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¿Por qué compiten los republicanos si tienen tan pocas posibilidades de ganar?

La carrera republicana para 2024 tiene varios contendientes que casi no tienen posibilidades de derrotar a Donald Trump. Entonces, ¿por qué compiten?

Trip Gabriel | The New York Times
24 de agosto de 2023 - 03:00 a. m.
Los candidatos a la presidencia de EE. UU. por el Partido Republicano (de izquierda a derecha y de arriba a abajo): Donald Trump; Chirs Chris; Asa Hutchinson; Tim Scott; Nikki Haley; Doug Burgum; Ron DeSantis; Mike Pence; Vivek Ramaswamy.
Los candidatos a la presidencia de EE. UU. por el Partido Republicano (de izquierda a derecha y de arriba a abajo): Donald Trump; Chirs Chris; Asa Hutchinson; Tim Scott; Nikki Haley; Doug Burgum; Ron DeSantis; Mike Pence; Vivek Ramaswamy.
Foto: AFP - Agencia AFP
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Donald Trump tiene una amplia ventaja sobre sus rivales más cercanos para la nominación de los republicanos a la presidencia. Es posible que uno o dos de estos se acerquen un poco a Trump en el primer debate esta noche, pero es probable que el resto, candidatos poco conocidos, no tengan impacto alguno.

De hecho, casi no hay probabilidades reales de que ellos resulten nominados, sobre todo en una contienda en la que Trump es la fuerza dominante, lo cual nos lleva a la pregunta fundamental: ¿por qué lo hacen?

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Tal vez la razón principal es la etapa del debate en sí: las cadenas de televisión a nivel nacional tienen la posibilidad de ofrecerle a un emprendedor en biotecnología, a un alcalde de Miami y a un gobernador de Dakota del Norte la oportunidad de convertirse en gente conocida y de posicionarse para, en un futuro, tener éxito en la política … o en cualquiera que sea el campo de su interés.

Debido a que hay muchos premios de consolación, los candidatos que tienen las menores posibilidades —algunos de los cuales han contendido en casi todos los ciclos desde que las noticias por cable y las redes sociales se convirtieron en impulsores importantes en las elecciones— están dispuestos a soportar el agotador programa, la gran pérdida de privacidad y las humillaciones frecuentes de una campaña.

Los candidatos pueden darse a conocer más y mejorar sus currículos para un futuro intento de obtener el cargo. Pueden conseguir lucrativos empleos temporales como comentaristas en cualquier número de plataformas. Una contienda presidencial puede llevar a un empleo muy bien pagado en el sector privado o, desde luego, a un cargo muy importante en el gobierno de alguien más.

“Siempre hay personas que desean lograr distinción, volverse prominentes o conocidos”, señaló Curtis Loftis, quien, como tesorero electo de Carolina del Sur desde 2010, ha visto un desfile de aspirantes a la presidencia pasar por su estado nominador inicial.

“Algunas personas tienen ambiciones personales que les permiten o les exigen competir para un puesto más alto”, comentó Loftis. “La política es una industria y la gente debe conservar su nombre limpio. Al perder, terminan en las juntas directivas muy bien pagadas. Es una industria… no es algo lindo”.

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Pero esta campaña, sobre todo, pone de manifiesto los diversos motivos de los aspirantes a la presidencia porque el ámbito es muy grande, pese a que Trump ensombrece la competencia como el titular de facto.

Esta tendencia es algo nueva. Aunque los novatos siempre han emprendido campañas con pocas probabilidades, fueron en su mayoría relegados a segundo plano. Incluso aquellos cuyas candidaturas fueron en gran medida aspiracionales recurrieron a su experiencia en cargos de elección popular como una razón para contender.

Tal vez las elecciones de 2012 fueron el punto de inflexión, cuando Herman Cain, un exitoso director ejecutivo de una cadena de pizzas, en cierto momento estuvo a la cabeza de las encuestas en las elecciones primarias de los republicanos. En 2016, Trump entró a la contienda en lo que se consideraba una campaña de vanidad.

En 2020, el campo abierto para los demócratas trajo muchas personas desde cargos de elección popular, pero también captó atención para las contendientes sorpresa, como Andrew Yang, otro emprendedor, y Marianne Williamson, una escritora de libros de autoayuda que volverá a competir en 2024. Ambos participaron en los debates de las primarias del Partido Demócrata.

Los estrategas de ambos partidos que han trabajado para los candidatos con pocas posibilidades comentaron que para estos era inaudito admitir en privado que su objetivo no era ganar el premio mayor. No obstante, su comportamiento casi siempre los delata, incluso en una etapa del debate en que se rehúsan a enfrentar al candidato favorito o, en el caso de muchos rivales de Trump, incluso a decir su nombre.

“Muchos candidatos llegan a las campañas con un planteamiento de ‘maximización de oportunidades’: si no llegas a la Luna, al menos puedes aterrizar entre las estrellas”, mencionó Sarah Isgur, alta asesora de Carly Fiorina, una candidata republicana con pocas posibilidades en 2016 . “Quieren asegurarse de no cerrar ninguna puerta en el camino: el gabinete, contratos de televisión, lo que sea. Por eso vemos que algunos de este tipo de candidatos no tiran tantos golpes en la campaña o en la etapa de debate, porque no saben a quiénes necesitarán como amigos más adelante”.

Al igual que los abogados defensores que nunca preguntan si el cliente es culpable, los estrategas pagados organizan la mejor campaña posible según las habilidades, el mensaje y el presupuesto del candidato.

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Sin embargo, el instinto de los estrategas casi siempre les dice cómo sus clientes han fijado internamente sus metas. “De inmediato podemos saber si de verdad están compitiendo para tener la delantera o si tienen otros objetivos en mente”, mencionó Gail Gitcho, una estratega que ha trabajado para muchos candidatos republicanos a la presidencia, entre ellos Vivek Ramaswamy, el analista conservador, antes de que se separara de él esta primavera.

“Algunos candidatos están compitiendo por la presidencia, otros para remplazar a Tucker Carlson”, comentó Gitcho.

No hace falta decir que es inútil que los candidatos entren de lleno en la pelea de la campaña para reconocer motivos ocultos. Invariablemente, hacen referencia a candidatos alternativos como Jimmy Carter, Barack Obama y el mismo Trump que llegaron a buen puerto.

Pero el surgimiento de los candidatos ricos y autofinanciados introduce un factor totalmente nuevo a la campaña. Perry Johnson, un empresario de Míchigan que flota en torno al uno por ciento en las encuestas a pesar de recorrer Iowa, sostiene que lo último que cruzaba por su mente era darse a conocer para incrementar su fortuna.

“Yo soy muy rico y no necesito más dinero”, aseveró Johnson en una entrevista en Cedar Rapids, Iowa. “Espero ganar esta presidencia. Soy la persona que el país realmente necesita”. Johnson forma parte de un puñado de multimillonarios que buscan la nominación. (También, rara vez escasean los egos entre los candidatos a la presidencia que tienen pocas posibilidades).

Hasta los candidatos con mucho menores posibilidades —los que tienen muy poca experiencia en cargos de elección popular y poco carisma político— creen que podrían lograrlo.

Y si no es así, tal vez puedan captar la atención de quien va a la cabeza. Los electores que asisten a eventos en Iowa o Nuevo Hampshire con los rivales de Trump dicen abiertamente que están atentos para ver quién podría ser el compañero de fórmula, quizás el senador de Carolina del Sur, Tim Scott, o Nikki Haley, quien fuera embajadora ante Naciones Unidas, o Ramaswamy.

Una encuesta de The New York Time/Siena College del mes pasado reveló que Trump tiene el 54 por ciento de los votos probables de los republicanos en las primarias, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, tiene el 17 por ciento y todos los demás, el 3 por ciento o menos, entre ellos el exvicepresidente Mike Pence, Scott, Haley y Ramaswamy.

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Por Trip Gabriel | The New York Times

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