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En Haití todo puede empeorar. Este domingo, un día después de que un terremoto de magnitud 7,2 grados sacudiera la tierra, no solo la cifra de muertos subía, sino que las alertas anunciaban que otra tragedia estaba a la vuelta de la esquina para sumar más destrucción a un país que no levanta cabeza.
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La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA por sus siglas en inglés) lanzó la alerta: Grace tocará Haití la madrugada del lunes con fuertes lluvias y vientos. El portal Weather.com lo puso aún peor: “Es posible que se produzcan deslizamientos de tierra, inundaciones y derrumbes en las áreas donde golpeó más fuerte el terremoto”.
Un potente terremoto en un país que vivía la tragedia de no haberse recuperado del sismo de magnitud 7,3 grados que en enero de 2010 arrasó con todo, se llevó más de 300.000 vidas, dejó millones de heridos y sumó en una miseria más profunda a otro tanto. A finales de aquel año trágico una epidemia de cólera, supuestamente llevada por cooperantes internacionales, mató a 10.000 haitianos más.
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Hoy, cuando los informes de esta nueva catástrofe inundan las redes y los medios de comunicación, el mundo vuelve a volcarse sobre Haití: ofrecen su ayuda, envían equipos de rescate y se anticipa una lluvia de dólares. Estados Unidos, España, Perú, Venezuela, Ecuador, Chile y hasta Colombia, al igual que una decena de países, ya anunciaron que enviarán ayuda, equipos médicos, suministros y “todo lo que haga falta”.
Pero no se pueden repetir los errores del pasado. Tras el terremoto de 2010 el país nunca pudo recuperarse, básicamente por dos razones: la millonaria ayuda internacional prometida nunca llegó y la que sí lo hizo terminó en los bolsillos de unos pocos.
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“La historia de Haití está plagada de ejemplos de intervención extranjera, tanto de manera oportunista como bajo el disfraz de un cuidado benevolente. Sin embargo, sorprendentemente pocos gobiernos y organizaciones se han tomado el tiempo de trabajar con los haitianos comunes para resolver problemas”, escribió Brian Lichtenheld para Project CURE, organización sin ánimo de lucro que entrega equipos médicos en todo el mundo.
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Muchos pensaron que el desastre era la oportunidad perfecta para levantar de nuevo a esa nación y le dieron al gobierno de ese momento, encabezado por René Préval y desde 2011 por Michel Martely, la dirección de la reconstrucción. Fueron US$9.000 millones en asistencia humanitaria, más US$2.000 millones en petróleo donado por Venezuela los que inundaron ese país y se despilfarraron en ocho años.
Por culpa de los corruptos que han gobernado a ese país, este sábado los haitianos no pudieron enfrentar el nuevo movimiento de tierra y siguen en el peor de los mundos: en precarias casas levantadas a las malas en barrios empobrecidos, sin carreteras ni hospitales y a merced de más de 76 bandas criminales que hicieron del secuestro su modo de vida: desde el año pasado en Puerto Príncipe nadie se ha salvado de la extorsión, la epidemia de COVID-19, la miseria y la violencia.
Haití sigue siendo el único país del hemisferio occidental que no ha recibido ninguna vacuna contra COVID-19 y no sabe a ciencia cierta cuántos contagiados o muertos dejó la pandemia, pues su sistema sanitario es casi inexistente.
“Desde 2018 hubo un crecimiento gradual en la inseguridad y en la desestabilización del país. Las pandillas controlan el 40 % de la ciudad de Puerto Príncipe, incluso sus entradas y salidas. Adicional a los problemas económicos que afectan al sector salud (no se pagan salarios completos, los hospitales no tienen cómo sostenerse), la situación de inseguridad también ha afectado al personal de salud y constantemente son víctimas de violencia”, relataba a este diario Stephane Doyon, coordinador de las oficinas de Sudán del Sur, Liberia, Haití y Etiopía de Médicos Sin Fronteras (MSF).
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“Queremos dar una respuesta más adecuada que en 2010 tras el terremoto. Toda la ayuda que venga del exterior debe ser coordinada por la Dirección de Protección Civil”, exigió el primer ministro Ariel Henry, al tiempo que llamó a los ciudadanos a la “unidad nacional”.
Apela a la unidad porque Haití también arrastra con años de división y odios políticos que llevaron al magnicidio del presidente, Jovenel Moïse, el pasado 7 de julio. Pero no era el primer presidente asesinado, pues tres mandatarios haitianos ya habían corrido ese destino. Haití es el único país de la región que ha tenido veinte presidentes en 35 años. Más de un mes después, las investigaciones del asesinato presidencial no han aclarado los hechos y ningún juez quiere encargarse del caso.
Expertos explicaron en 2010 que la magnitud de aquella catástrofe no fue producto esencialmente de la actividad sísmica, sino de la elevada exposición al riesgo en la zona, pues las edificaciones eran vulnerables y no había medidas preventivas para un evento de este calibre. Además, había superpoblación en zonas de alto riesgo. Hoy la situación es la misma.
Haití está ubicado entre las placas tectónicas de Norteamérica y el Caribe, en el camino principal de huracanes; además sus ciudades más importantes fueron levantadas en la costa, por lo que las inundaciones son frecuentes y cada vez más destructivas; tampoco tiene electricidad ni agua. Muchos males juntos en un espacio tan pequeño.