¿Por qué 7 estados deciden la presidencia de EE. UU.?
La candidata demócrata, Kamala Harris y el republicano, Donald Trump, necesitan ganar en al menos tres de los siete estados indecisos, donde la diferencia entre ambos contendientes es menor a 2 % en las encuestas. Le explicamos por qué esos estados son decisivos para las elecciones presidenciales del 5 de noviembre en Estados Unidos.
Ignacio Arana
Como existe consenso sobre cuál será la opción ganadora en 43 de los 50 estados en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre, se estima que las campañas destinarán solo el 24 % de sus recursos donde vive ese 82 % de la población. El restante 76 % se destinará a conquistar el voto en siete estados: Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Míchigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin. Eso explica por qué la candidata demócrata Kamala Harris y el aspirante republicano Donald Trump se la pasan en esos estados, en una elección donde también se escogerá a 13 gobernadores y se renovará la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.
Estados Unidos es la única democracia presidencial donde los votantes no escogen directamente a quien ocupará el sillón presidencial, sino que lo hace un Colegio Electoral conformado por 538 electores que representan a los estados. El número de electores de cada estado equivale a su presencia legislativa. Es decir, es la suma de los representantes en la Cámara Baja (435 en total), más los dos senadores por estado (100 en total) y los tres electores que tiene el distrito de Columbia, donde se asienta la capital, Washington. El candidato que alcanza los 270 electores gana. Los 43 estados cuyo resultado ya se anticipa le dan 225 electores a Harris y 219 a Trump.
El Colegio Electoral distorsiona la voluntad popular en dos instancias. Primero, sobrerrepresenta a los estados más chicos porque todos los estados tienen dos senadores. Los extremos son ilustrativos. California es el estado más poblado y escoge 54 electores, mientras que Wyoming es el estado menos poblado y escoge 3 electores. Que California tenga 67 veces más población que Wyoming (39.128.000 versus 584.000) pero solo 18 veces más electores significa que un voto en Wyoming puede pesar más de 3,7 veces que en California (asumiendo igual proporción de votantes en ambos estados). La segunda distorsión ocurre porque en 48 estados basta que un candidato se lleve la mayoría de los votos para ganar todos los electores (las excepciones son Maine y Nebraska).
El sistema es nocivo. Primero, porque puede ganar el candidato con menos votos, como ocurrió en 1824, 1876, 1888, 2000 y 2016. En 2024, se espera que Harris gane el voto nacional, tal como sus predecesores demócratas Joe Biden en 2020 y Hillary Clinton en 2016. Segundo, porque el sistema desnaturaliza la competencia democrática al afectar tanto el comportamiento de los votantes (¿para qué votar si sé quién ganará en mi estado?) como el de los candidatos (¿para qué prestar atención a estados donde sé que voy a ganar o perder?).
El uso de colegios electorales es anacrónico. Predominó en los presidencialismos latinoamericanos de principios del siglo XIX, pero fue eliminado en distintos tiempos, siendo Argentina el último país en derogarlos en la reforma constitucional de 1994. Lamentablemente, en Estados Unidos el sistema está más amarrado que lápiz de banco ya que lo consagra la Constitución. Y cambiar la Carta Magna es muy difícil: la única modalidad usada hasta ahora requiere la aprobación por parte de dos tercios de ambas cámaras del Congreso y luego la ratificación por parte de tres cuartos (38) de las legislaturas (o convenciones) de los 50 estados. Como el Colegio Electoral sobrerrepresenta a 20 estados, es ilógico esperar que esos estados apoyen derogar un sistema que los premia.
De vuelta a los 7 estados
Harris y Trump necesitan ganar en al menos tres de los siete estados, donde la diferencia entre ambos contendientes es menor a 2 % en las encuestas. Harris necesita 45 electores y Trump, 51. En disputa hay 93 electores repartidos, en orden descendente, en Pensilvania (19), Georgia (16), Carolina del Norte (16), Míchigan (15), Arizona (11), Wisconsin (10) y Nevada (6). Varias organizaciones han desarrollado modelos predictivos que usan como insumo principalmente las encuestas. Pero por muy bien diseñadas que estén, las encuestas tienen un margen de error que limita su capacidad predictiva en elecciones tan competitivas como la actual. Siempre existirá un margen de error, ya sea por error de muestreo, el tiempo en que se hace el estudio, sesgos en quienes responden (los más jóvenes tienden a contestar menos a números desconocidos) y la manera en que se pregunta.
Los siete estados no son igualmente atractivos. La campaña en Pensilvania es muy activa porque es el estado con más electores y en las últimas dos elecciones cambió de manos (Trump ganó el 2016 y perdió el 2020). Además, puede reducir el número de estados que deben ser volteados. Por ejemplo, si Trump voltea a Pensilvania y retiene los estados donde ganó en 2020, le basta con voltear a Georgia para ganar. En cualquier otro escenario, Trump necesitaría retener los estados de 2020 y dar vuelta al menos a tres estados.
Asimismo, los estados están en tres zonas geográficas que comparten similitudes demográficas, económicas, y culturales que pueden llevarlos a moverse en bloque. El premio mayor está en el noreste del país, donde Pensilvania, Wisconsin y Míchigan suman 44 electores. Estos estados antes eran parte de la “muralla azul” demócrata, hasta que Trump los volteó en 2016 y Biden los recuperó en 2020. Son tres estados de fuerte pasado industrial y amplia clase trabajadora blanca, donde hay una sólida división entre las urbes demócratas y las zonas rurales republicanas. El declive industrial ha fortalecido una economía de servicios, mientras que demográficamente el segmento de votantes blancos sin título universitario ha caído, si bien siguen siendo mayoría. Por ejemplo, en Pensilvania este grupo pasó de ser el 63 % de los votantes en 2008 al actual 51 %.
Carolina del Norte y Georgia suman 32 electores, y además de contiguos y costeros son parte del corazón del sur del país. Ambos tienen una fuerte raigambre económica y cultural agrícola. Aunque el sur tiende a ser conservador y ambos estados solían serlo, la creciente urbanización, diversificación étnica, y cambios culturales han aumentado las fuerzas progresistas. La transformación demográfica de los suburbios, por ejemplo, ha mermado su inclinación conservadora en ambos estados.
Arizona y Nevada, con 17 electores, son estados contiguos del oeste y suroeste de EE. UU. Aunque antes eran bastiones republicanos, su latinización en los últimos años les ha puesto más salsa, cumbia y reguetón a los demócratas. En 2008, Arizona y Nevada tenían un 19,1 % y 13,3 % de votantes latinos, respectivamente, y ahora esos porcentajes son 28,7 % y 19,8 %.
En términos predictivos, a menos de un mes de la elección el prestigioso sitio de internet 538 da ganadora a Harris en 53 % de sus simulaciones y a Trump en 47 %. Sin embargo, la carrera es tan reñida que lo que pase en los siguientes días pueden inclinar la balanza en los estados clave, y por lo tanto el resultado final.
Ignacio Arana es profesor asistente de Ciencias Políticas en la Universidad Carnegie Mellon. Doctor en Filosofía. en Ciencias Políticas de la Universidad de Pittsburgh. Especializado en presidencialismo y en el estudio comparado de las instituciones políticas en América Latina.
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Como existe consenso sobre cuál será la opción ganadora en 43 de los 50 estados en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre, se estima que las campañas destinarán solo el 24 % de sus recursos donde vive ese 82 % de la población. El restante 76 % se destinará a conquistar el voto en siete estados: Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Míchigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin. Eso explica por qué la candidata demócrata Kamala Harris y el aspirante republicano Donald Trump se la pasan en esos estados, en una elección donde también se escogerá a 13 gobernadores y se renovará la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.
Estados Unidos es la única democracia presidencial donde los votantes no escogen directamente a quien ocupará el sillón presidencial, sino que lo hace un Colegio Electoral conformado por 538 electores que representan a los estados. El número de electores de cada estado equivale a su presencia legislativa. Es decir, es la suma de los representantes en la Cámara Baja (435 en total), más los dos senadores por estado (100 en total) y los tres electores que tiene el distrito de Columbia, donde se asienta la capital, Washington. El candidato que alcanza los 270 electores gana. Los 43 estados cuyo resultado ya se anticipa le dan 225 electores a Harris y 219 a Trump.
El Colegio Electoral distorsiona la voluntad popular en dos instancias. Primero, sobrerrepresenta a los estados más chicos porque todos los estados tienen dos senadores. Los extremos son ilustrativos. California es el estado más poblado y escoge 54 electores, mientras que Wyoming es el estado menos poblado y escoge 3 electores. Que California tenga 67 veces más población que Wyoming (39.128.000 versus 584.000) pero solo 18 veces más electores significa que un voto en Wyoming puede pesar más de 3,7 veces que en California (asumiendo igual proporción de votantes en ambos estados). La segunda distorsión ocurre porque en 48 estados basta que un candidato se lleve la mayoría de los votos para ganar todos los electores (las excepciones son Maine y Nebraska).
El sistema es nocivo. Primero, porque puede ganar el candidato con menos votos, como ocurrió en 1824, 1876, 1888, 2000 y 2016. En 2024, se espera que Harris gane el voto nacional, tal como sus predecesores demócratas Joe Biden en 2020 y Hillary Clinton en 2016. Segundo, porque el sistema desnaturaliza la competencia democrática al afectar tanto el comportamiento de los votantes (¿para qué votar si sé quién ganará en mi estado?) como el de los candidatos (¿para qué prestar atención a estados donde sé que voy a ganar o perder?).
El uso de colegios electorales es anacrónico. Predominó en los presidencialismos latinoamericanos de principios del siglo XIX, pero fue eliminado en distintos tiempos, siendo Argentina el último país en derogarlos en la reforma constitucional de 1994. Lamentablemente, en Estados Unidos el sistema está más amarrado que lápiz de banco ya que lo consagra la Constitución. Y cambiar la Carta Magna es muy difícil: la única modalidad usada hasta ahora requiere la aprobación por parte de dos tercios de ambas cámaras del Congreso y luego la ratificación por parte de tres cuartos (38) de las legislaturas (o convenciones) de los 50 estados. Como el Colegio Electoral sobrerrepresenta a 20 estados, es ilógico esperar que esos estados apoyen derogar un sistema que los premia.
De vuelta a los 7 estados
Harris y Trump necesitan ganar en al menos tres de los siete estados, donde la diferencia entre ambos contendientes es menor a 2 % en las encuestas. Harris necesita 45 electores y Trump, 51. En disputa hay 93 electores repartidos, en orden descendente, en Pensilvania (19), Georgia (16), Carolina del Norte (16), Míchigan (15), Arizona (11), Wisconsin (10) y Nevada (6). Varias organizaciones han desarrollado modelos predictivos que usan como insumo principalmente las encuestas. Pero por muy bien diseñadas que estén, las encuestas tienen un margen de error que limita su capacidad predictiva en elecciones tan competitivas como la actual. Siempre existirá un margen de error, ya sea por error de muestreo, el tiempo en que se hace el estudio, sesgos en quienes responden (los más jóvenes tienden a contestar menos a números desconocidos) y la manera en que se pregunta.
Los siete estados no son igualmente atractivos. La campaña en Pensilvania es muy activa porque es el estado con más electores y en las últimas dos elecciones cambió de manos (Trump ganó el 2016 y perdió el 2020). Además, puede reducir el número de estados que deben ser volteados. Por ejemplo, si Trump voltea a Pensilvania y retiene los estados donde ganó en 2020, le basta con voltear a Georgia para ganar. En cualquier otro escenario, Trump necesitaría retener los estados de 2020 y dar vuelta al menos a tres estados.
Asimismo, los estados están en tres zonas geográficas que comparten similitudes demográficas, económicas, y culturales que pueden llevarlos a moverse en bloque. El premio mayor está en el noreste del país, donde Pensilvania, Wisconsin y Míchigan suman 44 electores. Estos estados antes eran parte de la “muralla azul” demócrata, hasta que Trump los volteó en 2016 y Biden los recuperó en 2020. Son tres estados de fuerte pasado industrial y amplia clase trabajadora blanca, donde hay una sólida división entre las urbes demócratas y las zonas rurales republicanas. El declive industrial ha fortalecido una economía de servicios, mientras que demográficamente el segmento de votantes blancos sin título universitario ha caído, si bien siguen siendo mayoría. Por ejemplo, en Pensilvania este grupo pasó de ser el 63 % de los votantes en 2008 al actual 51 %.
Carolina del Norte y Georgia suman 32 electores, y además de contiguos y costeros son parte del corazón del sur del país. Ambos tienen una fuerte raigambre económica y cultural agrícola. Aunque el sur tiende a ser conservador y ambos estados solían serlo, la creciente urbanización, diversificación étnica, y cambios culturales han aumentado las fuerzas progresistas. La transformación demográfica de los suburbios, por ejemplo, ha mermado su inclinación conservadora en ambos estados.
Arizona y Nevada, con 17 electores, son estados contiguos del oeste y suroeste de EE. UU. Aunque antes eran bastiones republicanos, su latinización en los últimos años les ha puesto más salsa, cumbia y reguetón a los demócratas. En 2008, Arizona y Nevada tenían un 19,1 % y 13,3 % de votantes latinos, respectivamente, y ahora esos porcentajes son 28,7 % y 19,8 %.
En términos predictivos, a menos de un mes de la elección el prestigioso sitio de internet 538 da ganadora a Harris en 53 % de sus simulaciones y a Trump en 47 %. Sin embargo, la carrera es tan reñida que lo que pase en los siguientes días pueden inclinar la balanza en los estados clave, y por lo tanto el resultado final.
Ignacio Arana es profesor asistente de Ciencias Políticas en la Universidad Carnegie Mellon. Doctor en Filosofía. en Ciencias Políticas de la Universidad de Pittsburgh. Especializado en presidencialismo y en el estudio comparado de las instituciones políticas en América Latina.
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