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¿Para dónde va América Latina y, más concretamente, América del Sur? El interrogante ronda por la región y se sintió con fuerza en la reunión cumbre que se llevó a cabo a comienzos de la semana pasada, en Brasilia. El solo hecho de que habían pasado nueve años desde el último encuentro dibuja un panorama incierto sobre la región y deja en claro que los actuales no son propiamente los momentos de más esperanza sobre el futuro. Especialmente, porque los consensos se han debilitado y la agenda se ha reducido. La unidad y la cooperación multilateral no han sido propiamente la prioridad.
En el ámbito global, el continente ha perdido presencia y una mirada hacia adentro obliga a plantear que la integración está lejana y que algunas de las iniciativas que generaron grandes esperanzas en el pasado ya no son vistas con igual optimismo. Tampoco queda mucho que esperar sobre las posibilidades de reconstrucción de consensos que existieron en el pasado, ni sobre las posibilidades de unión de esfuerzos para buscar propósitos comunes.
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¿Producirá la reunión de esta semana en Brasilia un resurgimiento de los propósitos de integración? Al presidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva, se le notaron las intenciones de recuperar algo del liderazgo que tuvo —o que buscó— en el pasado en la región. Habrá que ver si consolida esos esfuerzos, o si definitivamente va a fijar la visión de su política exterior en otras latitudes y continentes extrarregionales, en los que Brasil juega en ligas mayores. Lula y su país en general han ejercido liderazgo en el continente y la proximidad de la reunión de la semana pasada con su reciente llegada a la presidencia fue una oportunidad para hacer sentir su presencia y para marcar diferencias con su antecesor, Jair Bolsonaro, quien no goza del mismo prestigio en la esfera mundial. Lula, también, tendrá que trabajar una imagen constructiva que le permita poner a un lado la idea de que a su país le interesa más el mundo extrarregional que la cooperación en el hemisferio.
Naturalmente, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, también fue protagonista de primer orden. Al fin y al cabo, se encuentra en una especie de retorno —¿o consolidación? — después de que el intento de Juan Guaidó para sucederlo definitivamente no pegó. No se ve fácil, ni siquiera predecible, lo que vendrá en ese país, pero la reapertura de relaciones bilaterales estimulada por Gustavo Petro genera oportunidades para retomar una agenda valiosa en la vigilancia de las fronteras, el control de la migración, la lucha contra las drogas y el contrabando y la posibilidad de reconstruir mecanismos de cooperación en varias áreas.
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Y otro protagonista visible fue Gustavo Petro. Aunque ya se aproxima a su primer aniversario en el cargo, y ha hecho múltiples giras y visitas a varios países, se nota que disfruta el escenario regional en el que, al fin y al cabo, hay un bloque amplio de mandatarios que provienen de las izquierdas del continente, con los cuales se está forjando una comunicación fluida que se refleja en oportunidades constructivas de intercambio y comunicación. Una realidad notable, hasta el punto de que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha dado muestras claras de que anhela mantener lazos constructivos de cooperación. A Petro, el momento que atraviesa el continente con representantes de varias izquierdas le brinda una oportunidad de fortalecer mecanismos de comunicación y cooperación. Que fue, al fin y al cabo, lo que puso en marcha con la Venezuela de Maduro.
Porque el momento es difícil, sobre todo en lo económico. En casi todos los países hay temores de una recesión pronta y las esperanzas de nuevos propósitos con frecuencia tienen que plantearse para el largo plazo. Y falta ver qué tipo de discurso y acciones se impondrán en América del Sur y en todo el continente en general. ¿Se retomará un discurso integracionista y se restablecerán mecanismos que se ensayaron en el pasado (unos con éxito y otros definitivamente efímeros)? ¿Servirá la reunión de Brasilia, la semana pasada, para que se retome la retórica integracionista y se vuelva a fortalecer el discurso de cooperación regional? Y, por supuesto, ¿para poner en marcha mecanismos nuevos y poderosos proyectos de cooperación?
El gran interrogante, en fin, es si se vuelve a pensar en términos que priorizan la unidad de la región y la construcción de mecanismos de acción conjunta. ¿Lo lograrán?
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