Por qué nos importa lo que visten los políticos
Kamala Harris, quien tiene fama de ser una discreta fiscal de traje oscuro, también ha jugado con la moda, tanto como vicepresidenta como en campaña.
Vanessa Friedman | The New York Times
Luego de que Kamala Harris aceptara su nominación como candidata demócrata a la presidencia, convirtiéndose en la primera mujer negra y la primera persona de ascendencia sudasiática en ser nominada para un cargo nacional por un partido importante, las celebraciones del momento histórico no se hicieron esperar. Tampoco los lamentos sobre cómo, por el hecho de ser mujer, su vestimenta será utilizada para definirla y desestimarla.
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Luego de que Kamala Harris aceptara su nominación como candidata demócrata a la presidencia, convirtiéndose en la primera mujer negra y la primera persona de ascendencia sudasiática en ser nominada para un cargo nacional por un partido importante, las celebraciones del momento histórico no se hicieron esperar. Tampoco los lamentos sobre cómo, por el hecho de ser mujer, su vestimenta será utilizada para definirla y desestimarla.
“Ay de nosotros”, se dice. La “policía de la moda presidencial” está de regreso (como lo expresó Forbes en una ocasión).
El hecho es —y lo digo como parte de esa policía— que nunca se fue. A continuación explico por qué.
No hay duda de que la moda se ha utilizado como herramienta para desestimar a las mujeres, para asociarlas más con la frivolidad que con los temas serios; lo superficial antes que lo relacionado con gobernar. Pero cuando una mujer es la candidata presidencial de un partido importante, cuando este hecho parece una señal significativa de cambio generacional, ignorar su ropa precisamente por ser mujer es caer víctima del mismo estereotipo.
Hacerlo es no darle el crédito que merece por utilizar todas las herramientas a su alcance para influir y moldear la opinión, para impulsar la agenda ejecutiva con mayor eficacia, al igual que han hecho los políticos varones durante décadas. Nadie puede llenar cada momento de propuestas políticas, pero siempre pueden lucir listos para hacerlo.
Por algo hablamos del “escenario nacional” y el “teatro de la política”. La pompa y circunstancia siempre han formado parte del espectáculo del gobierno, sea cual sea el sistema.
Y el vestuario es una parte intrínseca de cualquier espectáculo. Está entretejido en la creación y comunicación del carácter. Esto nunca es más cierto que en los momentos de ceremonia pública compartida: las convenciones, la toma de posesión, los debates, el discurso del estado de la Unión. Hasta cierto punto, ahora todos vivimos ante una cámara, todo el tiempo.
Y, basándonos en las imágenes que vemos, emitimos juicios instantáneos sobre los demás. Es parte del instinto humano y de cómo decidimos si alguien es simpático, creíble o un líder, independientemente de su sexo. Desde Cleopatra hasta Castro ha sido así.
Un amigo mío que es asesor de crisis políticas (como Olivia Pope en Scandal) me comentó una vez que si me dijera la cantidad de tiempo que ha dedicado a hablar de colores de corbatas con sus clientes (a petición de ellos) cuando podrían haber estado hablando, digamos, de un proceso de paz, no lo creería.
Esto no quiere decir que las corbatas sean más importantes que el proceso de paz o cualquier otra propuesta política. Por supuesto, la sustancia está por encima del estilo. Pero la sustancia no es totalmente independiente del estilo. Y considerar las elecciones de vestimenta como parte de la política solo sería sexista si tal consideración existiera en ausencia de las propuestas políticas de las mujeres políticas, o si nunca se hiciera lo mismo con la vestimenta de los hombres políticos. Nada de esto ocurre.
Una breve historia de los políticos varones cuya vestimenta he cubierto incluye a: Donald Trump, JD Vance, Tim Walz, John Fetterman, Barack Obama, Jeb Bush, Boris Johnson, Emmanuel Macron, Volodímir Zelenski, Narendra Modi, Vladimir Putin… ya te haces una idea. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre la elección de corbata, especialmente durante los debates.
Pero también es cierto que los artículos sobre hombres y vestimenta suelen generar mucha menos atención que los dedicados a mujeres y vestimenta. Es verdad, hay más oportunidades de escribir sobre la ropa femenina porque hay más variedad, pero eso es parte de lo que la hace interesante. Y en muchos sentidos, el hecho de que haya una mayor oferta de moda es una ventaja para las mujeres, no un problema.
Tras años de quejarse de que la gente se fijara en su ropa, Hillary Clinton convirtió la atención prestada a su indumentaria en una enorme ventaja, haciendo de ella un chiste recurrente. (¿Recuerdan su primera publicación en Instagram sobre sus trajes, en la que hablaba de “decisiones difíciles”?) Esto anuló su poder peyorativo, la humanizó y dio a sus seguidores un uniforme que portar como insignia de solidaridad. ¿Se imaginan a un hombre intentando popularizar un hashtag sobre sus trajes?
Harris, quien tiene fama de ser una discreta fiscal de traje oscuro, también ha jugado con la moda, tanto como vicepresidenta como en campaña.
Cuanto más reconozcamos el papel que desempeña la ropa en la vida y en la política, más dispuestos estaremos todos a hablar de ella. Cuanto más las normalicemos, menos potencial tendrá como arma de descrédito. Será mejor para todos.
*Vanessa Friedman es la directora de moda y crítica jefa de moda del Times desde 2014.
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