“Todos hemos perdido algo”: narrativas de la dictadura chilena tras 50 años del golpe
La poesía, el ensayo y la novela son algunos géneros que se han encargado de reconstruir desde la literatura las memorias que se siguen disputando los relatos oficiales de lo que pasó el 11 de septiembre de 1973 y los años posteriores bajo el régimen de Augusto Pinochet.
Andrés Osorio Guillott
Quizá no hay mejor complemento para la historia que las artes. En ellas, así se hable desde la ficción, se parte de la realidad, pero a diferencia de los grandes relatos oficiales y académicos, en estas se llega a las vidas íntimas, a los alcances que tuvo uno o varios acontecimientos en todas las esferas de la sociedad y en sus espacios más reducidos, de manera que no hay nada más fidedigno para la memoria que las expresiones culturales.
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Quizá no hay mejor complemento para la historia que las artes. En ellas, así se hable desde la ficción, se parte de la realidad, pero a diferencia de los grandes relatos oficiales y académicos, en estas se llega a las vidas íntimas, a los alcances que tuvo uno o varios acontecimientos en todas las esferas de la sociedad y en sus espacios más reducidos, de manera que no hay nada más fidedigno para la memoria que las expresiones culturales.
La historia colinda con el concepto de memoria, ese que apela a los testimonios de quienes vivieron un suceso particular. Y en Chile, por los 50 años del golpe de Estado a Salvador Allende y el comienzo de la dictadura de Augusto Pinochet, no solo ha habido un trabajo, sino también una disputa.
Ariel Svarch, profesor argentino de Historia de la Universidad Javeriana, comenta que “el proceso de construcción de memoria es un proceso muy complejo, si lo hacen un montón de actores sociales, lo hace el Estado, lo hacen organizaciones de víctimas, de supervivientes, partidos políticos, lo hacen las fuerzas armadas, entonces no hay una reconstrucción de memoria, lo que hay en Chile son como disputas alrededor de la memoria del golpe de estado”.
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Y continúa: “A veces los hechos de memoria en los países latinoamericanos están bajo la superficie, cuando hay una narrativa hegemónica o que está silenciada la discusión de ciertos temas. Yo creo que es cierto que en la última década ha habido un aumento no solo de obras y otras formas de representación sobre lo acontecido en Chile, sino también como una repopularización de algunas disputas que han quedado medio congeladas con la dictadura de Pinochet y que se expresa como en el estallido político de Chile hace unos años. Es decir, las disputas sobre la memoria nunca son sobre el pasado en el fondo, son sobre el presente”.
Decía Walter Benjamín que “la imagen verdadera del pasado es una imagen que amenaza con desaparecer con todo presente que no se reconozca aludido en ella”. Y esta frase precisamente explica cómo las artes, pero en este caso la literatura, responden, aunque no como un imperativo, pero sí como una especie de necesidad de la sociedad por saber qué pasó con su historia, con sus familiares, con todos los traumas y vacíos que deja un hecho de tanta trascendencia como una dictadura.
“La historia la escriben los vencedores. La historia de Chile cambió durante los 17 años de la dictadura. Cambiaron los textos escolares, cambió la narrativa de lo que había sido el país; se borró a Salvador Allende como si jamás hubiese existido. Nunca se habló de los crímenes cometidos por la dictadura ni de las atrocidades que se denunciaban en el mundo. Entonces, la literatura, el arte, el teatro, la fotografía (entre esas la de Luis Poirot) mantienen viva una memoria que es la memoria real, que no es la ficticia que imponen los vencedores. Le ha costado tanto a la derecha encontrar algún artista que los represente”, le respondió Isabel Allende a El Espectador sobre la cultura y su rol en la memoria colectiva de Chile y lo sucedido el 11 de septiembre de 1973.
En una entrevista para El País, Carlos Franz, autor de la novela El desierto, aseguró que “somos las nuevas generaciones las que debemos reacomodarnos y tratar de reflexionar sobre la forma de hacer memoria y justicia”.
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Esta necesidad la confirma Marcia Scantlebury, presidenta del directorio del Museo de Memoria de Chile, que estuvo exiliada en Colombia durante la dictadura y que dijo en una entrevista para este diario que en la transición hacia la democracia en los períodos presidenciales de Eduardo Frei y Ricardo Lagos, “la instancia más importante era el tema de la cultura. Y en ese caso, a mí lo que me tocó en ese periodo fue también luchar un poquito contra la censura y contra la autocensura, que es otro tema de importancia mayor. Una cosa es la censura y otra es la autocensura, porque la gente también necesitaba aprender a vivir en democracia y pensar de otra manera, pensar sin amarras, porque había primado el pensamiento único de la dictadura. Casi diría que no había ninguna familia en Chile que no tuviera en su seno a un creador, a un diseñador, a un escritor, a un cineasta. Entonces hubo un gran despliegue y una gran creatividad en ese sentido”.
Un llamado por la justicia que hizo Pablo Neruda, que cumplirá también 50 años de fallecido el próximo 23 de septiembre, en su poema “Los enemigos”: No quiero que me den la mano / empapada con nuestra sangre. / Pido castigo. / No los quiero de embajadores, / tampoco en su casa tranquilos, / los quiero ver aquí juzgados / en esta plaza, en este sitio. / Quiero castigo”.
Hay al menos tres categorías que se destacan en las obras literarias que se escribieron sobre el golpe de Estado y la dictadura de Pinochet. Una se llamó la literatura del “in-xilio”, que fue denominada así por el crítico Grínor Rojo y es citada por la Biblioteca Nacional de Chile; la segunda es la literatura del exilio y una tercera que es más reciente es la literatura de los hijos de la dictadura.
María José Navia, escritora chilena, habló también para este diario sobre algunos libros y autores que tocan el tema de la dictadura: “Casa de Campo, de José Donoso; lo que lleva haciendo toda su vida Diamela Eltit, que tiene un ensayo tremendo que se llama Las dos caras de la moneda; Elvira Hernández, Raúl Zurita, que son voces muy poderosas junto a la de Roberto Bolaño, aunque sea más Cosmopolita; lo que hace Alejandro Zambra, Nona Fernández. Y ahora quiero recomendar una novela que salió este año, de Matías Celedón, que se llama Autor Material”.
Precisamente, del ensayo de Eltit, se lee: “Un aprendizaje apresurado y violento alteraba velozmente los signos culturales. Junto con las marcas de una cultura de muerte se erigía paralela la cultura de la sobrevivencia, se abría paso la necesidad de organizar una nueva lectura de signos para pervivir, para atravesar la mera sobrevivencia y lograr habitar en medio de poderes que resultaban adversos y antagónicos para aquellos que estábamos cruzados por un imaginario político antidictatorial”.
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Durante la dictadura la quema de libros que eran considerados “peligrosos” fue una constante que quiso borrar la historia y las manifestaciones que rechazaban lo que sucedía en Chile por esos años. Casos como los de Raúl Zurita o Pablo Neruda, dan cuenta de esa literatura de supervivencia y de resistencia a un régimen que se sumó a los de muchos otros en el Cono Sur en la segunda mitad del siglo XX.
“Hay algunas cosas que han pasado en las últimas décadas, en términos de historiografía, que es una mirada más interseccional del terror y ver cómo el terror afecta a diferentes poblaciones, grupos minoritarios, población LGBT, la dimensión de género, es decir, cómo funcionó el terror, ¿no? Y cómo se aplicó a diferentes grupos poblacionales”, aseguró Svarch, que concordó con Scantlebury en que hubo una especie de oleada en la última década sobre los estudios y obras alrededor del golpe.
Scantlebury recuerda cómo empezó el trabajo del Museo de Memoria hace 16 años, bajo el gobierno de Michelle Bachelet, y cómo bajo la siguiente premisa se ha seguido trabajando por hacer de la cultura uno de los baluartes de la memoria colectiva chilena. “La consigna en ese momento era decir: ‘todos hemos perdido algo’, que era lo que la presidenta quería transmitir, diciendo que no era lo que había pasado, no era solo un problema de las víctimas directas, de los detenidos desaparecidos, los exilados, sino de la sociedad entera”.
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