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En una última y desesperada medida que trasciende lo diplomático político y que tiene serias implicancias en lo social, religioso y cultural, a través de un comunicado divulgado por Cancillería, la dictadura nicaragüense ha oficializado lo que se convierte, por su repugnancia, en un nuevo hecho histórico sin precedentes: la suspensión de las relaciones diplomáticas entre Nicaragua y la Iglesia Católica.
La Santa Sede (para referirse a la entidad jurídico-política que representa al Papa y al gobierno central de la Iglesia Católica en todo el mundo) se ha convertido recientemente en uno más en la lista de los Estados con los cuales Nicaragua ha suspendido sus relaciones diplomáticas y Nicaragua se convierte así en el primer y único país de nuestros tiempos en adoptar una medida tan radicalmente contraproducente. Después de muchos años de altibajos en las relaciones Nicaragua-el Vaticano, el papa Francisco finalmente declaró en una entrevista pública lo que la sociedad nicaragüense y la comunidad internacional han venido comprobando y difundiendo hasta la saciedad: en Nicaragua gobierna “una dictadura grosera” con tintes “a una dictadura comunista o hitleriana”.
Como era de esperarse, la élite dictatorial nicaragüense en su improvisación en la administración de su —mal llamada— política exterior, una vez más, en lugar de abrirse al diálogo y apostar por propuestas políticas encauzadas a la búsqueda de soluciones, decide hacer caso omiso al llamado político y apostólico del papa y, no conformándose con ello, decide suspender sus relaciones con el Vaticano y todo lo que ello implica. Lo que procede a esta medida histórica es el cierre de las embajadas y consulados, tanto de Nicaragua en Roma como viceversa, el retiro de los representantes diplomáticos y la interrupción inmediata de la comunicación oficial entre los gobiernos.
Asimismo, esta decisión más bien desquiciada, frente una institución como la Iglesia que se ha caracterizado por acompañar históricamente a la sociedad nicaragüense en numerosos aspectos, terminará evidenciándose en acciones como la limitación o impedimento en la cooperación en diversas áreas como la ayuda humanitaria y la lucha contra la pobreza. Solamente el cierre de Cáritas en el país, con más de 60 años de acción en el terreno, representa un retroceso importante en temas como seguridad alimentaria, trata de personas y reducción de la vulnerabilidad en situaciones de emergencia. También, aunque aún quepan dudas de que sea el caso, esta medida puede aumentar la tensión y el conflicto entre ambos países y dificultar la resolución pacífica de disputas.
No obstante lo anterior, es fundamental resaltar que la Santa Sede es un actor internacional reconocido y activo en el ámbito de la diplomacia y las relaciones internacionales. A través de su red de nunciaturas apostólicas, la Iglesia mantiene una presencia diplomática en todo el mundo, específicamente en 182 países, lo que representa la mayoría de los países del mundo. De igual forma, mantiene relaciones con la Unión Europea y la Orden de Malta, que son entidades internacionales reconocidas como sujetos de derecho internacional y es miembro observador ante numerosos organismos internacionales.
La presencia diplomática del Vaticano en el mundo a través de 122 nunciaturas es tan importante que, tradicionalmente, los nuncios apostólicos (embajadores del papa) acreditados en Nicaragua han ocupado el título honorífico de decanos del cuerpo diplomático, adoptando roles como representar al cuerpo diplomático en ceremonias oficiales y eventos protocolares, mantener una comunicación constante con las autoridades del país, coordinar las actividades y posturas del cuerpo diplomático y presidir las reuniones y sesiones del cuerpo diplomático. No cabe la menor duda de que, especialmente en Nicaragua y en los peores momentos de nuestra historia, ha sido de vital importancia la presencia de La Santa Sede, el mensaje de la figura del papa y los valores promovidos por la Iglesia en los numerosos procesos de transición política y en la búsqueda constante de la tan ansiada paz.
Con este hecho, también se ponen en evidencia las profundas contradicciones sobre las cuales se ha constituido la peor de las estructuras dictatoriales hasta ahora conocidas en Nicaragua. Quedan demostradas la hipocresía, la mentira institucionalizada y la manipulación pragmática de la fe, la espiritualidad y la cultura, así como el vacío de aquel supuesto mensaje de paz y reconciliación a través del cual el binomio Ortega Murillo se hizo con el liderazgo gubernamental allá por el inicio de los años 2000, de la mano del que fue por muchos años el más importante jerarca eclesiástico en el país, el cardenal Miguel Obando y Bravo (q. e. p. d.).
Ortega, Murillo y quienes se han encargado de construir y legitimar a un régimen criminal como el que hoy gobierna Nicaragua, también han demostrado que no tienen oídos para atender al testimonio de tantas personas de buena voluntad que han sido víctimas de sus abusos y arbitrariedades a razón de su fe, de sus creencias y de sus posicionamientos políticos. Y, no menos importante, han sido incapaces de atender al llamado de la comunidad internacional y al llamado mismo del sucesor de Pedro para garantizar el respeto a la dignidad humana de quien, firme en su fe y en fidelidad a su ministerio, prefirió la cárcel al exilio y continúa sufriendo los estragos de la prisión política en una celda de máxima seguridad: monseñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa y administrador apostólico de la Diócesis de Estelí.
Hasta ahora no queda más que seguir tomando registro de las atrocidades, desfachateces y equivocaciones que la dictadura continúa cometiendo en todos los términos posibles; seguir denunciando y difundiendo en todos los espacios el mensaje de paz y libertad contrario al mensaje de discordia y muerte; y asumir el imperativo compromiso personal y colectivo de no repetición. Juan XXIII, durante lo más álgido de la crisis nuclear de la Guerra Fría, profirió en su encíclica “Pacem in terris” de 1963, que la verdadera paz es fruto de una justicia activa y que toda persona tiene derecho a la vida, a la integridad física y a las condiciones mínimas necesarias para una existencia digna y libre.
Más temprano que tarde, en Nicaragua prevalecerá la dignidad, la justicia y la paz y, para ello, será primordial el restablecimiento de las relaciones con la Iglesia.
*Embajador de la Paz de la Comisión Europea y One Young World. Internacionalista y Analista Político
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