¿Peligro de un golpe de Bolsonaro? En Brasil, el miedo va por otro lado
A pesar de que los rumores sobre un golpe se han minimizado después del martes, Brasil luce atrapado en una crisis enorme que opaca, de momento, las necesidades más urgentes de la población en los próximos comicios.
Un autogolpe de Estado por parte de Jair Bolsonaro, con el que buscaría extender sus poderes, es ahora la menor de las preocupaciones para los analistas en Brasil. Tras las manifestaciones del martes en Brasilia, convocadas por el mandatario ultraderechista para amenazar al presidente del Supremo Tribunal Federal, Alexandre Moraes, luego de que este iniciara una investigación contra la familia presidencial, quedó demostrado que la amenaza real está en otro frente.
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Un autogolpe de Estado por parte de Jair Bolsonaro, con el que buscaría extender sus poderes, es ahora la menor de las preocupaciones para los analistas en Brasil. Tras las manifestaciones del martes en Brasilia, convocadas por el mandatario ultraderechista para amenazar al presidente del Supremo Tribunal Federal, Alexandre Moraes, luego de que este iniciara una investigación contra la familia presidencial, quedó demostrado que la amenaza real está en otro frente.
“El presidente de Brasil es demasiado débil para dar un golpe, pero lo suficientemente fuerte como para permanecer en el poder y producir una crisis constitucional permanente”, escribió Oliver Stuenkel, profesor asociado de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Fundación Getulio Vargas.
No solo Bolsonaro puede ser débil para dar un golpe, sino que con su retórica del martes habría espantado a algunos de sus simpatizantes dentro del gobierno. Para los funcionarios brasileños, según la periodista Míriam Leitão, el presidente usó “el tono y el contenido incorrectos, alentando la falta del respeto al orden judicial”.
“Una fuente militar me dijo una frase contundente: ‘El país no está hecho para avanzar en la anarquía”, señaló Leitão.
Al final de la jornada de manifestaciones, Bolsonaro lucía cada vez más aislado. Esto llevó a analistas como Ian Bremmer a concluir que Brasil no tendrá un golpe. Sin embargo, a medida que el discurso del presidente se vuelve más extremo, las preocupaciones y alertas no desaparecen. ¿En dónde está la amenaza real entonces?
En primer lugar está la violencia. Una versión latina de Jake Angeli, más conocido como el “Hombre de los Cuernos” o el “chamán de QAnon”, quien participó en el asalto al Capitolio de Washington D. C. en enero, apareció en las calles de Brasilia durante la jornada de manifestaciones convocada por Bolsonaro. Ambos sujetos, igual de pintorescos, representan la devoción ciega de un grupo a su líder. Ambos, además, fueron citados con el mismo objetivo: desafiar el orden democrático.
A medida que Bolsonaro copia las prácticas del expresidente Donald Trump, como la difusión de noticias falsas, la declaración de guerra a las redes sociales, el enfrentamiento con los magistrados de las altas Cortes y la siembra de dudas sobre el organismo electoral, los bolsonaristas se van asemejando más a los trumpistas. El “hombre de los cuernos brasileño” es el mejor ejemplo de ello. Y por eso es tan preocupante la evolución de este tipo de seguidores de Bolsonaro, pues este año ya vimos que los devotos de estos líderes populistas pueden volverse, de un momento a otro, violentos. De hecho, en el asalto al Capitolio murieron cinco personas.
Si bien no llegó a las mismas instancias, los bolsonaristas también querían tomarse un edificio: el del Supremo Tribunal Federal. Allí está la oficina del magistrado Moraes, a quien Bolsonaro le ha declarado la guerra por investigarlo a él y a sus hijos por la difusión de noticias falsas.
“Yo autorizo”, gritaron los bolsonaristas cuando su líder le comunicaba a Moraes que su tiempo para retirar las investigaciones ha “terminado”.
La retórica de Bolsonaro pone a Brasil a un paso de un escenario similar al de la insurrección y los disturbios que se vivieron en Washington. Hoy el país está más cerca de la violencia. El miércoles, por la mañana, un grupo de sus seguidores trataron de invadir el Ministerio de Salud y amenazaron de muerte a la familia de Moraes. Pero dicha retórica, además, alimenta una gran crisis constitucional en el país. La Corte no puede revertir la investigación, pues socavaría su credibilidad, como dice Stuenkel, y Bolsonaro no dará marcha atrás a su discurso confrontativo, lo que deja a los brasileños encerrados en una lucha entre el poder Ejecutivo y el Judicial en segundo lugar.
“[El peligro es] un caos constitucional permanente causado por una tensión insuperable entre el presidente y la Corte Suprema”, dice Stuenkel.
Luego de la violencia y la crisis constitucional, la tercera y última amenaza llega por el lado político. Como explica Stuenkel, lo más seguro es que el Centrão, conjunto de partidos que se mueve de una corriente a otra buscando favores del Ejecutivo, proteja a Bolsonaro ante un pedido de juicio político, pese a todas las acusaciones en su contra, aunque el radicalismo del mandatario pueda implicar un gran costo electoral para ese centro. Sin la articulación robusta previa al juicio, un impeachment no tiene futuro. Este sería un mensaje desastroso pensando en el futuro.
“Después de todo, los futuros presidentes recordarán que, mientras el Centrão los proteja de la acusación y puedan retener el apoyo tácito de las fuerzas armadas (preferiblemente ofreciéndoles miles de puestos de trabajo en el sector público), se tolerará el comportamiento autoritario”, concluye Stuenkel en su análisis.
Por otro lado, el respaldo del Centrão a Bolsonaro podría cerrarle las vías a una tercera opción en los próximos comicios, lo que reduciría la carrera a dos nombres: Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva.
A pesar de que los rumores sobre un golpe se han minimizado después del martes, Brasil luce atrapado en una crisis enorme que opaca, de momento, las necesidades más urgentes de la población en los próximos comicios. Con su declaración de guerra a la Corte, Bolsonaro no solo crea un escenario de riesgo para el país, sino que paraliza la contienda electoral y marca la agenda para evitar temas espinosos como la inflación, el desempleo, la crisis medioambiental y, por supuesto, la pandemia.
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