La “tragedia” de la democracia en Brasil
El país elige este domingo en segunda vuelta a su nuevo presidente. Para el analista Matías Franchini, el escenario polarizado es desalentador.
“El Brasil que viví es muy diferente al de hoy”, dice Matías Franchini, profesor de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario. Se refiere a que el país polarizado e inundado de fake news, que escoge a su nuevo presidente este domingo, no es el mismo de 2009, cuando llegó a vivir allí, en donde permanecería casi una década.
Los candidatos, Jair Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva, llegaron a la segunda vuelta que se define ahora luego de que el primero sorprendiera el pasado 2 de octubre sacando muchos más votos de los que preveían las encuestas. Lula, quien en los sondeos marcaba unos 13 puntos de ventaja sobre su oponente, se hizo con el 48,4 % de los votos, mientras que Bolsonaro obtuvo un asombroso 43,2 %.
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Para muchos analistas, el salto inesperado puede deberse a lo que se ha denominado “voto vergonzante”: personas que preferían no expresar su intención de votar por el actual presidente, que se posesionó en 2019. Asimismo, sorprendió el partido al que pertenece el mandatario (el Partido Liberal o PL), al lograr la mayor bancada tanto en la Cámara como en el Senado.
En la Cámara de Diputados, de 513 asientos, el PL obtuvo 96 escaños, mientras que en el Senado Federal, que renovaba un tercio de las curules, fueron 14 de 81. Por lo mismo, el asunto de la gobernabilidad resulta clave en esta historia: de ganar Lula, del Partido de los Trabajadores (PT), tendría que gobernar con un Legislativo claramente conservador.
De acuerdo con un promedio de encuestas hecho por DatosRTVE, a partir de las mediciones publicadas el último mes, la diferencia entre los dos candidatos para la segunda ronda es de apenas dos puntos: 46,7 % para Lula y 44,8 % para Bolsonaro. Sin embargo, no es imposible que el desfase visto en la primera vuelta entre las encuestas y los resultados de Bolsonaro vuelva a ocurrir.
Para Franchini, en efecto, hay “incertidumbre por la experiencia de la primera vuelta”. Sin embargo, más clave aún, señala, puede ser la abstención, que tradicionalmente es más alta en segunda vuelta, pero además porque este fin de semana es festivo en Brasil, por lo que muchos electores, probablemente de viaje, no ejercerían su derecho.
Sobre la eventual gobernabilidad de Lula, el académico señala que la composición del Congreso Nacional podría entorpecer el avance de los planes propuestos por el candidato, como el de la protección de la Amazonia. “(De ser presidente) tendría que acercarse a ese Congreso para establecer su agenda, lo que obligaría a que Lula se mueva a la derecha, que tenga que negociar con partidos que son más de derecha”.
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Para Bolsonaro, de otro lado, la situación sería mucho más fácil, pero por lo mismo, para sus críticos u opositores, mucho más preocupante. “Aumentaría radicalmente su margen de maniobra para imponerse por encima de los controles y subvertir la Constitución”, señaló Guilherme Simões Rei, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro, en un artículo publicado por este diario en alianza con Latinoamérica 21.
Bolsonaro ha casado una pelea con miembros del Supremo Tribunal Federal (STF), principalmente con Alexandre de Moraes y Luís Roberto Barroso, para quienes ha buscado la destitución. “Corresponde al presidente del Senado recibir la denuncia para iniciar el proceso de destitución de un miembro del STF y se necesita el voto de 54 de los 81 senadores para aprobarla”, recuerda Simões.
Al igual que ese autor, Franchini señala la posibilidad que ha sugerido Bolsonaro de aumentar el número de miembros del STF, para tener más candidaturas, así como bajar la edad de jubilación, para que los jueces nombrados por antecesores salgan más rápido. “La aprobación de las enmiendas a la Constitución requiere el apoyo de 54 senadores y también de 308 de los 513 diputados federales. En este marco, la amplia bancada de Bolsonaro en el Senado hace saltar las alarmas”, explica Simões.
Asimismo, el ambiente sería favorable para Bolsonaro a la hora de impulsar cambios relacionados con el porte de armas y políticas de corte conservador, como la prohibición del aborto, incluso en los casos para los cuales actualmente no se considera punible.
La cuestión regional
Por el escenario de gobernabilidad con el que llegaría Lula es que Franchini también cree que su relación con gobiernos como el de Gustavo Petro, en Colombia; el de Alberto Fernández, en Argentina, o el de Andrés Manuel López Obrador, en México, podría no ser tan cercana como lo sería en otras condiciones.
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Por cierto, dice que, aunque se habla de una nueva “marea rosa” en América Latina, hay factores que hacen distinto el escenario actual respecto al de comienzos de siglo, como la situación en Venezuela bajo el régimen de Nicolás Maduro y la deteriorada situación económica, regional y mundial, muy diferente de la suerte de bonanza que trajo el “boom de los commodities”.
En cambio la continuidad de Bolsonaro, para el analista, supondría también la continuidad del “enfrentamiento”, al menos retórico, con gobiernos como el de Petro, Fernández y Gabriel Boric, en Chile.
Polarización y “fake news”
Franchini recuerda que en el Brasil en el que vivió la cuestión política no formaba parte de las discusiones cotidianas de la gente, de las familias. Todo empezó a cambiar a partir de 2014, con la elección de Dilma Rousseff, la caída de la economía que se vio en los años siguientes, los resultados de la investigación conocida como “Lava Jato” (que involucró a varios políticos del PT) y el impeachment contra Rousseff.
“En ese caldo de cultivo se profundizó la indignación y apareció Jair Bolsonaro, una figura polarizante, y la política se volvió fundamental en la vida de los brasileños”, dice. Para él, hoy la “gran tragedia de la democracia” de Brasil es tener que escoger entre dos candidatos “terriblemente polarizantes”.
Todo esto se ha expresado, por ejemplo, en la marea de fake news y desinformación que se ha visto en la campaña, de lado y lado, pero fomentada por discursos como el de Bolsonaro, que ha puesto en duda la fiabilidad de las máquinas electrónicas del sistema electoral y de quien se teme que no acepte los resultados en caso de que pierda la elección.
Las denuncias ante el Tribunal Electoral por motivos relacionados con la desinformación aumentaron casi 1.700 % en comparación con las elecciones locales de 2020, según información de la Corte. Por todo esto, al mismo magistrado Moraes, jefe de las elecciones, se le confirió el poder de censurar contenidos que se consideren falsos o descontextualizados.
Las decisiones de la autoridad son de oficio, sin necesidad de una denuncia o la petición de un fiscal, y las redes sociales deben acatar la orden en un plazo de dos horas desde que sean notificadas o se enfrentarían a la posibilidad de que sus servicios sean suspendidos en el país.
Pese a que esta medida solo estaría vigente en época de elecciones, por supuesto no tardaron en surgir las preocupaciones por la expansión de poder “potencialmente peligrosa y autoritaria que podría ser abusada con el fin de censurar puntos de vista legítimos e influir en la contienda presidencial”, como reportó The New York Times.
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“El Brasil que viví es muy diferente al de hoy”, dice Matías Franchini, profesor de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario. Se refiere a que el país polarizado e inundado de fake news, que escoge a su nuevo presidente este domingo, no es el mismo de 2009, cuando llegó a vivir allí, en donde permanecería casi una década.
Los candidatos, Jair Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva, llegaron a la segunda vuelta que se define ahora luego de que el primero sorprendiera el pasado 2 de octubre sacando muchos más votos de los que preveían las encuestas. Lula, quien en los sondeos marcaba unos 13 puntos de ventaja sobre su oponente, se hizo con el 48,4 % de los votos, mientras que Bolsonaro obtuvo un asombroso 43,2 %.
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Para muchos analistas, el salto inesperado puede deberse a lo que se ha denominado “voto vergonzante”: personas que preferían no expresar su intención de votar por el actual presidente, que se posesionó en 2019. Asimismo, sorprendió el partido al que pertenece el mandatario (el Partido Liberal o PL), al lograr la mayor bancada tanto en la Cámara como en el Senado.
En la Cámara de Diputados, de 513 asientos, el PL obtuvo 96 escaños, mientras que en el Senado Federal, que renovaba un tercio de las curules, fueron 14 de 81. Por lo mismo, el asunto de la gobernabilidad resulta clave en esta historia: de ganar Lula, del Partido de los Trabajadores (PT), tendría que gobernar con un Legislativo claramente conservador.
De acuerdo con un promedio de encuestas hecho por DatosRTVE, a partir de las mediciones publicadas el último mes, la diferencia entre los dos candidatos para la segunda ronda es de apenas dos puntos: 46,7 % para Lula y 44,8 % para Bolsonaro. Sin embargo, no es imposible que el desfase visto en la primera vuelta entre las encuestas y los resultados de Bolsonaro vuelva a ocurrir.
Para Franchini, en efecto, hay “incertidumbre por la experiencia de la primera vuelta”. Sin embargo, más clave aún, señala, puede ser la abstención, que tradicionalmente es más alta en segunda vuelta, pero además porque este fin de semana es festivo en Brasil, por lo que muchos electores, probablemente de viaje, no ejercerían su derecho.
Sobre la eventual gobernabilidad de Lula, el académico señala que la composición del Congreso Nacional podría entorpecer el avance de los planes propuestos por el candidato, como el de la protección de la Amazonia. “(De ser presidente) tendría que acercarse a ese Congreso para establecer su agenda, lo que obligaría a que Lula se mueva a la derecha, que tenga que negociar con partidos que son más de derecha”.
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Para Bolsonaro, de otro lado, la situación sería mucho más fácil, pero por lo mismo, para sus críticos u opositores, mucho más preocupante. “Aumentaría radicalmente su margen de maniobra para imponerse por encima de los controles y subvertir la Constitución”, señaló Guilherme Simões Rei, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro, en un artículo publicado por este diario en alianza con Latinoamérica 21.
Bolsonaro ha casado una pelea con miembros del Supremo Tribunal Federal (STF), principalmente con Alexandre de Moraes y Luís Roberto Barroso, para quienes ha buscado la destitución. “Corresponde al presidente del Senado recibir la denuncia para iniciar el proceso de destitución de un miembro del STF y se necesita el voto de 54 de los 81 senadores para aprobarla”, recuerda Simões.
Al igual que ese autor, Franchini señala la posibilidad que ha sugerido Bolsonaro de aumentar el número de miembros del STF, para tener más candidaturas, así como bajar la edad de jubilación, para que los jueces nombrados por antecesores salgan más rápido. “La aprobación de las enmiendas a la Constitución requiere el apoyo de 54 senadores y también de 308 de los 513 diputados federales. En este marco, la amplia bancada de Bolsonaro en el Senado hace saltar las alarmas”, explica Simões.
Asimismo, el ambiente sería favorable para Bolsonaro a la hora de impulsar cambios relacionados con el porte de armas y políticas de corte conservador, como la prohibición del aborto, incluso en los casos para los cuales actualmente no se considera punible.
La cuestión regional
Por el escenario de gobernabilidad con el que llegaría Lula es que Franchini también cree que su relación con gobiernos como el de Gustavo Petro, en Colombia; el de Alberto Fernández, en Argentina, o el de Andrés Manuel López Obrador, en México, podría no ser tan cercana como lo sería en otras condiciones.
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Por cierto, dice que, aunque se habla de una nueva “marea rosa” en América Latina, hay factores que hacen distinto el escenario actual respecto al de comienzos de siglo, como la situación en Venezuela bajo el régimen de Nicolás Maduro y la deteriorada situación económica, regional y mundial, muy diferente de la suerte de bonanza que trajo el “boom de los commodities”.
En cambio la continuidad de Bolsonaro, para el analista, supondría también la continuidad del “enfrentamiento”, al menos retórico, con gobiernos como el de Petro, Fernández y Gabriel Boric, en Chile.
Polarización y “fake news”
Franchini recuerda que en el Brasil en el que vivió la cuestión política no formaba parte de las discusiones cotidianas de la gente, de las familias. Todo empezó a cambiar a partir de 2014, con la elección de Dilma Rousseff, la caída de la economía que se vio en los años siguientes, los resultados de la investigación conocida como “Lava Jato” (que involucró a varios políticos del PT) y el impeachment contra Rousseff.
“En ese caldo de cultivo se profundizó la indignación y apareció Jair Bolsonaro, una figura polarizante, y la política se volvió fundamental en la vida de los brasileños”, dice. Para él, hoy la “gran tragedia de la democracia” de Brasil es tener que escoger entre dos candidatos “terriblemente polarizantes”.
Todo esto se ha expresado, por ejemplo, en la marea de fake news y desinformación que se ha visto en la campaña, de lado y lado, pero fomentada por discursos como el de Bolsonaro, que ha puesto en duda la fiabilidad de las máquinas electrónicas del sistema electoral y de quien se teme que no acepte los resultados en caso de que pierda la elección.
Las denuncias ante el Tribunal Electoral por motivos relacionados con la desinformación aumentaron casi 1.700 % en comparación con las elecciones locales de 2020, según información de la Corte. Por todo esto, al mismo magistrado Moraes, jefe de las elecciones, se le confirió el poder de censurar contenidos que se consideren falsos o descontextualizados.
Las decisiones de la autoridad son de oficio, sin necesidad de una denuncia o la petición de un fiscal, y las redes sociales deben acatar la orden en un plazo de dos horas desde que sean notificadas o se enfrentarían a la posibilidad de que sus servicios sean suspendidos en el país.
Pese a que esta medida solo estaría vigente en época de elecciones, por supuesto no tardaron en surgir las preocupaciones por la expansión de poder “potencialmente peligrosa y autoritaria que podría ser abusada con el fin de censurar puntos de vista legítimos e influir en la contienda presidencial”, como reportó The New York Times.
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