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Siria: el desastre que nadie quiere solucionar

La ONU, las llamadas potencias, Bashar al Asad y los opositores: todos buscan una salida que sólo les convenga a ellos. En medio, miles de civiles están sitiados y sin oportunidades.

Juan David Torres Duarte
21 de septiembre de 2016 - 03:00 a. m.
Este es el convoy con ayuda humanitaria que fue atacado en Siria. ¿Por quién? /AFP
Este es el convoy con ayuda humanitaria que fue atacado en Siria. ¿Por quién? /AFP
Foto: AFP - OMAR HAJ KADOUR
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Como Irak y como Libia hace unos años, Siria es hoy el santo grial de la guerra: lo quieren Siria y Turquía, lo quieren Estados Unidos y la ONU, lo quieren los rebeldes, lo quiere Bashar al Asad, lo quieren el Estado Islámico y Al Qaeda. Todos tienen la ambición de capturarlo, dicen, por razones bondadosas, aunque por medios aniquilantes. Una bondad que se expresa en el sitio de numerosas ciudades, la hambruna de niños y adultos, la muerte de 300.000 personas, el bombardeo indiscriminado, el castigo químico, el mandato rígido de la sharia y la ley rigurosa del plomo. La bondad alcanza incluso para atacar un convoy con ayuda humanitaria en los alrededores de Alepo, un acto que este martes dejó 20 muertos y la imposibilidad de que 78.000 civiles cercados y apurados por la necesidad reciban ayuda humanitaria.

La ONU no se atreve a culpar a nadie, pero los llama “cobardes”. Estados Unidos dice que los aviones rusos fueron los que bombardearon el convoy (el Observatorio Sirio de Derechos Humanos dice que fueron 27 barriles explosivos los que cayeron, el arma predilecta de Al Asad), y los rusos afirman que ellos no fueron y sugieren que los camiones incendiados de cara al cielo, que se vieron en las grabaciones de grupos humanitarios, fueron la suma infortunada de un ataque a mano armada por parte de los rebeldes. En este caso, como en los otros, nadie tiene una verdad de a puño y es bien probable que nunca se reconozca al culpable.

Pero, en cuentas claras, el hecho de que 18 camiones con provisiones, organizados por la ONU pero administrados por la Cruz Roja, se consumieran entre las llamas de una explosión ignorada es responsabilidad de todos aquellos que intervienen en el conflicto. Las negociaciones han caído en el olvido, la oposición crea un plan sin hacer partícipe al Gobierno en curso, el Gobierno en curso insiste empedernido en que continuará en el poder, Estados Unidos dice que Bashar al Asad debe salir de la Presidencia, y Rusia, que se debe quedar. Mientras aquéllos carecen de un acuerdo, el Estado Islámico ha aprovechado para tomar terreno; los rebeldes, para avanzar sin respetar los derechos de los civiles, y los kurdos, para reclamar su pretendida independencia, armados por los Estados Unidos. Cada quien por su lado.

Los sirios tienen pocas esperanzas a las cuales asirse. La ONU, que fue mediadora en los diálogos fracasados de Viena y Ginebra, ha tomado partido: su secretario general, Ban Ki-moon, dijo que “el futuro de Siria no puede depender de un solo hombre”. Un solo hombre: Al Asad. Si lo que se quiere es un diálogo político, las conversaciones resultan imposibles cuando uno de los mediadores ataca a una de las partes (y la desestima en el diálogo) y cuando las llamadas potencias tienen en cuenta sólo los planes de la oposición, como sucedió con las propuestas que entregó el Alto Comité Sirio de Negociación a mediados de este mes y que fueron aprobadas por países como Arabia Saudita, Estados Unidos, Turquía y Francia.

El plan de la oposición es desplazar a Al Asad y anunciar nuevas votaciones. Votaciones libres. Sin embargo, ni la oposición ni el bloque de la coalición han aceptado que el mandatario sirio es esencial para la transición que requiere Siria y que prescindir de él significa someter a Siria a un posible escenario de fuego y caos similar a los que se pergeñaron en Irak y Libia. Estados Unidos, que ataca con fuerza militar al Estado Islámico en Siria y con fiereza política a Al Asad, no tiene la hoja de vida más conveniente para solucionar los problemas guerreristas de un país extranjero: la experiencia desastrosa que dejaron Irak (en completo desorden tras la caída de Sadam Hussein) y Afganistán (tras el retiro de los talibanes del poder) lo convierten en un protagonista con poca o nula preparación para las guerras exteriores. El presidente Barack Obama lo sabe: por eso se ha resistido a enviar tropas a Siria.

A los constantes errores tácticos se suman los yerros diplomáticos. Estados Unidos y Rusia, representados por sus ministros de Exteriores, John Kerry y Sergei Lavrov, prepararon un cese el fuego que duró siete días. Tan pronto terminó, los bombardeos continuaron, naturalmente. Ambos declararon esta semana que “tratarían de mantener vivo” el cese el fuego, pero lo cierto es que existen tantos frentes en Siria que controlar sólo a los actores oficiales (es decir, al presidente y a los rebeldes) no se decanta, por extensión, en que la guerra se detiene. “El cese el fuego no está muerto”, dijo Kerry. Rusia y Estados Unidos han carecido de la voluntad esencial para terminar el conflicto sirio. En cierto sentido, Siria se ha convertido en el tablero primordial para demostrar su primacía.

La imagen que el público general tiene de Siria cabe en una descripción breve: es un país apartado, desconocido, un pie de página. Su situación es merecedora de discursos tan vehementes como el de Michel Temer, presidente de Brasil, que dijo esta semana ante la ONU: “La guerra en Siria sigue siendo fuente de enorme sufrimiento, y las mujeres y los niños son sus principales víctimas”.

Por Juan David Torres Duarte

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