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Migrar una, dos, tres veces. O en cuantas instancias sea necesario. Abandonar países de origen, dejar atrás a seres queridos, enfrentar riesgos, violencia, hambre y momentos de angustia. Estos son tan solo algunos rasgos de la experiencia que afrontan miles de migrantes en América Latina, quienes dejan sus hogares y su cotidianeidad para conseguir una vida digna y segura.
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En los movimientos migratorios, las personas de América Latina y el Caribe tienen protagonismo. Según el último informe sobre Tendencias Globales de la ACNUR, dos de cada cinco nuevos solicitantes de asilo en todo el mundo en el 2022 procedían de esta región. Y, de acuerdo con la ONU, las principales regiones de origen de migrantes en Norteamérica son América Latina y el Caribe (25,4 millones, o el 43,2 % de la población migrante total), seguido de Asia (17,55 millones, o 29,9 %), Europa (6,87 millones, o 11,7 %) y África (3,27 millones, o 5,6 %).
En la actualidad, la migración en la región va más allá de un simple desplazamiento lineal desde un país de origen hasta un nuevo destino. Es un fenómeno multidireccional que puede implicar movimientos recurrentes entre distintos lugares. El retorno de personas migrantes a sus países de origen, así como su readmisión en terceros países y su búsqueda de integración en las sociedades y comunidades que los acogen, forman parte natural de la movilidad internacional.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), esto sucede en mayor medida por el aumento de los costos de vida y las altas tasas de desempleo que han dificultado los procesos de integración y reconstrucción de sus vidas en los países de acogida a lo largo de América Latina y el Caribe.
“En la mayoría de los países de la región, que hasta hace unos años fueron receptores de migrantes de países como Venezuela, Cuba y Haití, no ha ocurrido una integración efectiva, jurídica ni económica de los migrantes. Debido a esto, en los últimos años se han incrementado tanto los flujos migratorios de retorno a sus países de origen, como también una fuerte corriente hacia otros países, especialmente Estados Unidos”, señaló Marisol Quiceno, representante de incidencia de Médicos Sin Fronteras (MSF) en América Latina.
El derecho a la reunificación familiar
Mayner Rodríguez, psicóloga de la clínica móvil de MSF en Danlí y Trojes, en Honduras, ha conocido un sinnúmero de historias de las que no se suele hablar: la de muchas personas que atraviesan el proceso migratorio en reiteradas oportunidades y se enfrentan una y otra vez a retos muy duros, como la separación familiar, asaltos y violencia sexual en la ruta.
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“En muchas ocasiones, la separación familiar deja huellas emocionales”, afirma la trabajadora de MSF. “Recientemente vino un chico a consulta psicológica porque sus papás murieron y quedó con sus tres hermanos, cuidándose entre ellos. El hermano del medio era el sostén para los dos, pero tras la muerte de sus padres no tenían cómo subsistir y tuvieron que separarse. El del medio le dijo al mayor: vete con el más pequeño para que lo cuides. Para ellos era muy triste dejar al hermano del medio, pero no tenían más opción. En la sesión el chico me decía que extrañaba mucho a su abuelita y como mecanismo de afrontamiento oraba mucho, todos los días, por sus hermanitos y su familia”.
La psicóloga de MSF también cuenta que aquellos haitianos que partieron hace más de 10 años a Chile o a Brasil les ha afectado no ver a sus padres y a sus hermanos. Sin embargo, le plantearon que regresar a Haití sería algo muy difícil de cumplir. Muchos son resilientes y declaran que, si bien económicamente ha sido una buena decisión migrar, hay un costo emocional muy grande del que poco se habla.
En Ciudad de México, en uno de los albergues para migrantes, Franklin Matute, un hondureño de 40 años que salió de su país, relata que no viajó con su familia por temor a la persecución de las autoridades. “He viajado sin tener que comer y he recibido mucho maltrato por parte de los oficiales. He dormido 22 días en un parque, sobre un cartón. Pero lo más difícil es haber dejado a mi familia, eso me duele mucho. No es fácil construir un hogar durante tantos años y tener que dejarlo de la noche a la mañana. Mis hijos me extrañan, les duele”. Franklin se ha visto obligado a detenerse muchas veces en el camino por falta de recursos o barreras legales.
Para Marisol Quiceno, de MSF, es preocupante “el incremento de niños y adolescentes no acompañados, aquellos que viajan solos, sin padres u otros parientes y que no están bajo el cuidado de ningún adulto responsable. La unidad familiar garantiza el desarrollo integral de los menores, quienes necesitan apoyo psicológico y la protección de su familia para evitar traumas que puedan afectar su desarrollo personal y social. No podemos olvidar que la reunificación familiar es el derecho de los migrantes a mantener la unidad de su familia en un mismo país. Los niños, niñas o adolescentes, en ninguna circunstancia deben estar separados de su familia, ya sea forzosamente o por migración voluntaria”.
Regresar al país después de haberlo intentado
Eduardo González, quien reside actualmente en la ciudad de Tumbes, Perú, sabe muy bien qué se siente extrañar a la familia y no poder hacer nada estando a miles de kilómetros. En 2018, cuando viajó desde su Venezuela natal hasta Chile, pasó por experiencias terribles: robos, maltrato en la calle, días sin comer, dormir en parques, caminar cientos de kilómetros. En Iquique, cuando estuvo trabajando en un restaurante como ayudante de cocina, pasó por un episodio que lo obligó a regresar a su país porque no recibió apoyo ni acceso a la salud para superar esa situación.
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“Trabajaba 14 horas al día, muchas veces sin comer porque la dueña nos lo prohibía. Un día, sufrí una deshidratación que me afectó los riñones y me dio un cólico nefrítico; era un dolor terrible. Solo podía ingresar a la residencia en donde me quedaba después de las 12 de la noche, entonces me tocó aguantarme el dolor sentado en la calle. La única forma de que me atendieran en el hospital fue en calidad de habitante de calle y solo me dieron un medicamento para aliviar temporalmente el dolor. Una noche de esas hubo un temblor, se prendieron las alarmas y traté de salir corriendo de la casa, pero el dolor me dejó en el piso. En ese momento decidí regresar a mí país para reunirme con mi familia”.
Mientras tanto, en Haití, Manu, un hombre de 40 años, también ve con tristeza que muchos de sus seres queridos hayan migrado por la violencia en el país. Actualmente, reunirse con su familia es su mayor anhelo. Cuando la situación en Haití empeoró, cuenta, el solo pensó en su hija: “Mi bebé, mi pequeña princesa…yo solo quiero que viva bien. Se llama Christy y pude enviarla a Santo Domingo, pero estamos lejos y solo hablamos por videollamadas. Mi esposa, mi hijo y mi hija ya tienen pasaporte y queremos reencontrarnos. Yo tengo el sueño de tener mi propio negocio, pero en estas condiciones no lo he podido hacer realidad y necesito primero estar con mi familia”.
José Rafael Cumare tiene 38 años y migró por primera vez desde Venezuela para vivir tres años en Argentina. Con esperanzas de que en su país las cosas hubieran mejorado, el año pasado regresó a Venezuela por un año. Como la situación no era lo que él esperaba volvió a despedirse de su familia, esta vez para atravesar el Darién y migrar a Estados Unidos. “Tardé 13 días en cruzar El Darién. El segundo día en la selva me fracturé el talón y me hice unas muletas con unos palos que encontré. Estuve 11 días lesionado. Comía lo que me daba la gente, y me tomaba – sin mirar– pastillas que me compartían para el dolor. Dentro de la selva escuché y vi cosas feas. Vi robos violentos, vi muertos. Uno debe saber que no es fácil cruzar”.
Tanto Manu como Eduardo trabajan para proyectos de MSF. El primero, en atención a población afectada por la violencia en Haití, y el segundo, en Perú, en el proyecto de atención a migrantes en Tumbes. Tras regresar a Venezuela, Eduardo aplicó para un trabajo en el proyecto de Anzoátegui, en el área de logística. “Es gratificante darles una mano a personas que, como yo, migraron en algún momento y no tuvieron ni una sola mano amiga que los ayudara con sus problemas de salud”.
Como ellos, MSF ha sido testigo de las consecuencias que genera migrar, muchas veces más de una vez, por rutas inseguras y peligrosas. De estas experiencias ha quedado claro que la contención de migrantes y las políticas restrictivas solamente empeoran las consecuencias humanitarias para la población migrante. En tiempos recientes, con políticas como el Título 42 o el Título 8 de Estados Unidos, las cuales endurecen las medidas contra los migrantes, la vida se les ha complicado a miles de personas que cruzan por América del Sur y América Central en busca de una mejor vida. Sin reintegración, vuelven a internarlo por rutas a veces más peligrosas, poniéndose en riesgo a ellos y a sus familias.
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