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El pasado viernes a las 7:06 de la noche (4:06, hora de Colombia), California informó que el republicano John Duarte ganó las elecciones por el distrito número 13 de dicho estado, convirtiéndose en el último representante a la Cámara en oficializar su victoria.
Con el triunfo de Duarte, Estados Unidos puede dar casi por terminado el proceso de las elecciones de medio término de este año, 26 días después de haber comenzado el escrutinio. El “casi” es porque, si bien ya se conoce la conformación de las mayorías en el Congreso, resta por conocerse el ganador de la carrera especial por el Senado en Georgia, donde los dos candidatos deberán medirse a un desempate el 6 de diciembre, luego de que ninguno pudiera conseguir más del 50 % de apoyo en las urnas el pasado 8 de noviembre.
Varias lecciones quedaron sobre estos comicios.
¿Por qué la demora?
California fue uno de los últimos estados donde se reportó el resultado total de las urnas. La demora responde, paradójicamente, a la facilidad con la que se puede votar en este estado. Desde 2021, California envía una boleta por correo a cada votante registrado, lo que ha democratizado el acceso al voto y ha hecho que sea más fácil votar para millones de personas. Según la ley, las boletas con sellos del día de las elecciones o antes deben ser aceptadas por todas las oficinas electorales hasta siete días después del día de las elecciones.
Esta decisión ha aumentado la participación de votantes, por lo que el volumen de votos de ahora es enorme. Solo en el estado de California hay unos 22 millones de votantes registrados, y el proceso para contar cada voto que llega por correo necesita de mucha mano de obra, pues tiene que contar con salvaguardas para que todo sea transparente. Es decir, se necesitan más funcionarios electorales que verifiquen las firmas en el sobre de la boleta, saquen el voto del sobre, cuenten el voto y confirmen que el votante no haya votado por otra vía. Todo esto retrasa un poco el conteo, sí, pero es positivo para la participación.
¿Cómo quedó el nuevo Congreso de Estados Unidos?
Antes de empezar el año, todos los medios veían imbatibles a los candidatos conservadores y amplificaron la idea de una masiva derrota de los demócratas en las elecciones. En las entrañas del Partido Republicano no paraba de hablarse de una “ola roja” con la que arrasarían en las urnas, debido a la baja popularidad del presidente, Joe Biden, y a la crisis económica a la que luego terminó por sumarse la disparada inflación ocasionada por la guerra en Ucrania. Sin embargo, esto no ocurrió. No hubo una “ola roja”.
Los republicanos consiguieron la mayoría en la Cámara de Representantes, pero difícilmente puede ser interpretado como una verdadera victoria debido al resultado tan estrecho: apenas consiguieron nueve escaños extra para el partido.
En el Senado, el sueño de los republicanos por conseguir la mayoría se transformó en pesadilla con la victoria del demócrata John Fetterman en Pensilvania, que sirvió para que el partido del presidente, Joe Biden, retuviera el control en la cámara alta del Congreso. Así, el resultado final dista bastante de las predicciones que se hicieron a principios de año. ¿Qué pasó?
Simon Rosenberg, veterano estratega del Partido Demócrata, señala que gran parte de la sorpresa que se vio en las elecciones se debe a la mala interpretación de las encuestas. En primer lugar, los republicanos parecen haber inundado al país con una avalancha de encuestas partidistas que subestimaban los números de los demócratas, con el fin de cambiar la narrativa de las elecciones y desalentar el entusiasmo demócrata.
Los medios de comunicación hicieron bombo de los números presentados por estos estudios que Rosenberg identificó como “encuestas partidistas encargadas por organizaciones republicanas”, los cuales crearon la impresión de esa “ola roja”. Así que la primera falla estuvo en la excesiva confianza de los medios respecto a los datos que circulaban: hay que revisar con lupa las encuestas que llegan, las muestras tomadas y quién está financiando cada encuesta para determinar cuán confiable puede llegar a ser.
En nuestra revisión, fueron las encuestas pagadas con fondos republicanos o patrocinadas por este partido -como las de Trafalgar- las que tuvieron más diferencia con los resultados finales. Así, hemos podido identificar que, en efecto, hubo una subestimación importante de las campañas de demócratas en las encuestas republicanas, lo que pudo influir en la falsa impresión de esa “ola roja”.
“¡Las encuestas no estaban mal! Fueron los principales medios de comunicación los que seleccionaron los datos (incluidas las encuestas obviamente poco confiables pagadas por los republicanos) para proyectar una victoria republicana masiva, no las encuestas. Tenían una narrativa republicana para vender y no iban a dejar que los ‘datos’ los detuvieran”, señaló el experto en datos, David Rothschild.
Es por eso que el mejor punto de estudio para proyectar lo que puede ocurrir en los comicios estadounidenses, dice Rosenberg, no debe ser el de lo que dictan las encuestas, sino las votaciones previas cercanas a las elecciones, como la que se vio en Kansas este año. En agosto, la ciudadanía de este estado votó para impedir una enmienda constitucional que le habría permitido a los legisladores estatales restringir aún más el acceso al aborto. Ese es un buen punto de reflexión, pues se está midiendo directamente cómo está votando la población, no la intención de voto que presumen las encuestas.
“La gente debería haber comenzado a ajustar su comprensión de las elecciones en ese momento. No lo hicieron, se quedaron con los viejos modelos. Se dejaron engañar por la narrativa de la ola roja”, dijo Rosenberg a Vox.
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Otro factor determinante en estas elecciones fue el aborto. Luego de que la Corte Suprema anuló el fallo de Roe vs. Wade, la ciudadanía se movilizó para impulsar a los candidatos que protegían el acceso a la interrupción del embarazo. Un análisis de la Kaiser Family Foudnation encontró que cuatro de cada 10 estadounidenses decidió votar este año tras la decisión del máximo tribunal respecto a Roe.
El voto de mujeres y jóvenes, furiosas por perder las protecciones federales contra el aborto, fue clave para muchas victorias demócratas. En Wisconsin y Carolina del Norte, los demócratas evitaron que los republicanos obtuvieran una gran mayoría en las legislaturas de sus estados, lo que significa que los legisladores no tendrán el poder de anular el veto de un gobernador demócrata y aprobar nuevas restricciones al aborto. Hubo un apoyo masivo a candidatos que prometían mantener o profundizar las medidas que permitieran abortos. Sin embargo, aunque la movilización ciudadana sí se estaba gestando desde hace meses, la cobertura de los medios erró de nuevo y desestimó esta campaña sobre el final.
En un artículo del New York Times, titulado Al final de la campaña, los demócratas ven límites en el enfoque sobre el aborto, se sugiere en días previos a las elecciones que “la conmoción e indignación por el fallo de Roe vs. Wade se han desvanecido”, y que se habían desinflado las esperanzas de que la pugna por el derecho al aborto pudiera llevar a los demócratas a la victoria. Es decir, que el aborto no iba a ser un asunto determinante en las urnas, a pesar de que el tema no había disminuido en las encuestas de seguimiento. En lugar de esto, los medios se enfocaron en catalogar a la inflación y la economía como factores determinantes. Acá vale la pena rescatar el argumento de los defensores del derecho al aborto: ¿no es la interrumpción del embarazo también un asunto que debe analizarse desde la economía?
Rosenberg insiste en que el problema fue la cobertura de los medios y que los periodistas hombres se tragaron por completo el discurso de los republicanos, que consideraron que el aborto no sería un asunto fundamental, y lo replicaron en sus reportajes sin profundizar en el impacto real que el aborto estaba teniendo.
“Creo que no simpatizaron con esta idea de que el aborto realmente iba a ser una de las dos o tres cosas que impulsaron la elección”, dijo el experto.
Así, el movimiento a favor del aborto en las urnas también fue subestimado. Los medios tienen que reflexionar mucho sobre la cobertura de estas elecciones.
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Pero no se puede terminar de leer los resultados de las elecciones sin advertir sobre otro factor que llevó al bajo rendimiento de los republicanos: no hay agenda. El Partido Republicano en los últimos años se ha basado en los discursos de odio hacia las figuras como el expresidente Barack Obama o la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, como parte de su plataforma. También lo ha hecho con Biden. Pero, como quedó demostrado en las últimas elecciones, ese discurso de odio hacia los demócratas ya no es suficiente para conquistar votos.
El análisis se ha hecho desde mucho antes de las elecciones presidenciales de 2020, y es que el Partido Republicano no tiene propuestas desde hace un buen tiempo. Hace dos años, cuando el candidato y expresidente Donald Trump perdió los comicios frente a Joe Biden y los demócratas lograron una victoria en ambas cámaras, el Partido Republicano decidió prescindir de la redacción de una nueva plataforma durante la Convención Nacional Republicana. La plataforma es un documento en el que el partido describe sus ideales y sus objetivos, proyectándose a futuro. Pero, ese año, el Comité Ejecutivo del Comité Nacional Republicano votó para adoptar la misma plataforma de 2016 y ofrecer una declaración total de lealtad a Trump. Hubo una total “trumpificación” del partido.
Este año se cumplen, entonces, seis años con los mismos ideales y la misma agenda. Han pasado muchas cosas en el mundo desde entonces y esta ausencia de cambio en el partido se puede sentir entre los votantes. La ciudadanía ha tenido suficientes problemas como para continuar con una agenda que solo se basa en rendirle pleitecía a una figura. No hay más propuestas. Y eso se ve reflejado en el apoyo a Trump. Incluso en los estados donde ganaron los favoritos de Trump, como en Ohio, el desempeño de los candidatos que apoyaba el expresidente fue inferior a los candidatos que no son “trumpistas”.
“A veces, no tener ideas propias puede funcionar como estrategia de campaña, por supuesto. Trump fue elegido en gran parte porque Hilary Clinton era una candidata históricamente terrible contra la cual la gente estaba emocionada de votar. Pero los republicanos parecen haber pasado los últimos seis años malinterpretando todos esos votos anti-Clinton como votos a favor de Trump. Han girado todo su movimiento político en torno a ese malentendido. Sin un contraste odioso contra el que competir, el trumpismo no funciona como estrategia de campaña. Es hora de que los republicanos redescubran el valor de tener ideas”, escribió Eric Bohem en Reason.
Estas elecciones mostraron que Donald Trump puede convertirse más en un peso para el partido que en un impulso en tiempos en los que la gente necesita cambios sustanciales, y no una campaña basada en el odio al rival.
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