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En América Latina se suele usar la palabra dictador para descalificar un gobierno cuando no se apoya su gestión. Se afirma que tal o cual presidente es un dictador, sobre todo por las generaciones que nacieron en democracia y no han vivido un solo día de dictadura.
Eso quizá tenga su origen en lo que han significado las dictaduras para el desarrollo político de estos países. Algunos dictadores son un referente: Gómez en Venezuela, Castelo Branco en Brasil, Velasco Alvarado en Perú, Rodríguez Lara en Ecuador, Noriega en Panamá, Somoza en Nicaragua, Trujillo en República Dominicana y Duvalier en Haití, solo por nombrar los que hicieron parte de la vecindad colombiana.
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Así las cosas, el mayor descalificativo que se puede hacer al líder de un gobierno es denominarlo dictador, lo que ha banalizado el uso del concepto. Pero después de treinta años de un proceso de construcción y consolidación democrática, marcado por las dificultades, las crisis económicas, las intentonas y los golpes de Estado, en América Latina renace la dictadura.
Una definición elemental de dictadura es: Un tipo de sistema político temporal que aspira a la construcción o reconstrucción de un orden en un momento valorado como de crisis. Y algunas de sus características elementales son: la concentración de poder en las manos de un líder o un grupo reducido de personas; la preocupación por mantener ciertos niveles formales de institucionalidad y legitimidad, pero con una supremacía del poder dictatorial sobre el ordenamiento jurídico; la utilización discrecional del aparato coercitivo; La incertidumbre sobre la duración de la dictadura; Y finalmente, la precariedad de las reglas de sucesión.
El origen de la palabra
El concepto en sí mismo no tiene una valoración positiva o negativa, es una figura que tiene origen en la república romana, e incluso fue usada por algunos de los próceres de la independencia. Después eso cambió, en el Siglo XX las dictaduras civiles, pero sobre todo las militares, se caracterizaron por la violación sistemática de los derechos humanos, identificándose por las detenciones arbitrarias, las torturas, las desapariciones y los homicidios. Para algunos, la dictadura es inherente a América Latina es parte de su historia y regresa para ser parte de su futuro.
Mientras el continente estaba sumido en dictaduras, algunas de ellas patrocinadas por EE.UU. y otras por la URSS, el primer presidente del período democrático, don Rómulo Betancourt (1959-1964), impulsó por todo el continente la idea de la democracia, granjeándose el odio de los dictadores de derecha e izquierda. Venezuela fue la promotora de la democracia y el país que albergó a muchos de los refugiados que huían de los dictadores. Uno de los símbolos continentales de la democracia está cayendo en manos de la dictadura.
El domingo 30 de julio, Nicolás Maduro formalizó la dictadura en Venezuela. Durante años el chavismo minó las bases de la democracia representativa, primero con lo que denominó la democracia participativa y protagónica, híbrido entre formas e instituciones de la democracia liberal con espacios ampliados de participación y prácticas de carácter populista y clientelar para convertir las lealtades interesadas en legitimidad.
En el 2007 el chavismo dio un salto en dirección a lo que diferentes autores llaman regímenes híbridos o autoritarismos competitivos, democracias formales, pero con un amplio repertorio de medidas autoritarias y ventajismos electorales. Aun así, los opositores tienen posibilidades de participar, pocas de ganar y menores de gobernar.
Es necesario aclarar que no todas las dictaduras llegan al poder por un golpe de Estado, por el contrario, muchas lograron conquistar el gobierno por medios democráticos y legítimos. Del mismo modo, no todas las dictaduras son repudiadas por todos los ciudadanos, por el contrario, muchas dictaduras se han valido de momentos de entusiasmo popular para instaurarse y modificar el andamiaje estatal para sostenerse y perdurar.
Por lo tanto, que Nicolás Maduro llegara al poder por medio de elecciones y que aún cuente con apoyo de algunos sectores, no implica que no sea un dictador, implica que la denominada Revolución Bolivariana se valió de la democracia y el apoyo popular para controlar el Estado.
A Nicolás Maduro no se le llama dictador para descalificar su gestión, o porque la crisis económica, social y política que vive Venezuela despierte la molestia de diferentes sectores de la sociedad venezolana, latinoamericana o mundial. El problema no solamente radica en la mala gestión, en las democracias los ciudadanos castigan las malas gestiones eligiendo a otros gobernantes o incluso revocándolos del ejercicio de su cargo, dependiendo del marco legal.
En el pasado, el chavismo bloqueó la alternancia e instrumentalizó el Estado para mantenerse en el poder. No obstante, cuando intentó reformar la Constitución en 2007, todos los ciudadanos tuvieron la posibilidad de oponerse, e igualmente cuando enmendó la Constitución en 2009, en lo referente a la reelección, todos los ciudadanos tuvieron la posibilidad de participar. Pero eso cambió, ahora solo una parcialidad participó y fue elegida.
La Asamblea Nacional Constituyente que se instaló la semana pasada, busca dar ciertos niveles formales de institucionalidad y legitimidad a la continuidad del chavismo en el ejercicio del poder, sin embargo, demuestra la supremacía del poder ejecutivo sobre el ordenamiento jurídico, en otras palabras, demuestra la supremacía del poder dictatorial.
Finalmente es importante recordar que no todas las dictaduras son iguales y en América Latina se dieron dictaduras consideradas benévolamente, más aún, llamadas “dictablandas” como la de Rojas Pinilla en Colombia, que es recordada con aprecio por algunos de sus partidarios. Pero también se dieron casos de dictaduras brutales que implicaron largos años de padecimiento, complejos procesos de caída y desmonte, algunos más violentos y traumáticos que otros, y complicados procesos de reconciliación y reconstrucción de tejido social que aún no han concluido.
Siempre existirá la tentación dictatorial, la evocación a un suprapoder que resuelva los problemas del Estado y ponga fin a los males y padecimientos de los ciudadanos, por su lado la democracia, es más modesta, solo aspira a la construcción de consensos.
*Profesor e investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario. Director de “Esto no es una frontera, esto es un río”, de @urosarioradio y presidente de la Fundación Surcontinente.