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Montrell Carmouche alaba por teléfono las playas de arena blanca y los arrecifes de coral de México como destino de vacaciones, pero se cuida mucho de revelar al cliente que nunca ha estado allí. Hace su trabajo desde una cárcel de Estados Unidos, donde cumple condena.
Su historia y su salario miserable (una comisión de seis dólares por venta) figuran en un informe publicado el miércoles por la organización de derechos civiles ACLU y la Universidad de Chicago sobre el trabajo de la población carcelaria de Estados Unidos.
Los reclusos “perciben centavos por su trabajo, con frecuencia realizado en condiciones peligrosas, pese a que generan miles de millones de dólares para los estados y el gobierno federal”, según la investigadora de la ACLU, Jennifer Turner, principal autora del documento.
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Estados Unidos tiene una de las tasas de encarcelamiento más altas del mundo, con más de 1,2 millones de personas detenidas en prisiones federales y estatales.
Dos tercios de ellos trabajan tras las rejas y producen bienes y servicios por un valor que supera los 11.000 millones de dólares anuales, según este informe titulado “Trabajo cautivo: la explotación de los trabajadores encarcelados”, que recopila otras investigaciones, documentos oficiales y entrevistas con los reclusos.
La gran mayoría (más del 80%) trabaja para el centro penitenciario como personal de limpieza, cocineros o incluso electricistas o fontaneros por salarios de entre 0 y 1,24 dólares la hora.
En 2004, una estimación baja de las ganancias obtenidas a partir de su trabajo barajó la cifra de 9.000 millones de dólares, recuerdan los autores del informe.
“Estos empleos no nos aportan nada pero son beneficiosos para el sistema penitenciario”, comenta Latashia Millender, una reclusa de Illinois citada en este documento. “¡Gano 450 dólares al año, lo que vendría a ser el salario de un civil en una semana!”
Matrículas
Según la Asociación Nacional de Industrias Penitenciarias, unos 50.000 reclusos proporcionan bienes y servicios que se venden a otras agencias gubernamentales por un valor que ascendió a 2.090 millones de dólares en 2021. Los reos pueden desde lavar sábanas para hospitales hasta confeccionar uniformes para funcionarios.
En estos casos los salarios también son simbólicos. En Oregón, por ejemplo, la agencia encargada de registrar los vehículos paga entre 4 y 6 dólares diarios a los reclusos que fabrican placas de matrículas, en comparación con los 80 dólares de los empleados fuera de las cárceles.
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Menos de 5.000 detenidos, como Montrell Carmouche, trabajan para empresas privadas, cuyos clientes suelen desconocer el origen de los productos. Estos trabajos, mejor remunerados, tienen una gran demanda.
Pero los poderes públicos se incautan de la mayor parte de las ganancias, sobre todo para reembolsar los gastos legales.
Independientemente del trabajo, los autores del informe señalan que los reclusos están poco o nada formados para las tareas que se les asignan, que generalmente no pueden rechazar y que carecen del equipo necesario para su seguridad.
“Las prisiones estadounidenses violan los derechos fundamentales de la vida y la dignidad”, concluye Claudia Flores, de la Universidad de Chicago, coautora del estudio, y recomienda una serie de reformas, incluida la imposición de un salario mínimo.
La AFP contactó a la oficina federal de prisiones pero esta no ha respondido a la solicitud de comentarios.
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