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Cuando Maryuris empezó a buscar los recuerdos en su cabeza, el tiempo transcurrió más despacio. Ojos entrecerrados, mirada seria, labios pegados. Bajo el sol de Valledupar seleccionó varias de sus memorias más recientes: cuando tuvo que salir de Venezuela y abandonar su carrera; el día en que buscó suerte en Colombia y no la encontró y finalmente, ese momento preciso en que entendió que las oportunidades, aunque fugaces y azarosas, se deben aprovechar.
Sin importar todo lo que dejó atrás en Venezuela, Maryuris dice que “lo que es de Dios es de Dios”, y por esa razón pudo tener la fortuna de acceder, después de muchos intentos fallidos, a un trabajo estable y bien remunerado. Se notaba cierta desazón en la crónica de su pasado: una migrante que estudió un semestre de contaduría en Venezuela, intentó sobrevivir a la recesión económica de la pandemia y tuvo que viajar a Colombia en busca de algún sustento, pues ella sabía que mientras se quedara en su país, “la situación seguiría difícil. Yo ya estaba flaquita allá”.
Con el paso de los meses, añadido a la falta de un trabajo estable y bien remunerado en su país, Maryuris tuvo que tomar la primera gran decisión de su vida: dejarlo todo en Venezuela para encontrar nada en Colombia. Después de semanas meditándolo, y tras los intentos de su mamá para unir a la familia nuevamente, escogió Valledupar como el escenario para el nuevo capítulo de su vida.
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Pero “la cosa se puso fuerte” cuando llegó a Valledupar, pues su nacionalidad, más que ser un rasgo personal, se convirtió en un obstáculo a la hora de buscar empleo o poder trabajar dignamente.
“Yo trabajé en tiendas de ropa con turno de 15 horas diarias de lunes a lunes”, recuerda Maryuris, como quien ya superó un capítulo amargo en su vida. “Luego trabajé en un casino, con máquinas de apuestas”. Y aunque ninguno de los trabajos tenía relación con su sueño de ser contadora y llevar registros comerciales, tuvo que adaptarse en Valledupar, la ciudad con más informalidad laboral en Colombia según los registros del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
La situación de Maryuris no es un caso aislado, pues encontrar trabajo en su caso depende más del azar que de sus habilidades dentro del mercado.
Un estudio del Observatorio del Mercado de Trabajo y Seguridad Social, realizado por la Universidad Externado, dejó en evidencia que cerca del 90 % de los venezolanos que residen en Colombia se encuentran en el sector informal. Además, hay otras investigaciones que señalan que casi nueve de cada diez migrantes no reciben ni seguridad social ni prestaciones contractuales y llegan a trabajar más de 50 horas semanales.
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Valledupar, la capital de Cesar, junto con el resto del departamento, es un mundo de contrastes e historias contradictorias. Tierra de fiestas folclóricas y vallenatos, Valledupar se convirtió desde mediados del siglo pasado en un referente de la economía, pues de todo Colombia, esta zona tenía la capacidad de producir y exportar casi todo: algodón, ganado, carbón y prejuicios y estructuras patriarcales.
La riqueza terminó atrayendo conflicto, y el conflicto hizo gravitar a todos los grupos armados que disputaban la tierra y dominaban territorios a base de miedo; una fórmula perfecta para lo que el Centro de Memoria Histórica bautizó como las “tierras malditas” de Cesar. Un departamento con capacidad de producirlo todo, pero con la condición de que fuera bajo el guiño de los fusiles del grupo armado que predominaba.
Pero la herencia de años de violencia repercutió en lo social y ahora, tres décadas después, tiene impacto directo en los engranajes que mueven las empresas y el empleo de Valledupar. Así lo explica Erika Romero, especialista de empleabilidad y emprendimiento de Mercy Corps, una ONG de asistencia humanitaria que tiene presencia en más de 20 países del mundo y coordina auxilios a población migrante y minoritaria en 20 departamentos de Colombia.
Mercy Corps, que ya tiene en funcionamiento el programa “#AvanzandoElFuturo”, dedicado a atender necesidades médicas y de salud de migrantes, y “#JovenPro”, un esquema que facilita el acceso a trabajo a jóvenes y adolescentes venezolanos, diseñó una estrategia llamada SERES, cuya función es concientizar sobre condiciones de trabajo dignas y estables.
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Romero cuenta que la informalidad y falta de empleos en Valledupar tiene mucho que ver con un “tema de discriminación social que viene históricamente. Es un territorio con mucho patriarcado y que discrimina a la población que no es de allá. No se dice directamente, pero se hace entender, se reconocen y se ven” los prejuicios y el estigma.
Y es que esta ciudad ha encabezado durante los últimos años los registros más altos de informalidad que tiene Colombia. Por ejemplo, en 2022, casi el 70 % de sus ciudadanos tuvieron que vivir del rebusque y de trabajos que no contaban con prestaciones de ley o cumplían los mínimos legales, como ofrecer descansos, remuneraciones a horas extra o incluso pagos proporcionales al trabajo ofrecido.
Dentro de esa cifra, las personas que menos oportunidades tuvieron para encontrar trabajo formal o digno fueron lo que Romero denomina las minorías de Valledupar. Es decir, cerca de 50.000 migrantes venezolanos que Migración Colombia ha contabilizado; integrantes de la comunidad LGTBIQ+, personas discapacitadas o miembros del grupo indígena Kankuama.
Esto debido a que la informalidad, los prejuicios, las herencias patriarcales que dejaron los grupos armado, causaron en Valledupar un ecosistema en que hay muchos grupos sociales y étnicos, pero pocos caminos que recorrer. Algo que Romero explica al mencionar que “no hay oportunidad a ser diferente”.
La estrategia SERES, que detectó este problema en la ciudad, hace un esfuerzo para que las empresas, más allá de contratar empleados y mover la maquinaria mercantil, sean responsables y empáticas con sus subordinados. Se intenta, aparte de ofrecer un salario justo, que las empresas sean la primera voz de mando en afiliar a los empleados a EPS, ARL y atender sus necesidades personales.
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“Un trabajo digno va más allá de seguridad social. Que un empleado esté bien significa más que estar afiliado a una empresa de salud; es que sienta seguridad emocional”, acota Romero, que es Especialista de Empleabilidad y Emprendimiento, una división de Mercy Corps.
Romero explica que a través del programa intenta cambiar la forma en que se ve el trabajo y las oportunidades laborales en Cesar. SERES, que también ha logrado avances en varias ciudades y municipios de Antioquia, hace talleres que concientizan al empleador y transforman las relaciones que tiene con sus subordinados. Así pues, a través de capacitaciones, charlas y actividades pedagógicas, este programa de Mercy Corps busca que la relación entre jefe y empleados sea más “responsable”, ya que, según Romero, cada persona tiene problemas y necesidades específicas, que si bien no deben ser solucionadas por las empresas, si deben ser tenidas en cuenta al momento de comunicarse.
“Las empresas a veces explican que un trabajador se fue porque ´no se adaptó´, pero toca ver más allá y preguntarse qué motivó realmente la salida de una persona del grupo de trabajo, por qué se dio esto”.
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La instrucción, aunque sencilla, no fue muy bien entendida por los asistentes. A medida que los ojos de las directoras de las empresas se cruzaban, sus manos denotaban confusión y desorden. El tiempo corría y muy pocas de las 20 mujeres allí presentes se aventuraron a empezar sin espiar a sus vecinas en el auditorio.
Con una hoja de papel, un clip y unos cuantos centímetros de nylon, cada una de las mujeres debía apelar a su ingenio para crear algo que pudiera, en un caso hipotético, permitirles sobrevivir en tierras hostiles. Una mujer pequeña, de tez morena y manos ágiles empezó a construir lo que la arquitectura de su mente le ordenaba: diseñó un parasol. Pocos metros a su derecha, otra mujer consideró que la mejor forma de enfrentar escenarios adversos era la creación de un abrigo, un elemento clave para desafiar el clima.
Erika Romero lanzó una frase que indicaba el final de la actividad; el tiempo se había agotado. Con una mirada furtiva a las mujeres, todas confundidas por la extraña relación que debía haber entre dirigir una empresa y ser ingenieras por un día, Erika explicó el propósito de la actividad.
“¿Ahora ven lo difícil que es para los migrantes que trabajan en sus empresas llegar a un país con tan solo lo que quepa en una maleta?”.
Romero permaneció callada unos segundos, y el silencio conquistó cada esquina de la sala mientras las mujeres, todas directoras de empresas importantes en Valledupar, entendían el mensaje: ponerse en los zapatos del empleado.
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El taller fue solo un episodio de la larga serie de capacitaciones que SERES desarrolló en Valledupar con el fin de concientizar a las empresas a un buen trato con sus empleados. De la mano de los socios, Cariba Afirmativo, que lucha por inclusión de género en la sociedad, y Opción Legal, cuyo propósito es asesorar en el mundo de las leyes a las personas vulnerables, el programa ha logrado ayudar a 17 empleadores, entre ellas al de Maryuris, una persona que llegó sin nada y gracias a Mercy Corps logró, en palabras de ella, “llegar a estar feliz y contenta en un trabajo”.
Uno de los objetivos de SERES, que también trabaja junto con el Ministerio de Trabajo, es el de lograr políticas inclusivas dentro de las empresas.
“Hay vacantes que ya de por sí son excluyentes”, explica Romero. Por ejemplo, la encargada del programa cuenta que hay ofertas laborales donde los requisitos para un trabajo de construcción son los de ser “hombre, de 18 a 35 años. […] ¿Acaso las mujeres no pueden trabajar en construcción? ¿O un hombre mayor de 35 años es incapaz de hacerlo?”.
El resultado es la creación de una política de inclusión laboral que permita a los trabajadores no sentirse únicamente como parte de un engranaje empresarial, sino compartir objetivos con la empresa, explica Romero.
Tras unos segundos de reflexionarlo, luego de ocho jornadas de talleres, capacitaciones y cambio de mentalidad a los empresarios, Romero reflexiona, mueve su cabeza unos centímetros y explica que su trabajo, lejos de ser ayudar a “reconocer las necesidades del otro”, representa esperanza para la vida de quienes se benefician, pues “todos necesitamos respeto y dignidad”.
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