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Entre las reacciones respecto a la situación del senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez están las declaraciones de diferentes líderes de la oposición venezolana, que no han tardado en tomar partido en sus pronunciamientos en redes sociales por el exmandatario, expresándole solidaridad al jerarca del Centro Democrático y aliado en la lucha contra el chavismo. Algunos de ellos fueron mucho más allá, convocando a los “demócratas del mundo” para rodear al expresidente, incluso María Corina Machado, afirmó que todo era un plan orquestado por los aliados internacionales de Maduro para hundir a Colombia en la larga noche que vive Venezuela.
Pocas veces en la vida de las dos repúblicas el destino de Colombia y Venezuela ha estado tan entrelazado, el fenómeno de movilidad humana entre los dos países transformará la idea que se tiene de ambas naciones, antes se podía pensar que estábamos condenados a convivir, nuestra interdependencia hacía imposible ignorar al otro. Hoy esa noción del “otro” se desvanece entre las idas y venidas de más de 12 millones de colombianos y venezolanos que habitan los siete departamentos y cuatro estados fronterizos, que van y vienen incluso en tiempos de pandemia.
Más de 4,9 millones de venezolanos tienen la Tarjeta de Movilidad Fronteriza que antes de la COVID-19 era el documento que les permitía venir a Colombia para adquirir bienes y servicios, pero casi la mitad de los pasos en el puente Simón Bolívar eran de ciudadanos colombianos que pasaban la frontera llevando productos para vender en Venezuela. “Colombianos” por usar las etiquetas, porque entre Norte de Santander y Táchira todos son colombo-venezolanos.
Y si bien, los destinos de los dos países están profundamente entrelazados, la oposición venezolana no puede pretender leer la vida política colombiana a partir de las patologías del sistema político venezolano. Comparar las decisiones judiciales de las autoridades colombianas con las venezolanas no tiene posibilidad de cotejo, en Venezuela sería imposible pensar que un juez adelantara un procedimiento contra alguna actuación del fallecido Hugo Chávez o contra el actual presidente Nicolás Maduro. La justicia chavista dista mucho de la justicia colombiana, que a pesar de sus defectos y problemas es muy superior a lo que sucede en Venezuela.
Es comprensible la solidaridad de la oposición venezolana con el expresidente Uribe, pero no se puede aceptar, ni tolerar, que se cuestionen las instituciones y autoridades colombianas. Si bien la interdependencia hace muy difícil separar las cuestiones políticas internas de las bilaterales, pero, no se puede permitir que ni el chavismo ni las oposiciones realicen declaraciones contra las autoridades judiciales colombianas.
La oposición en su afán por conseguir aliados para su legítima lucha por la restauración democrática de Venezuela incurre en el error de hacer una lectura binaria del mundo, pasando por encima de los matices y complejidades que tiene la política. Olvidan que en política no todos los enemigos de mi enemigo deben ser mis amigos, o peor aún, pensar que los enemigos de mis amigos deben ser mis enemigos también. Esa actitud los a llevado a apoyar a líderes tan cuestionables como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil o Bukele en El Salvador, en una de estas van a terminar apoyando a Duterte en Filipinas.
El proceso que vivió Venezuela ha llevado a la oposición a creer que el modelo chavista se puede replicar en todas partes del mundo, ven señales y hacen juicios a partir de su cruda experiencia, incluso pasan por encima de los contextos de los otros países y se presentan como los profetas del apocalipsis. Y es verdad, pocos países han vivido un proceso de involución como Venezuela, pero no se puede reducir la complejidad política del mundo al chavismo.
La polarización es lo opuesto a la democracia, pensar que se tiene “la razón” y que el otro es el enemigo es el mayor legado del chavismo, pero también lo fue del nazismo y del comunismo. La democracia es el sistema que parte de la diferencia, pero sobre todo de la necesidad de construir consensos para garantizar la convivencia en medio de esa diferencia. Y ese es quizás el mayor reto de la oposición venezolana, luchan contra un enemigo con pretensiones totalitarias que busca aniquilar al diferente, al otro, al opositor, pero no pueden caer en la tentación de combatir fuego con fuego, asumiendo el mismo comportamiento. Quizás por primera vez el chavismo esta ganando, cuando un opositor considera que todo se divide en buenos y malos, que incluso en otros países la realidad política se supedita a esa dicotomía se convierten en los mayores promotores del chavismo, irónicamente.
La oposición venezolana no se puede confundir ni pretender leer la compleja realidad política colombiana en términos dicotómicos, es un riesgo para ellos, para su relación con el Estado y la sociedad en el corto, mediano y largo plazo. La intromisión de la oposición en los asuntos internos de Colombia puede tener un alto costo en el apoyo para la reconstrucción de la democracia en Venezuela, un cambio de aguas en la política interna y mundial los puede dejar aislados y sin apoyo, todo por asumir posiciones tan beligerantes en los temas internos de sus aliados. Y sorprende que el Estado colombiano no les haga un llamado de atención.
*Ronal F. Rodríguez es investigador y vocero del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.
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