México impulsa un nuevo modelo de integración en América
El objetivo estratégico de la Cancillería mexicana, para cuando entregue la presidencia pro tempore de la Cumbre de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), es haber alcanzado una integración interamericana que fortalezca económicamente a EE. UU. y permita un equilibrio en la geopolítica internacional sin hegemonía de ningún país.
Carlos M. Rodríguez Arechavaleta/Latinoamérica21*
La recién concluida VI Cumbre de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), en Ciudad de México, ha generado diversas lecturas. En primera instancia, parecería que este fue un intento de la Cancillería mexicana por liderar un nuevo proceso de integración regional desde una perspectiva progresista. El objetivo sería construir un nuevo acuerdo entre América Latina y el Caribe con Estados Unidos y Canadá, para así buscar la integración de las Américas ante el avance chino.
La ruta de la integración según AMLO
La narrativa del gobierno de la 4T, como Andrés Manuel López Obrador ha denominado a su sexenio, al igualarlo a las tres transformaciones claves de la historia de México, como la independencia, la Reforma y la Revolución, ha sido explícita en su relectura nacionalista de la historia patria y su ofensiva contra los gobiernos neoliberales precedentes.
En el pasado, durante los años del priismo hegemónico, en los 70s y 80s, presidentes mexicanos intentaron construir alianzas progresistas en la región bajo el liderazgo de México, aprovechando las tendencias geopolíticas de la integración tercermundista postcolonial. Mientras que, en la actualidad, la centralidad de Cuba en la celebración de la Independencia Nacional mexicana, incluyendo la propuesta de declarar a la isla la “nueva Numancia” y Patrimonio de la Humanidad, reflejan la afinidad ideológica de López Obrador por la Revolución Cubana, a pesar de la desgastada credibilidad internacional del gobierno de la isla.
Le sugerimos: Lo que hay detrás de la demanda de México contra las empresas de armas de EE. UU.
En este marco, el canciller Marcelo Ebrard, había reconocido recientemente que el modelo de la Organización de Estados Americanos (OEA) estaba agotado, pues era el reflejo de un diseño de hegemonía geopolítica. En sus palabras, “se acabó la Guerra Fría, pero surgió la supremacía de Estados Unidos, siguió la batalla en contra de cualquier opción que no les pareciera”. La intervención en el ‘golpe’ de Bolivia y el bloqueo a Cuba, a pesar de los 184 votos en Naciones Unidas, lo demostraban.
Una nueva relación con Estados Unidos
En este contexto, el objetivo de la cumbre sería construir un nuevo acuerdo entre América Latina y el Caribe con Estados Unidos y Canadá, respecto a “cómo se deben organizar ahora las América”. El mensaje preciso de Ebrard fue que el objetivo no está en la OEA, sino en la relación con Estados Unidos. Por lo tanto, los objetivos de la Cumbre de la CELAC para el gobierno de México rebasan la refundación de un organismo interamericano de cooperación y desarrollo regional.
Desde mi punto de vista, México está mirando acertadamente los riesgos a mediano y largo plazo de la creciente hegemonía geopolítica de China frente a una América dividida y débil, económica y comercialmente.
En esa línea, el discurso del presidente mexicano del 24 de julio pasado, en el aniversario número 238 del natalicio de Simón Bolívar, fue fundamental. Allí, López Obrador reconoció el pasado injerencista de la potencia del norte en la región y el agotamiento de un modelo de relación con América Latina, basada en la integración o la oposición defensiva frente a EE. UU. A cambio, propuso a los países de la región dialogar y persuadir a los gobiernos estadounidenses de que “una nueva relación es posible”; es decir, una nueva convivencia entre los países soberanos de América.
Según el líder mexicano, el momento es oportuno dado el crecimiento desmesurado de la economía China en los últimos treinta años. El reto para los países latinoamericanos es “fortalecernos económica y comercialmente con América del Norte y todo el continente”. De ahí la propuesta de construir un organismo semejante a la Unión Europea, “pero apegado a nuestra historia”.
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La propuesta del presidente mexicano para los gobiernos latinoamericanos es trabajar en una integración productiva con proyección social que permita una “modernización desde abajo”, basada en los principios de no intervención, autodeterminación, cooperación y no sometimiento por ningún medio. Solo así América Latina podrá lograr una integración soberana con Estados Unidos y Canadá, a fin de recuperar el terreno perdido frente al crecimiento imponente de la economía China, y el logro de una geopolítica sin hegemonía en el futuro.
Por lo tanto, el objetivo estratégico de la Cancillería mexicana, para cuando entregue la presidencia pro tempore de la CELAC, es haber alcanzado una integración interamericana que fortalezca económicamente a EE. UU. y permita un equilibrio en la geopolítica internacional sin hegemonía de ningún país.
Las presiones del realismo político
Lo interesante es que las presiones del realismo político han jugado un papel importante en el diseño de esta estrategia. Días previos a la Cumbre se celebró en Washington el Diálogo Económico de Alto Nivel entre los gobiernos de EE. UU. y México. Allí se creó un nuevo marco estratégico para la relación bilateral y “las herramientas para una prosperidad futura”, basada en una alianza estratégica de apoyo a EE. UU. en su lucha de largo plazo contra China y Rusia.
Según fuentes periodísticas mexicanas, en esta nueva guerra fría digital México ya tomó partido al comprometerse a “apoyar una compatibilidad regulatoria y la mitigación de riesgos en temas relacionados con las tecnologías de información, comunicación, redes, ciberseguridad, telecomunicaciones e infraestructura”.
No obstante, la Cumbre CELAC evidenció la magnitud del reto de la integración latinoamericana al persistir importantes diferencias en la concepción del desarrollo, la integración comercial y, sobre todo, la posición frente a los temas de la democracia y los derechos humanos. La oposición frontal de ciertos gobiernos de derecha frente a regímenes autocráticos, como Cuba, Venezuela y Nicaragua, y la reticencia de ciertos progresismos a la libertad de mercado y comercio podrían ser frenos importantes a la innovación productiva, tecnológica y al mercado común interamericano.
Sin valores compartidos sobre los derechos y libertades civiles, políticas y sociales le será imposible a cualquier cancillería lograr el sueño de Bolívar.
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Carlos M. Rodríguez Arechavaleta es profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Doctor en Ciencia Política por FLACSO-México. Especializado en historia institucional republicana de Cuba, transición política y democratización.
La recién concluida VI Cumbre de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), en Ciudad de México, ha generado diversas lecturas. En primera instancia, parecería que este fue un intento de la Cancillería mexicana por liderar un nuevo proceso de integración regional desde una perspectiva progresista. El objetivo sería construir un nuevo acuerdo entre América Latina y el Caribe con Estados Unidos y Canadá, para así buscar la integración de las Américas ante el avance chino.
La ruta de la integración según AMLO
La narrativa del gobierno de la 4T, como Andrés Manuel López Obrador ha denominado a su sexenio, al igualarlo a las tres transformaciones claves de la historia de México, como la independencia, la Reforma y la Revolución, ha sido explícita en su relectura nacionalista de la historia patria y su ofensiva contra los gobiernos neoliberales precedentes.
En el pasado, durante los años del priismo hegemónico, en los 70s y 80s, presidentes mexicanos intentaron construir alianzas progresistas en la región bajo el liderazgo de México, aprovechando las tendencias geopolíticas de la integración tercermundista postcolonial. Mientras que, en la actualidad, la centralidad de Cuba en la celebración de la Independencia Nacional mexicana, incluyendo la propuesta de declarar a la isla la “nueva Numancia” y Patrimonio de la Humanidad, reflejan la afinidad ideológica de López Obrador por la Revolución Cubana, a pesar de la desgastada credibilidad internacional del gobierno de la isla.
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En este marco, el canciller Marcelo Ebrard, había reconocido recientemente que el modelo de la Organización de Estados Americanos (OEA) estaba agotado, pues era el reflejo de un diseño de hegemonía geopolítica. En sus palabras, “se acabó la Guerra Fría, pero surgió la supremacía de Estados Unidos, siguió la batalla en contra de cualquier opción que no les pareciera”. La intervención en el ‘golpe’ de Bolivia y el bloqueo a Cuba, a pesar de los 184 votos en Naciones Unidas, lo demostraban.
Una nueva relación con Estados Unidos
En este contexto, el objetivo de la cumbre sería construir un nuevo acuerdo entre América Latina y el Caribe con Estados Unidos y Canadá, respecto a “cómo se deben organizar ahora las América”. El mensaje preciso de Ebrard fue que el objetivo no está en la OEA, sino en la relación con Estados Unidos. Por lo tanto, los objetivos de la Cumbre de la CELAC para el gobierno de México rebasan la refundación de un organismo interamericano de cooperación y desarrollo regional.
Desde mi punto de vista, México está mirando acertadamente los riesgos a mediano y largo plazo de la creciente hegemonía geopolítica de China frente a una América dividida y débil, económica y comercialmente.
En esa línea, el discurso del presidente mexicano del 24 de julio pasado, en el aniversario número 238 del natalicio de Simón Bolívar, fue fundamental. Allí, López Obrador reconoció el pasado injerencista de la potencia del norte en la región y el agotamiento de un modelo de relación con América Latina, basada en la integración o la oposición defensiva frente a EE. UU. A cambio, propuso a los países de la región dialogar y persuadir a los gobiernos estadounidenses de que “una nueva relación es posible”; es decir, una nueva convivencia entre los países soberanos de América.
Según el líder mexicano, el momento es oportuno dado el crecimiento desmesurado de la economía China en los últimos treinta años. El reto para los países latinoamericanos es “fortalecernos económica y comercialmente con América del Norte y todo el continente”. De ahí la propuesta de construir un organismo semejante a la Unión Europea, “pero apegado a nuestra historia”.
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La propuesta del presidente mexicano para los gobiernos latinoamericanos es trabajar en una integración productiva con proyección social que permita una “modernización desde abajo”, basada en los principios de no intervención, autodeterminación, cooperación y no sometimiento por ningún medio. Solo así América Latina podrá lograr una integración soberana con Estados Unidos y Canadá, a fin de recuperar el terreno perdido frente al crecimiento imponente de la economía China, y el logro de una geopolítica sin hegemonía en el futuro.
Por lo tanto, el objetivo estratégico de la Cancillería mexicana, para cuando entregue la presidencia pro tempore de la CELAC, es haber alcanzado una integración interamericana que fortalezca económicamente a EE. UU. y permita un equilibrio en la geopolítica internacional sin hegemonía de ningún país.
Las presiones del realismo político
Lo interesante es que las presiones del realismo político han jugado un papel importante en el diseño de esta estrategia. Días previos a la Cumbre se celebró en Washington el Diálogo Económico de Alto Nivel entre los gobiernos de EE. UU. y México. Allí se creó un nuevo marco estratégico para la relación bilateral y “las herramientas para una prosperidad futura”, basada en una alianza estratégica de apoyo a EE. UU. en su lucha de largo plazo contra China y Rusia.
Según fuentes periodísticas mexicanas, en esta nueva guerra fría digital México ya tomó partido al comprometerse a “apoyar una compatibilidad regulatoria y la mitigación de riesgos en temas relacionados con las tecnologías de información, comunicación, redes, ciberseguridad, telecomunicaciones e infraestructura”.
No obstante, la Cumbre CELAC evidenció la magnitud del reto de la integración latinoamericana al persistir importantes diferencias en la concepción del desarrollo, la integración comercial y, sobre todo, la posición frente a los temas de la democracia y los derechos humanos. La oposición frontal de ciertos gobiernos de derecha frente a regímenes autocráticos, como Cuba, Venezuela y Nicaragua, y la reticencia de ciertos progresismos a la libertad de mercado y comercio podrían ser frenos importantes a la innovación productiva, tecnológica y al mercado común interamericano.
Sin valores compartidos sobre los derechos y libertades civiles, políticas y sociales le será imposible a cualquier cancillería lograr el sueño de Bolívar.
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Carlos M. Rodríguez Arechavaleta es profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Doctor en Ciencia Política por FLACSO-México. Especializado en historia institucional republicana de Cuba, transición política y democratización.