Relatos: el rostro femenino de la migración venezolana en Colombia hoy
De los cerca de 1′800.000 migrantes venezolanos que han llegado a Colombia, poco más de 800.000 son mujeres, cuyos rostros, historias y necesidades se han vuelto invisibles. Cuatro historias de venezolanas que tuvieron que salir de su país, pero luchan por superar las dificultades. Testimonios.
María Paula Ardila / @mariap_ardila
Cruzar fronteras es más difícil para ellas. Las cifras dicen que las mujeres migran casi de la misma forma que los hombres, pero ellas se enfrentan a unos peligros que la mayoría no se alcanza a imaginar; el 53 % de las mujeres y niñas migrantes del mundo desconocen los riesgos de la migración, como el abuso sexual, la extorsión, la trata y los accidentes durante sus viajes, de acuerdo con Naciones Unidas. En el mundo hay 130 millones de mujeres migrantes, que representan el 48 % de la migración internacional; la mayoría de ellas entre los 25 y 34 años. Trabajan en la informalidad, sin contrato y con una cobertura limitada de las leyes laborales. La situación es tan grave que solo el 22 % de los trabajadores migrantes tienen protección social en sus países de destino.
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Con todo y lo complicado que puede resultar migrar, más de dos millones de venezolanas salieron de su país a otras regiones de América Latina porque no tuvieron otra opción. Ellas y sus familias, si deciden quedarse en Venezuela, deben encontrar trabajo en un país con una tasa de desempleo que se acerca al 45 %, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), y sobrevivir con un salario mínimo mensual de 250.000 bolívares (US$3,61). La situación es tan grave que el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores de Venezuela (CENDA) advirtió, en febrero de este año, que el salario mínimo solo alcanza para el 0,3 % de la canasta básica familiar. En otras palabras, una familia necesita noventa salarios mínimos para poder comprar alimentos.
A esto se suma que los hospitales y centros de salud no tienen la infraestructura básica, el personal médico capacitado ni los medicamentos necesarios para atender a las mujeres. “Las últimas estadísticas oficiales muestran que las tasas de mortalidad materna aumentaron en un 65 % entre 2015 y 2016”, de acuerdo con un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
¿Qué pasa cuando las migrantes llegan a sus países de destino? Aunque no hay datos concretos sobre sus condiciones sociales y laborales, por las altas tasas de informalidad, varias organizaciones advirtieron que muchas de ellas están en riesgo de desalojo, no solo en Colombia sino en toda la región. R4V, la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela liderada por la Organización Internacional para las Migraciones y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados advirtieron que más del 79 % de las migrantes venezolanas están en riesgo de desalojo o han sido desalojadas. Y no solo eso, el 45 % de ellas no tienen visa ni permiso de residencia en varios países de la región, lo que impide que muchas tengan acceso a servicios de salud.
Son mujeres que además están obligadas a cargar con un estigma social que las expone aún más a diferentes tipos de violencia. Alrededor del 37 % de las mujeres migrantes en Colombia han sufrido algún tipo de violencia sexual, según cifras del Centro de Justicia y Paz de 2019. Muchas de ellas no denuncian por miedo a las posibles repercusiones al no tener sus documentos o permisos vigentes.
Cuatro venezolanas que migraron a Colombia hablaron con El Espectador sobre sus sueños, sus familias y los retos que enfrentaron al salir de Venezuela. Algunas desean sacar sus negocios adelante y generar empleo, y otras esperan tener acceso al sistema de salud y a vivienda propia. En el país viven más de 850.000 venezolanas. La mayoría de ellas entre los 18 y 29 años. Mercy Corps, una ONG que está en Colombia desde 2005 y trabaja con poblaciones vulnerables a través de transferencias en efectivo multipropósito, ha apoyado a más de 18.400 mujeres migrantes venezolanas en ese camino para salir adelante.
Sofía Leal: un emprendimiento en Turbo, Antioquia
En Venezuela, yo era profesora de Matemáticas y Física, pero ganaba muy poco: me pagaban unos US$30 al mes y alcanzaba solo para un día. Así que decidimos emprender otro rumbo. El recorrido fue bastante duro, porque yo salí en plena pandemia. Viajamos tres días por tierra y atravesamos un río. Es decir, yo entré aquí [a Colombia] de ilegal, porque mi pasaporte estaba vencido y no podía renovarlo porque nuestro dinero no nos alcanzaba. Tuve que dormir tres días en Valledupar, y luego en Montería hasta poder llegar a Turbo (Antioquia).
Le puede interesar: Lo que sigue para el Estatuto temporal de protección para migrantes venezolanos
Fue una decisión muy dura porque mi familia se estaba yendo de Venezuela: tengo familia en Chile, Perú y Estados Unidos. Pero yo siempre decía que me iba a quedar en Venezuela luchando; es mi país. Pero llegó un punto en el que no podíamos más: salíamos de Venezuela o nos moríamos de hambre. Llegamos a Turbo porque mi esposo tiene un primo aquí. Él llegó hace dos años y trabaja en el comercio informal. Mi esposo se vino primero, y yo llegué a los dos meses y comenzamos a vivir solos. Arrendamos una casa para nosotros, y ambos trabajamos.
En Venezuela, yo hice cursos de repostería porque ese es mi hobby, y con el dinero que me dio Mercy Corps pude empezar de nuevo. Tomé la decisión de hacer ponqués y ya llevo tres meses en mi emprendimiento. Yo misma hice el logo en mi celular y se llama Deivelyn Cakes, como mi niña, que se llama Deivelyn Sofía y tiene cuatro añitos. Vendo tortas para cumpleaños, bodas y baby showers, y postres pequeños, ponquecitos y trufas de chocolate. Espero que mi negocio llegue a ser un poquito más grande y generar empleo para dos o tres integrantes de mi familia, para que se puedan venir de Venezuela. Mi sueño es tener un negocio de venta de postres donde pueda exhibirlos, y que tenga publicidad. Sé que poco a poco lo voy a lograr.
Con mis tortas, puedo llegar a recibir hasta $100.000 semanales. Ahorita estoy trabajando sola porque apenas abrí mi emprendimiento; no quise vender los postres tan costosos, de manera que yo no le ganara tanto, pero tampoco le perdiera.
Los ingresos sí alcanzan. A veces es un poco fuerte, porque aumentaron el arriendo y a veces las ventas son bajas, pero sí podemos suplir las necesidades básicas, mas no tener extras. Por el arriendo, hasta diciembre, nos estaban cobrando $300.000. Pero hace poco la arrendadora nos dijo que había aumentado a $350.000.
La mayor enseñanza que nos dejó todo esto es que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para darles un mejor futuro a nuestros hijos. Ya en Venezuela no hay un futuro próspero para ellos. Aprendí que nada en la vida es seguro porque en Venezuela yo tenía mi casa, mi trabajo, mi título de profesional, y me vine sin nada. Llegué con una maleta llena de sueños, de esperanzas y de mucho miedo e incertidumbre. En mis siete meses en Antioquia nunca he sido denigrada ni humillada. Gracias a Dios, he recibido ayuda, buen recibimiento y les encantan mis postres.
Eroína Chávez: luchando por atención médica para su familia
Tengo 34 años y soy de Maracaibo, estado Zulia. Hace tres años que vivo en Colombia. Soy licenciada en Administración y Gestión Municipal; trabajé en la Alcaldía por un año. Pero estábamos viviendo en una situación muy complicada, no encontrábamos prácticamente nada y el sueldo no nos alcanzaba. Soy madre de tres niños: Ismael Daniel (de doce años), Abraham Jesús (de cinco) y Ariadna Luz (de tres). Cuando estaba en Venezuela, y mi niña tenía seis meses, no tenía cómo darle el alimento porque la leche era muy costosa. Por eso me vi obligada a venir a Colombia.
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Primero llegó mi esposo. Cuando yo me vine, llegamos a un pueblo que se llama Río Viejo, pasamos mucho trabajo ahí. Después nos recibieron en Sincelejo unos familiares, vivíamos arrimados porque éramos bastantes. Pero un amigo nos dijo que nos recibía en Cartagena y que le podía dar trabajo a mi esposo. Y así fue, llegamos y él empezó a trabajar en una discoteca, pero lo sacaron porque no tenía papeles y ahora está trabajando como domiciliario.
Lo que gana mi esposo nos alcanza para medio comer. Lo que nos ayudó fue un bono que nos dio Mercy Corps, y con eso pagábamos el arriendo y los servicios; lo que ganaba él era para la comida. Pero ahora estamos preocupados y apretados. Incluso estamos pensando en regresar a Venezuela porque se nos va a complicar todo. Por el arriendo nos están cobrando $300.000 y por los servicios $450.000. Nosotros tenemos nuestra casita allá en Venezuela, pero trabajo no.
No quisiera irme porque el niño de cinco años no habla; sufre de tiroides. En cuanto a su salud, no puedo hacer nada porque él necesita un especialista y terapia de lenguaje, y ambas cosas son muy costosas. En Venezuela la cosa está muy fuerte y quisiera que aquí lo atendieran. El de doce años sí está estudiando y a la niña no le he podido encontrar cupo por no tener los documentos listos.
Uno de los retos más grandes que tuve que enfrentar fue el día que al niño mayor le dio una parálisis en la cara, aquí en Colombia. Eso fue difícil para nosotros porque en ningún hospital nos querían atender por no tener el seguro. Yo sueño con tener un buen trabajo y que mis hijos tengan acceso a salud; quisiera que un especialista pudiera verlos.
Marcelys Ramírez: “Mi sueño es terminar mi carrera”
Hace tres años llegué a Colombia. Yo soy de Puerto Ordaz, estado Bolívar, y mi esposo es de Maracaibo, estado Zulia. En Venezuela yo estudiaba Contaduría Pública y él es mecánico. Llegamos a Valledupar porque la situación en Venezuela está muy mal. Mi esposo consiguió trabajo como ayudante de mecánica, gracias a Dios. Y yo en una casa de familia y después en un spa. También estuve vendiendo empanadas, tortas, papitas y patacones. Luego quedé embarazada y no pude trabajar más; tengo 23 años y soy madre de una bebé de 18 meses.
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Una de las cosas más difíciles que vivimos fue el día que nos iban a sacar de la casa porque no habíamos pagado el arriendo; eso fue una cosa muy fuerte para nosotros. Pero gracias a Dios escuché de la organización Mercy Corps y ellos me ayudaron. Pude pagar el arriendo y solucionamos el problema.
Yo sí quiero trabajar, pero ahora no puedo porque no tengo quién cuide a la bebé. Además, estoy viviendo con mi abuela y me da miedo salir. Nosotros no tenemos acceso a salud en Colombia, mi hija sí por nacer aquí.
Hace tres semanas, una vecina me propuso preparar postres y venderlos. Le dije que sí, pero estamos esperando que tengamos el capital para comprar las cosas. Yo quisiera terminar mi carrera y encontrar un empleo para darle un mejor futuro a mi hija. Queremos quedarnos en este país porque, gracias a Dios, nos ha brindado mucho. Sería mentira decir que me quiero ir o devolverme a Venezuela.
Eucaris Simpson: “La mayor batalla es luchar cada día por mis hijos”
Tengo 46 años y soy madre soltera de tres hijos; tengo dos mellizos y una chica de 21 años, que está comprometida y es madre también. Soy de Cartagena, pero mis niños son venezolanos; se llaman Dyverson Enrique y Deiverson Eusebio. Afortunadamente, hace tres años me vine a Colombia. Yo vivía en Caracas, y ahora estoy luchando por mis hijos. Pero no ha sido fácil porque soy hipertensa y a la vez sufro de dolor cervical, lo que me impide trabajar porque me dan mareos. Trabajo en lo que me sale en el día a día.
El viaje para llegar a Cartagena fue bastante complicado, estuve tres días viajando. Fue difícil porque mis hijos estaban más pequeños, pero llegué. Pagué como pude, me deshice de mis cosas para cruzar con ellos a Colombia. Apenas llegamos, hice las vueltas para presentarlos en el colegio. Gracias a Dios, llegamos bien, mi familia me recibió muy bien, tengo muy buen apoyo de ellos. Mis niños cumplieron diez años y están estudiando virtualmente, con dificultades, pero lo estamos haciendo. Están en quinto grado. A veces nos conectamos con el teléfono de uno o del otro.
En Venezuela, antes de tenerlos a ellos, trabajé en restaurantes, de mesera, y en cocina. También trabajé en casas de familia, y en esa época pagaban entre 25 y 35 bolívares al día. Sin embargo, después de quedar embarazada, no seguí trabajando porque me dediqué a mis niños y quedé enferma.
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Para mí, la mayor batalla es luchar cada día por mis hijos. Ha sido muy difícil el cambio, fue algo drástico. No me he acostado sin comer, pero siempre tengo la preocupación de qué voy a hacer para darles comida a ellos cada día. No los tengo a ellos en ningún programa, no tengo ayuda y me he sentido bastante preocupada. Me ayuda una hermana, o la otra. No me salió trabajo, entonces dependo de las ayudas que me brinda mi familia, que no tienen muchos ingresos, pero en familia nos apoyamos. Allá en Venezuela no tenía vivienda; acá tampoco, estoy alojada.
¿Regresar a Venezuela? Tengo que hacerlo para sacar el documento de identidad de mis niños. Pero yo me siento bien aquí, aunque todo sería mejor si tuviera una casita, que ellos tengan un hogar.
Cruzar fronteras es más difícil para ellas. Las cifras dicen que las mujeres migran casi de la misma forma que los hombres, pero ellas se enfrentan a unos peligros que la mayoría no se alcanza a imaginar; el 53 % de las mujeres y niñas migrantes del mundo desconocen los riesgos de la migración, como el abuso sexual, la extorsión, la trata y los accidentes durante sus viajes, de acuerdo con Naciones Unidas. En el mundo hay 130 millones de mujeres migrantes, que representan el 48 % de la migración internacional; la mayoría de ellas entre los 25 y 34 años. Trabajan en la informalidad, sin contrato y con una cobertura limitada de las leyes laborales. La situación es tan grave que solo el 22 % de los trabajadores migrantes tienen protección social en sus países de destino.
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Con todo y lo complicado que puede resultar migrar, más de dos millones de venezolanas salieron de su país a otras regiones de América Latina porque no tuvieron otra opción. Ellas y sus familias, si deciden quedarse en Venezuela, deben encontrar trabajo en un país con una tasa de desempleo que se acerca al 45 %, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), y sobrevivir con un salario mínimo mensual de 250.000 bolívares (US$3,61). La situación es tan grave que el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores de Venezuela (CENDA) advirtió, en febrero de este año, que el salario mínimo solo alcanza para el 0,3 % de la canasta básica familiar. En otras palabras, una familia necesita noventa salarios mínimos para poder comprar alimentos.
A esto se suma que los hospitales y centros de salud no tienen la infraestructura básica, el personal médico capacitado ni los medicamentos necesarios para atender a las mujeres. “Las últimas estadísticas oficiales muestran que las tasas de mortalidad materna aumentaron en un 65 % entre 2015 y 2016”, de acuerdo con un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
¿Qué pasa cuando las migrantes llegan a sus países de destino? Aunque no hay datos concretos sobre sus condiciones sociales y laborales, por las altas tasas de informalidad, varias organizaciones advirtieron que muchas de ellas están en riesgo de desalojo, no solo en Colombia sino en toda la región. R4V, la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela liderada por la Organización Internacional para las Migraciones y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados advirtieron que más del 79 % de las migrantes venezolanas están en riesgo de desalojo o han sido desalojadas. Y no solo eso, el 45 % de ellas no tienen visa ni permiso de residencia en varios países de la región, lo que impide que muchas tengan acceso a servicios de salud.
Son mujeres que además están obligadas a cargar con un estigma social que las expone aún más a diferentes tipos de violencia. Alrededor del 37 % de las mujeres migrantes en Colombia han sufrido algún tipo de violencia sexual, según cifras del Centro de Justicia y Paz de 2019. Muchas de ellas no denuncian por miedo a las posibles repercusiones al no tener sus documentos o permisos vigentes.
Cuatro venezolanas que migraron a Colombia hablaron con El Espectador sobre sus sueños, sus familias y los retos que enfrentaron al salir de Venezuela. Algunas desean sacar sus negocios adelante y generar empleo, y otras esperan tener acceso al sistema de salud y a vivienda propia. En el país viven más de 850.000 venezolanas. La mayoría de ellas entre los 18 y 29 años. Mercy Corps, una ONG que está en Colombia desde 2005 y trabaja con poblaciones vulnerables a través de transferencias en efectivo multipropósito, ha apoyado a más de 18.400 mujeres migrantes venezolanas en ese camino para salir adelante.
Sofía Leal: un emprendimiento en Turbo, Antioquia
En Venezuela, yo era profesora de Matemáticas y Física, pero ganaba muy poco: me pagaban unos US$30 al mes y alcanzaba solo para un día. Así que decidimos emprender otro rumbo. El recorrido fue bastante duro, porque yo salí en plena pandemia. Viajamos tres días por tierra y atravesamos un río. Es decir, yo entré aquí [a Colombia] de ilegal, porque mi pasaporte estaba vencido y no podía renovarlo porque nuestro dinero no nos alcanzaba. Tuve que dormir tres días en Valledupar, y luego en Montería hasta poder llegar a Turbo (Antioquia).
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Fue una decisión muy dura porque mi familia se estaba yendo de Venezuela: tengo familia en Chile, Perú y Estados Unidos. Pero yo siempre decía que me iba a quedar en Venezuela luchando; es mi país. Pero llegó un punto en el que no podíamos más: salíamos de Venezuela o nos moríamos de hambre. Llegamos a Turbo porque mi esposo tiene un primo aquí. Él llegó hace dos años y trabaja en el comercio informal. Mi esposo se vino primero, y yo llegué a los dos meses y comenzamos a vivir solos. Arrendamos una casa para nosotros, y ambos trabajamos.
En Venezuela, yo hice cursos de repostería porque ese es mi hobby, y con el dinero que me dio Mercy Corps pude empezar de nuevo. Tomé la decisión de hacer ponqués y ya llevo tres meses en mi emprendimiento. Yo misma hice el logo en mi celular y se llama Deivelyn Cakes, como mi niña, que se llama Deivelyn Sofía y tiene cuatro añitos. Vendo tortas para cumpleaños, bodas y baby showers, y postres pequeños, ponquecitos y trufas de chocolate. Espero que mi negocio llegue a ser un poquito más grande y generar empleo para dos o tres integrantes de mi familia, para que se puedan venir de Venezuela. Mi sueño es tener un negocio de venta de postres donde pueda exhibirlos, y que tenga publicidad. Sé que poco a poco lo voy a lograr.
Con mis tortas, puedo llegar a recibir hasta $100.000 semanales. Ahorita estoy trabajando sola porque apenas abrí mi emprendimiento; no quise vender los postres tan costosos, de manera que yo no le ganara tanto, pero tampoco le perdiera.
Los ingresos sí alcanzan. A veces es un poco fuerte, porque aumentaron el arriendo y a veces las ventas son bajas, pero sí podemos suplir las necesidades básicas, mas no tener extras. Por el arriendo, hasta diciembre, nos estaban cobrando $300.000. Pero hace poco la arrendadora nos dijo que había aumentado a $350.000.
La mayor enseñanza que nos dejó todo esto es que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para darles un mejor futuro a nuestros hijos. Ya en Venezuela no hay un futuro próspero para ellos. Aprendí que nada en la vida es seguro porque en Venezuela yo tenía mi casa, mi trabajo, mi título de profesional, y me vine sin nada. Llegué con una maleta llena de sueños, de esperanzas y de mucho miedo e incertidumbre. En mis siete meses en Antioquia nunca he sido denigrada ni humillada. Gracias a Dios, he recibido ayuda, buen recibimiento y les encantan mis postres.
Eroína Chávez: luchando por atención médica para su familia
Tengo 34 años y soy de Maracaibo, estado Zulia. Hace tres años que vivo en Colombia. Soy licenciada en Administración y Gestión Municipal; trabajé en la Alcaldía por un año. Pero estábamos viviendo en una situación muy complicada, no encontrábamos prácticamente nada y el sueldo no nos alcanzaba. Soy madre de tres niños: Ismael Daniel (de doce años), Abraham Jesús (de cinco) y Ariadna Luz (de tres). Cuando estaba en Venezuela, y mi niña tenía seis meses, no tenía cómo darle el alimento porque la leche era muy costosa. Por eso me vi obligada a venir a Colombia.
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Primero llegó mi esposo. Cuando yo me vine, llegamos a un pueblo que se llama Río Viejo, pasamos mucho trabajo ahí. Después nos recibieron en Sincelejo unos familiares, vivíamos arrimados porque éramos bastantes. Pero un amigo nos dijo que nos recibía en Cartagena y que le podía dar trabajo a mi esposo. Y así fue, llegamos y él empezó a trabajar en una discoteca, pero lo sacaron porque no tenía papeles y ahora está trabajando como domiciliario.
Lo que gana mi esposo nos alcanza para medio comer. Lo que nos ayudó fue un bono que nos dio Mercy Corps, y con eso pagábamos el arriendo y los servicios; lo que ganaba él era para la comida. Pero ahora estamos preocupados y apretados. Incluso estamos pensando en regresar a Venezuela porque se nos va a complicar todo. Por el arriendo nos están cobrando $300.000 y por los servicios $450.000. Nosotros tenemos nuestra casita allá en Venezuela, pero trabajo no.
No quisiera irme porque el niño de cinco años no habla; sufre de tiroides. En cuanto a su salud, no puedo hacer nada porque él necesita un especialista y terapia de lenguaje, y ambas cosas son muy costosas. En Venezuela la cosa está muy fuerte y quisiera que aquí lo atendieran. El de doce años sí está estudiando y a la niña no le he podido encontrar cupo por no tener los documentos listos.
Uno de los retos más grandes que tuve que enfrentar fue el día que al niño mayor le dio una parálisis en la cara, aquí en Colombia. Eso fue difícil para nosotros porque en ningún hospital nos querían atender por no tener el seguro. Yo sueño con tener un buen trabajo y que mis hijos tengan acceso a salud; quisiera que un especialista pudiera verlos.
Marcelys Ramírez: “Mi sueño es terminar mi carrera”
Hace tres años llegué a Colombia. Yo soy de Puerto Ordaz, estado Bolívar, y mi esposo es de Maracaibo, estado Zulia. En Venezuela yo estudiaba Contaduría Pública y él es mecánico. Llegamos a Valledupar porque la situación en Venezuela está muy mal. Mi esposo consiguió trabajo como ayudante de mecánica, gracias a Dios. Y yo en una casa de familia y después en un spa. También estuve vendiendo empanadas, tortas, papitas y patacones. Luego quedé embarazada y no pude trabajar más; tengo 23 años y soy madre de una bebé de 18 meses.
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Una de las cosas más difíciles que vivimos fue el día que nos iban a sacar de la casa porque no habíamos pagado el arriendo; eso fue una cosa muy fuerte para nosotros. Pero gracias a Dios escuché de la organización Mercy Corps y ellos me ayudaron. Pude pagar el arriendo y solucionamos el problema.
Yo sí quiero trabajar, pero ahora no puedo porque no tengo quién cuide a la bebé. Además, estoy viviendo con mi abuela y me da miedo salir. Nosotros no tenemos acceso a salud en Colombia, mi hija sí por nacer aquí.
Hace tres semanas, una vecina me propuso preparar postres y venderlos. Le dije que sí, pero estamos esperando que tengamos el capital para comprar las cosas. Yo quisiera terminar mi carrera y encontrar un empleo para darle un mejor futuro a mi hija. Queremos quedarnos en este país porque, gracias a Dios, nos ha brindado mucho. Sería mentira decir que me quiero ir o devolverme a Venezuela.
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Tengo 46 años y soy madre soltera de tres hijos; tengo dos mellizos y una chica de 21 años, que está comprometida y es madre también. Soy de Cartagena, pero mis niños son venezolanos; se llaman Dyverson Enrique y Deiverson Eusebio. Afortunadamente, hace tres años me vine a Colombia. Yo vivía en Caracas, y ahora estoy luchando por mis hijos. Pero no ha sido fácil porque soy hipertensa y a la vez sufro de dolor cervical, lo que me impide trabajar porque me dan mareos. Trabajo en lo que me sale en el día a día.
El viaje para llegar a Cartagena fue bastante complicado, estuve tres días viajando. Fue difícil porque mis hijos estaban más pequeños, pero llegué. Pagué como pude, me deshice de mis cosas para cruzar con ellos a Colombia. Apenas llegamos, hice las vueltas para presentarlos en el colegio. Gracias a Dios, llegamos bien, mi familia me recibió muy bien, tengo muy buen apoyo de ellos. Mis niños cumplieron diez años y están estudiando virtualmente, con dificultades, pero lo estamos haciendo. Están en quinto grado. A veces nos conectamos con el teléfono de uno o del otro.
En Venezuela, antes de tenerlos a ellos, trabajé en restaurantes, de mesera, y en cocina. También trabajé en casas de familia, y en esa época pagaban entre 25 y 35 bolívares al día. Sin embargo, después de quedar embarazada, no seguí trabajando porque me dediqué a mis niños y quedé enferma.
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Para mí, la mayor batalla es luchar cada día por mis hijos. Ha sido muy difícil el cambio, fue algo drástico. No me he acostado sin comer, pero siempre tengo la preocupación de qué voy a hacer para darles comida a ellos cada día. No los tengo a ellos en ningún programa, no tengo ayuda y me he sentido bastante preocupada. Me ayuda una hermana, o la otra. No me salió trabajo, entonces dependo de las ayudas que me brinda mi familia, que no tienen muchos ingresos, pero en familia nos apoyamos. Allá en Venezuela no tenía vivienda; acá tampoco, estoy alojada.
¿Regresar a Venezuela? Tengo que hacerlo para sacar el documento de identidad de mis niños. Pero yo me siento bien aquí, aunque todo sería mejor si tuviera una casita, que ellos tengan un hogar.