ventaja física y, si su imagen se ve achacada, no podrá soportar la humillación. Por último, su recuperación podría tardar, y estamos a solo cuatro semanas del día electoral. Sin embargo, Trump tiene algo más a su favor: el país está ahora más dividido que hace una semana, y esa división era necesaria para él.
Trump está enfrentando su propio invento. Ha pasado tanto tiempo promoviendo noticias falsas que ahora una parte del pueblo duda de que el presidente tenga el virus. “¿Estamos seguros de que es verdad?”, se preguntan los demócratas. Algunos sugieren que sería una excusa para retrasar las elecciones, como lo había propuesto hace unas semanas. Incluso una artimaña para saltarse los próximos debates. Y la Casa Blanca ha sido tan poco transparente sobre la salud del mandatario que nadie confía en el reporte oficial.
“No se puede esperar que esta Casa Blanca diga la verdad sobre la salud de Trump. Sus médicos han mentido sobre el peso y la altura del presidente”, escribe David Frum, redactor de The Atlantic. Tiene razón. No hay transparencia, menos respeto. La PBS confirmó que no hubo ningún contacto de la campaña de Trump para alertar a su rival de una posible exposición al virus. La campaña de Joe Biden se enteró por las noticias. “Lo que se puede esperar es mucha victimización y autocompasión (...) escucharemos sobre cómo la gente no está siendo lo suficientemente respetuosa con un presidente en su época de enfermedad”, agrega Frum.
Trump, que está abajo en las encuestas, necesitaba desesperadamente un titular que lo pusiera de nuevo al tope y alterara la dinámica de esta carrera. En Estados Unidos hay un fenómeno político que se conoce como “la sorpresa de octubre”, que habla sobre los eventos dramáticos que cambian el norte de las elecciones. Hace cuatro años, por ejemplo, fue la investigación a Hillary Clinton y el escándalo de sus correos privados.
La erosión en la confianza a los medios de comunicación es profunda, incluso en el mismo gobierno. Este es el territorio más fértil en meses para las noticias falsas y las teorías de conspiración. El pueblo estadounidense está frágil y por eso termina divulgando alertas sobre aviones del fin del mundo y no se convence de que la prueba de Trump haya sido verdad.
Y en medio de todo, los rivales geopolíticos de Estados Unidos aprovechan la situación. Las granjas de troles rusas, preparadas para inundar a los electores con noticias falsas, estaban esperando este momento. Desde junio vienen presentando una gran actividad, según el FBI. “Es la tormenta perfecta”, dicen los medios en Moscú. Esta es la sorpresa de octubre.
Eran las 11:20 de la noche del jueves y Donald Trump no había anunciado todavía que tenía coronavirus. Aún faltaba media hora para que el mandatario le dijera al mundo que él y la primera dama, Melania Trump, habían dado positivo en una prueba de COVID-19. Sin embargo, un internauta quiso adelantarse a la noticia que hoy tiene en vilo a todo el país de una manera para algunos astuta y sorprendente: se fijó en los aviones que estaban en el cielo.
Tim Hogan, un liberal que monitorea los movimientos de Rusia en Europa y la guerra contra el Estado Islámico, cuya cuenta es seguida por la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, comenzó a seguir el rastro del tránsito aéreo en Estados Unidos apenas supo que Trump se haría una prueba de emergencia para saber si se había contagiado de COVID-19. A las 11:19 de la noche él reportó que el E-6B Mercury, conocido popularmente como el “avión del fin del mundo”, estaba sobrevolando la costa este, entre Washington y Delaware.
El objetivo del E-6B Mercury es tan simple como tétrico. La aeronave actúa como un puesto de comando aerotransportado para detectar misiles que se dirijan a Estados Unidos. Si alguien ataca a los estadounidenses, este avión tiene la capacidad de ordenarle a sus submarinos que comiencen una guerra nuclear así Washington D.C. haya desaparecido del mapa. En palabras más simples: tiene la facultad de ordenar la muerte de todos en la tierra.
Cuando Hogan lo vio solo pudo pensar en que la única razón por la que estaba en el aire esa noche era porque el presidente, en efecto, estaba enfermo. Que Estados Unidos, cuyo gobierno podría parecer frágil en ese momento frente a las otras potencias, le estaba enviando un mensaje a sus rivales para advertirles que, si llegaban a atacar, la respuesta no esperaría. Y así lo comunicó en sus redes. Todo esto es tenebroso y real, sí, pero no es nada más que un proceso rutinario. La teoría de Hogan y lo que pasó con el presidente fue una coincidencia. Donald Trump sí resultó enfermo esa noche, pero el avión vuela regularmente, no fue algo exclusivo del jueves.
Sin embargo, esta teoría fue replicada por periodistas de los principales medios estadounidenses, como NBC y CNN. “Extraordinario”, opinó Ben Collins, de NBC, sobre el análisis de Hogan. El temor por un ataque resurgió entre los llamados “niños de la Guerra Fría”, que en Twitter recordaron viejas épocas cuando la amenaza nuclear era más temida. Hubo paranoia. “Nadie está durmiendo esta noche”, escribió Yashar Ali, del New York Magazine. Con el anuncio de Trump, el país se sumergió en la incertidumbre. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué pasaría si el presidente muere? El miedo ha reinado desde entonces.
Hace meses que Estados Unidos está en caos, pero que la salud del mandatario esté en riesgo terminó de profundizar la confusión entre la población. Y es en ese escenario tan desconcertante precisamente en donde muchos políticos salen beneficiados. Incluido Trump.
La desinformación y la confusión son las herramientas de trabajo del republicano, acostumbrado a usar las noticias falsas, los rumores y los reportes tendenciosos para su beneficio. Y en este momento los estadounidenses están muy confundidos: muchos no saben cómo votar y ahora temen no saber cómo estarán sus candidatos en las siguientes semanas.
Para Naomi Schalit, editora política de The Conversation, el resultado de la prueba de Trump podría traerle ciertas ventajas políticas: recuperarse del virus demostrará que tenía razón todo el tiempo, por ejemplo. Además, “la historia nos dice que los candidatos presidenciales enfermos a menudo ganan las elecciones”, dice Schalit, quien pone de ejemplo a Ronald Reagan y Franklin D. Roosevelt. Por otro lado, “la enfermedad de Trump podría tener un efecto positivo en el tono del discurso político. Biden no querrá que se lo vea demonizando a un oponente enfermo”, concluye la periodista.
Aunque, claro, esta enfermedad también tiene efectos negativos: Trump estará aislado y no podrá hacer campaña cuando la carrera se torna tan crítica y apretada. Ha perdido su ventaja física y, si su imagen se ve achacada, no podrá soportar la humillación. Por último, su recuperación podría tardar, y estamos a solo cuatro semanas del día electoral. Sin embargo, Trump tiene algo más a su favor: el país está ahora más dividido que hace una semana, y esa división era necesaria para él.
Trump está enfrentando su propio invento. Ha pasado tanto tiempo promoviendo noticias falsas que ahora una parte del pueblo duda de que el presidente tenga el virus. “¿Estamos seguros de que es verdad?”, se preguntan los demócratas. Algunos sugieren que sería una excusa para retrasar las elecciones, como lo había propuesto hace unas semanas. Incluso una artimaña para saltarse los próximos debates. Y la Casa Blanca ha sido tan poco transparente sobre la salud del mandatario que nadie confía en el reporte oficial.
“No se puede esperar que esta Casa Blanca diga la verdad sobre la salud de Trump. Sus médicos han mentido sobre el peso y la altura del presidente”, escribe David Frum, redactor de The Atlantic. Tiene razón. No hay transparencia, menos respeto. La PBS confirmó que no hubo ningún contacto de la campaña de Trump para alertar a su rival de una posible exposición al virus. La campaña de Joe Biden se enteró por las noticias. “Lo que se puede esperar es mucha victimización y autocompasión (...) escucharemos sobre cómo la gente no está siendo lo suficientemente respetuosa con un presidente en su época de enfermedad”, agrega Frum.
Trump, que está abajo en las encuestas, necesitaba desesperadamente un titular que lo pusiera de nuevo al tope y alterara la dinámica de esta carrera. En Estados Unidos hay un fenómeno político que se conoce como “la sorpresa de octubre”, que habla sobre los eventos dramáticos que cambian el norte de las elecciones. Hace cuatro años, por ejemplo, fue la investigación a Hillary Clinton y el escándalo de sus correos privados.
La erosión en la confianza a los medios de comunicación es profunda, incluso en el mismo gobierno. Este es el territorio más fértil en meses para las noticias falsas y las teorías de conspiración. El pueblo estadounidense está frágil y por eso termina divulgando alertas sobre aviones del fin del mundo y no se convence de que la prueba de Trump haya sido verdad.
Y en medio de todo, los rivales geopolíticos de Estados Unidos aprovechan la situación. Las granjas de troles rusas, preparadas para inundar a los electores con noticias falsas, estaban esperando este momento. Desde junio vienen presentando una gran actividad, según el FBI. “Es la tormenta perfecta”, dicen los medios en Moscú. Esta es la sorpresa de octubre.