“Ni preguntan cómo te llamas”, dice migrante expulsado de EE. UU. a México
Cientos de migrantes han seguido el camino de estos dos venezolanos en las últimas semanas, en medio de la incertidumbre por los cambios migratorios que traerá el fin del Título 42, a la medianoche de este jueves.
Hérika Martínez | AFP
Carlos acarició el sueño americano tras entregarse a agentes estadounidenses para pedir refugio. Pero cinco días después, en los que denuncia haber recibido trato de “asesino”, fue expulsado a México.
Venezolano de 32 años, Carlos Reyes y su amigo de la infancia Carlos Villafranca cruzaron el río Bravo desde la mexicana Ciudad Juárez, al igual que cientos de migrantes que buscan ponerse en manos de la patrulla fronteriza para luego pedir protección de Estados Unidos.
Todo parecía ir bien. Esperaron una semana del otro lado del río, la frontera natural, en una suerte de limbo entre una alambrada de púas que apunta hacia México y una alta y sofisticada reja que conduce a Estados Unidos.
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Finalmente unos agentes los abordaron, y tras esposarlos, los condujeron a un albergue en El Paso, Texas. Villafranca asegura que estaba “contento”, pues creía que su petición de refugio sería escuchada.
Pero pronto se vieron enfrentados a condiciones deplorables. “¡Es horrible allá dentro! ¡Cinco días presos!”, exclama Villafranca en diálogo con la AFP en Ciudad Juárez, adonde volvió expulsado con su amigo y 400 personas más en la madrugada del pasado miércoles.
“Mira, aquí están las marcas de los grilletes que me colocaron (...) como si fuera asesino”, exhibe a su vez Reyes, quien tacha de “abuso” el trato que reciben en Estados Unidos los extranjeros que llegan huyendo de la pobreza y la violencia en sus países.
Sin derechos
Reyes cuenta que mientras estuvo detenido sintió que no tenía derechos. “No te dejan hablar, no te dejan decir nada, ni te preguntan cómo te llamas”, lamenta.
Su amigo añade que las autoridades prometieron llevarlos a un “refugio mejor” para continuar el proceso legal. Pero en realidad “nos dieron nuestras pertenencias, rompieron las carpetas (expedientes) y lo que hicieron fue soltarnos acá”.
“Todo es una mentira (...). Gracias a Dios me dejaron aquí cerca y aquí estamos, vamos a salir adelante poco a poco”, rescata Reyes.
Cientos de migrantes han seguido el camino de estos dos venezolanos en las últimas semanas, en medio de la incertidumbre por los cambios migratorios que traerá el fin del Título 42, a la medianoche de este jueves.
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Desde 2020, esa norma estadounidense permitió expulsar automáticamente a México a los migrantes alegando riesgos sanitarios por el covid-19. Pero en su lugar seguirá activo el Título 8, que prevé deportaciones y la denegación de asilo a los infractores, que quedarán vetados por cinco años y enfrentarían procesos penales.
Aunque decepcionados, los dos amigos venezolanos no bajan los brazos. Bajo un intenso sol, recorren la desértica línea fronteriza del lado mexicano cargando dos cajas con bebidas y alimentos para vender.
Han acordado armarse de paciencia y tratar de buscar una cita para pedir refugio en Estados Unidos a través del CBP One, una aplicación móvil creada para ello pero que está colapsada.
“Salimos a la calle a trabajar porque no tenemos plata, a vender agüitas, gaseositas, arepitas”, afirma Reyes con tono animado antes de agarrar su mercancía y reanudar la agotadora caminata para buscar clientes entre otros migrantes que anhelan cruzar a Estados Unidos.
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Carlos acarició el sueño americano tras entregarse a agentes estadounidenses para pedir refugio. Pero cinco días después, en los que denuncia haber recibido trato de “asesino”, fue expulsado a México.
Venezolano de 32 años, Carlos Reyes y su amigo de la infancia Carlos Villafranca cruzaron el río Bravo desde la mexicana Ciudad Juárez, al igual que cientos de migrantes que buscan ponerse en manos de la patrulla fronteriza para luego pedir protección de Estados Unidos.
Todo parecía ir bien. Esperaron una semana del otro lado del río, la frontera natural, en una suerte de limbo entre una alambrada de púas que apunta hacia México y una alta y sofisticada reja que conduce a Estados Unidos.
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Finalmente unos agentes los abordaron, y tras esposarlos, los condujeron a un albergue en El Paso, Texas. Villafranca asegura que estaba “contento”, pues creía que su petición de refugio sería escuchada.
Pero pronto se vieron enfrentados a condiciones deplorables. “¡Es horrible allá dentro! ¡Cinco días presos!”, exclama Villafranca en diálogo con la AFP en Ciudad Juárez, adonde volvió expulsado con su amigo y 400 personas más en la madrugada del pasado miércoles.
“Mira, aquí están las marcas de los grilletes que me colocaron (...) como si fuera asesino”, exhibe a su vez Reyes, quien tacha de “abuso” el trato que reciben en Estados Unidos los extranjeros que llegan huyendo de la pobreza y la violencia en sus países.
Sin derechos
Reyes cuenta que mientras estuvo detenido sintió que no tenía derechos. “No te dejan hablar, no te dejan decir nada, ni te preguntan cómo te llamas”, lamenta.
Su amigo añade que las autoridades prometieron llevarlos a un “refugio mejor” para continuar el proceso legal. Pero en realidad “nos dieron nuestras pertenencias, rompieron las carpetas (expedientes) y lo que hicieron fue soltarnos acá”.
“Todo es una mentira (...). Gracias a Dios me dejaron aquí cerca y aquí estamos, vamos a salir adelante poco a poco”, rescata Reyes.
Cientos de migrantes han seguido el camino de estos dos venezolanos en las últimas semanas, en medio de la incertidumbre por los cambios migratorios que traerá el fin del Título 42, a la medianoche de este jueves.
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Desde 2020, esa norma estadounidense permitió expulsar automáticamente a México a los migrantes alegando riesgos sanitarios por el covid-19. Pero en su lugar seguirá activo el Título 8, que prevé deportaciones y la denegación de asilo a los infractores, que quedarán vetados por cinco años y enfrentarían procesos penales.
Aunque decepcionados, los dos amigos venezolanos no bajan los brazos. Bajo un intenso sol, recorren la desértica línea fronteriza del lado mexicano cargando dos cajas con bebidas y alimentos para vender.
Han acordado armarse de paciencia y tratar de buscar una cita para pedir refugio en Estados Unidos a través del CBP One, una aplicación móvil creada para ello pero que está colapsada.
“Salimos a la calle a trabajar porque no tenemos plata, a vender agüitas, gaseositas, arepitas”, afirma Reyes con tono animado antes de agarrar su mercancía y reanudar la agotadora caminata para buscar clientes entre otros migrantes que anhelan cruzar a Estados Unidos.
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