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                                                                                                                                Sin ley ni Dios: así es el viaje de los haitianos por el Darién colombiano

                                                                                                                                Ni el ejército ni la policía colombiana hacen presencia en la zona, donde ejerce autoridad el Clan del Golfo, la mayor banda narcotraficante de Colombia.

                                                                                                                                Entre enero y agosto de este año, 70.376 migrantes (13.655 niñas y niños) han cruzado el Tapón del Darién, según cifras de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja (IFRC). / AFP
                                                                                                                                Foto: AFP - RAUL ARBOLEDA
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Hacen parte de un grupo de 500 haitianos que avanzan a pie hacia la frontera panameña cargados con enormes maletas. Son por lo menos cuatro días de travesía por un bosque tropical infestado de serpientes y grupos armados. Pero, desesperados por salir de Sudamérica y llegar a Estados Unidos, muchos lo intentan llevando a sus niños de la mano o con bebés en brazos.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “Los que han pasado dicen que hay que preparar la mente para ver muchas cosas (...) uno tiene temor por lo que pueda pasar, por los hijos, por la familia”, se previene Francisco, un haitiano de 30 años a punto desafiar el Darién.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                “Vamos a un viaje”

                                                                                                                                “Yo les dije (a mis hijos) que vamos a un viaje en el que podemos encontrar asaltantes, animales, muchos peligros”, explica una mujer que a sus 38 años ya ha emigrado a República Dominicana y Chile, donde ahorró fondos para salir en busca del ‘sueño americano’.

                                                                                                                                Prefiere no identificarse por miedo a represalias de las autoridades migratorias en el camino. La mayoría de haitianos vienen de Chile o Brasil, adonde emigraron tras el terremoto de 2010 que dejó unos 200.000 muertos en su país.

                                                                                                                                El presupuesto para toda la ruta ronda los 1.500 dólares. Michaud Noel los reunió trabajando como obrero de construcción en Brasil. La noche antes de entrar al Tapón del Darién el hombre de 41 años no pudo pegar el ojo en el campamento levantado a orillas de la selva, porque se sentía “ansioso”.

                                                                                                                                📄 Le recomendamos: Berlín votó a favor de expropiar a los gigantes inmobiliarios, ¿qué significa eso?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Viaja con su pareja, su hija de cuatro años, su sobrina de 14 y su hermano, que lleva a la menor de las niñas sobre sus hombros. “Los niños no entienden bien lo que pasa, solo te acompañan a donde sea”, explica Noel, quien no ahondó en detalles sobre el recorrido y sus peligros con su pequeña.

                                                                                                                                En los tramos más difíciles el grupo se toma de las manos, formando un inmenso acordeón humano que se estira y se encoge al ritmo de los accidentes del terreno. Los más pesados y viejos se apoyan en bastones que se hunden en el fango.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                “No soy un coyote”

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Cada migrante pagó 300 dólares por el acompañamiento. Una persona en buen estado físico podría hacer la ruta en una sola jornada “pero aquí vienen niños, vienen viejos, vienen gordas, enfermos”, explica Alexis, un guía oriundo de la región.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                De los haitianos aprendió la expresión del creole “Ann Alé” (vamos) y la repite como arenga en la ruta. Advertidos sobre la presencia de asaltantes y violadores en el camino, los haitianos siguen a los guías con una mezcla extraña entre desconfianza y alivio.

                                                                                                                                📄 Le puede interesar: Obama pide que le suban los impuestos a los ricos, incluyéndolo a él

                                                                                                                                “Yo no soy un coyote. Porque coyote es el que roba, viola, estafa a sus clientes. Yo soy un guía y estamos aquí es para ayudarlos (a los migrantes)”, agrega este hombre delgado y canoso de 42 años.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La caminata inicia con el primer rayo de sol y durante la mañana el grupo avanza siguiendo el cauce del rio El Muerto, una serpiente de aguas color esmeralda que cruzan en varias ocasiones.

                                                                                                                                Varias dragas artesanales aparecen en el camino. Son vestigios de una extinta bonanza de la minería ilegal de oro en la zona.

                                                                                                                                Autoridad de la selva

                                                                                                                                Decenas de locales se ofrecen a cargar su equipaje por 30 dólares. La familia Noel rechaza la oferta al principio, pero tras una hora de caminata sobre piedras en el calor húmedo de la selva negocian para librarse de dos maletas por 40 dólares.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un hombre delgado se monta el pesado equipaje en la espalda y desaparece por el sendero. Otros prefieren aligerar la carga y van dejando chaquetas, pantalones y crocs en el camino.

                                                                                                                                “Aquí no se le puede robar al migrante, mejor dicho ni un pelo se le puede tocar”, sostiene Alexis.

                                                                                                                                Los sherpas de la selva están identificados y numerados con una credencial plastificada y los Noel encontrarán sus pertenencias en el próximo campamento, explica el guía.

                                                                                                                                📄 Vea también: Corea del Norte defiende su “derecho a probar armamento” y dispara un proyectil

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Ni el ejército ni la policía colombiana hacen presencia en la zona, donde ejerce autoridad el Clan del Golfo, la mayor banda narcotraficante de Colombia.

                                                                                                                                Sus integrantes se encargan de la seguridad del sendero y castigan a los infractores con penas que pueden llegar hasta la muerte. A cambio cobran un impuesto por cada migrante.

                                                                                                                                Los guías aseguran no ser parte de esa organización, pero dependen de su visto bueno para atravesar el territorio y se atienen a sus normas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Se dice mucho que aquí roban a los inmigrantes, que los estafan y hasta los violan. Pero yo sé que cuando el mundo vea la realidad va a cambiar su imagen sobre la frontera colombo-panameña”, se defiende Alexis, mientras uno de sus compañeros da la mano a uno de los migrantes en un cruce de río.

                                                                                                                                “Tierra de nadie”

                                                                                                                                Sobre las 9 A. M., y con el cansancio haciendo mella, la caravana se encuentra con una empinado tobogán de barro por el que ascienden con dificultad.

                                                                                                                                En lo que va de año unas 70.000 personas han completado la ruta, según autoridades panameñas. Unas 19.000 más aguardan para embarcarse hacia la selva en el puerto colombiano de Necoclí.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                “Confíe en Dios porque si no tiene Dios, no llega ahí”, aconseja a los futuros viajeros un haitiano que prefiere no dar su nombre.

                                                                                                                                En adelante, todo será cuesta arriba hasta lo alto de la sierra que separa a Colombia de Panamá.

                                                                                                                                Llegar a la cima no será ningún alivio. En este punto termina el arreglo con los guías colombianos, quienes se exponen a ser detenidos y procesados por trata de migrantes por las autoridades del vecino país si cruzan el límite.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Según Alexis, el otro lado de la frontera es una “tierra de nadie”, donde los migrantes están expuestos a bandas que los asaltan en el descenso de dos días a pie hasta el poblado de Bajo Chiquito.

                                                                                                                                Ni la dureza del camino ni la posibilidad de ser deportados al llegar a la frontera estadounidense disuaden a los haitianos que cruzan el Darién.

                                                                                                                                Tengo “un poco de dolor (físico), un poco de dolor, pero eso no me hace nada. Mi destino es Estados Unidos”, suelta Jhon, uno de los hombres del grupo.

                                                                                                                                ¿Ya está enterado de las últimas noticias en el mundo? Lo invitamos a ver las últimas noticias internacionales en El Espectador.

                                                                                                                                Entre enero y agosto de este año, 70.376 migrantes (13.655 niñas y niños) han cruzado el Tapón del Darién, según cifras de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja (IFRC). / AFP
                                                                                                                                Foto: AFP - RAUL ARBOLEDA
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Un niño de 12 años resbala y cae sobre una piedra en la selva colombiana del Darién. El pequeño no llora ni emite queja, solo se acomoda la carpa que lleva al hombro y retoma el paso junto a su madre, padre y hermano menor.

                                                                                                                                Hacen parte de un grupo de 500 haitianos que avanzan a pie hacia la frontera panameña cargados con enormes maletas. Son por lo menos cuatro días de travesía por un bosque tropical infestado de serpientes y grupos armados. Pero, desesperados por salir de Sudamérica y llegar a Estados Unidos, muchos lo intentan llevando a sus niños de la mano o con bebés en brazos.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “Los que han pasado dicen que hay que preparar la mente para ver muchas cosas (...) uno tiene temor por lo que pueda pasar, por los hijos, por la familia”, se previene Francisco, un haitiano de 30 años a punto desafiar el Darién.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                “Vamos a un viaje”

                                                                                                                                “Yo les dije (a mis hijos) que vamos a un viaje en el que podemos encontrar asaltantes, animales, muchos peligros”, explica una mujer que a sus 38 años ya ha emigrado a República Dominicana y Chile, donde ahorró fondos para salir en busca del ‘sueño americano’.

                                                                                                                                Prefiere no identificarse por miedo a represalias de las autoridades migratorias en el camino. La mayoría de haitianos vienen de Chile o Brasil, adonde emigraron tras el terremoto de 2010 que dejó unos 200.000 muertos en su país.

                                                                                                                                El presupuesto para toda la ruta ronda los 1.500 dólares. Michaud Noel los reunió trabajando como obrero de construcción en Brasil. La noche antes de entrar al Tapón del Darién el hombre de 41 años no pudo pegar el ojo en el campamento levantado a orillas de la selva, porque se sentía “ansioso”.

                                                                                                                                📄 Le recomendamos: Berlín votó a favor de expropiar a los gigantes inmobiliarios, ¿qué significa eso?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Viaja con su pareja, su hija de cuatro años, su sobrina de 14 y su hermano, que lleva a la menor de las niñas sobre sus hombros. “Los niños no entienden bien lo que pasa, solo te acompañan a donde sea”, explica Noel, quien no ahondó en detalles sobre el recorrido y sus peligros con su pequeña.

                                                                                                                                En los tramos más difíciles el grupo se toma de las manos, formando un inmenso acordeón humano que se estira y se encoge al ritmo de los accidentes del terreno. Los más pesados y viejos se apoyan en bastones que se hunden en el fango.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Cada migrante pagó 300 dólares por el acompañamiento. Una persona en buen estado físico podría hacer la ruta en una sola jornada “pero aquí vienen niños, vienen viejos, vienen gordas, enfermos”, explica Alexis, un guía oriundo de la región.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                De los haitianos aprendió la expresión del creole “Ann Alé” (vamos) y la repite como arenga en la ruta. Advertidos sobre la presencia de asaltantes y violadores en el camino, los haitianos siguen a los guías con una mezcla extraña entre desconfianza y alivio.

                                                                                                                                📄 Le puede interesar: Obama pide que le suban los impuestos a los ricos, incluyéndolo a él

                                                                                                                                “Yo no soy un coyote. Porque coyote es el que roba, viola, estafa a sus clientes. Yo soy un guía y estamos aquí es para ayudarlos (a los migrantes)”, agrega este hombre delgado y canoso de 42 años.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La caminata inicia con el primer rayo de sol y durante la mañana el grupo avanza siguiendo el cauce del rio El Muerto, una serpiente de aguas color esmeralda que cruzan en varias ocasiones.

                                                                                                                                Varias dragas artesanales aparecen en el camino. Son vestigios de una extinta bonanza de la minería ilegal de oro en la zona.

                                                                                                                                Autoridad de la selva

                                                                                                                                Decenas de locales se ofrecen a cargar su equipaje por 30 dólares. La familia Noel rechaza la oferta al principio, pero tras una hora de caminata sobre piedras en el calor húmedo de la selva negocian para librarse de dos maletas por 40 dólares.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un hombre delgado se monta el pesado equipaje en la espalda y desaparece por el sendero. Otros prefieren aligerar la carga y van dejando chaquetas, pantalones y crocs en el camino.

                                                                                                                                “Aquí no se le puede robar al migrante, mejor dicho ni un pelo se le puede tocar”, sostiene Alexis.

                                                                                                                                Los sherpas de la selva están identificados y numerados con una credencial plastificada y los Noel encontrarán sus pertenencias en el próximo campamento, explica el guía.

                                                                                                                                📄 Vea también: Corea del Norte defiende su “derecho a probar armamento” y dispara un proyectil

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Ni el ejército ni la policía colombiana hacen presencia en la zona, donde ejerce autoridad el Clan del Golfo, la mayor banda narcotraficante de Colombia.

                                                                                                                                Sus integrantes se encargan de la seguridad del sendero y castigan a los infractores con penas que pueden llegar hasta la muerte. A cambio cobran un impuesto por cada migrante.

                                                                                                                                Los guías aseguran no ser parte de esa organización, pero dependen de su visto bueno para atravesar el territorio y se atienen a sus normas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Se dice mucho que aquí roban a los inmigrantes, que los estafan y hasta los violan. Pero yo sé que cuando el mundo vea la realidad va a cambiar su imagen sobre la frontera colombo-panameña”, se defiende Alexis, mientras uno de sus compañeros da la mano a uno de los migrantes en un cruce de río.

                                                                                                                                “Tierra de nadie”

                                                                                                                                Sobre las 9 A. M., y con el cansancio haciendo mella, la caravana se encuentra con una empinado tobogán de barro por el que ascienden con dificultad.

                                                                                                                                En lo que va de año unas 70.000 personas han completado la ruta, según autoridades panameñas. Unas 19.000 más aguardan para embarcarse hacia la selva en el puerto colombiano de Necoclí.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                📄 Le puede interesar: ¿A qué se debe la crisis de gasolina que ha causado pánico en Reino Unido?

                                                                                                                                “Confíe en Dios porque si no tiene Dios, no llega ahí”, aconseja a los futuros viajeros un haitiano que prefiere no dar su nombre.

                                                                                                                                En adelante, todo será cuesta arriba hasta lo alto de la sierra que separa a Colombia de Panamá.

                                                                                                                                Llegar a la cima no será ningún alivio. En este punto termina el arreglo con los guías colombianos, quienes se exponen a ser detenidos y procesados por trata de migrantes por las autoridades del vecino país si cruzan el límite.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Según Alexis, el otro lado de la frontera es una “tierra de nadie”, donde los migrantes están expuestos a bandas que los asaltan en el descenso de dos días a pie hasta el poblado de Bajo Chiquito.

                                                                                                                                Ni la dureza del camino ni la posibilidad de ser deportados al llegar a la frontera estadounidense disuaden a los haitianos que cruzan el Darién.

                                                                                                                                Tengo “un poco de dolor (físico), un poco de dolor, pero eso no me hace nada. Mi destino es Estados Unidos”, suelta Jhon, uno de los hombres del grupo.

                                                                                                                                ¿Ya está enterado de las últimas noticias en el mundo? Lo invitamos a ver las últimas noticias internacionales en El Espectador.

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