La vida incierta de los migrantes venezolanos en la frontera colombiana
Los migrantes venezolanos enfrentan numerosas barreras para acceder a servicios de salud en Norte de Santander, Arauca y La Guajira. Aunque en el papel la vacunación, los partos y la atención de urgencias están garantizados, las necesidades médicas de esta población desbordan la capacidad del sistema colombiano para atenderlas. Estas son algunas historias de esa crisis desatendida.
Redacción Internacional*
Fue al tercer día de alimentarse solamente con mangos que Poellis Córdoba y su esposo se dieron cuenta de que había llegado la hora de huir. Tras varios meses de soportar estoicamente la escasez de comida, que racionaban estrictamente en función de que sus tres hijos pequeños pudieran llevarse algo a la boca cada día, esta pareja de venezolanos decidió salir del país para sobrevivir.
“Mi esposo era albañil y ganaba bien, vivíamos relativamente cómodos, pero poco a poco la situación se fue degradando hasta el punto que la plata solo nos alcanzaba para comprar sardinas y masa de maíz. Me acuerdo que al final solo teníamos para darles a los niños, y yo se las preparaba de todas las maneras posibles para que no le fueran a coger fastidio. Luego ya ni eso se conseguía y fue cuando mi esposo llegó con una maleta llena de mangos. Cuando se acabaron fue que por fin entendimos que no podíamos aguantar más”, explica Poellis.
Ver más: El laberinto mental de la migraciòn venezolana
Primero viajó él para encontrarse con unos hermanos que habían migrado unos meses antes a Tibú, un municipio fronterizo ubicado en el departamento de Norte de Santander. Siete meses después llegó ella junto con su hijo de 5 años. Y tuvo que pasar un año más para que pudieran reunir el dinero para traer a los dos hijos mayores, de 7 y de 9. Hoy toda la familia vive en el asentamiento informal Divino Niño, una aglomeración de casas con bases de madera, paredes de tela polisombra y techos de zinc, a donde llegan los venezolanos que no pueden pagar arriendo.
“La vida acá no ha sido nada fácil”, dice Poellis con un dejo de amargura, “a veces se nos ha puesto ruda porque a mi esposo no le sale trabajo y yo me la rebusco vendiendo rifas. Hace poco duró 15 días en la casa y nos tocó ir a comer al comedor comunitario que ofrecen para los venezolanos. Gracias a Dios ayer lo llamaron para hacer unos arreglos. Como le digo, se nos pone difícil pero no falta el bocado para los niños”, repone la mujer con optimismo.
Las malas condiciones de hábitat y el riesgo de no conseguir comida son apenas dos de las facetas de la vulnerabilidad en la que vive Poellis en Colombia. Hace poco a su hijo menor se le formó una pequeña inflamación en el estómago y empezó a quejarse repetidamente de dolor. “Como no parecía grave yo decidí llevarlo al servicio de Médicos Sin Fronteras (MSF), porque en el Hospital de acá no lo atienden a uno como venezolano si no es una urgencia. Me acuerdo que fuimos un viernes temprano y no alcanzamos a coger el turno porque había muchas personas. Entonces volví el lunes y ahí sí me lo atendieron”, explica.
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Al igual que ella, cerca de 12.355 venezolanos han recurrido entre noviembre de 2018 y mayo de este año a los servicios de salud primaria y salud mental que MSF ofrece en los departamentos fronterizos de La Guajira, Norte de Santander y Arauca; porque en estos municipios solo atienden a esta población por urgencias, vacunas y partos. Es el caso de Marilyn Díaz, una mujer venezolana que migró a Tibú hace un año, y que hace tres días dio a luz a su segunda hija en el Hospital Regional del Norte de esa ciudad. “Aunque tenía miedo porque me habían dicho que acá no atendían a las venezolanas, apenas llegué y dije que tenía los dolores me atendieron rápido y bien”, explica.
Díaz cuenta, sin embargo, que cuando autorizaron su salida también le dieron una fórmula con algunos medicamentos y vitaminas y le dijeron que las reclamara en MSF. También le recomendaron que asistiera a los controles posnatales con los médicos de esa organización, pues en el Hospital está restringido ese servicio para las personas con seguro médico colombiano. Aunque ella cuenta con Permiso Especial de Permanencia y se inscribió hace más de seis meses en el Sisbén (Sistema de identificación de beneficiarios de salud), pero aún no se encuentra registrada y no puede acceder a este servicio.
Mujeres y niños venezolanos
Las mujeres y los niños venezolanos son los más vulnerables ante la falta de acceso a servicios de salud en Colombia. Cerca del 40% de los pacientes de MSF han sido menores de cinco años en controles posnatales y atención de niños sanos. También se han atendido 2.436 consultas de atención prenatal, más de 4.668 de planificación familiar, 114 interrupciones seguras del embarazo, siete atenciones integrales a víctimas de violencia sexual y 57 atenciones de salud mental a víctimas de violencia sexual. Así mismo, 940 personas han asistido a consultas de salud mental y 271 de ellas han regresado para recibir acompañamiento en este campo.Las patologías más frecuentes en los venezolanos atendidos por MSF son alergias cutáneas, infecciones en vías respiratorias altas, síndrome osteomuscular, infecciones urinarias y afecciones ginecológicas. En menores de 14 años, las afectaciones relacionadas con diarrea y parasitosis intestinal son muy prevalentes, y también se han detectado algunos casos de malnutrición. En salud mental, los principales síntomas encontrados son ansiedad y depresión debido a las condiciones de la migración, las dificultades para encontrar trabajo y la separación familiar.
“Es que yo me estaba volviendo loca por culpa de la separación de mis dos hijos mayores”, recuerda Poellis sobre la primera vez que buscó los servicios de MSF. “Durante un año solo los pude ver por videollamada y muchas veces pasé días sin hablar con ellos. Eso me estresó y vine a hablar con el sicólogo. Me sirvió mucho, me dio calma y me recomendó que hiciera un plan para traerlos lo más pronto posible. Tuvimos varias consultas, pero no había vuelto desde que llegaron mis hijos, hasta que al pequeño le empezó a doler el estómago. El doctor dijo que tocaba desparasitarlo y me dio los medicamentos, afortunadamente no fue nada grave porque no sé qué hubiéramos hecho”.
“Esta falta de acceso a servicios de salud básicos y especializados por parte de los venezolanos en Colombia es una crisis sanitaria que necesita mayor atención por parte de la comunidad internacional”, afirma Ellen Rymshaw, Jefa de Misión de MSF en Colombia. “Las necesidades médicas de esta población han desbordado al sistema de salud colombiano, que en este momento no tiene recursos ni personal para atenderlas. Por cuenta de estas limitaciones, incluso muchos pacientes migrantes no han podido recibir atención oportuna en los servicios de urgencias de los hospitales, a pesar de que tienen derecho a ello según la legislación vigente”, complementa.
Y es que no solo los 350.000 venezolanos que según cálculos oficiales residen en estos tres departamentos fronterizos requieren servicios médicos en este país. A ellos se les suman los miles de migrantes pendulares que cada día cruzan la frontera en busca de consultas y medicamentos, en muchos casos para enfermedades que no se consideran urgencias, pero que requieren tratamientos estrictos a los que tampoco tienen acceso.
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Yamileth Gómez, por ejemplo, viajó más de cuatro horas desde Seboruco, en el estado Táchira, para buscar en Colombia un tratamiento para el hipertiroidismo que le detectaron en enero pasado. “En Venezuela el medicamento que necesito no se consigue y acá me cuesta 70.000 pesos que en este momento no tengo. Con decirle que me vine en cola (pidiendo transporte gratis) porque no tenía para el pasaje”, dice Yamileth.
Yamileth cuenta que no ha podido volver a trabajar como profesora porque el tono de la voz le ha bajado, pero también porque la enfermedad se manifiesta con dolores de cabeza, taquicardias, vómitos y diarreas, hinchazón en los pies y repetidos episodios de depresión. “Esto me ha alterado la vida hasta el punto de que a veces no puedo ni atender a mis hijos. Acá me dijeron que me van a ayudar a conseguir el medicamento, espero que así sea para poder volver a vivir con normalidad”, dice.
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Las historias de Poellis, Marilyn y Yamileth muestran la angustia que viven los migrantes venezolanos en la frontera colombiana. Tras huir de su país debido a una crisis que convirtió la escasez en una rutina, llegan a un país que no les ofrece mayores oportunidades de vivienda, trabajo, ni mucho menos salud. Las limitaciones que impone el sistema, sumadas a las condiciones de vulnerabilidad económica en la que viven la mayoría de ellos, hacen que el acceso a atención médica básica y especializada sea una posibilidad lejana e incierta que pone en suspenso su bienestar.
“Los venezolanos en los departamentos de frontera tienen una gran cantidad de necesidades médicas que no están siendo atendidas por el sistema de salud colombiano”, afirma Rymshaw. “Como organización médico-humanitaria llamamos a una mayor implicación de la comunidad internacional para facilitar la asistencia humanitaria y mejorar el acceso a la salud de la población venezolana a través del apoyo directo a los hospitales. Esta es una crisis que urge atender”, concluye.
* Alianza informativa con Médicos sin Fronteras
Fue al tercer día de alimentarse solamente con mangos que Poellis Córdoba y su esposo se dieron cuenta de que había llegado la hora de huir. Tras varios meses de soportar estoicamente la escasez de comida, que racionaban estrictamente en función de que sus tres hijos pequeños pudieran llevarse algo a la boca cada día, esta pareja de venezolanos decidió salir del país para sobrevivir.
“Mi esposo era albañil y ganaba bien, vivíamos relativamente cómodos, pero poco a poco la situación se fue degradando hasta el punto que la plata solo nos alcanzaba para comprar sardinas y masa de maíz. Me acuerdo que al final solo teníamos para darles a los niños, y yo se las preparaba de todas las maneras posibles para que no le fueran a coger fastidio. Luego ya ni eso se conseguía y fue cuando mi esposo llegó con una maleta llena de mangos. Cuando se acabaron fue que por fin entendimos que no podíamos aguantar más”, explica Poellis.
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Primero viajó él para encontrarse con unos hermanos que habían migrado unos meses antes a Tibú, un municipio fronterizo ubicado en el departamento de Norte de Santander. Siete meses después llegó ella junto con su hijo de 5 años. Y tuvo que pasar un año más para que pudieran reunir el dinero para traer a los dos hijos mayores, de 7 y de 9. Hoy toda la familia vive en el asentamiento informal Divino Niño, una aglomeración de casas con bases de madera, paredes de tela polisombra y techos de zinc, a donde llegan los venezolanos que no pueden pagar arriendo.
“La vida acá no ha sido nada fácil”, dice Poellis con un dejo de amargura, “a veces se nos ha puesto ruda porque a mi esposo no le sale trabajo y yo me la rebusco vendiendo rifas. Hace poco duró 15 días en la casa y nos tocó ir a comer al comedor comunitario que ofrecen para los venezolanos. Gracias a Dios ayer lo llamaron para hacer unos arreglos. Como le digo, se nos pone difícil pero no falta el bocado para los niños”, repone la mujer con optimismo.
Las malas condiciones de hábitat y el riesgo de no conseguir comida son apenas dos de las facetas de la vulnerabilidad en la que vive Poellis en Colombia. Hace poco a su hijo menor se le formó una pequeña inflamación en el estómago y empezó a quejarse repetidamente de dolor. “Como no parecía grave yo decidí llevarlo al servicio de Médicos Sin Fronteras (MSF), porque en el Hospital de acá no lo atienden a uno como venezolano si no es una urgencia. Me acuerdo que fuimos un viernes temprano y no alcanzamos a coger el turno porque había muchas personas. Entonces volví el lunes y ahí sí me lo atendieron”, explica.
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Al igual que ella, cerca de 12.355 venezolanos han recurrido entre noviembre de 2018 y mayo de este año a los servicios de salud primaria y salud mental que MSF ofrece en los departamentos fronterizos de La Guajira, Norte de Santander y Arauca; porque en estos municipios solo atienden a esta población por urgencias, vacunas y partos. Es el caso de Marilyn Díaz, una mujer venezolana que migró a Tibú hace un año, y que hace tres días dio a luz a su segunda hija en el Hospital Regional del Norte de esa ciudad. “Aunque tenía miedo porque me habían dicho que acá no atendían a las venezolanas, apenas llegué y dije que tenía los dolores me atendieron rápido y bien”, explica.
Díaz cuenta, sin embargo, que cuando autorizaron su salida también le dieron una fórmula con algunos medicamentos y vitaminas y le dijeron que las reclamara en MSF. También le recomendaron que asistiera a los controles posnatales con los médicos de esa organización, pues en el Hospital está restringido ese servicio para las personas con seguro médico colombiano. Aunque ella cuenta con Permiso Especial de Permanencia y se inscribió hace más de seis meses en el Sisbén (Sistema de identificación de beneficiarios de salud), pero aún no se encuentra registrada y no puede acceder a este servicio.
Mujeres y niños venezolanos
Las mujeres y los niños venezolanos son los más vulnerables ante la falta de acceso a servicios de salud en Colombia. Cerca del 40% de los pacientes de MSF han sido menores de cinco años en controles posnatales y atención de niños sanos. También se han atendido 2.436 consultas de atención prenatal, más de 4.668 de planificación familiar, 114 interrupciones seguras del embarazo, siete atenciones integrales a víctimas de violencia sexual y 57 atenciones de salud mental a víctimas de violencia sexual. Así mismo, 940 personas han asistido a consultas de salud mental y 271 de ellas han regresado para recibir acompañamiento en este campo.Las patologías más frecuentes en los venezolanos atendidos por MSF son alergias cutáneas, infecciones en vías respiratorias altas, síndrome osteomuscular, infecciones urinarias y afecciones ginecológicas. En menores de 14 años, las afectaciones relacionadas con diarrea y parasitosis intestinal son muy prevalentes, y también se han detectado algunos casos de malnutrición. En salud mental, los principales síntomas encontrados son ansiedad y depresión debido a las condiciones de la migración, las dificultades para encontrar trabajo y la separación familiar.
“Es que yo me estaba volviendo loca por culpa de la separación de mis dos hijos mayores”, recuerda Poellis sobre la primera vez que buscó los servicios de MSF. “Durante un año solo los pude ver por videollamada y muchas veces pasé días sin hablar con ellos. Eso me estresó y vine a hablar con el sicólogo. Me sirvió mucho, me dio calma y me recomendó que hiciera un plan para traerlos lo más pronto posible. Tuvimos varias consultas, pero no había vuelto desde que llegaron mis hijos, hasta que al pequeño le empezó a doler el estómago. El doctor dijo que tocaba desparasitarlo y me dio los medicamentos, afortunadamente no fue nada grave porque no sé qué hubiéramos hecho”.
“Esta falta de acceso a servicios de salud básicos y especializados por parte de los venezolanos en Colombia es una crisis sanitaria que necesita mayor atención por parte de la comunidad internacional”, afirma Ellen Rymshaw, Jefa de Misión de MSF en Colombia. “Las necesidades médicas de esta población han desbordado al sistema de salud colombiano, que en este momento no tiene recursos ni personal para atenderlas. Por cuenta de estas limitaciones, incluso muchos pacientes migrantes no han podido recibir atención oportuna en los servicios de urgencias de los hospitales, a pesar de que tienen derecho a ello según la legislación vigente”, complementa.
Y es que no solo los 350.000 venezolanos que según cálculos oficiales residen en estos tres departamentos fronterizos requieren servicios médicos en este país. A ellos se les suman los miles de migrantes pendulares que cada día cruzan la frontera en busca de consultas y medicamentos, en muchos casos para enfermedades que no se consideran urgencias, pero que requieren tratamientos estrictos a los que tampoco tienen acceso.
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Yamileth Gómez, por ejemplo, viajó más de cuatro horas desde Seboruco, en el estado Táchira, para buscar en Colombia un tratamiento para el hipertiroidismo que le detectaron en enero pasado. “En Venezuela el medicamento que necesito no se consigue y acá me cuesta 70.000 pesos que en este momento no tengo. Con decirle que me vine en cola (pidiendo transporte gratis) porque no tenía para el pasaje”, dice Yamileth.
Yamileth cuenta que no ha podido volver a trabajar como profesora porque el tono de la voz le ha bajado, pero también porque la enfermedad se manifiesta con dolores de cabeza, taquicardias, vómitos y diarreas, hinchazón en los pies y repetidos episodios de depresión. “Esto me ha alterado la vida hasta el punto de que a veces no puedo ni atender a mis hijos. Acá me dijeron que me van a ayudar a conseguir el medicamento, espero que así sea para poder volver a vivir con normalidad”, dice.
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Las historias de Poellis, Marilyn y Yamileth muestran la angustia que viven los migrantes venezolanos en la frontera colombiana. Tras huir de su país debido a una crisis que convirtió la escasez en una rutina, llegan a un país que no les ofrece mayores oportunidades de vivienda, trabajo, ni mucho menos salud. Las limitaciones que impone el sistema, sumadas a las condiciones de vulnerabilidad económica en la que viven la mayoría de ellos, hacen que el acceso a atención médica básica y especializada sea una posibilidad lejana e incierta que pone en suspenso su bienestar.
“Los venezolanos en los departamentos de frontera tienen una gran cantidad de necesidades médicas que no están siendo atendidas por el sistema de salud colombiano”, afirma Rymshaw. “Como organización médico-humanitaria llamamos a una mayor implicación de la comunidad internacional para facilitar la asistencia humanitaria y mejorar el acceso a la salud de la población venezolana a través del apoyo directo a los hospitales. Esta es una crisis que urge atender”, concluye.
* Alianza informativa con Médicos sin Fronteras