¿Puede Joe Biden curar las divisiones en EE. UU.?
A pesar de los asaltos sin precedentes al proceso electoral del país y de la toma violenta del Capitolio, las instituciones democráticas estadounidenses se tambalearon, pero se mantuvieron en pie.
Lawrence Gumbiner*
La transición pacífica del poder en Estados Unidos ha sido un modelo para la democracia desde que George Washington entregó el poder a John Adams en 1797. Es tradición ver al presidente saliente recibir al presidente electo en la Casa Blanca durante la mañana del 20 de enero y acompañar a su sucesor hasta el Capitolio para participar en un acto emblemático que marca la esencia de la democracia estadounidense. Esto llegará a su fin este año, luego de que el presidente Donald Trump, por primera vez en más de 150 años, no asistiría a la posesión de Joe Biden.
Biden se convertirá en el 46° presidente después de un asalto sin precedentes al proceso electoral de Estados Unidos y un asalto físico al Capitolio incitado por Trump. Las instituciones democráticas se tambalearon, pero al final resistieron el impacto y se mantuvieron de pie. Mientras EE. UU. y el mundo observaban las imágenes de un Capitolio sitiado, diferentes partes del sistema se sostuvieron admirablemente ante las circunstancias.
Primero, los funcionarios electorales estatales, muchos republicanos, a pesar de las presiones directas del presidente para cambiar los resultados, se mantuvieron firmes y respetaron la voluntad de los votantes. En segundo lugar, el poder judicial de Estados Unidos rechazó casi todos los esfuerzos de Trump por cambiar los resultados, emitiendo fallos basados en la ley y no en inclinaciones ideológicas. Finalmente, hay que destacar la leal posición del ejército estadounidense. En una acción notable, diez exsecretarios de Defensa firmaron una carta advirtiendo a Trump que no involucre al ejército en sus esfuerzos por retener el poder. La cúpula militar dejó en claro que no se involucraría en la elección, mostrando una vez más cómo un ejército no partidista sigue siendo uno de los cimientos de la democracia estadounidense.
Las acciones sin precedentes del presidente Trump al tratar de revertir una elección legal, y alentar a la violencia al hacerlo, han erosionado su apoyo. Tanto así, que Trump se convirtió en el primer presidente en la historia de EE. UU. en afrontar dos juicios políticos en su contra. Muchos republicanos y conservadores lo apoyaron inicialmente debido a su dominio sobre las bases del partido y por temor a lastimar sus futuros políticos. El número de republicanos que lo abandonarán aún está por verse (según encuestas, todavía cuenta con el apoyo de la mayoría en el partido). Por esto, los que decidan permanecer con Trump serán seguidores fervientes y leales, congregados alrededor de la retórica del presidente sobre las elecciones, los medios de comunicación y las llamadas inclinaciones “socialistas” de Biden. Ninguna cantidad de evidencia, fallos judiciales o declaraciones de líderes respetados alterará su punto de vista. Encabezarán una oposición disruptiva y potencialmente violenta a la administración Biden. A diferencia de un típico presidente saliente, Trump será un obstructor férreo a la administración Biden desde el primer día.
Ahora, los seguidores de Trump no serán los únicos que ejercerán presión sobre Biden durante sus próximos cuatro años. También está el ala progresista del Partido Demócrata, liderada por el senador Sanders y la representante Ocasio-Cortez, que tiene un apoyo sustancial entre los demócratas. Está facción cobró impulso a través del movimiento Black Lives Matter contra la brutalidad policial, y si bien apoyó a Biden contra Trump. Su respaldo continuo depende de que el nuevo presidente apoye políticas como la justicia social, la política fiscal progresiva y el cambio climático. Su paciencia será limitada y podrían abandonar su apoyo rápidamente si sienten que no se está actuando a favor de sus intereses.
Biden heredará así la Casa Blanca con pasiones en su punto más álgido y con una porción significativa del electorado que no lo considera legítimamente elegido. Comenzará su gobierno en medio de una pandemia destructiva, una economía en decadencia y crecientes desafíos internacionales, desde sus tensas relaciones con China, Irán y Rusia, hasta el reto del cambio climático.
Ahora bien, ¿puede Joe Biden comenzar a curar las divisiones en Estados Unidos y restaurar la credibilidad internacional?
Se dice que el mejor indicador de cómo será el rendimiento futuro es el desempeño pasado. Joe Biden ejerció durante 37 años como senador, anterior a los ocho años como vicepresidente de Obama. En el Congreso esgrimió un camino centrista y ocupó un lugar destacado en los Comités Judicial y de Relaciones Exteriores. En su momento, apoyó la intervención militar en Kosovo, Irak y Afganistán. A pesar de la creciente polarización política, Biden gozó de excelentes relaciones con congresistas de ambos lados del pasillo, razón clave por la que Obama eligió a Biden como su vicepresidente. Constantemente se apoyó en él para hacer avanzar las políticas con el Congreso y lo utilizaba reiteradamente como emisario extranjero.
En muchos sentidos, Biden contrasta completamente con Trump. Ingresa a la Presidencia con un historial amplio de servicio, si no extraordinario, en el gobierno de Estados Unidos. Es miembro de la élite del poder de Washington y cuenta con un conocimiento profundo del sistema político. Es una figura apacible, poco ególatra y respetuosa de las opiniones de los expertos. Contrario a lo que se ha dicho, no es un ideólogo ni tiene inclinaciones socialistas. De hecho, si ha habido una crítica de Joe Biden en el pasado, es que juega a ambos lados de un problema por conveniencia política.
A nivel internacional, Biden volverá a trabajar con aliados y organizaciones internacionales, a diferencia del enfoque bilateral y transaccional de Donald Trump. Su objetivo será restaurar la confianza en la experiencia y promoverá la democracia, los derechos humanos y la protección del medioambiente. Un hecho importante es que habrá un cambio dramático de tono. Si bien Trump favoreció la retórica pública y de confrontación, Biden tendrá un acercamiento más diplomático. Buscará consensos en el escenario público y dejará las discusiones polémicas al manejo privado. Mientras que Trump se destacó en traer outsiders para promover su agenda “America First”, Biden seleccionó a expertos en política exterior para su equipo de seguridad nacional. Si bien se espera que Biden altere gran parte de la política exterior, sería prudente no rechazar algunos puntos de la agenda de Trump que siguen siendo populares entre los estadounidenses, como una posición firme sobre China, los avances en las relaciones árabe-israelíes y una posición dura (aunque más humana) sobre la inmigración ilegal.
En cuanto a América Latina, Joe Biden trae a la Casa Blanca una profunda experiencia, marcada por los 16 viajes que realizó a la región como vicepresidente. Mientras Trump se limitó principalmente a la cuestión de la inmigración, las incursiones chinas y la lucha contra la “Troika de la tiranía” (Venezuela, Cuba, Nicaragua), Biden empleará una visión más amplia. Sus objetivos en Latinoamérica estarán vinculados al desarrollo económico, a favor de una red de TLC en el hemisferio y al fortalecimiento de instituciones democráticas. Podemos esperar que Biden trabaje en estrecha colaboración con organizaciones multilaterales como la OEA, el BID y la Alianza del Pacífico.
Colombia particularmente ha disfrutado del apoyo bipartidista estadounidense durante décadas. EE. UU. entiende que una Colombia próspera es funcional para su agenda antinarcóticos y proporciona un baluarte contra la expansión del modelo venezolano. Aunque habrá nuevas estrategias con respecto a Venezuela, el objetivo de sacar a Nicolás Maduro del poder y restaurar la democracia seguirá siendo el mismo. Además de los objetivos regionales, se espera que Biden, apoyado por el movimiento progresista demócrata, enfatice la implementación del Acuerdo de Paz con las Farc, los derechos humanos, medioambiente y la lucha contra la corrupción.
Una política renovada para Latinoamérica es clave, pero no será primera prioridad para Biden. Tendrá que concentrarse urgentemente en poner fin a la pandemia y reactivar la economía, además de tratar de curar las profundas heridas sociales y políticas que dividen al país. En política exterior, será clave restaurar las alianzas con Europa y tratar cuidadosamente las relaciones con China, Rusia, Irán y Oriente Medio. La Cumbre de las Américas, agendada para finales de 2021, será el primer gran escenario de su presidencia para demostrar su compromiso con la región.
* Exdiplomático estadounidense, consultor internacional y profesor de la U. Javeriana.
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Biden se convertirá en el 46° presidente después de un asalto sin precedentes al proceso electoral de Estados Unidos y un asalto físico al Capitolio incitado por Trump. Las instituciones democráticas se tambalearon, pero al final resistieron el impacto y se mantuvieron de pie. Mientras EE. UU. y el mundo observaban las imágenes de un Capitolio sitiado, diferentes partes del sistema se sostuvieron admirablemente ante las circunstancias.
Primero, los funcionarios electorales estatales, muchos republicanos, a pesar de las presiones directas del presidente para cambiar los resultados, se mantuvieron firmes y respetaron la voluntad de los votantes. En segundo lugar, el poder judicial de Estados Unidos rechazó casi todos los esfuerzos de Trump por cambiar los resultados, emitiendo fallos basados en la ley y no en inclinaciones ideológicas. Finalmente, hay que destacar la leal posición del ejército estadounidense. En una acción notable, diez exsecretarios de Defensa firmaron una carta advirtiendo a Trump que no involucre al ejército en sus esfuerzos por retener el poder. La cúpula militar dejó en claro que no se involucraría en la elección, mostrando una vez más cómo un ejército no partidista sigue siendo uno de los cimientos de la democracia estadounidense.
Las acciones sin precedentes del presidente Trump al tratar de revertir una elección legal, y alentar a la violencia al hacerlo, han erosionado su apoyo. Tanto así, que Trump se convirtió en el primer presidente en la historia de EE. UU. en afrontar dos juicios políticos en su contra. Muchos republicanos y conservadores lo apoyaron inicialmente debido a su dominio sobre las bases del partido y por temor a lastimar sus futuros políticos. El número de republicanos que lo abandonarán aún está por verse (según encuestas, todavía cuenta con el apoyo de la mayoría en el partido). Por esto, los que decidan permanecer con Trump serán seguidores fervientes y leales, congregados alrededor de la retórica del presidente sobre las elecciones, los medios de comunicación y las llamadas inclinaciones “socialistas” de Biden. Ninguna cantidad de evidencia, fallos judiciales o declaraciones de líderes respetados alterará su punto de vista. Encabezarán una oposición disruptiva y potencialmente violenta a la administración Biden. A diferencia de un típico presidente saliente, Trump será un obstructor férreo a la administración Biden desde el primer día.
Ahora, los seguidores de Trump no serán los únicos que ejercerán presión sobre Biden durante sus próximos cuatro años. También está el ala progresista del Partido Demócrata, liderada por el senador Sanders y la representante Ocasio-Cortez, que tiene un apoyo sustancial entre los demócratas. Está facción cobró impulso a través del movimiento Black Lives Matter contra la brutalidad policial, y si bien apoyó a Biden contra Trump. Su respaldo continuo depende de que el nuevo presidente apoye políticas como la justicia social, la política fiscal progresiva y el cambio climático. Su paciencia será limitada y podrían abandonar su apoyo rápidamente si sienten que no se está actuando a favor de sus intereses.
Biden heredará así la Casa Blanca con pasiones en su punto más álgido y con una porción significativa del electorado que no lo considera legítimamente elegido. Comenzará su gobierno en medio de una pandemia destructiva, una economía en decadencia y crecientes desafíos internacionales, desde sus tensas relaciones con China, Irán y Rusia, hasta el reto del cambio climático.
Ahora bien, ¿puede Joe Biden comenzar a curar las divisiones en Estados Unidos y restaurar la credibilidad internacional?
Se dice que el mejor indicador de cómo será el rendimiento futuro es el desempeño pasado. Joe Biden ejerció durante 37 años como senador, anterior a los ocho años como vicepresidente de Obama. En el Congreso esgrimió un camino centrista y ocupó un lugar destacado en los Comités Judicial y de Relaciones Exteriores. En su momento, apoyó la intervención militar en Kosovo, Irak y Afganistán. A pesar de la creciente polarización política, Biden gozó de excelentes relaciones con congresistas de ambos lados del pasillo, razón clave por la que Obama eligió a Biden como su vicepresidente. Constantemente se apoyó en él para hacer avanzar las políticas con el Congreso y lo utilizaba reiteradamente como emisario extranjero.
En muchos sentidos, Biden contrasta completamente con Trump. Ingresa a la Presidencia con un historial amplio de servicio, si no extraordinario, en el gobierno de Estados Unidos. Es miembro de la élite del poder de Washington y cuenta con un conocimiento profundo del sistema político. Es una figura apacible, poco ególatra y respetuosa de las opiniones de los expertos. Contrario a lo que se ha dicho, no es un ideólogo ni tiene inclinaciones socialistas. De hecho, si ha habido una crítica de Joe Biden en el pasado, es que juega a ambos lados de un problema por conveniencia política.
A nivel internacional, Biden volverá a trabajar con aliados y organizaciones internacionales, a diferencia del enfoque bilateral y transaccional de Donald Trump. Su objetivo será restaurar la confianza en la experiencia y promoverá la democracia, los derechos humanos y la protección del medioambiente. Un hecho importante es que habrá un cambio dramático de tono. Si bien Trump favoreció la retórica pública y de confrontación, Biden tendrá un acercamiento más diplomático. Buscará consensos en el escenario público y dejará las discusiones polémicas al manejo privado. Mientras que Trump se destacó en traer outsiders para promover su agenda “America First”, Biden seleccionó a expertos en política exterior para su equipo de seguridad nacional. Si bien se espera que Biden altere gran parte de la política exterior, sería prudente no rechazar algunos puntos de la agenda de Trump que siguen siendo populares entre los estadounidenses, como una posición firme sobre China, los avances en las relaciones árabe-israelíes y una posición dura (aunque más humana) sobre la inmigración ilegal.
En cuanto a América Latina, Joe Biden trae a la Casa Blanca una profunda experiencia, marcada por los 16 viajes que realizó a la región como vicepresidente. Mientras Trump se limitó principalmente a la cuestión de la inmigración, las incursiones chinas y la lucha contra la “Troika de la tiranía” (Venezuela, Cuba, Nicaragua), Biden empleará una visión más amplia. Sus objetivos en Latinoamérica estarán vinculados al desarrollo económico, a favor de una red de TLC en el hemisferio y al fortalecimiento de instituciones democráticas. Podemos esperar que Biden trabaje en estrecha colaboración con organizaciones multilaterales como la OEA, el BID y la Alianza del Pacífico.
Colombia particularmente ha disfrutado del apoyo bipartidista estadounidense durante décadas. EE. UU. entiende que una Colombia próspera es funcional para su agenda antinarcóticos y proporciona un baluarte contra la expansión del modelo venezolano. Aunque habrá nuevas estrategias con respecto a Venezuela, el objetivo de sacar a Nicolás Maduro del poder y restaurar la democracia seguirá siendo el mismo. Además de los objetivos regionales, se espera que Biden, apoyado por el movimiento progresista demócrata, enfatice la implementación del Acuerdo de Paz con las Farc, los derechos humanos, medioambiente y la lucha contra la corrupción.
Una política renovada para Latinoamérica es clave, pero no será primera prioridad para Biden. Tendrá que concentrarse urgentemente en poner fin a la pandemia y reactivar la economía, además de tratar de curar las profundas heridas sociales y políticas que dividen al país. En política exterior, será clave restaurar las alianzas con Europa y tratar cuidadosamente las relaciones con China, Rusia, Irán y Oriente Medio. La Cumbre de las Américas, agendada para finales de 2021, será el primer gran escenario de su presidencia para demostrar su compromiso con la región.
* Exdiplomático estadounidense, consultor internacional y profesor de la U. Javeriana.
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