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En medio del enfrentamiento político más agudo de las últimas décadas, Keiko Fujimori y Pedro Castillo se encaminan a definir el domingo 6 de junio quién presidirá el país a partir del 28 de julio, fecha en la cual se conmemora el bicentenario de la independencia nacional.
Ninguno de los 18 candidatos presidenciales que se presentaron en la primera vuelta entusiasmó y el 30% de los habilitados no votó, pese a su obligatoriedad. La mitad de los pretendientes no llegó a cosechar 2% de los votos y los dos que pasaron a la segunda vuelta sumaron apenas algo más de una cuarta parte del total: Castillo, 15,38% y Fujimori, 10,9%. La suma de votos en blancos y viciados —18,6%— ganó a cualquier candidatura.
Razones para el desánimo no faltaban. A la pandemia, se agrega la percepción de la falta de progreso. Sólo una cuarta parte de los consultados por la encuestadora IPSOS luego de la primera vuelta consideraban que su familia está progresando y 53% creía que el país está retrocediendo.
Además, hay pocas esperanzas de que los políticos puedan hacer algo. El peruano es un electorado que en América Latina se halla en el pelotón más bajo en cuanto a aprecio y satisfacción con la democracia. Los políticos hacen su aporte: seis de los que fueron candidatos presidenciales se encuentran bajo procesos de investigación, la mayoría por corrupción. Otros 136 candidatos al Congreso estaban en la misma condición y algunos de ellos resultaron elegidos. Y entre los políticos es usual tener personajes que han pasado por tres o más camisetas partidarias como parte de su carrera hacia el poder.
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En rigor, no hay partidos, salvo Fuerza Popular, que sigue la estela de Alberto Fujimori. Lo que hay son agrupaciones reunidas para cada elección que carecen de vida partidaria y de militantes, y solo tienen adherentes temporalmente reclutados. De allí que quienes perdieron en la primera vuelta carezcan de capacidad para endosar sus votos a Castillo o a Fujimori en la segunda.
Polarización debida a varias razones
En los resultados de abril y en las encuestas posteriores aparece una fuerte polarización del voto. Un eje es el regional. Keiko Fujimori gana en Lima y en una parte de la costa norte, y Pedro Castillo, en el resto del país. El centralismo limeño y el resentimiento que ha generado históricamente se manifiestan de manera plena en las elecciones.
El otro eje es económico-social. Las encuestas muestran claramente una suerte de lucha de clases electoral. Mientras Castillo aumenta su voto según se desciende en la escala social, Fujimori lo pierde.
Por cierto, el peso de cada estrato en la población electoral no es el mismo. Los sectores A y B, —los más altos— principalmente localizados en Lima suman 12%; el estrato C, 32%; el D, 24% y el E, 30%. Esto significa que los desfavorecidos suman 54% del total de electores.
Dado el mecanismo de segunda vuelta, el “antivoto” es muy importante. Y si bien el antivoto de Keiko era muy alto, se ha ido reduciendo mientras el de Castillo ha aumentado.
En 1990 se dijo que los sectores postergados inventaron un candidato —Alberto Fujimori— frente al candidato de “los de arriba”, el escritor Mario Vargas Llosa. Treinta años después parece haber ocurrido lo mismo. Pedro Castillo surgió casi de la nada. Es un maestro rural, con escasa preparación, pero el “dueño” de su partido, Vladimir Cerrón, es un médico formado en Cuba que se declara marxista leninista con posturas patriarcales. El apoyo a Castillo del grupo de Verónika Mendoza —la izquierda educada que en primera vuelta obtuvo 6,39%— acaso proporcione los contenidos que Castillo no tiene.
Keiko Fujimori, además de haberse desempeñado como “primera dama” de su padre cuando su madre fue desplazada por discrepar con su marido, enfrenta procesos judiciales y ya ha pasado varios meses en prisión preventiva. Ha prometido indultar a su padre, quien fue condenado a 25 años de prisión por corrupción y violación de derechos humanos.
Ambos son líderes autoritarios en un país que quiere un gobierno elegido, pero de mano dura. Y en el que prevalece el conservadurismo en asuntos sociales: siete de cada diez electores están contra el aborto, el matrimonio igualitario y el millón de migrantes venezolanos que viven en el Perú.
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Una campaña que alienta el miedo y cuestiona “el modelo”
Los encuestados creen que el problema más importante es la pandemia, pero los candidatos no tienen propuestas concretas para enfrentarla. Tiempo y recursos se gastan en acusaciones mutuas. La campaña actual está plagada de noticias falsas. Facebook e Instagram han eliminado decenas de cuentas falsas que hacían campaña por Fujimori.
Los medios y la publicidad electoral giran en torno al anticomunismo. Los casos de Venezuela y Corea del Norte se utilizan para crear miedo hacia Castillo en el electorado de los sectores medios. Al efecto, una fortísima inversión publicitaria inunda medios, calles y redes sociales.
Pero el gran tema de discusión es el “modelo” neoliberal que el país ha mantenido durante los últimos 30 años y que, si bien ha sostenido el crecimiento y ha reducido la pobreza, no tiene efectos sobre dramáticas desigualdades. Con ocasión de la pandemia se ha revelado el desastroso estado de la salud pública. De allí que “el modelo” actual solo sea respaldado por uno de cada diez encuestados.
¿Y por qué hay que cambiar el modelo? Las respuestas dadas a las encuestadoras revelan que la pobreza (31%) y la desigualdad (27%) generadas por el modelo son las razones de mayor peso.
Sin embargo, lo importante son las tendencias que se van definiendo. La última encuesta del Instituto de Estudios Peruanos publicada el domingo 9 de mayo da a Castillo solo seis puntos de ventaja, una diferencia que Fujimori ha ido recortando. Y un tercio de los encuestados aún no se inclinaba por ninguno de los dos. Sin embargo, en la primera vuelta ninguna encuestadora acertó los resultados y es sabido que los peruanos se deciden en los momentos previos a la votación.
Después del 6 de junio
En el congreso, diez partidos han alcanzado representación parlamentaria y ninguno llega a la cuarta parte de los escaños. En los últimos cinco años se ha visto cómo el enfrentamiento entre Ejecutivo y Congreso, motivado por ambiciones personales o de grupo, paralizó el país. Quienquiera que gane no contará con una mayoría estable. Y si a eso se suman los conflictos sociales —que Castillo alienta— probablemente se estará en un escenario de escasa gobernabilidad.
Finalmente, las FF.AA., que hace medio siglo se lanzaron con Velasco Alvarado a la aventura de recrear el país a fin de acortar las diferencias sociales y no lo lograron, hoy están corroídas por la corrupción. Y no se sabe hasta qué punto estarían dispuestas a “arbitrar” en el enfrentamiento social que aguarda al país.
Luis Pásara es sociólogo del derecho. Ha estudiado los sistemas de justicia en América Latina, asunto sobre el cual ha publicado extensamente. Ha ejercido la docencia en Perú, España, Argentina y México. Es senior fellow de Due Process of Law Foundation.
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