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Unas gotas rojizas empezaron a salpicar el espacio. Era un líquido espeso. Pegajoso. Con olor a hierro. Volaba libremente en la atmósfera. A medida que incrementaba el ritmo de las patadas, la sustancia escarlata manchó todos los objetos a su alrededor. Su recipiente se había fisurado. Se adhirió a las telas de la ropa. Unas cuantas pecas aterrizaron en la piel de los presentes. Y la gran mayoría se derramó en el concreto de la calle.
El líquido era la sangre de Fernando Báez Sosa. También era la prueba principal en el octavo día de juicio que se adelanta por la muerte del muchacho de 18 años ocurrida enero de 2020.
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Graciela Parodi se sentó a declarar en el Tribunal. Mostraba un aspecto seguro. Una actitud de no tenerle miedo a las preguntas. Siendo parte de la Policía Científica, Parodi explicó cuáles fueron las pistas que la sangre de Fernando le ofreció después de esa noche en Villa Gesell, un barrio en Dolores, al sur de Buenos Aires.
La audiencia avanzaba mientras llovía a cántaros. El cielo estaba gris. Uno de esos días cargados de tedio y de letargo.
Con lentitud, Parodi explicó cómo fue que extrajo las muestras de sangre de las prendas de los rugbiers, los acusados de haber asesinado a Fernando Báez. En cuestión de minutos, la encargada del peritaje policial ofreció una clase magistral de hematología a los asistentes del Tribunal.
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Sus explicaciones eran más que todo científicas. Prudentes al momento de describir cómo fue el paso a paso desde que la sangre salió del cuerpo de la víctima hasta que llegó a su laboratorio. Su principal tarea dentro de las pesquisas fue determinar qué tipo de sangre era. Ante todo, se trataba de encontrar quién era el dueño legítimo del líquido que examinó en los microscopios.
Los resultados arrojaron “positivo para sangre humana”, señaló Parodi. Y señaló que los zapatos de Máximo Thomsen, uno de los imputados, tenía “numerosas manchas de sangre”. Y a medida que transcurría el tiempo, explicó cómo llegó a esa conclusión.
¿Con cuánta fuerza se debe impactar un cuerpo para que la sangre contenida en su interior se salpique en la atmósfera?
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Mientras los asistentes la observaban, Parodi indicó que las prendas manchadas de sangre llegaron a su oficina. Unas eran de los rugbiers y algunas otras de Fernando Báez. Al ser evidencia relacionada con una muerte, precisó que los elementos pasaron por “una cadena de custodia”.
Qué curioso el valor que se le puede dar a objetos relacionados con una muerte. Lo que los tribunales catalogan como evidencia, no son más que recuerdos tristes para otros.
Los zapatos no fueron las únicas prendas con salpicaduras de sangre. Parodi mencionó que varias prendas de seis de los jugadores habían dado “positivo para sangre” de Fernando Báez. Mientras concluía sus hallazgos, se hizo un silencio en la sala.
Los rugbiers imputados por “homicidio doblemente agravado” permanecían estáticos. Sumisos. Indiferentes. Sus rostros, aunque jóvenes, mostraban cansancio. Pero no expresaban perdón, no transmitían arrepentimiento. Y de cuando en cuando, cambiaban su postura para adoptar otra aún más inexpresiva.
“Al menos 30 prendas” de las confiscadas dieron positivo para sangre humana, dijo otra de las expertas desde la butaca de interrogatorios. Buzos, camisas, bermudas, zapatos. El outfit completo de los rugbiers manchado con el ADN del pibe que golpearon esa noche en Villa Gesell.
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La audiencia se siguió prolongando. Pruebas forenses y científicas demostraban cada vez más cómo las células, moléculas y partículas de los jugadores de rugby estuvieron implicados en la muerte de Fernando. Sangre de Fer en sus camisas. Células de piel en las suelas de los zapatos. Isopos llenos de muestras y escenas dolorosas de lo sucedido esa noche.
Fernando Burlando, el abogado de los Báez Sosa, inició su ronda de conclusiones. Voz gruesa. Pecho firme. Ademanes de autoridad.
“Hay pruebas fílmicas, de ADN y testimoniales que incriminan a los imputados”, empezó diciendo Burlando. Su actitud tosca y contundente ya se había dado a conocer a lo largo del juicio. Mientras señalaba con un gesto amenazador al banquillo donde se sentaban los rugbiers, el abogado sugirió que “una vez que tocan al líder del grupo (Máximo Thomsen), salen todos a la caza […] Esto ratifica lo que vemos en las imágenes. Esto acredita el contacto”.
Su postura no pareció variar al escuchar los conceptos médicos y científicos. Con su clásica barba gris, Burlando volvió a manifestar su deseo que a los ocho imputados “se les condene a cadena perpetua por sus actos”.
Aunque la justicia se equivoque, la ciencia, la genética y la química demostraron que los rugbiers tuvieron contacto con Fernando Báez Sosa la noche en que murió. Las conclusiones sobre hasta qué punto el encuentro entre los jóvenes ocasionó la muerte del joven, dependerá de los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal N°2.
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“Fue muy difícil volver a ver la ropa de mi hijo manchada de sangre”, empezó diciendo Silvino, el padre de Báez al final de la audiencia. Mientras debatía internamente para encontrar las palabras correctas, Sivino vio que de su boca escapaba un recuerdo. Uno de los tantos que ha tenido que revivir a lo largo del juicio.
“El debate es muy duro”, dijeron los labios secos y la cara triste del padre de familiar. “Constantemente estamos reviviendo esa noche violenta que acabó con la vida de nuestro hijo”. Hoy continúa el juicio en el que la Fiscalía seguirá destapando pruebas periciales.
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