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El presidente Rafael Correa casi siempre se viste de la misma manera. Sus camisas bordadas con motivos precolombinos hacen parte de su diario vestir. El mandatario no las deja ni para los días de su posesión, que, dicho sea de paso, ya son tres.
Su vestimenta es en sí un mensaje en pro de la recuperación de la identidad nacional. Desde el inicio de su mandato en 2007 le pidió a Alicia Cisneros, una confeccionista local, que trabajara en ella. Según declaró Cisneros a la prensa local, el presidente la llamó para que diseñara su ropa inspirada en la cultura ecuatoriana. En la conversación, recuerda la modista, Correa le recordó que él podía comprar Armani, Boss u otra ropa de marca, pero que prefería algo hecho por ella, una microempresaria nacional.
El costo de cada prenda depende del tipo de bordado, pero en promedio valen entre US$80 y US$120, un precio comparable al de una camisa de marca internacional.
Pero este no es un detalle menor. En realidad es una demostración de quien es Rafael Correa. Un hombre de convicciones férreas, original y carismático. Este tipo de detalles, como el de recibir de nuevo el poder junto a una niña especial para enviar el mensaje de que Ecuador es un país de iguales, le han significado gozar de una gran popularidad que actualmente se acerca al 90%.
Su discurso también cala como guante en los ecuatorianos, tanto que la revista The Economist, la más prestigiosa del mundo, lo calificó como “el hombre del micrófono mágico”, semanas antes de las elecciones presidenciales que el año pasado ganó con más de 57% de los votos.
Correa, hábil de palabra, es considerado por muchos en América Latina como el sucesor de Hugo Chávez. Su discurso antiestadounidense y, a diferencia de su antiguo colega venezolano, sus buenos resultados económicos, lo hacen muy atractivo regionalmente.
Bajo el mandato de este economista educado en Estados Unidos, pero enemigo declarado del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, Ecuador ha dado grandes pasos. Por ejemplo, sus años de gobierno le han permitido a más de un millón de personas abandonar la pobreza extrema, mientras que la economía de la Nación crece a un ritmo superior al 4%, en momentos en que la región promedia poco más del 3%.
Para esto el gobierno ecuatoriano ha contado con suerte y temple. Los precios del petróleo, su producto de exportación, han subido considerablemente en los mercados internacionales. Algo que junto a un aumento en los impuestos y a una nueva ley de hidrocarburos que le permite al Estado obtener una mayor tajada de los ingresos petroleros, le ha dado al Ejecutivo una chequera sin precedentes para adelantar sus planes sociales y de paso tener más ascendencia política.
Pero el jefe de Estado tiene su lado oscuro. Sus críticos consideran que se trata de un dictador en formación. El presidente no tolera las criticas y ha creado un importante aparato mediático estatal cerrando medios, incluidos dos canales de televisión, para llevar su mensaje. Y siguiendo el paso de Hugo Chávez, constantemente ordena interminables cadenas de radio y televisión para atacar a sus oponentes, a los industriales y de paso sembrar el odio entre las clases sociales.
El mandatario no gusta de la prensa. Su primer discurso tras su más reciente victoria electoral fue en contra de los medios, y en una avalancha de resentimiento contra aquellos que cuestionaron sus métodos de gobierno, prometió radicalizar su control para que la prensa se convirtiera, a su criterio, en algo “decente”.
Correa ha prometido que este será su último período. Ha dicho que después de este gobierno se retirará en Bélgica, de donde es su esposa. Pero muchos no le creen. En el pasado, el presidente ha modificado la Constitución a su medida para continuar en el poder. Algo a todas luces contradictorio, ya que la misma modista de sus camisas también le arregla la banda presidencial que reza: “Mi poder en la Constitución”.