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Mientras el papa Francisco celebraba una nueva misa de reconciliación en un templo católico de Canadá, una joven mujer indígena esperaba de pie afuera con un vestido de cuentas de color naranja, cosido con docenas de pequeños conos metálicos. Abigail Brooks es una bailarina indígena y al danzar, vistiendo un ajuar tradicional, su pueblo cree que es portadora de poderes curativos. “Es muy importante estar aquí, especialmente para ofrecer fortaleza con mi vestido de cuentas, y todo el apoyo emotivo y la tradición que nuestros ancianos y sobrevivientes necesiten”, dijo la mujer de 23 años, afuera de la Basílica de Sainte Anne de Beaupré, al este de Quebec.
Cientos de personas, en especial indígenas, se reunieron allí para ver al papa. En los alrededores, voluntarios quemaban hojas de salvia y removían el humo con plumas, un ritual tradicional para curar los traumas psicológicos. Allí, un sanador recita palabras rituales, mientras sostiene el brazo de una mujer por cuyas mejillas ruedan lágrimas.
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La sanación ha sido un tema mayor durante la visita del papa a Canadá esta semana, donde el jerarca ha pedido perdón a los pueblos indígenas Primeras Naciones, Metis e Inuit, cuyos niños sufrieron abusos por décadas en escuelas administradas por la Iglesia. Por casi un siglo, hasta la década de 1990, el gobierno de Canadá envió a unos 150.000 niños a 139 internados administrados por la institución religiosa, donde quedaron aislados de sus familias, su idioma y su cultura. El punto era deshacer su impronta indígena. Además del trauma de la separación de sus familias, muchos sufrieron abusos físicos y sexuales, y se cree que miles murieron de enfermedades, desnutrición o abandono.
Las heridas psicológicas han permanecido por generaciones y, para muchos, el pedido de perdón del papa ha sido sobrecogedor. “Ha sido una experiencia conjunta del alivio de una emoción”, dijo Wocawson, de 19 años, en la Basílica de Sainte-Anne-de-Beaupre, describiendo que ha habido “muchas lágrimas ¿sabes?, mucha rabia, pero mucho amor. Es hermoso”. “La verdad salió a la luz con todo el sufrimiento acumulado. Todos han vivido avergonzados por mucho tiempo”, dijo, por su parte, Ghislain Picard, jefa regional de la Asamblea de Primeras Naciones en Quebec-Labrador.
Pero para muchos, incluida Brooks, una disculpa “no es suficiente”. “No se dijo nada de los abusos sexuales”, dijo. “No podemos aceptar una reconciliación hasta que él lo admita”. Además, Picard pidió que se permitiera a los pueblos indígenas acceder a los archivos de lo que pasaba en esas escuelas, con el fin de “entender realmente la profundidad de lo que le pasó a nuestra gente”, no sin olvidar la petición de devolución por parte de la Iglesia de los objetos indígenas que el Vaticano tiene en su museo. “Eso va a ser parte de la reconciliación, devolvernos lo que es nuestro”, reaccionó Brooks.
“No me sanaré”
La joven danzante no está sola en sus exigencias. Una y otra vez, los pueblos indígenas han dejado claro que ven la visita del papa solo como el comienzo. En una de las más dramáticas imágenes de este viaje, mientras el papa celebraba la misa en Sainte-Anne-de-Beaupre, unos manifestantes desplegaron un cartel justo frente al altar. En él se leía: “Derogación de la doctrina”, en referencia a la “doctrina del descubrimiento”, los edictos papales del siglo XV que autorizaban a las potencias europeas a colonizar las tierras y los pueblos no cristianos.
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Hasta ahora, Francisco no ha hecho ninguna mención pública sobre dicha doctrina, los artefactos en poder del Vaticano o sobre los abusos sexuales. Pero en un comunicado, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, dijo haber discutido con el papa la necesidad de que la Iglesia tome “acciones concretas para repatriar los objetos indígenas”, provea “acceso a los documentos de las escuelas residenciales” y aborde “la doctrina del descubrimiento”.
Sin entregar mayores detalles, y mientras el papa ha hablado de su “profunda pena” y de su “firme deseo de responder” al sufrimiento indígena, los pasos a seguir no han quedado claros.
Jimmy Papatie, un sobreviviente de 58 años, habló entre lágrimas. “He vivido mi vida entera con miedo por lo que experimenté en esa escuela residencial”, dijo por teléfono, desde su residencia en Quebec. “Estoy convencido de que nunca sanaré. La visita del papa, si la gente necesita escucharlo, bien, pero no me sanará a mí”.
Brooks, la bailarina, dijo que su vestido “estaba específicamente hecho para nuestros sobrevivientes y para los que no volvieron a casa”. “Es un vestido poderoso”, agregó.
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