Petro y las relaciones con Venezuela: lo cortés no le quitará lo valiente
Las relaciones comerciales y fronterizas, por un lado, y lasrelaciones políticas, por otro, son las dos áreas en las que el reiniciode contactos entre ambos estados tendrá importantes implicaciones.
Txomin Las Heras Leizaola *
La reanudación de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela era ya prácticamente un hecho cumplido tras la primera vuelta de la pasada campaña presidencial, pues los candidatos que se disputaron el balotaje, Rodolfo Hernández y Gustavo Petro, anunciaron sin ambages que tomarían esa medida. Esta disposición se vio confirmada el pasado 27 de julio cuando el canciller de Nicolás Maduro, Carlos Faría, y el designado por el presidente electo de Colombia para ocupar la cartera de Relaciones Exteriores, Álvaro Leyva Durán, se reunieron en San Cristóbal.
Se trata, sin duda, de un acontecimiento importante en las tumultuosas relaciones que ambos países han tenido en lo que va del siglo XXI desde la llegada de Hugo Chávez al poder en enero de 1999, signadas por momentos de altísima tensión seguidos por otros de florecimiento del comercio binacional, hasta llegar a la ruptura total de los contactos entre ambos gobiernos a partir de 2019 y el cierre intermitente de la frontera.
Son dos las áreas en las que el reinicio de contactos entre ambos estados tendrá importantes implicaciones: por un lado, en las relaciones comerciales y fronterizas, y por el otro, en las relaciones políticas.
El cierre de la frontera y la práctica anulación del dinámico comercio binacional que una vez existió, generó un gran descontento en ambos países, especialmente entre la población que habita en las regiones fronterizas, acostumbrada a una interacción histórica, y entre el empresariado que encontraba en el país vecino importantes mercados para su oferta de productos y servicios.
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Estos sectores no se han cansado de presionar y en los últimos tiempos han desplegado interesantes iniciativas con el acompañamiento de los gobiernos regionales y locales, tanto de Colombia como de Venezuela, que no poca influencia han tenido en la decisión de los gobiernos nacionales de emprender el camino del reconocimiento mutuo.
Serán los habitantes de la frontera y el empresariado los más beneficiados, con justicia, de la apertura comercial y fronteriza, pues les permitirá volver a cierta normalidad. Aunque no se tratará, por supuesto, de un cambio automático ni rápido, entre otras cosas porque la profunda crisis económica vivida por Venezuela ha dejado a una población con un poder adquisitivo menguado y un aparato industrial y comercial muy disminuido que ralentizará volver al próspero intercambio del pasado.
La otra área que se verá impactada con el reinicio de las relaciones diplomáticas será la política, con sus implicaciones geopolíticas. Y a este respecto existe mucha más incertidumbre que en lo que concierne a las dinámicas fronterizas y comerciales.
En este sentido, falta por ver qué cariz querrá el gobierno de Gustavo Petro darles a las relaciones con el gobierno de Caracas, si limitarse a una apertura formal de relaciones diplomáticas y consulares, pero manteniendo un bajo perfil político, o adentrarse en una relación de colaboración y solidaridad con el desprestigiado régimen de Nicolás Maduro.
En el marco regional, la mayoría de los presidentes de izquierda que han venido asumiendo el poder en los últimos años (Amlo en México, Fernández en Argentina, Castillo en Perú o Boric en Chile) se han decantado, con sus matices, por la primera opción y no debemos olvidar que Petro, en su campaña, llegó a calificar de dictadura al régimen venezolano. Pareciera que al nuevo presidente de Colombia le convendría más ser asociado a una izquierda respetuosa de la legalidad democrática que a un gobierno como el venezolano que ha merecido tan fuerte calificativo de su parte.
Sin duda alguna, Nicolás Maduro, fiel a la consigna chavista de que la espada de Bolívar recorre América Latina y tan necesitado como está de salir del aislamiento internacional que todavía padece, tratará de sacarle réditos políticos a la reanudación de relaciones, de cuya ruptura por cierto es en gran parte responsable.
Estará en manos del gobierno de Gustavo Petro no solo retomar las relaciones de Estado entre dos países fronterizos, con un origen e historia comunes, cruzados por problemas y retos similares, sino convertirse en un referente de la izquierda democrática latinoamericana que haga contrapeso real a un régimen oprobioso, violador de las más elementales libertades democráticas y de los más básicos derechos humanos. Lo cortés no le quitará lo valiente.
* Txomin Las Heras Leizaola es presidente de la asociación Diálogo Ciudadano Colombo Venezolano e investigador adscrito al Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario.
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La reanudación de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela era ya prácticamente un hecho cumplido tras la primera vuelta de la pasada campaña presidencial, pues los candidatos que se disputaron el balotaje, Rodolfo Hernández y Gustavo Petro, anunciaron sin ambages que tomarían esa medida. Esta disposición se vio confirmada el pasado 27 de julio cuando el canciller de Nicolás Maduro, Carlos Faría, y el designado por el presidente electo de Colombia para ocupar la cartera de Relaciones Exteriores, Álvaro Leyva Durán, se reunieron en San Cristóbal.
Se trata, sin duda, de un acontecimiento importante en las tumultuosas relaciones que ambos países han tenido en lo que va del siglo XXI desde la llegada de Hugo Chávez al poder en enero de 1999, signadas por momentos de altísima tensión seguidos por otros de florecimiento del comercio binacional, hasta llegar a la ruptura total de los contactos entre ambos gobiernos a partir de 2019 y el cierre intermitente de la frontera.
Son dos las áreas en las que el reinicio de contactos entre ambos estados tendrá importantes implicaciones: por un lado, en las relaciones comerciales y fronterizas, y por el otro, en las relaciones políticas.
El cierre de la frontera y la práctica anulación del dinámico comercio binacional que una vez existió, generó un gran descontento en ambos países, especialmente entre la población que habita en las regiones fronterizas, acostumbrada a una interacción histórica, y entre el empresariado que encontraba en el país vecino importantes mercados para su oferta de productos y servicios.
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Serán los habitantes de la frontera y el empresariado los más beneficiados, con justicia, de la apertura comercial y fronteriza, pues les permitirá volver a cierta normalidad. Aunque no se tratará, por supuesto, de un cambio automático ni rápido, entre otras cosas porque la profunda crisis económica vivida por Venezuela ha dejado a una población con un poder adquisitivo menguado y un aparato industrial y comercial muy disminuido que ralentizará volver al próspero intercambio del pasado.
La otra área que se verá impactada con el reinicio de las relaciones diplomáticas será la política, con sus implicaciones geopolíticas. Y a este respecto existe mucha más incertidumbre que en lo que concierne a las dinámicas fronterizas y comerciales.
En este sentido, falta por ver qué cariz querrá el gobierno de Gustavo Petro darles a las relaciones con el gobierno de Caracas, si limitarse a una apertura formal de relaciones diplomáticas y consulares, pero manteniendo un bajo perfil político, o adentrarse en una relación de colaboración y solidaridad con el desprestigiado régimen de Nicolás Maduro.
En el marco regional, la mayoría de los presidentes de izquierda que han venido asumiendo el poder en los últimos años (Amlo en México, Fernández en Argentina, Castillo en Perú o Boric en Chile) se han decantado, con sus matices, por la primera opción y no debemos olvidar que Petro, en su campaña, llegó a calificar de dictadura al régimen venezolano. Pareciera que al nuevo presidente de Colombia le convendría más ser asociado a una izquierda respetuosa de la legalidad democrática que a un gobierno como el venezolano que ha merecido tan fuerte calificativo de su parte.
Sin duda alguna, Nicolás Maduro, fiel a la consigna chavista de que la espada de Bolívar recorre América Latina y tan necesitado como está de salir del aislamiento internacional que todavía padece, tratará de sacarle réditos políticos a la reanudación de relaciones, de cuya ruptura por cierto es en gran parte responsable.
Estará en manos del gobierno de Gustavo Petro no solo retomar las relaciones de Estado entre dos países fronterizos, con un origen e historia comunes, cruzados por problemas y retos similares, sino convertirse en un referente de la izquierda democrática latinoamericana que haga contrapeso real a un régimen oprobioso, violador de las más elementales libertades democráticas y de los más básicos derechos humanos. Lo cortés no le quitará lo valiente.
* Txomin Las Heras Leizaola es presidente de la asociación Diálogo Ciudadano Colombo Venezolano e investigador adscrito al Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario.
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