República Dominicana: ¿qué hay tras la construcción de muro fronterizo con Haití?
Como respuesta a la crisis de seguridad haitiana, el presidente dominicano anunció que no recibirá refugiados. Sin embargo, esta conducta es de vieja data.
José David Escobar Franco
El pasado domingo 9 de octubre, el presidente de la República Dominicana, Luis Abinader Corona, declaró que bloqueará la frontera con Haití y no aceptará refugiados haitianos en el territorio de su país. El presidente, además, anunció la compra de nueva artillería militar. Según él, su país no había realizado semejante adquisición bélica desde 1961.
Se trata de una respuesta a la crisis de seguridad que atraviesa Haití, por la cual bandas criminales son las que prácticamente gobiernan. “Entendemos que esa fuerza internacional tendrá los métodos para evitar una migración masiva hacia nuestro país de ciudadanos haitianos, porque nosotros, en ese caso, bloquearíamos la frontera (...) es muy peligroso recibir a refugiados en masa, de ninguna manera”, advirtió Abinader.
Recomendamos: “Ahora está más complicado”: 9 años de apatridia en la República Dominicana
El presidente admitió que la República Dominicana “nunca ha tenido una política migratoria definida” y criticó que “aquí hay mucha hipocresía con gente que habla y dice de control migratorio”, pero que luego se opone a esta cuando se afectan sus intereses, afirmó en referencia a los empresarios dominicanos que contratan mano de obra haitiana para trabajos agrícolas y en sector de construcción.
“Tenemos que abocarnos a discutir un pacto nacional migratorio, que no es asunto solo del Gobierno, es de toda la sociedad, porque si los haitianos vienen es porque encuentran trabajo aquí”, agregó.
La declaración se dio desde la ciudad de Dajabón (noroeste) fronteriza con Haití. Allí, el Gobierno dominicano comenzó en febrero pasado a la construcción de una valla perimetral divisoria.
La historia del muro
“En relación con la situación del vecino país de Haití, he declarado en más de una ocasión que la República Dominicana no puede hacerse cargo, y no lo hará, de lo que pasa al otro lado de nuestra frontera”, afirmó, solemne, el presidente en su discurso de rendición de cuentas ante el Congreso de la República el 27 de febrero, fecha que conmemora la independencia de ese país de Haití, en 1844. No había terminado la oración cuando se escucharon aplausos en el auditorio que rápidamente se convirtieron en una ovación.
Los asistentes, incluyendo a los líderes de la oposición, se pusieron en pie y celebraron cuando Abinader anunció que ordenaría la construcción de un muro que separase la frontera de los dos países. “Nuestra preocupación por el continuo deterioro de la institucionalidad, la situación de permanente inseguridad y el absoluto descalabro socioeconómico de Haití es cada vez más creciente. –continuó el mandatario–. Y como ya anuncié, el pasado día 20 comenzamos a construir la verja fronteriza para tener un mayor control de los flujos migratorios y atajar allí mismo el contrabando, el tráfico de personas y las posibles incursiones de bandas organizadas”.
Abinader se refería al muro de hormigón de 20 centímetros de grosor y 3,9 metros de altura con el que planea cubrir casi la mitad de los 392 kilómetros de la frontera que divide en dos países a la isla de La Española. Del lado oriental Haití, el país más pobre del continente americano, y del lado occidental la relativamente estable y más desarrollada República Dominicana.
En ese momento el presidente probablemente desconocía –o le era indiferente– que, a tres horas del palacio, los habitantes del Distrito Municipal Batey 8 recibían sus palabras como una bofetada. El Batey 8 es uno de los más de 400 caseríos rurales en medio de hectáreas de cañaverales a los que históricamente han llegado migrantes laborales desde Haití para trabajar en la industria azucarera dominicana. La mayoría de quienes viven ahí y están habilitados para votar escogieron en 2020 a Abinader. Esperaban que este empresario progresista que en 2013 calificó de “inhumana” la Sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, la cual dejó a más de 100 mil dominicanos de origen haitiano en situación de apatridia (sin ciudadanía) y con ello sin reconocimiento de derechos, defendiera los derechos humanos de las personas de origen migrante.
Pero todo parece indicar que se equivocaron. “Con Abinader la cosa se puso peor –cuenta Arsenio Santana, un líder social del Batey 8–. Están persiguiendo a las mujeres embarazadas, a los trabajadores en la zafra, donde nadie los ve. Deportan a las embarazadas y a los niños sin padres”. Arsenio es dominicano, nació y creció en el Batey 8, que queda en la provincia fronteriza de Independencia. Es abogado de formación. Interviene en la defensa de los habitantes de su batey cada vez que alguno se encuentra algún oficial del ejército dominicano y enfrenta controles migratorios hostiles por el color de su piel: “Como soy negro, los militares creen que soy haitiano.”, afirman frecuentemente los habitantes de los bateyes.
Conozca la historia de un habitante del Batey 8: Wilfrido Batista, el deportista apátrida que se siente dominicano.
Esto no es nuevo, pero se creía que con Abinader acabaría. En su lugar, pese a que el nuevo presidente representaba la discontinuidad de una hegemonía de 20 años del Partido de la Liberación Dominicana, un partido nada amigable con los descendientes de Haití, el nuevo presidente resultó endureciendo las políticas migratorias. Esto, a un punto que ha encendido alarmas a nivel internacional: el 1.° de diciembre de 2021, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos denunció que la autoridad migratoria dominicana estaba realizando controles en hospitales con alta afluencia de mujeres embarazadas haitianas y que las estaba deportando, así como a menores de edad de origen haitiano. Además, en septiembre de 2021 anunció una resolución que impide la entrada a la República Dominicana de mujeres extranjeras con más de seis meses de embarazo. Luego, en octubre, el presidente declaró que suspendería indefinidamente el programa que concede visas especiales a los haitianos para estudiar en República Dominicana y que dejaría de renovar las visas ya concedidas.
Racismo de hace 200 años
El muro es un hito más en una historia larga de antihaitianismo que se puede rastrear, por lo menos, hasta la segunda independencia de la República Dominicana. La primera fue del reino de España, en 1821. Se trató de un proceso más bien accidentado que no gozaba de pleno apoyo en la sociedad dominicana y en el que no se logró consolidar un Estado. Tras expulsar a los españoles de la isla, el nuevo ejército quedó debilitado y, ante la negativa de Simón Bolívar de unir el nuevo país a la Gran Colombia, los independentistas no tuvieron más remedio que aceptar la propuesta del régimen haitiano de unificar la isla en un solo gobierno para evitar una posible reinvasión de España. Haití, pobre, pero con un ejército fuerte, implementó un régimen tiránico del que los dominicanos solo lograron librarse en 1844. Desde entonces, la identidad nacional dominicana se construyó sobre una diferenciación fuerte con Haití y la idea de que ese país representaba una amenaza existencial para República Dominicana, sentimientos que persisten en el imaginario colectivo.
Ese tipo de nacionalismo llegó a su máxima expresión en ‘la masacre del perejil’: en octubre de 1937, el dictador Rafael Leónidas Trujillo ordenó a sus militares el genocidio de la población de origen haitiano que vivía en territorio fronterizo dominicano. Había dos criterios para distinguir quién era haitiano: que fueran personas de piel negra y que, por su acento francés, no pudieran pronunciar correctamente la palabra ‘perejil’. Los historiadores aún debaten sobre si murieron 20.000 personas o más, pero lo cierto es que las consecuencias se vieron en la desarticulación del tejido social de sus comunidades. Desde el régimen de Trujillo el Ejército dominicano asumió funciones de control migratorio y desde esa época en el plano institucional se ha condenado la anulación de los derechos de las personas de origen haitiano.
¿Por qué es tan grave este problema? Le contamos en: A la deriva: el drama de los apátridas en República Dominicana
Resulta paradójico que, un par de décadas después, el mismo Trujillo se encargara de traer el país mano de obra haitiana para trabajar en los cañaverales. De acuerdo con el informe Needed But Unwanted: Haitian immigrants and their descendants in the Dominican Republic [Necesarios pero no deseados: inmigrantes haitianos y sus descendientes en la República Dominicana], publicado por el Centro para la Observación Migratoria y el Desarrollo Social en el Caribe –OBMICA–, los inmigrantes haitianos, regulares o irregulares, han sido un sostén importante de la economía dominicana. Solo ellos están dispuestos a asumir, por precios paupérrimos, labores primarias en la industria azucarera, una de las principales del país. “Una interrupción abrupta de la disponibilidad de trabajadores de Haití llevaría a la bancarrota a parte del sector agrícola y crearía una crisis en la floreciente industria de la construcción, lo que tendría efectos colaterales en el crecimiento económico nacional a corto y mediano plazo”, escriben los autores del informe.
Aunque hoy en día muy pocos en la República Dominicana respetan a Rafael Trujillo, este sigue vigente en un sector conservador y nacionalista en la política de ese país. Ese sector, que se considera blanco y europeo en uno de los países más mestizos de América Latina, exige desde el siglo pasado construir un muro. En un país como la República Dominicana, donde la identidad nacional se ha construido en función de diferenciarse de Haití, hacerlo resulta por legitimar ese racismo de vieja data.
¿Una estrategia electoral?
Aquí surge una pregunta obvia: ¿por qué un presidente progresista, liberal y opositor del régimen anterior como Luis Abinader implementaría semejante política migratoria?
Aunque Abinader ha argumentado que el muro es una solución de seguridad, Bridget Wooding, directora de OBMICA, tiene otra teoría: la construcción del muro le ha ganado adeptos al presidente en los grupos más nacionalistas. “Ha sido un presidente bastante popular, pero disruptivo ―argumenta Wooding―. No cuenta con el apoyo de la clase política tradicional, pero con el muro podría conseguirlo.”
Recomendamos: ¿Por qué República Dominicana y Haití son tan distintos?
Para Wooding, quien ha dedicado su vida a estudiar la migración en La Española y formular políticas públicas favorables para los migrantes, el muro “no afectará en nada la migración haitiana. No se detendrá el macuteo [soborno para pasar la frontera]. Los migrantes van a ingeniar otras rutas igualmente o más peligrosas, pero si no se institucionalizan las autoridades que manejan la frontera, los problemas que preocupan a Abinader seguirán iguales.” A este respecto, el portal InsightCrime advierte que ni Haití ni República Dominicana han cumplido los estándares mínimos para combatir la trata de personas y subraya que el fenómeno en la República Dominicana ocurre con colaboración de funcionarios del Estado. Un muro difícilmente podría solucionar semejante problema.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estimó en el informe anual “Tendencias globales: desplazamiento forzado 2015″ que en ese país había unos 133.770 apátridas, pero advirtió que la cifra real era probablemente mayor. Así, la República Dominicana es el país de América con más apátridas y el único donde esto ha ocurrido por una decisión intencionada del Estado. Pese a tratarse de un problema de población nacida en la República Dominicana, el contraargumento frecuente es “la República Dominicana no puede solucionar los problemas de Haití”.
Aunque la República Dominicana es el primer destino de población migrante haitiana, ese Estado es uno de los pocos países latinoamericanos que no han firmado las convenciones y tratados internacionales en materia de protección de derechos de migrantes y prevención de la apatridia.
Así, muchos migrantes haitianos emprenden una larga odisea a través de América Latina para buscar un futuro mejor. Dicha ruta incluye un paso por la selva del tapón del Darién, donde está la frontera entre Colombia y Panamá. A la fecha, los haitianos son la segunda población migrante de mayor tamaño en pasar por ese peligroso paso; los venezolanos, desde hace poco, son la primera. De acuerdo con el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá, en enero cruzaron a ese país 4.442 migrantes: 1.153 venezolanos y 653 haitianos.
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El pasado domingo 9 de octubre, el presidente de la República Dominicana, Luis Abinader Corona, declaró que bloqueará la frontera con Haití y no aceptará refugiados haitianos en el territorio de su país. El presidente, además, anunció la compra de nueva artillería militar. Según él, su país no había realizado semejante adquisición bélica desde 1961.
Se trata de una respuesta a la crisis de seguridad que atraviesa Haití, por la cual bandas criminales son las que prácticamente gobiernan. “Entendemos que esa fuerza internacional tendrá los métodos para evitar una migración masiva hacia nuestro país de ciudadanos haitianos, porque nosotros, en ese caso, bloquearíamos la frontera (...) es muy peligroso recibir a refugiados en masa, de ninguna manera”, advirtió Abinader.
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El presidente admitió que la República Dominicana “nunca ha tenido una política migratoria definida” y criticó que “aquí hay mucha hipocresía con gente que habla y dice de control migratorio”, pero que luego se opone a esta cuando se afectan sus intereses, afirmó en referencia a los empresarios dominicanos que contratan mano de obra haitiana para trabajos agrícolas y en sector de construcción.
“Tenemos que abocarnos a discutir un pacto nacional migratorio, que no es asunto solo del Gobierno, es de toda la sociedad, porque si los haitianos vienen es porque encuentran trabajo aquí”, agregó.
La declaración se dio desde la ciudad de Dajabón (noroeste) fronteriza con Haití. Allí, el Gobierno dominicano comenzó en febrero pasado a la construcción de una valla perimetral divisoria.
La historia del muro
“En relación con la situación del vecino país de Haití, he declarado en más de una ocasión que la República Dominicana no puede hacerse cargo, y no lo hará, de lo que pasa al otro lado de nuestra frontera”, afirmó, solemne, el presidente en su discurso de rendición de cuentas ante el Congreso de la República el 27 de febrero, fecha que conmemora la independencia de ese país de Haití, en 1844. No había terminado la oración cuando se escucharon aplausos en el auditorio que rápidamente se convirtieron en una ovación.
Los asistentes, incluyendo a los líderes de la oposición, se pusieron en pie y celebraron cuando Abinader anunció que ordenaría la construcción de un muro que separase la frontera de los dos países. “Nuestra preocupación por el continuo deterioro de la institucionalidad, la situación de permanente inseguridad y el absoluto descalabro socioeconómico de Haití es cada vez más creciente. –continuó el mandatario–. Y como ya anuncié, el pasado día 20 comenzamos a construir la verja fronteriza para tener un mayor control de los flujos migratorios y atajar allí mismo el contrabando, el tráfico de personas y las posibles incursiones de bandas organizadas”.
Abinader se refería al muro de hormigón de 20 centímetros de grosor y 3,9 metros de altura con el que planea cubrir casi la mitad de los 392 kilómetros de la frontera que divide en dos países a la isla de La Española. Del lado oriental Haití, el país más pobre del continente americano, y del lado occidental la relativamente estable y más desarrollada República Dominicana.
En ese momento el presidente probablemente desconocía –o le era indiferente– que, a tres horas del palacio, los habitantes del Distrito Municipal Batey 8 recibían sus palabras como una bofetada. El Batey 8 es uno de los más de 400 caseríos rurales en medio de hectáreas de cañaverales a los que históricamente han llegado migrantes laborales desde Haití para trabajar en la industria azucarera dominicana. La mayoría de quienes viven ahí y están habilitados para votar escogieron en 2020 a Abinader. Esperaban que este empresario progresista que en 2013 calificó de “inhumana” la Sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, la cual dejó a más de 100 mil dominicanos de origen haitiano en situación de apatridia (sin ciudadanía) y con ello sin reconocimiento de derechos, defendiera los derechos humanos de las personas de origen migrante.
Pero todo parece indicar que se equivocaron. “Con Abinader la cosa se puso peor –cuenta Arsenio Santana, un líder social del Batey 8–. Están persiguiendo a las mujeres embarazadas, a los trabajadores en la zafra, donde nadie los ve. Deportan a las embarazadas y a los niños sin padres”. Arsenio es dominicano, nació y creció en el Batey 8, que queda en la provincia fronteriza de Independencia. Es abogado de formación. Interviene en la defensa de los habitantes de su batey cada vez que alguno se encuentra algún oficial del ejército dominicano y enfrenta controles migratorios hostiles por el color de su piel: “Como soy negro, los militares creen que soy haitiano.”, afirman frecuentemente los habitantes de los bateyes.
Conozca la historia de un habitante del Batey 8: Wilfrido Batista, el deportista apátrida que se siente dominicano.
Esto no es nuevo, pero se creía que con Abinader acabaría. En su lugar, pese a que el nuevo presidente representaba la discontinuidad de una hegemonía de 20 años del Partido de la Liberación Dominicana, un partido nada amigable con los descendientes de Haití, el nuevo presidente resultó endureciendo las políticas migratorias. Esto, a un punto que ha encendido alarmas a nivel internacional: el 1.° de diciembre de 2021, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos denunció que la autoridad migratoria dominicana estaba realizando controles en hospitales con alta afluencia de mujeres embarazadas haitianas y que las estaba deportando, así como a menores de edad de origen haitiano. Además, en septiembre de 2021 anunció una resolución que impide la entrada a la República Dominicana de mujeres extranjeras con más de seis meses de embarazo. Luego, en octubre, el presidente declaró que suspendería indefinidamente el programa que concede visas especiales a los haitianos para estudiar en República Dominicana y que dejaría de renovar las visas ya concedidas.
Racismo de hace 200 años
El muro es un hito más en una historia larga de antihaitianismo que se puede rastrear, por lo menos, hasta la segunda independencia de la República Dominicana. La primera fue del reino de España, en 1821. Se trató de un proceso más bien accidentado que no gozaba de pleno apoyo en la sociedad dominicana y en el que no se logró consolidar un Estado. Tras expulsar a los españoles de la isla, el nuevo ejército quedó debilitado y, ante la negativa de Simón Bolívar de unir el nuevo país a la Gran Colombia, los independentistas no tuvieron más remedio que aceptar la propuesta del régimen haitiano de unificar la isla en un solo gobierno para evitar una posible reinvasión de España. Haití, pobre, pero con un ejército fuerte, implementó un régimen tiránico del que los dominicanos solo lograron librarse en 1844. Desde entonces, la identidad nacional dominicana se construyó sobre una diferenciación fuerte con Haití y la idea de que ese país representaba una amenaza existencial para República Dominicana, sentimientos que persisten en el imaginario colectivo.
Ese tipo de nacionalismo llegó a su máxima expresión en ‘la masacre del perejil’: en octubre de 1937, el dictador Rafael Leónidas Trujillo ordenó a sus militares el genocidio de la población de origen haitiano que vivía en territorio fronterizo dominicano. Había dos criterios para distinguir quién era haitiano: que fueran personas de piel negra y que, por su acento francés, no pudieran pronunciar correctamente la palabra ‘perejil’. Los historiadores aún debaten sobre si murieron 20.000 personas o más, pero lo cierto es que las consecuencias se vieron en la desarticulación del tejido social de sus comunidades. Desde el régimen de Trujillo el Ejército dominicano asumió funciones de control migratorio y desde esa época en el plano institucional se ha condenado la anulación de los derechos de las personas de origen haitiano.
¿Por qué es tan grave este problema? Le contamos en: A la deriva: el drama de los apátridas en República Dominicana
Resulta paradójico que, un par de décadas después, el mismo Trujillo se encargara de traer el país mano de obra haitiana para trabajar en los cañaverales. De acuerdo con el informe Needed But Unwanted: Haitian immigrants and their descendants in the Dominican Republic [Necesarios pero no deseados: inmigrantes haitianos y sus descendientes en la República Dominicana], publicado por el Centro para la Observación Migratoria y el Desarrollo Social en el Caribe –OBMICA–, los inmigrantes haitianos, regulares o irregulares, han sido un sostén importante de la economía dominicana. Solo ellos están dispuestos a asumir, por precios paupérrimos, labores primarias en la industria azucarera, una de las principales del país. “Una interrupción abrupta de la disponibilidad de trabajadores de Haití llevaría a la bancarrota a parte del sector agrícola y crearía una crisis en la floreciente industria de la construcción, lo que tendría efectos colaterales en el crecimiento económico nacional a corto y mediano plazo”, escriben los autores del informe.
Aunque hoy en día muy pocos en la República Dominicana respetan a Rafael Trujillo, este sigue vigente en un sector conservador y nacionalista en la política de ese país. Ese sector, que se considera blanco y europeo en uno de los países más mestizos de América Latina, exige desde el siglo pasado construir un muro. En un país como la República Dominicana, donde la identidad nacional se ha construido en función de diferenciarse de Haití, hacerlo resulta por legitimar ese racismo de vieja data.
¿Una estrategia electoral?
Aquí surge una pregunta obvia: ¿por qué un presidente progresista, liberal y opositor del régimen anterior como Luis Abinader implementaría semejante política migratoria?
Aunque Abinader ha argumentado que el muro es una solución de seguridad, Bridget Wooding, directora de OBMICA, tiene otra teoría: la construcción del muro le ha ganado adeptos al presidente en los grupos más nacionalistas. “Ha sido un presidente bastante popular, pero disruptivo ―argumenta Wooding―. No cuenta con el apoyo de la clase política tradicional, pero con el muro podría conseguirlo.”
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El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estimó en el informe anual “Tendencias globales: desplazamiento forzado 2015″ que en ese país había unos 133.770 apátridas, pero advirtió que la cifra real era probablemente mayor. Así, la República Dominicana es el país de América con más apátridas y el único donde esto ha ocurrido por una decisión intencionada del Estado. Pese a tratarse de un problema de población nacida en la República Dominicana, el contraargumento frecuente es “la República Dominicana no puede solucionar los problemas de Haití”.
Aunque la República Dominicana es el primer destino de población migrante haitiana, ese Estado es uno de los pocos países latinoamericanos que no han firmado las convenciones y tratados internacionales en materia de protección de derechos de migrantes y prevención de la apatridia.
Así, muchos migrantes haitianos emprenden una larga odisea a través de América Latina para buscar un futuro mejor. Dicha ruta incluye un paso por la selva del tapón del Darién, donde está la frontera entre Colombia y Panamá. A la fecha, los haitianos son la segunda población migrante de mayor tamaño en pasar por ese peligroso paso; los venezolanos, desde hace poco, son la primera. De acuerdo con el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá, en enero cruzaron a ese país 4.442 migrantes: 1.153 venezolanos y 653 haitianos.
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