Trump, el traidor traicionero
El mandatario salió de Estados Unidos y generó revuelo en todos los lugares donde estuvo. Ahora, los partidos y medios de comunicación nacionales lo acusan de haber dejado mal parado al país.
Charles M. Blow - The New York Times
Olvídense de todas las sospechas que puedan tener sobre si Donald Trump se verá directamente implicado en la investigación rusa.
En este preciso instante y ante nuestros ojos y los del mundo, Trump está cometiendo un crimen increíble e imperdonable contra su país. Se trata de la omisión de su defensa.
Hace tiempo, la comunidad investigativa concluyó que Rusia atacó las elecciones en 2016, con la intención expresa de dañar a Hillary Clinton y ayudar a Trump.
No se trató solo de diseminar noticias falsas incendiarias en las redes sociales. Como señaló un informe de mayo del Comité de Inteligencia del Senado, encabezado por republicanos: “En 2016, ciberactores afiliados con el gobierno ruso llevaron a cabo una campaña en Internet, coordinada y sin precedentes, en contra de la infraestructura electoral estatal. Los actores rusos escanearon las bases de datos en busca de vulnerabilidades, intentaron violaciones y, en un reducido número de casos, lograron penetrar bases de datos de registros electorales. Esta actividad fue parte de una campaña más grande para prepararse para socavar la confianza en el proceso electoral”.
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Además, esto no ocurrió en una sola ocasión; es algo que sigue pasando y que continuará sucediendo. Como director de Inteligencia Nacional, Dan Coats dijo al comité en febrero: “Ciberoperaciones persistentes y perturbadoras continuarán en contra de Estados Unidos y nuestros aliados europeos, usando las elecciones como oportunidades para debilitar la democracia”. Para él: “Francamente, Estados Unidos está bajo ataque”.
La investigación de Robert Mueller está examinando esto, tratando de averiguar qué sucedió exactamente en 2016, quiénes estuvieron involucrados, qué leyes se violaron y a quiénes se acusará y enjuiciará. La investigación parece ser increíblemente productiva. Según un recuento de Vox: “El equipo del fiscal especial Robert Mueller ya ha levantado cargos u obtenido declaraciones de culpabilidad de 32 individuos y 3 empresas, hasta donde sabemos. Ese grupo está compuesto por cuatro exasesores de Trump, veintiséis nacionales rusos, tres empresas rusas, un hombre californiano y un abogado con residencia en Londres. Cinco de esas personas (incluidos tres exasistentes de Trump) ya se han declarado culpables”.
La semana pasada, doce de esas imputaciones vinieron acompañadas de un recuento perturbadoramente detallado de lo que hicieron los rusos. The New York Times lo describió así: “Desde ataques de ‘phishing’ para tener acceso a demócratas, hasta lavado de dinero e intentos de ingresar en los consejos electorales estatales, los cargos detallan un esfuerzo complejo y rotundo del servicio de máxima inteligencia militar de Rusia para sabotear la campaña de Hillary Clinton, la rival demócrata de Trump”.
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Si Trump mismo o alguien más en su círculo estuvo involucrado en colusión o conspiración con los rusos respecto a su interferencia, o no, eso es algo que Mueller, sin duda, divulgará en algún momento, pero ahí yace una verdad indiscutible: en 2016, Rusia, un adversario extranjero hostil, atacó a Estados Unidos de América.
Sabemos que lo hicieron. Tenemos pruebas. El FBI está tratando de imputar la responsabilidad a los involucrados.
Sin embargo, Trump, el presidente al que la Constitución designa como comandante en jefe, ha evitado hablar en varias ocasiones de si Rusia llevó a cabo el ataque y se ha negado a reprochar estos actos de manera contundente, ya no digamos a castigarlos.
En marzo, la Casa Blanca, bajo presión del Congreso, impuso sanciones a Rusia por sus actos, al parecer, a regañadientes. Como lo informó CNN, ese mes, el Congreso, casi con un voto unánime, aprobó la Ley para Contrarrestar a los Adversarios de Estados Unidos, a través de sanciones, el verano pasado “con la esperanza de presionar a Trump para que castigue a Rusia por haber interferido en las elecciones”. No obstante, como señaló la cadena noticiosa: “En agosto, Trump ratificó la ley con renuencia, afirmando que vulneraba sus poderes ejecutivos y podía entorpecer sus intentos de mejorar los lazos con Moscú”.
Puede leer: "¡Rusia no es un aliado!", le dicen a Trump en EE. UU.
En cambio, Trump ha desestimado la investigación en varias ocasiones, afirmando que se trata de una cacería de brujas. Apenas la semana pasada en una conferencia de prensa conjunta con la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, Trump declaró: “Me parece que la relación con Putin sería muy buena si pasáramos más tiempo juntos. Después de ver la cacería de brujas manipulada de ayer, creo que realmente daña a nuestro país y nuestra relación con Rusia. Espero que podamos tener una buena relación con Rusia”.
Trump se ha propuesto establecer una buena relación, ahora que se reunió con el presidente ruso, Vladimir Putin, el lunes, en Finlandia. Como dijo Trump este mes en un mitin: “¿Estará preparado? Además, incluso podríamos acabar teniendo una buena relación, pero siguen con lo de ‘¿El presiente Trump estará preparado? El presidente Putin es de la KGB y esto y lo otro’. ¿Saben qué? Putin está bien. Él está bien. Todos estamos bien. Somos personas”.
A decir verdad, no, nada de esto está bien. Trump debería dirigir todos los recursos a su disposición para castigar a Rusia por los ataques y evitar golpes futuros, pero no lo está haciendo.
El comandante en jefe de EE. UU. quiere ser amistoso con el enemigo que cometió el delito. A Trump le preocupa más proteger su presidencia y validar su elección que proteger a este país.
Este es un momento increíble y sin precedentes. Estados Unidos está sufriendo la traición de su propio presidente. Estados Unidos está bajo ataque y su presidente se niega categóricamente a defenderlo.
Simple y llanamente, Trump es un traidor y bien podría ser traicionero.
Olvídense de todas las sospechas que puedan tener sobre si Donald Trump se verá directamente implicado en la investigación rusa.
En este preciso instante y ante nuestros ojos y los del mundo, Trump está cometiendo un crimen increíble e imperdonable contra su país. Se trata de la omisión de su defensa.
Hace tiempo, la comunidad investigativa concluyó que Rusia atacó las elecciones en 2016, con la intención expresa de dañar a Hillary Clinton y ayudar a Trump.
No se trató solo de diseminar noticias falsas incendiarias en las redes sociales. Como señaló un informe de mayo del Comité de Inteligencia del Senado, encabezado por republicanos: “En 2016, ciberactores afiliados con el gobierno ruso llevaron a cabo una campaña en Internet, coordinada y sin precedentes, en contra de la infraestructura electoral estatal. Los actores rusos escanearon las bases de datos en busca de vulnerabilidades, intentaron violaciones y, en un reducido número de casos, lograron penetrar bases de datos de registros electorales. Esta actividad fue parte de una campaña más grande para prepararse para socavar la confianza en el proceso electoral”.
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Además, esto no ocurrió en una sola ocasión; es algo que sigue pasando y que continuará sucediendo. Como director de Inteligencia Nacional, Dan Coats dijo al comité en febrero: “Ciberoperaciones persistentes y perturbadoras continuarán en contra de Estados Unidos y nuestros aliados europeos, usando las elecciones como oportunidades para debilitar la democracia”. Para él: “Francamente, Estados Unidos está bajo ataque”.
La investigación de Robert Mueller está examinando esto, tratando de averiguar qué sucedió exactamente en 2016, quiénes estuvieron involucrados, qué leyes se violaron y a quiénes se acusará y enjuiciará. La investigación parece ser increíblemente productiva. Según un recuento de Vox: “El equipo del fiscal especial Robert Mueller ya ha levantado cargos u obtenido declaraciones de culpabilidad de 32 individuos y 3 empresas, hasta donde sabemos. Ese grupo está compuesto por cuatro exasesores de Trump, veintiséis nacionales rusos, tres empresas rusas, un hombre californiano y un abogado con residencia en Londres. Cinco de esas personas (incluidos tres exasistentes de Trump) ya se han declarado culpables”.
La semana pasada, doce de esas imputaciones vinieron acompañadas de un recuento perturbadoramente detallado de lo que hicieron los rusos. The New York Times lo describió así: “Desde ataques de ‘phishing’ para tener acceso a demócratas, hasta lavado de dinero e intentos de ingresar en los consejos electorales estatales, los cargos detallan un esfuerzo complejo y rotundo del servicio de máxima inteligencia militar de Rusia para sabotear la campaña de Hillary Clinton, la rival demócrata de Trump”.
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Si Trump mismo o alguien más en su círculo estuvo involucrado en colusión o conspiración con los rusos respecto a su interferencia, o no, eso es algo que Mueller, sin duda, divulgará en algún momento, pero ahí yace una verdad indiscutible: en 2016, Rusia, un adversario extranjero hostil, atacó a Estados Unidos de América.
Sabemos que lo hicieron. Tenemos pruebas. El FBI está tratando de imputar la responsabilidad a los involucrados.
Sin embargo, Trump, el presidente al que la Constitución designa como comandante en jefe, ha evitado hablar en varias ocasiones de si Rusia llevó a cabo el ataque y se ha negado a reprochar estos actos de manera contundente, ya no digamos a castigarlos.
En marzo, la Casa Blanca, bajo presión del Congreso, impuso sanciones a Rusia por sus actos, al parecer, a regañadientes. Como lo informó CNN, ese mes, el Congreso, casi con un voto unánime, aprobó la Ley para Contrarrestar a los Adversarios de Estados Unidos, a través de sanciones, el verano pasado “con la esperanza de presionar a Trump para que castigue a Rusia por haber interferido en las elecciones”. No obstante, como señaló la cadena noticiosa: “En agosto, Trump ratificó la ley con renuencia, afirmando que vulneraba sus poderes ejecutivos y podía entorpecer sus intentos de mejorar los lazos con Moscú”.
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En cambio, Trump ha desestimado la investigación en varias ocasiones, afirmando que se trata de una cacería de brujas. Apenas la semana pasada en una conferencia de prensa conjunta con la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, Trump declaró: “Me parece que la relación con Putin sería muy buena si pasáramos más tiempo juntos. Después de ver la cacería de brujas manipulada de ayer, creo que realmente daña a nuestro país y nuestra relación con Rusia. Espero que podamos tener una buena relación con Rusia”.
Trump se ha propuesto establecer una buena relación, ahora que se reunió con el presidente ruso, Vladimir Putin, el lunes, en Finlandia. Como dijo Trump este mes en un mitin: “¿Estará preparado? Además, incluso podríamos acabar teniendo una buena relación, pero siguen con lo de ‘¿El presiente Trump estará preparado? El presidente Putin es de la KGB y esto y lo otro’. ¿Saben qué? Putin está bien. Él está bien. Todos estamos bien. Somos personas”.
A decir verdad, no, nada de esto está bien. Trump debería dirigir todos los recursos a su disposición para castigar a Rusia por los ataques y evitar golpes futuros, pero no lo está haciendo.
El comandante en jefe de EE. UU. quiere ser amistoso con el enemigo que cometió el delito. A Trump le preocupa más proteger su presidencia y validar su elección que proteger a este país.
Este es un momento increíble y sin precedentes. Estados Unidos está sufriendo la traición de su propio presidente. Estados Unidos está bajo ataque y su presidente se niega categóricamente a defenderlo.
Simple y llanamente, Trump es un traidor y bien podría ser traicionero.