Daniel Ortega una vez quiso ser cura, hoy persigue sacerdotes
La relación entre el presidente de Nicaragua y la Iglesia católica ha sido un calvario: derrotas electorales, acusaciones, detenciones, destierro y ahora expropiaciones. ¿Qué hay detrás?
Daniel Ortega, hoy el principal perseguidor de los sacerdotes en Nicaragua, una vez quiso ser cura. Cuando tenía 14 años, “Danielito” ―el segundo hijo de don Daniel, confeso admirador del Cristo Crucificado y doña Lydia, ferviente católica de misa diaria y devota de la Virgen del Carmen― fue monaguillo e incluso comunicó su intención de ser sacerdote. Ese episodio lo cuenta Fabián Medina en su libro El Preso 198, una biografía del actual presidente de Nicaragua.
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Daniel Ortega, hoy el principal perseguidor de los sacerdotes en Nicaragua, una vez quiso ser cura. Cuando tenía 14 años, “Danielito” ―el segundo hijo de don Daniel, confeso admirador del Cristo Crucificado y doña Lydia, ferviente católica de misa diaria y devota de la Virgen del Carmen― fue monaguillo e incluso comunicó su intención de ser sacerdote. Ese episodio lo cuenta Fabián Medina en su libro El Preso 198, una biografía del actual presidente de Nicaragua.
Los tres hijos de la familia Ortega Saavedra fueron bautizados e hicieron la confirmación, también estudiaron en colegios católicos y uno de ellos, Daniel Ortega, estuvo interno en el Seminario Salesiano de Santa Tecla, en El Salvador. Fue justo allí en donde, además de considerar dedicarse a la vida religiosa, conoció a un sacerdote que se convirtió en la piedra en el zapato y el salvador de su vida política: Miguel Obando.
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Obando era el rector del seminario cuando Ortega pasó por allí. No hubo amistad ni cercanía, pero la vida los cruzaría en varios momentos. A los 18 años, Daniel Ortega se unió al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y a sus 22 había participado en el asesinato de un sargento de la Guardia Nacional somocista, entre otros hechos; en el 67 terminó preso por el asalto a una sucursal del Banco e Londres. Unos años después, en 1974, se apareció, por segunda vez en su vida, el sacerdote Obando. Fue cuando el FSLN protagonizó la toma de rehenes en la casa de un alto funcionario de Somoza y del Palacio Nacional; la Iglesia católica, con Obando a la cabeza, destrabó la negociación y se logró la liberación de secuestrados políticos y guerrilleros, entre los que se encontraba Daniel Ortega.
En esa época la Iglesia se dividió en Nicaragua: los que no apoyaron al sandinismo fueron perseguidos ferozmente y otros más se unieron a la Teología de la Liberación y terminaron militando en la política tras la caída de la dictadura de Somoza. Entre los que colgaron la sotana estaban Gaspar García, los hermanos Fernando y Ernesto Cardenal, Uriel Molina y Miguel D’Escoto, entre otros, y formaron parte del gobierno de Daniel Ortega, quien llegó por primera vez al poder en 1976, encargado de un gobierno de transición para encabezar la reconstrucción de un país devastado por la guerra civil.
A pesar de su cercanía con una parte del clero, Ortega desató una fiera persecución contra aquellos que no lo apoyaban. Es famoso el episodio del sacerdote opositor Bismarck Carballo, blanco de un montaje por parte de los organismos de seguridad sandinistas: el cura fue exhibido sin ropa en televisión, acusado de mantener un romance con una mujer casada.
La relación se tensó más cuando Juan Pablo II visitó el país en 1983. La llegada del pontífice era vista como un momento para hacer las paces, pero terminó llevando a la quinta paila del infierno la relación con Ortega. El papa no solo regañó a los curas que participaron en la revolución, sino que lo acusaron de usar las lecturas de la Biblia (La Torre de Babel, que habla de hombres que quisieron ser como Dios, y el Buen Pastor) para criticar al gobierno y alimentar las molestias que venían creciendo entre la población.
Entonces, en una misa campal, mientras un grupo de personas lanzaban vivas a la Iglesia y al papa, el sandinismo movió a sus seguidores que, sin temor a la condena santa, interrumpieron al pontífice varias veces para gritar consignas a favor de la revolución. Las once horas de visita fueron un calvario para Juan Pablo II y el comienzo de la penitencia para los sacerdotes, que fueron atacados y perseguidos.
En medio de la tensión los caminos de Ortega y Obando se volvieron a cruzar: el papa nombró obispo a Miguel Obando en 1985, declarado enemigo número uno del sandinismo. La relación llegó a su punto más bajo.
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Tras cinco años del gobierno de transición, Ortega acordó celebrar elecciones en 1990 y fue derrotado. Se presentó a cada contienda electoral desde entonces, resultando vencido una y otra vez. En 1996, cuando Ortega era candidato, el obispo Miguel Obando dio un sermón en el que relató la “parábola de la víbora”, que habla de un hombre que pone en su pecho a una serpiente que está muriendo de frío y, cuando la víbora toma calor, muerde a su salvador y lo mata. Muchos interpretaron ese un mensaje directo a Ortega y dicen que eso marcó su derrota. En las siguientes elecciones, en 2001, Obando decidió atacar por otro frente: habló de los valores familiares y les pidió a los fieles revisar “el matrimonio y la familia y no compararla con uniones de hecho”, nuevo golpe para Ortega, que vivía en unión de hecho, en un país donde el 94 % era católico.
Ortega no estaba dispuesto a perder más; entonces pidió perdón a la Iglesia en el año 2005. “Hemos ofrecido disculpas por esos errores, y ahora ante este pueblo que en su mayoría es católico, convencidos de que la reconciliación es el camino correcto, con toda humildad le pedimos a monseñor Carballo que nos perdone”, dijo. Contó una historia que pocos le creyeron, pero que fue efectiva: dijo que había contraído matrimonio con Rosario Murillo en 1978 en una ceremonia clandestina en la selva, oficiada por un sacerdote católico fallecido.
Y entonces, apareció de nuevo el obispo Obando, quien, acosado por escándalos de corrupción de allegados suyos, se pasó al bando del sandinismo y perdonó todos los pecados de Ortega. Es más, ofició una ceremonia de “renovación de votos” entre Rosario Murillo y Ortega, quien finalmente se convirtió en presidente electo en las urnas en 2006.
La reconciliación daba sus frutos: Ortega, queriéndose congraciar con la iglesia, apoyó desde la Asamblea Nacional, y con votos del sandinismo, la prohibición total del aborto terapéutico. Nunca había estado mejor la relación. Hasta que en 2017 las grietas volvieron a aparecer. Muchos sacerdotes denunciaban desde el púlpito al “régimen”, hablaban de violaciones a los derechos humanos, corrupción y otros temas espinosos. Estallaron las protestas contra de Daniel Ortega en 2018, y varios curas decidieron apoyarlas. Un pecado que siguen pagando con cárcel, exilio y expropiación.
De acuerdo con datos de la investigadora Martha Patricia Molina, 81 religiosos y monjas han sido exiliados, desterrados, expulsados de Nicaragua recientemente; su informe señala que en los últimos cinco años se han registrado, además, 529 agresiones por parte del régimen de Ortega contra la Iglesia católica.
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La escalada no tiene precedentes, policías y bandas atacan templos, queman imágenes y se llevan a los sacerdotes, acusándolos de “conspirar y propagar noticias falsas del Estado”. La condena del obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, a 26 años porque no aceptó la deportación “por traición” es uno de los actos que más ha condenado el clero mundial.
Deportó a las monjas de la congregación de la madre Teresa de Calcula, cuya acción a favor de los pobres el propio Ortega reconoció en su momento. Las señaló de golpistas; el nuncio apostólico, Waldemar Stanislaw Sommertag, también salió del país y canceló la membresía de las universidades católicas Juan Pablo II y Cristiana Autónoma de Nicaragua, así como de la Fundación Mariana de Lucha contra el Cáncer.
La más reciente fue liquidar la orden de la Compañía de Jesús, que pertenece al papa Francisco, a quien hasta hace poco Ortega le dedicaba melosas cartas en las que reconocía su “papel y valor”.
A partir de esta semana, los jesuitas no podrán seguir funcionando en Nicaragua, y sus bienes muebles e inmuebles, así como sus instituciones educativas, entre la que incluye la Universidad Centroamericana (UCA), ya incautada, pasarán a manos del Estado nicaragüense, según un acuerdo ministerial.
Ortega sigue en su cruzada y no piensa detenerse. Aunque, en público, Rosario, su esposa, se declare devota de la virgen y de los santos, en privado es la que más aviva la guerra, según dice, debido a que la iglesia cristiana ha ganado mucho terreno en ese país, reduciendo drásticamente el número de católicos.
“Yo fui formado en el catolicismo, fui bautizado, hice la Primera Comunión y fui confirmado… pero nunca les tuve ni cariño ni respeto a la mayoría de los sacerdotes y religiosos, aunque siempre hay excepciones”, responde Ortega, quien se describe hoy como un “revolucionario por Cristo”.
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